Antes de EL JARRÓN hubo otros jarrones en la vida de Guillermo Cóppola. Menos célebres que el de terracota dentro del cual, en un allanamiento en 1996, aparecieron 406 gramos de cocaína de baja pureza que le valieron al representante de Diego Armando Maradona 97 días preso. Pero jarrones al fin, que ayudaron a “Guillote” a acercarse a Monique, nada menos que la mujer que le terminaría regalando el que se volvería, tal vez, el objeto decorativo más icónico de la historia policial argentina.
La serie Coppola, el representante, que puede verse en Star+ y es de lo más elegido por la audiencia en estos días, cuenta que fue en un desfile en Punta del Este. El propio manager, en una conversación con el periodista Guillermo Poggi, sitúa el desfile en el Hotel Hermitage de Mar del Plata. La diferencia de locación no importa: es anecdótica. Y además, como en todo producto audiovisual inspirado en hechos reales, la serie se permite sus licencias.
Lo que sí importa son los jarrones: según lo que le cuenta de primera mano a Poggi y en la serie que narra su vida, Coppola “saquea” todos los que pueden verse en el lobby del hotel para improvisar lo más rápido posible un ramo deslumbrante de flores con el que acercarse a una modelo que acaba de ver por primera vez y que, da la sensación, le parece que, al menos en ese momento, es la mujer que más le atrae en el planeta.
Los ataques de pánico y los primeros instantes de los flechazos del deseo se parecen en esto: no se puede pensar en otro cosa, no se puede sentir otra cosa. “Se me armó como un círculo, como una luz y sólo la veía a ella”, le dice “Guillote” a Poggi en el ciclo Coppola Anecdotario que emitió La 100. En la pantalla de Star+, esa fascinación se traduce en, efectivamente, un haz de luz iluminando a la modelo y oscureciendo todo lo demás, y en la mirada del Coppola que interpreta Juan Minujín enloquecida por ese par de piernas.
Guillermo Coppola cuenta los mil intentos para conquistar a una modelo alemana.
En la serie, el flechazo se llama Sophie y es chilena, aunque de raíces alemanas; en la vida real, Monique, nacida en Alemania. La suficiente distancia como para que la ficción tenga espacio; la suficiente cercanía como para que los hechos reales -el nombre afrancesado a pesar del origen germano- puedan respirarse.
¿Qué se sabe de Monique, devenida en Sophie para su adaptación a la serie? Principalmente, lo que contó el representante, siempre con ese tono de que la cosa está por ponerse todavía más picante, más divertida, más peligrosa. Y lo que contó el representante, puesto a elegir una de todas las historias de conquista amorosa que habrá encarnado, fue que esta, la de Monique, le dio “mucho trabajo”.
De Coppola se conoce su trabajo en bancos, su trabajo como representante de futbolistas, su trabajo como sombra-de-Maradona, y su trabajo en los medios de comunicación. Algún día habría que hablar de Coppola como productor: esta anécdota que empieza con un ramo de flores robadas de los hoteles del Atlántico termina con Coppola haciendo volar un helicóptero que derramó miles y miles de pétalos de rosas sobre una fiesta en la que no conocía a nadie excepto a una persona. ¿Adivinaron? Monique.
Pero volvamos a los jarrones y el ramo. Monique (Sophie, interpretada por Mayte Rodríguez en la serie) rechaza las flores. Dice, en un castellano de rasgos germánicos inocultables, que no acepta regalos de extraños, y Coppola sigue viaje y, expuesto ante cientas de personas, le ofrenda el ramo a su amiga Karina Rabolini (encarnada por María del Cerro en la pantalla).
En la serie, Coppola va por más: insiste con otro ramo de flores, esta vez y, gracias a una grúa neumática, directo al balcón de la mujer a la que desea. Pide disculpas por su impulso en el desfile y pide, también, revancha. Pero ella otra vez lo rechaza y él pone cara de que no se dará por vencido.
Falta un episodio más, que, tal como el de la grúa, Guillermo Coppola no le enumeró a Poggi: ¿habrá sido una licencia de la serie o una omisión del “Guillote” de carne y hueso? Las dos son posibles. El Coppola productor averigua en qué verdulería hace sus compras la alemana de sus sueños y hasta cuál es su producto favorito. Con una propina para la verdulera -en la serie, Coppola da todas las propinas en dólares, son los noventa-, “Guillote” mete un anillo en una sandía. Sophie le toca el timbre, él se perfuma y ella le estrella la sandía contra el piso y le repite lo mismo que ante el primer ramo: que no acepta regalos de extraños.
Y sin embargo… “Karina me cuenta que venía el padre de ella a la Argentina, que querían hacer una fiesta, que iba a haber gente de la embajada. El tipo era accionista de Siemens. Karina me dice que necesitaban extras para la fiesta y que el novio, que era comisario de abordo, iba a estar volando. Y cuando dijo ‘volando’ a mí se me prendió la lamparita”, le cuenta Coppola a Poggi, y pone cara de viejo lobo de mar.
“Fui al Mercado de Flores, no sé cuántas rosas compré. Conseguí un helicóptero que sobrevolara la fiesta y las tirara desde ahí. Las hélices girando hicieron que los pétalos quedaran suspendidos unos segundos”, sigue. Si en términos generales la vida real supera a la ficción, en términos particulares la vida de Coppola sería inverosímil si la estuviera narrando otra persona.
En la serie, por si faltaban condimentos, el helicóptero es piloteado por Carlitos Jr., el hijo del Presidente en ejercicio, y entre los extras no sólo están Karina Rabolini y Daniel Scioli sino que Coppola convenció a Susana Giménez de que se sumara. Y entonces la alemana de sus sueños cede: agradece, dice que no lo puede creer, que su padre está convencido de que ella organizó toda esa sorpresa, que cómo agradecerle. Ah, y que se separó del comisario de a bordo.
“Organizamos un viaje a Punta del Este. Habitaciones separadas. Cenamos, yo quería estar liviano, le tomé la mano algunas veces, llegaba la hora del postre… llegaba la hora del possstre”, le cuenta Coppola a Poggi y mete a cualquiera que lo esté escuchando en ese hotel. “Fui a su habitación, tenía un camisón color piel, yo pensé que estaba desnuda pero era un camisón color piel. Me acerco, cierro la puerta, la abrazo”, dice, y levanta la voz, como si pudiera hablar en mayúsculas: “Se jugaba el currículum, la hombría… Pum, pum, pum. Tres segundos de partido y se terminó… Tres segundos de partido y final del encuentro”. En la vida real y en la serie, Coppola escucha: “¿Para esto he venido?”.
En su narración a Poggi, y porque sabe cómo rematar incluso dando la sensación de que después de todo ese esfuerzo de producción se fue al mazo, Coppola dice: “No todas se ganan. Algunas se pierden”. En la serie, el representante le dice a Sophie: “Dame cinco minutitos y me repongo”.
En la vida real y también en la pantalla, la relación siguió y creció. Monique, como si fuera un guiño al instante en el que hablaron por primera vez, le regaló un jarrón de terracota para su cumpleaños, sin que ninguno de los dos pudiera imaginar el destino de ese objeto decorativo que cobraría una fama inusitada.
De todo eso pasaron décadas, pero Coppola sigue recordando esa conquista como, tal vez, la de mayor despliegue de todo su historial. Contar ese éxito después del rechazo, el helicóptero, las rosas voladoras y el sexo fallido no hace más que engrandecer su propio mito.