El narcoterror de Rosario por dentro: así se vive en los barrios con las tasas de homicidio más altas del país

TN participó de los operativos para destruir búnkers en varios de los lugares más temidos de la ciudad santafesina.
El narcoterror de Rosario por dentro: así se vive en los barrios con las tasas de homicidio más altas del país

Rosario es una ciudad hermosa y amenazante. Sus calles perdieron movimiento, y la noche perdió la luz. En la actualidad, es la ciudad con más homicidios en la Argentina. Hay barrios dominados por los clanes del crimen organizado, convencidos de ser los dueños de gran parte de la ciudad. Caminar por las zonas más conflictivas y entrar a los pasillos donde los bunkers de droga conviven con las viviendas familiares es comprender que el narcotráfico sigue en pie de guerra, sin medir consecuencias.

Desde el primer día de su gestión, el gobernador Maximiliano Pullaro, acompañado por el Gobierno Nacional, puso en acción un plan implacable contra las bandas mafiosas que operan en Rosario. El proyecto es muy amplio: controles de fuerzas federales y provinciales, eliminación de privilegios a los narcos de alto perfil en las cárceles restringiendo las visitas y un aumento de las requisas.

También el protocolo contempla avanzar con una ley que otorgue más facultades de acción a los fiscales e impedir que la droga siga circulando por la ciudad como si fuera agua mineral. Porque así se vive: la droga está hasta donde no se la busca; los soldaditos son usados y descartados para esparcir cocaína y marihuana por las calles de Rosario.

Para este objetivo de erradicar la droga de los barrios, el plan que puso en marcha la Justicia fue localizar, desmantelar y derribar los bunkers de venta y distribución de la droga. Desmantelarlos no era suficiente porque al cabo de un tiempo siempre regresaban. Estos bunkers están en los barrios más humildes: Ludueña, Larrea, Empalme Graneros, Villa Banana, Triángulo, Vía Honda, Industrial o Tablada.

Ingresar a los locales de venta y distribución de droga implica tomar las medidas más extremas de cuidado: chaleco antibalas, casco, no hablar, acatar indicaciones y caminar detrás de los policías de élite que avanzan armados hasta los dientes. Por la noche, todo es silencio y oscuridad. Los pasillos son estrechos y tenebrosos. Solo hay rejas en el frente de las viviendas.

Detrás de ellas, rostros mudos y asustados observan la procesión de policías hacia un callejón sin salida. Nadie habla, nadie opina ni mira a los ojos. Los vecinos saben que conviven con las mafias de los Alvarado, los Cantero, los Albornoz y todos sus matones periféricos. El rosarino entendió, más que nadie, que las mejores intenciones no suplen la durísima realidad que les toca vivir todos los días. Saben que en cuestión de minutos pueden quemarles la casa o el auto, balear la escuela de su hijo o acribillar a su familia.

   
Los vecinos pusieron rejas en sus casas y viven encerrados. (Foto: TN).


Esa es la ley de los barrios: el bunker de droga está pegado a la casa de una humilde familia que vive entre rejas, esperando que, de una vez por todas, las promesas se cumplan y se termine con los mafiosos que, alguna vez y no tan equivocados, creyeron ser como Pablo Escobar Gaviria en Medellín.

La guerra narco sigue en pie. En el medio, los rosarinos, ahogados en un grito de silencio, esperan que un país, con su misma bandera, los ayude a salir del infierno. Ojalá Rosario vuelva a ser esa ciudad iluminada, pujante y alegre que supimos conocer cuando juramos lealtad a nuestra bandera en un monumento único y majestuoso que simboliza la nave de la patria en procura de un destino glorioso. Que así sea.

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