Ezequiel tenía 35 años cuando, en el verano previo a la pandemia, por su trabajo como policía, lo destinaron a patrullar las calles de Villa Lugano. En su caminata con uniforme, de una punta a la otra de la zona asignada, empezó a conocer a los vecinos que cuidaba y fue entonces que esta historia de amor comenzó a tejerse.
Anticipo que ésta no es una historia compleja sino de las más sencillas, donde los sentimientos lograron cavar un cauce tan profundo que, una vez inundado con sus emociones, fue inevitable flotar haciendo la plancha, siguiendo la corriente y mirando como, alto en el cielo, las estrellas iban señalando sus destinos.
Paternidad, engaño y vocación
Ezequiel nació en La Matanza. Es el menor de cuatro hermanos y el único varón de un matrimonio ya jubilado.
“Mis hermanas me llevan muchos años, cuenta, Mi papá trabajaba en seguridad y mi mamá en la cocina de un restaurante. Tuve una infancia y adolescencia totalmente corrientes. En el año 2008, yo trabajaba en un garaje del barrio de San Telmo, en la ciudad de Buenos Aires, exactamente en las calles Lima y Venezuela. En esa época no había, que yo recuerde, aplicaciones de citas así que un día llamé a un programa de radio que las organizaba y fue a través de ellos que conocí a una chica con la que empecé a salir. Yo tenía 24, ella 21. A los tres meses quedó embarazada y nos fuimos a vivir juntos. Cuatro años después descubrí que me engañaba con un vecino. Nos terminamos separando. Con mi hija, mi contrato de paternidad, siguió igual, siempre con responsabilidad. Fue una separación tranquila, sin mayores problemas. Poco después ingresé en la Escuela de la Policía Federal, siguiendo el deseo de mi padre que admiraba a sus sobrinos policías. Cuando al año egresé me mandaron a trabajar a Villa Lugano y a Mataderos”, relata Ezequiel. Era diciembre de 2019.
El beso robado
Fue en esas calles de Villa Lugano, donde deambulaba saludando a los vecinos, que observó a una mujer bastante más grande que él. Jimena andaba por los 50 y se la cruzaba a diario. Estaba siempre en la vereda limpiando las ventanas, barriendo o yendo al almacén chino. De pelo largo y rubio lo miraba pasar con sus ojos color cielo. Buenos días, buenas tardes, las caras terminaron por volverse familiares. Era distinta al resto.
Ezequiel tenía facha y, con el uniforme de oficial de policía de la ciudad, la edad era un poco indescifrable. La gorra le tapaba las primeras canas que asomaban entre su pelo oscuro. Tenía 35 años recién cumplidos y una novia más joven que él, “como debe ser” ironiza con una sonrisa anticipatoria.
Él pasaba serio y amable y la vecina, “una mujer muy cuidada y elegante”, así la describe, lo observaba. “Siempre me saludaba muy bien. Un poco por vergüenza yo bajaba la mirada. Obvio que me di cuenta enseguida de que era mucho más grande que yo, pero era una linda mujer. En realidad, te confieso que nunca me importó la edad, siempre me gustaron las mujeres más grandes. ¡Después ella me reconoció que había imaginado que yo era un hombre cuarentón con varios hijos!
En febrero del 2020, justo antes de la pandemia, un día me decidí: tenía que hablarle. No se me ocurría cómo encararla. Al final pensé en aprovechar que hacía calor. Le dije que quería tomar frío mi tereré y le pedí hielo. Ella, yo ya sabía para ese momento que se llamaba Jimena, me trajo encantada una bolsa llena de cubitos. Nos quedamos conversando un buen rato y debido a que había un grupo de vecinos conectados por WhatsApp por el tema de la seguridad y ella era parte, me terminó agendando. Ya teníamos nuestros teléfonos. La cosa fue que cada día charlábamos más y más. Me enteré de que tenía 48 años, que me llevaba 13, que era viuda de un policía y que tenía tres hijos de 19, 22 y 26 años. Yo estaba destinado en el barrio de lunes a lunes. A veces de mañana, a veces de tarde, otras de noche. Si bien tenía novia, no vivía con ella y todavía estaba instalado en la casa de mis padres”.
Jimena, por su lado, trabajaba para la bodega Catena Zapata y sus tres hijos vivían con ella en esa casa que daba a la calle donde el amor había empezado a dejar su huella.
Enseguida algo comenzó a latir, pero no sabían cómo ponerle palabras a eso que sentían. Ezequiel recurrió a cambiar con frecuencia sus estados de WhatsApp. Chequeó y notó que ella los miraba enseguida. Él le reveló que tenía novia; ella que se había quedado viuda porque a su marido policía lo habían matado en un enfrentamiento. Se enteró que, además, el padre de Jimena y su hijo también eran policías. Ahora, él la rondaba. Lo policial parecía ser una constante en la vida de Jimena.
