El dolor crónico afecta entre el 10% y el 20% de la población mundial y puede tener diversas causas, desde lesiones o traumatismos hasta enfermedades crónicas debilitantes como la artritis, la fibromialgia o incluso el cáncer. Además, no debemos subestimar el impacto de factores psicosociales como el estrés crónico, la depresión o la falta de contención familiar o social, que pueden contribuir a amplificar la experiencia del dolor.
El impacto del dolor crónico va mucho más allá de lo físico.
Extendiéndose a todos los aspectos de la vida de quienes lo padecen. Las actividades diarias, el trabajo, las relaciones personales y la calidad del sueño pueden verse gravemente afectadas, lo que puede resultar en una disminución significativa en la calidad de vida y el bienestar general. Además, puede llevar a problemas de salud mental como la depresión y la ansiedad, creando un ciclo de sufrimiento difícil de romper.
En el caso específico del dolor crónico asociado al cáncer, la situación se complica aún más. El diagnóstico y tratamiento del cáncer son experiencias ya de por sí difíciles y estresantes para los pacientes y sus familias. Y la adición de dolor crónico puede hacer que el proceso de recuperación sea aún más desafiante y prolongado. Además del malestar físico, el dolor crónico puede tener un impacto emocional significativo, exacerbando los sentimientos de miedo, ansiedad y desesperanza que a menudo acompañan al cáncer.
A pesar de los avances en la medicina y la tecnología, el manejo del dolor crónico sigue siendo un desafío importante.
Muchos pacientes encuentran que los tratamientos farmacológicos convencionales no son suficientemente efectivos para controlar su dolor a largo plazo. La atención integral debe incluir además terapia física y rehabilitación, estrategias de manejo del estrés, terapia cognitivo-conductual, así como intervenciones sociales que fomenten la inclusión y el apoyo comunitario. Se necesita un enfoque multidisciplinario para brindar un cuidado completo y personalizado.
En paralelo, es importante destacar que la investigación en el campo del dolor crónico está en constante evolución. Los científicos y los profesionales de la salud están trabajando diligentemente para comprender mejor los mecanismos subyacentes del dolor persistente y desarrollar tratamientos más efectivos y personalizados. Esto incluye investigar biomarcadores para identificar a aquellos pacientes en mayor riesgo de padecer dolor crónico, explorar nuevas terapias farmacológicas, y desarrollar intervenciones no farmacológicas que aborden los aspectos físicos, emocionales y sociales del dolor crónico.
Además de la investigación y el desarrollo de tratamientos, es fundamental abordar las barreras sociales y culturales que rodean al dolor crónico. El estigma y la falta de comprensión sobre esta condición pueden dificultar el acceso a la atención médica adecuada y el apoyo emocional para quienes la padecen. Es esencial aumentar la conciencia pública sobre su impacto en la vida de las personas y promover una mayor empatía y compasión hacia quienes lo experimentan.
Asimismo, es imperativo abogar por políticas de salud que garanticen un acceso equitativo a tratamientos efectivos. Esto incluye la cobertura integral de servicios de salud mental, programas de rehabilitación física y medidas para abordar los determinantes sociales que pueden exacerbar el dolor crónico, como la pobreza y la falta de vivienda.
El dolor crónico es una condición compleja y debilitante que afecta a millones de personas en todo el mundo.
través de la investigación continua, la educación pública y el desarrollo de tratamientos más efectivos, podemos trabajar juntos para mejorar la calidad de vida de quienes viven con dolor crónico y avanzar hacia un futuro en el que el sufrimiento innecesario sea cosa del pasado.
* Florencia Coronel. Investigadora de CONICET. Directora del Grupo de Investigación en Dolor asociado al Cáncer. Instituto de Investigaciones en medicina Traslacional CONICET – Universidad Austral.