Se enamoraron hace 66 años y atienden juntos una fábrica de pastas: “Dormimos agarrados de la mano”

En el Día de los Enamorados, Julio y Lila comparten los pilares de un vínculo en el que nunca dejaron de demostrarse cariño: “A las parejas jóvenes les diría que se respeten, que es lo más importante en una relación”, dijo ella a TN.
  • Lila y Julio trabajan juntos desde 1982 (Foto: Nicolás González). Lila y Julio trabajan juntos desde 1982 (Foto: Nicolás González).
  • Lila, Luis y Julio atienden la fábrica de pastas ubicada sobre la calle Conde al 700 (Foto: Nicolás González). Lila, Luis y Julio atienden la fábrica de pastas ubicada sobre la calle Conde al 700 (Foto: Nicolás González).
  • Se conocieron en 1958 y se casaron cuatro años más tarde (Foto: Nicolás González). Se conocieron en 1958 y se casaron cuatro años más tarde (Foto: Nicolás González).
  • Lila se sienta sobre una banqueta y elabora a la perfección los capeletinis (Foto: Nicolás González). Lila se sienta sobre una banqueta y elabora a la perfección los capeletinis (Foto: Nicolás González).
  • Julio observa a su hijo Luis mientras rellena los sorrentinos con muzzarella, jamón y perejil (Foto: Nicolás González). Julio observa a su hijo Luis mientras rellena los sorrentinos con muzzarella, jamón y perejil (Foto: Nicolás González).
  • En la fábrica de pastas familiar todos cocinan y todos atienden al público (Foto: Nicolás González). En la fábrica de pastas familiar todos cocinan y todos atienden al público (Foto: Nicolás González).

Entre los bolsones de harina, las hormas de queso reggianito y los 30 kilos de carne que se terminan de cocinar en la olla, Julio (84) y Lila (86) se hablan con las miradas. Llevan más de 66 años juntos, pero se observan y se encuentran como si se conocieran desde hace un mes.

Se conocieron de casualidad en una fiesta en Luján, en la que paradójicamente Julio acudió para encontrarse con la hija de la dueña de la casa. “Él me vio, me agarró de la mano y nunca más me soltó”, recordó Lila a TN.

Aquel encuentro de 1958 fue el inicio de una relación que se coronó con el casamiento entre ambos, en 1962. “Yo con ella me llevo muy bien porque estuvo al lado mío siempre, en las malas y en las buenas me acompañó. Eso es lo más importante que tiene”, sostuvo Julio.

En un nuevo Día de los Enamorados, ambos volvieron a encontrarse temprano en la fábrica de pastas que atienden juntos desde 1982, ubicada a solo 20 metros de su casa, en el barrio porteño de Colegiales.

Julio reconoció que se enamoró apenas la vio y que el primer instinto, tras tomarla de la mano, fue llevarla a caminar. “Empezamos a vernos más seguido. Yo iba a trabajar y él me esperaba cuando llegaba para acompañarme hasta mi casa”, dijo Lila.

El cariño entre ambos es tal que constantemente se buscan para darse besos, abrazos y decirse palabras lindas, aún en la vorágine de un negocio que atienden con Luis, uno de sus dos hijos.

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“Dormimos agarrados de la mano”, reveló Lila, sentada sobre uno de los extremos de la mesada en la que prolijamente y sin ninguna máquina elabora los capeletinis de carne que se venderán por la tarde.

Su fábrica de pastas es atendida por los tres y ninguno de ellos tiene una tarea específica: todos atienden al público y todos cocinan.

Lila y Julio comenzaron a trabajar juntos luego de que él decidiese independizarse de un socio español, al que había conocido en una fábrica de pastas en la que eran empleados. Julio aprendió el oficio y le ofreció comprar un fondo de comercio.

“Yo trabajaba en el centro, en una casa de ropa. Y los fines de semana iba a la fábrica de pastas para darle una mano a ellos”, explicó Lila. Cuando Julio compró su primer local, ella decidió abandonar su empleo para ponerse a la par de su marido.

“Toda la vida le voy a agradecer el compañerismo que tenemos y lo trabajador que es. Nos hizo bien a todos”, dijo Lila sobre Julio. Él, visiblemente emocionado, respondió: “Es una compañera fiel, muy noble. Y vamos a seguir juntos hasta muerte. Esa es la promesa que me hizo”.

A pesar de que ambos se sacrificaron durante varias décadas para que a sus hijos no les faltara nada, deciden despertarse cada mañana a las 6 para subir la persiana del local y atender a los clientes del barrio.

“Cuando veo que empieza a pestañear ya sé que algo no anda bien y me callo la boca. Sigo con lo mío. Julio puede estar enojado por algo, pero entra un cliente y se transforma. Él siempre está con una sonrisa”, contó Lila.

“Tenemos un bienestar tranquilo. Hice estudiar a mis hijos y le dejé el negocio a él”, dijo Julio señalándolo a Luis, pieza fundamental que permite que el comercio funcione. Luego continuó: “Tenemos otro hijo que vive en Canadá desde hace 22 años. Está muy bien allá”.

“Me enamoré de Julio porque lo veía muy trabajador, honesto y respetuoso. Toda la vida me respetó. Nunca nos dijimos malas palabras, ninguno de los dos”, dijo Lila.

“Para mí la honestidad es lo más sagrado que tengo, no me interesa lo ajeno. Lo que yo tengo sí me interesa y lo voy a cuidar hasta que tenga vida”, puntualizó él.

La rutina entre ambos comienza con un mate cocido y una primera charla en la que ella le dice que prefiere quedarse un rato más en la cama mientras él termina de cambiarse para caminar hacia la fábrica de pastas y comenzar la elaboración.

“A las parejas jóvenes les diría que se respeten, que lo más importante en una relación es el respeto y el compañerismo. Estar en las buenas y en las malas. Y que si el otro se enoja por algo, dejarlo que camine solo hasta que se le pase”, aconsejó Lila.

Luego, mirándolo a Julio completó: “¡Cómo te quiero, papá! Toda la vida estuvimos así, hasta duerme agarradito de mi mano. Nos queremos un montón”. Julio le respondió: “Yo también la quiero muchísimo. No sé qué haría sin ella”.

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