“Todo siguió así hasta que un miércoles la fui a saludar y cuando nos despedimos decidí correr la cara y darle un beso. Como si fuera un error. ¡Ufff! ¡Me esperé un cachetazo! Pero no llegó ningún cachetazo y me fui rápido, sin darle tiempo a nada más. Me dije contento: ¡Ya está! No me rechazó”, cuenta divertido Ezequiel.
Ya sabían que se gustaban. Ese beso “accidental” había sido la confirmación que necesitaban para dar un paso más.
Pasión en el auto
Al domingo siguiente, después de terminar su jornada laboral, la llamó y le preguntó si podía pasar a saludarla. “La esperé a mitad de cuadra, esta vez iba sin uniforme, y ahí ya nos besamos bien y se nos terminaron las palabras. Seguimos con una relación en silencio y evitando que el resto de los vecinos se enteraran de nada. Cuando bajaba el sol la pasaba de ver”.
El romance continuó en medio de la cuarentena. “No había hoteles, habían cerrado, yo vivía con mis padres y ella con sus hijos. Así que teníamos intimidad en mi auto particular. No nos quedaba otra opción”.
Al tiempo, los vecinos se dieron cuenta de que algo ocurría entre ellos. No les cayó bien. Ezequiel se ríe: “¡Me crucificaron! Un domingo a la noche la administradora del grupo de vecinos me vio con ella y me pidió que le contara qué pasaba y prometió que ella no iba a decir nada. Pero yo no hablé y empezó un cierto hostigamiento”.
Los meses iban pasando. En el auto y en total clandestinidad, la pasión que sentían se tornó cada vez más fuerte. “Terminamos haciendo el amor casi todas las noches”, revela Ezequiel quien reconoce que su noviazgo oficial con la chica más joven también seguía adelante. Él llevaba una doble vida.
“Con mi novia hacía mi vida normal. Con Jimena habíamos quedado que, como ella era una mujer más grande, íbamos a mantener esta relación a escondidas. Era un pacto. Pero yo sentía que me estaba enamorando. Teníamos mucha conexión, una gran complicidad, hablábamos hasta muy tarde por la noche. Había mucha más unión con ella que la que tenía con mi novia. Y a Jimena le pasaba algo muy parecido. ¡Era muchísima la conexión!”.
Las hijas mujeres de Jimena terminaron por descubrir la historia de su madre: “Un día la pescaron mirándome de una manera especial y sospecharon de esa amistad. Aunque ella negó e insistió en que solamente éramos amigos, no le creyeron una palabra”.
En noviembre de 2020 casi salta todo por los aires cuando Ezequiel chocó en Villa Lugano con su auto y terminó en el hospital. “Quedé inconsciente y me trasladaron en ambulancia. Me internaron. Tuve la suerte de que alguien le entregó mi teléfono a los médicos y ellos no se lo dieron a nadie de mi familia ni a mi novia. ¡Porque ahí estaban todos los chats que teníamos con Jimena a escondidas! Hubiese sido una bomba. Cuando recuperé la conciencia me lo devolvieron a mí”.
Se había salvado por partida doble.
El obstáculo de la mirada ajena
Curiosamente, cuando analizaba las cosas, lo que más le pesaba a Ezequiel era pensar lo que el resto podría decir de él por salir con alguien más grande.
“Era una carga para mí la mirada de los otros. El qué dirán. Estaba con una persona de mi edad, pero lo que quería realmente era estar con Jimena. Me pesaba lo que me inculcaron mis padres: el modelo de familia que debía formar donde las mujeres no deben ser jamás mayores que los hombres. Me agobiaba demasiado el tema”, explica, “Pensá que mis padres son de la vieja escuela. Con ideales y conceptos de su época. Mi mamá todavía no acepta que yo tenga una relación con una mujer más grande. Ella sostiene que si son más grandes, mandan. ¡Hasta el día de hoy, con 77 años, dice lo mismo! Mis hermanas piensan igual. ¿Mis amigos? Para ellos el hombre tiene que tener la misma edad o ser mayor que su pareja. Mis compañeros de trabajo pensaban que era una calentura, que ya se me iba a pasar”. Y recuerda una anécdota, de cuando estudiaba en la Escuela de la Policía, que le quedó grabada: " Un día un instructor de derecho de la policía conoció en el zoológico de Buenos Aires a una mujer que era mucho más grande que él. Se enganchó tanto que renunció a la fuerza, pidió la baja y se fue con ella a vivir al campo. Esa historia me impactó muchísimo. ¡Y ahora estoy en una parecida! Es bueno sentir que no soy el único al que le pasa algo así”.
