Una maravilla que se repite año a año: la costa del lago Epecuén se tiñó de blanco
Debido a las bajas temperaturas, se forman cristales de cloruro de sodio, que se depositan en las playas carhuenses y en las paredes de las ruinas.
La llegada de los primeros fríos invernales volvió a regalar a uno de los principales puntos turísticos de la región de uno de sus espectáculos naturales inigualables: la aparición de un manto de sal, como si fuera nieve, en las costas del lago Epecuén, en cercanías de Carhué.
No por común el fenómeno deja de sorprender a propios y extraños cada vez que ocurre: con las bajas temperaturas, la sal forma una capa de varios centímetros en las playas del lago, casi como si fuera une nevada, cubriéndolas en su totalidad y reflejando las primeras luces del día.
Esto provoca la sorpresa y la maravilla de propios y extraños, que automáticamente recurren a sus celulares para retratar y filmar lo que está ocurriendo. A cada hora del día, la sal cuenta con diferentes tonalidades, aunque sin dudas el atardecer es el momento en que el evento se transforma en una obra de arte multicolor, imprevisible y perecedera.
En este 2024 el fenómeno ya se había registrado a mediados de abril, con la llegada de los primeros fríos intensos, pero fue recién en estos primeros días de mayo en que aparece día a día. Este espectáculo, que no solo se encuentra en las costas carhuenses sino también en las de las ruinas y también en las paredes de la villa Epecuén, se debe a la formación de cristales de sulfato de sodio, que se solidifica al ser expuesto a muy bajas temperaturas.
Una vez formados los cristales, por efecto de las corrientes y oleaje del lago, estos son arrastrados hacia las orillas. Así se forma una capa blanca de entre 15 y 35 centímetros de espesor, y 2 a 7 metros de ancho, que rodea el espejo de agua. En cuanto a los granos de sal, tienen el tamaño de una arveja, o aún mayor. Debido a la densidad de los cristales, se puede caminar sobre el manto sin problemas.
En ese sentido, desde el Museo de Carhué se recuerda que el lago Epecuén es, ni más ni menos, una salina húmeda.
“Es el punto final de una cuenca de lagunas encadenadas y sin salida, que recibe aportes tanto de esas lagunas aguas arriba o de pequeños arroyos. Sin embargo, el aporte más importante de minerales es el dado por los surgentes que los arrastran desde las profundidades de la tierra”, se explica.
Toda esta condición fue almacenando en su lecho millones y millones de toneladas de minerales, en especial sales durante miles de años. Dependiendo de los ciclos hídricos, estos se diluían o se precipitaban conformando costras de cristales o un “manto de sal”, como se lo conocía popularmente.
“Sin embargo, durante la década de 1980 hasta los primeros años de este siglo, ese proceso natural fue roto por la mano del hombre, que introdujo enormes volúmenes de agua dulce con obras hidráulicas llevadas a cabo durante los ’70”, se advierte.
El fenómeno recién regresó en 2012, cuando la baja de las aguas del lago ya era algo palpable desde hacía varios años.
Hasta ese momento había dejado de ocurrir porque el cuerpo de agua era muy extenso e ingresaba un gran volumen de agua dulce en él, que no permitía el proceso de enfriamiento y la cristalización de la sal.
Además, se aclara que si bien la presencia de sulfato es constante durante todo el año, durante el verano –y pese a los contantes aportes subterráneos de sales- se encuentra disuelto y en equilibrio en la laguna.
“Sin embargo, cuando llega el frío intenso y en especial las heladas pampeanas, la temperatura del agua de la costa baja rápidamente, haciendo que se precipite el exceso de sal disuelta, pero en forma de cristales. El viento y el oleaje producido expulsa dichos cristales a la costa, brindando uno de los paisajes más extraños y bellos que tiene nuestra provincia”, se explica.