El ultimátum: ella o yo
Las cosas mantuvieron ese statu quo durante tres años. Jimena lo llevó a su casa y sus hijos lo conocieron. Todo anduvo bien. “Sabían que yo tenía una novia joven y no sé qué pensarían del tema… Creo que veían a la madre contenta y, entonces, no decían nada”.
“Una de esas noches, después de estar juntos en un hotel, ella me sorprendió porque me dijo que yo tenía que elegir: Tu novia o yo. Tenés que decidir. Era la primera vez que me planteaba algo. Me explicó que quería una relación más seria, más libre y sin tener que esconderse. Era el mes de abril del 2023 y yo no me atreví a responderle nada. En realidad, no supe qué decir. No me animaba a dejar la otra relación. No contesté y desaparecí. Jimena, en su estado de WhatsApp, puso: El silencio otorga. Me di cuenta de que con esa frase me estaba diciendo todo lo que pensaba”.
Tres meses después, en julio, Ezequiel tomó fuerzas y la llamó. Le contó que había cortado con su novia. Que había elegido. Pero Jimena ya no quería saber nada. Tuvo que armarse de paciencia para quebrar esa desconfianza.
“Despacio logré que volviera a confiar en mí y que nos volviéramos a encontrar. ¡Yo ya había dejado a mi novia dos meses antes! Ahora no era un encuentro clandestino. Charlamos con total libertad y volvimos a salir. Hasta el día de hoy seguimos juntos. Yo vivo solo y, pese a todas las negativas de mi familia por la diferencia de edad, ya oficialicé la relación con mis padres. No me enojo con ellos porque entiendo que es gente grande y que tienen su mentalidad. Pero creo que, si la conocieran, Jimena tendría el carisma suficiente para conquistarlos. Te voy a decir algo gracioso… A veces pienso que lo mío con ella es como el amor que tenía el príncipe Carlos de Inglaterra por Camilla y que nadie podía creerlo. (Se ríe) En mi familia me ven como al presidente de Francia, Macron, y a su señora Brigitte quien le lleva como 24 años. Yo les digo que miren las fotos y vean lo felices que parecen. ¡A nosotros nos pasa lo mismo! Para mí ella es perfecta, es muy parecida a Nazarena Vélez, rubia y de ojos claros”.
Demasiadas mascotas
Ambos ya tienen hijos así que no tienen deudas en esa materia. Ezequiel reconoce que tampoco querría ser padre nuevamente: “Mi hija tiene 13 años y nunca se mete a opinar. Es tranquila. No la conoce todavía, pero sé que mi hija no sería ningún impedimento”.
Jimena y Ezequiel disfrutan de ver series españolas, de salir a comer a bodegones, de pasear por el Delta en catamarán y de tomar mate en el río. ¿Con qué sueñan? “Me gustaría viajar juntos. ¿Compartir casa? No me veo viviendo con Jimena, por ahora. Todavía están sus hijos y, además, ¡tiene siete gatos y dos perros! Está llena de mascotas y eso sí que es un impedimento para mí. ¡Los trata como a los hijos! No podría vivir con tanto animal dentro de la casa. ¡Hasta duerme con sus gatos! (se ríe) Te reconozco que estoy muy enamorado, pero hasta el amor tiene un límite. ¿Qué me gusta de ella? Me atraen su sensualidad, su dulzura, su refinamiento. La felicidad pasa por otro lado, no por los años que se tengan. Los prejuicios, ahora, me resbalan”.
Le consulto si el tema de la edad le preocupa a Jimena: “A veces ella se plantea que cuando tenga 60, yo tendré 47, y me dice: Vos vas a seguir siendo joven. Creo que sí, que le preocupa un poco, pero no dice mucho más. La conexión que tengo con ella no la tuve con nadie en mi vida. Nadie me entiende como Jimena. Por suerte el amor fue más fuerte y pude dejar de mentirme a mí mismo sobre lo que sentía por ella. La amo. Somos felices ciento por ciento. Por eso me dieron ganas de escribirles y contarles nuestra historia. Yo me vi reflejado cuando leí otras. ¡Con Jimena leemos juntos la sección de Amores Reales apenas sale!”
Ezequiel (38) y Jimena (51) se ven envejeciendo juntos y, quizá, cuando estén los dos jubilados, viviendo en medio del campo donde no haya más horizonte que el verde natural que crece con la lluvia.
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* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas