Las declaraciones secretas de los espías sobre el día que mataron a Nisman
Cuando Nisman denunció a Cristina Kirchner, la SIDE era un nido de agentes sin control. Ocho años después, ya ninguno de aquellos jefes de espías sostiene que se trató de un suicidio.
“Las cosas secretas nunca se conocen. Las cosas que hace la Mossad no las sabe nadie. Lo que hace la CIA no lo sabe nadie. Sabemos cómo se mueven los servicios secretos. Yo no creo en las brujas, pero que las hay… las hay”. Cristina Kirchner, en “El fiscal, la Presidenta y el espía” (Netflix, Cap. I).
-Fernando, vos que sabés de todo, ¿va a ir Nisman al Congreso o no?
La diputada Dulce Granados se preparaba para el café con las visitas, en su casa de Pinamar. Ese domingo 18 de enero de 2015 habían recibido allí con su marido -el ministro de Seguridad bonaerense, Alejandro Granados- a un grupo de amigos entre los que estaban el intendente de Florencio Varela, Julio Pereyra, Verónica Ojeda y su hijo, Dieguito Fernando Maradona (vecinos de Ezeiza, la patria grande de los Granados) y el director de Reunión Interior de la SIDE, Fernando Pocino.
Pocino era el destinatario de la pregunta, que respondió con generalidades.
A veces se sumaba al grupo Juan Carlos Paggi, el jefe de la Policía Bonaerense, que también tenía su casa de verano a pocas cuadras.
Pocino se pasó el día hablando por teléfono, y a la noche se fue a cenar con su mujer al restorán del hotel Playas, sobre la avenida Bunge. Pidieron sushi.
Mientras volvían caminando al apart hotel donde se alojaban, al lado del casino, justo enfrente de la Comisaría de Pinamar, Pocino recibió un llamado de un viejo compañero de la facultad de Derecho, el fiscal Carlos Stornelli. Serían las once de la noche.
-Me llamó Cristian Ritondo para preguntarme qué está pasando en lo de Nisman. ¿Vos sabés algo?
-Yo no fui. Estoy a 400 kilómetros, en la misma ciudad donde estás vos...
A Stornelli, que también veraneaba en Pinamar, lo sorprendió la respuesta.
Pocino apuró el paso por Bunge. En su cuarto de hotel prendió la TV.
“Vi lo que pasaba y lo llamé a Mena para ver si yo tenía que hacer algo, si me daban alguna indicación. Me fui a dormir y el lunes a las 6 de la mañana me volví a Buenos Aires”.
Lo hizo en apenas tres horas, en una camioneta Amarok gris plata conducida por su secretario, el espía D (por la Ley de Inteligencia, los agentes cuya identidad no haya trascendido públicamente serán mencionados en esta nota sólo con la inicial de su nombre de pila).
La declaración de Pocino es uno de los más de 60 testimonios que ex agentes de la SIDE vienen dando en la fiscalía especial que investiga la muerte de Nisman, a cargo de Eduardo Taiano.
Algunos hablan (y otros callan) sobre lo que hicieron aquel fin de semana del 16 al 18 de enero de 2015, cuando el país se conmocionó con la muerte del fiscal que acababa de denunciar a la Presidenta.
Durante los últimos tres meses, Clarín pudo reconstruir parte de los relatos de una decena de aquellos espías, que dibujan un escenario común: una Secretaría de Inteligencia con recelos internos, que estalló en caos a partir del 16 de diciembre de 2014, cuando Cristina Kirchner puso al frente a Oscar Parrilli y Juan Martín Mena.
Fue como patear un hormiguero.
Los jefes principales fueron desplazados, los agentes de carrera no sabían a quién responder y muchas “fuentes” y espías “inorgánicos” se quedaron sin referencias. Y sin control.
Menos de un mes después, en ese estado de cosas, el fiscal Alberto Nisman denunció al gobierno de Cristina por encubrir a los iraníes que volaron la AMIA. Al cuarto día -aquel domingo en que Pocino cenaba sushi en Pinamar-, el fiscal tenía un tiro en la cabeza.
Pocino era el único de los tres jefes importantes de la SIDE que había conseguido sobrevivir a la purga de Cristina. Los otros dos, Antonio “Jaime” Stiuso y Alberto Mazzino, habían sido desplazados por la nueva conducción.
El resto de las Direcciones Generales de la SIDE (Personal, Jurídica y Finanzas) cumplían un rol administrativo. Las importantes eran Operaciones, a cargo de Stiuso, Análisis (de Mazzino) y Reunión, en manos de Pocino.
Fernando Pocino es abogado. Había entrado a la SIDE en 1986 y fue designado en comisión al Congreso entre 1992 y 1999.
En el 94 volaron la AMIA y Pocino empezó a colaborar con el senador radical Raúl Galván en la comisión bicameral de seguimiento del atentado.
Allí conoció a Cristina Kirchner.
Años después, en 2003, Pocino aprovecharía aquellos contactos para encontrarse con los Kirchner por separado.
El 18 de abril fue a ver a Cristina a su departamento de Juncal y Uruguay para hacer lobby en favor de la SIDE.
Había escuchado, como sus compañeros, que los Kirchner -en ese momento, en plena campaña electoral- decían que les hacían seguimientos en Santa Cruz y hasta habían hablado de cerrar la casa de los espías, que los agentes suelen llamar “el organismo”.
Cristina estaba preocupada, además, porque la tarde anterior, en Catamarca, la habían recibido con un ataque a huevazos.
Acusaba al sindicalista catamarqueño Luis Barrionuevo, que en ese momento apoyaba a Carlos Menem. Se quejaba de que nadie la había advertido sobre el clima hostil.
Tres semanas después, en mayo, el aún candidato Néstor Kirchner visitaba a los presidentes Lula, en Brasil, y Ricardo Lagos, en Chile.
En este último destino se encontró con el delegado de Inteligencia de la embajada argentina en Santiago: Pocino, el mismo espía a la que Cristina le había contado sobre los huevazos.
Según el propio Pocino, fue el entonces vocero de Kirchner, Miguel Núñez, quien en aquel viaje le consiguió un encuentro a solas con Néstor.
El lobby de Pocino resultó.
Apenas Kirchner asumió como Presidente, Pocino volvió de Chile y se sumó como asesor de Mazzino en la estratégica Dirección de Análisis de la SIDE. Poco después fue nombrado Director de Reunión Interior.
En aquel 2003, Kirchner puso en la SIDE a Héctor Icazuriaga -fue su reemplazo como gobernador de Santa Cruz cuando él asumió la presidencia- y a Francisco “Paco” Larcher, y dejó en manos de éste el manejo real de la Secretaría.
Su idea de disolver el organismo se esfumó.
Doce años después, Pocino brindaría en el Año Nuevo del 2015 como el único hombre de confianza del kirchnerismo con trayectoria en la SIDE.
Icazuriaga, Larcher, Stiuso y Mazzino habían sido desplazados por la nueva conducción de Parrilli-Mena, y con ellos se fueron o se jubilaron decenas de otros jefes intermedios, que se quedaron sin referentes.
Según consignaba Horacio Verbitsky en Página 12 -elogiando una purga que consideraba “necesaria pero tardía”-, Parrilli y Mena echaron a 15 jefes sólo durante su primer día de gestión.
Cuando Nisman denunció a Cristina, Pocino fue quien centralizó las llamadas de 89 agentes de la SIDE que estuvieron "operativos" entre el viernes 16 y el domingo 18 de enero de 2015, el fin de semana en que el fiscal apareció muerto.
Por eso Pocino hablaba tanto aquella tarde de Pinamar, en la casa de Granados.
Ese día, el jefe de espías se comunicó 24 veces con el recientemente retirado Mazzino, 6 con el subjefe de la Bonaerense Hugo Matzkin, 4 con el jefe de Inteligencia del Ejército César Milani y 13 con Juan Martín Mena, el flamante subdirector de Inteligencia.
Todas las comunicaciones son únicamente del domingo, mientras los custodios de Nisman daban vueltas inútiles durante 11 horas antes de ubicar al fiscal, que ya estaba muerto en su departamento de Puerto Madero aunque aún no habían hallado su cadáver.
El kirchnerismo siempre dijo que las cientos de comunicaciones cruzadas entre todos los espías eran porque se habían robado un misil del Ejército, porque temían una pelea de barrabravas en Mar del Plata que perjudicara la candidatura presidencial de Daniel Scioli y porque el periodista Hernán Cappiello había publicado en La Nación que el nexo del gobierno con los iraníes que volaron la AMIA era un agente de la SIDE vinculado a La Cámpora.
Aunque algunos de los agentes que declaran estos días mantienen con tibieza alguna de esas hipótesis -“escuché algo de eso”, dicen-, otros aseguran no tener idea sobre aquellos asuntos. Es decir, no los convocaron a trabajar por ninguno de esos tres motivos.
¿Qué hacían agentes trabajando en el barrio cerrado de Lagomarsino y en Puerto Madero (donde en pocas horas hallarían a Nisman muerto), si el misil había sido robado en La Plata y los barras de Boca y River iban a cruzarse en Mar del Plata, por un partido de verano?
Aunque Pocino fue el elegido para seguir durante la gran purga de Cristina, ahora critica la gestión de Parrilli. Lo describe así: “Cuando vino la administración de Parrilli, no había gente suficiente para cubrir todos los lugares. Había un desconocimiento total de las funciones de inteligencia. Yo me iba a jubilar en junio de 2015, pero me pidieron que siguiera”.
Pocino siguió. Y ocupó muchos puestos en simultáneo.
También dice, sin que nadie le pregunte: “Me gustaría aclarar una cosa. Parece que yo era un espía cercano a Cristina Kirchner, pero la última vez que la vi fue hace más de 20 años”.
Se refiere a aquella tarde en Recoleta, después de los huevazos en Catamarca.
Sin embargo, Pocino mantuvo sus lazos con el kirchnerismo aún mucho tiempo después de jubilarse.
En 2020, casi 5 años después de haberse ido de la SIDE, llamó al actual viceministro de Justicia, Juan Mena, para advertirle sobre Juan Pablo Biondi, el vocero del recién asumido presidente Alberto Fernández.
-Tengan cuidado con ese tipo que hace operaciones-, le dijo, según su propio relato a la justicia.
Biondi -amigo personal de Alberto Fernández- sólo aguantó en su cargo 20 meses.
Antes de la primavera de 2021, Cristina lo hizo echar tras una carta pública donde decía que el vocero presidencial hacía… operaciones.
Ésa había sido la advertencia de Pocino.
En 2015, Pocino aprovechó la llegada de Parrilli para desplazar al jefe de Delegaciones provinciales y poner al frente del área a su asistente personal, el espía D.
Las delegaciones provinciales son los ojos de la SIDE en 14 puntos del interior del país, incluyendo las siempre controvertidas rutas del narcotráfico.
A pesar de su manejo casi discrecional de más de 20 divisiones que dependían sólo de él, Pocino admite sin vueltas: “Cuando vinieron Parrilli y Mena todo fue un descontrol. No se sabía quién era jefe de quién”.
La SIDE empezaba a girar sin brújula.
Los flujos de información quedaban tabicados entre agentes que funcionaban sin la intervención ni el control de otros.
Los que se iban se llevaban información. Los que quedaban, no compartían sus secretos con los recién llegados.
Pocino dice que su trabajo era obtener datos de “fuentes abiertas” -diarios, sitios de noticias- que luego se profundizaban con “fuentes humanas”. Éstas eran, según Pocino, “personas que estaban en determinada actividad y que por plata, por gusto o por placer cuentan cosas”.
¿Estaba Diego Lagomarsino, el particular empleado informático dueño del arma que mató a Nisman, en este grupo?
Los agentes declaran que ellos “buscaron” sus rastros dentro de la SIDE, tras el crimen de Nisman, y no los encontraron. Que no había nada de él en las planillas del organismo.
Pero también dicen que si alguien es “inorgánico” no deja más rastro que el de la relación personal con el agente para el que trabaja como fuente. Si este agente nunca lo blanquea, no habrá registros sobre él.
Lagomarsino fue identificado como posible agente de inteligencia por tres testigos en el expediente que investiga la muerte de Nisman.
Aunque llegó al fiscal a través de un amigo en común que era espía de la Inteligencia Aeronáutica -Carlos “Moro” Rodríguez, con quien iban a practicar tiro-, Lagomarsino siempre negó ser un espía.
Ahora está procesado por ser partícipe necesario en el crimen de Nisman.
Dice que él no sabe qué pasó después de haberle dejado su arma al fiscal, pero aún así sostiene que se trató de un autodisparo.
“Ante un problema yo doy la cara; otros se pegan un tiro”, desafió hace pocos días, por radio.
Para Pocino, “la actividad de inteligencia es muy informal. No se dan órdenes escritas. Es todo verbal. Yo tenía cuatro teléfonos y, como era muy obsesivo, no respetaba la vía jerárquica y hablaba directamente con la gente”.
Pocino trabajaba en el sexto piso de 25 de Mayo 11. Su oficina, ubicada en un rincón, tenía vista directa a la Casa Rosada. Allí no había horarios.
“La administración de Parrilli y Mena fue pésima y la falta de colaboración mía era notoria”, dice Pocino, para reforzar la idea de que, si alguien estuvo armando algo contra Nisman, él no tuvo nada que ver.
Según Pocino, cuando Nisman apareció muerto él debía haber estado en Brasil, donde tenía pasajes para irse de vacaciones del 7 al 30 de enero.
“Cuando llegó la nueva gestión, Mena me cortó las vacaciones. Tuve que pedirle que hablara con (Mariano) Recalde, que estaba en Aerolíneas, para que me ayudaran a cambiar los pasajes”.
A Brasil sólo pudo irse después del 20 de enero. Nisman ya estaba muerto.
Cuando Stiuso se fue del organismo, Pocino no lo vio ni le habló más.
Con Mazzino siguieron hablando por la situación de los que se quedaron y “la estaban pasando mal” con la nueva gestión de Parrilli y Mena.
“En la época de Larcher, él me daba las directivas. En la época de Mena, él pedía lo más normal. Y Parrilli lo más anormal. Por ejemplo, que fuésemos a la fiscalía de Fein a ver si Stiuso iba o no a declarar. Esto me lo pidió Parrilli en forma directa y no fue por escrito. No era un objetivo normal de inteligencia. Yo cumplí la orden, pero era una pavada. No le aportaba nada a Parrilli, pero él alardeaba con eso”.
El “alarde” de Parrilli -quizá, ante Cristina Kirchner- era ilegal.
No se puede espiar a una fiscal mientras trabaja, salvo por una orden judicial que en este caso no existía.
Cuando supo que la SIDE había mandado a vigilar la fiscalía que investigaba la muerte de Nisman -un dato revelado por Clarín en marzo de 2022- Stiuso se presentó a declarar y contradijo a Pocino.
Para él, la medida se tomó para informar a la Presidenta qué pasaba con la investigación.
Dice Stiuso: “Apareció información de gente que merodeaba a la fiscal Fein y decían que el motivo era yo. Es una excusa estúpida, una tomada de pelo. Cada vez que me llamaron yo vine. Tienen que buscar otra excusa para explicar por qué estaban ahí. Era para controlar todo. Estaban haciendo inteligencia sobre la fiscalía…”.
Pocino repite que fue Parrilli quien le mandó a vigilar la fiscalía de Fein y dice que al menos lo hicieron cuatro agentes diferentes: “El Oso, El Gato, otro que le decíamos Fracaso y alguno más que en este momento no recuerdo”.
Stiuso estaba en Punta del Este cuando vio que Nisman denunciaba a Cristina y su gobierno.
El sábado en que Lagomarsino dijo que le llevaba un arma a Nisman, él ya había vuelto y se fue a comer un asado a Pilar, a la casa del operador judicial del kirchnerismo Javier Fernández, de quien Stiuso era amigo.
Según Stiuso, “cuando ocurrió la muerte de Nisman hubo campañas para tapar el hecho. Después fueron dirigiendo todo a un grupo de llamadas mías y de Mazzino. Después de un tiempo salió a la luz que había otro tipo de llamados (se refiere a los de Pocino, Mena y Milani)... Eso pretendieron taparlo”.
“El gobierno de Cristina Kirchner iba tapando o tratando de dirigir la investigación de la fiscal. Mientras tanto, desarrollaba una tarea para ir logrando el objetivo final, que era parar la investigación de la AMIA. A Nisman lo mataron por su trabajo y su trabajo no era solamente la denuncia contra el gobierno de Cristina sino, sobre todo, la investigación del atentado".
Sigue Stiuso: "Embarraban la muerte de Alberto en función de eso. Acá el problema era la AMIA: incluso muerto lo acusaban a Nisman de no haber hecho nada… Todo una farsa. El resultado de esto es que la causa AMIA hoy está parada”.
El director de Análisis de la SIDE, Alberto Mazzino, tenía un trato cotidiano con Nisman.
La familiaridad era tal que, como ambos se llamaban Alberto, Mazzino tenía al fiscal en su celular agendado como “Tocayo”.
Mazzino revela que la mayoría de los encuentros de Nisman con Stiuso eran en la oficina de Terrorismo que la SIDE tenía en el Pasaje Barolo.
Esa oficina, en el histórico edificio de Avenida de Mayo -hasta los años 30 fue el más alto de la ciudad- dependía de la Dirección que manejaba Stiuso.
Mazzino sabía, o al menos se imaginaba, que Nisman estaba preparando algo contra el Gobierno de Cristina. “A veces hablábamos y me decía: Mirá cómo se está enterrando el Gordo D’Elía”.
“Algunas de esas escuchas, Jaime me las enviaba para que yo supiera y a la vez informara de la novedad a las autoridades”, dice Mazzino.
Y asegura que él le daba copia de las transcripciones de las escuchas al entonces subsecretario de la SIDE, Francisco Larcher.
“La Secretaría no es una banda de amigos que anda por la vida haciendo tropelías. Hay un poder político. Si yo hago un trabajo, eso se informa para que los funcionarios del organismo lo trasladen a la Casa Rosada…”.
Según Mazzino, informaba del contenido de las escuchas que le llegaban a Nisman sobre el Pacto con Irán a Larcher “telefónicamente, entre las novedades del día. Y Larcher debía reportárselo a la Presidenta”.
Mazzino recuerda que, antes de hablar con Larcher, hacía anotaciones en papeles autoadhesivos de colores, que utilizaba como ayudamemoria.
Esos papelitos eran destruidos de inmediato apenas terminaba la conversación.
Si Larcher sabía o sospechaba que Nisman investigaba al Gobierno por encubrir a los iraníes que volaron la AMIA, Cristina debía saberlo.
Esa pudo ser la razón por la que mandó a Parrilli a intervenir la SIDE con el objetivo principal de echar a Larcher, Stiuso y Mazzino -todos los que sabían de las escuchas comprometedoras contra el Gobierno- y, enseguida, de ordenarle a la procuradora Gils Carbó que sacara a Nisman de la UFI AMIA.
El miércoles 14 de enero, Mazzino se enteró de la denuncia de Nisman contra Cristina leyendo un sitio de noticias por internet. Al día siguiente hablaron.
-Qué quilombo que armaste, Tocayo…
-Lo tenía que hacer sí o sí… De adentro de la Procuración me decían que me sacaban de la UFI AMIA-, le contestó Nisman.
En fuentes de la justicia federal aún piensan que Cristina tenía la decisión tomada, pero no alcanzó a apartar a Nisman porque antes debía comunicárselo a las autoridades de la comunidad judía y a fin de año se fracturó un tobillo en Santa Cruz.
Cuando volvió a Olivos, debió hacer reposo por la pierna lastimada y suspendió varias reuniones.En ese lapso, Nisman volvió de España y la denunció.
“Yo lo noté totalmente normal a Nisman. Ni deprimido, ni nada”, dice Mazzino.
Cuando Nisman apareció muerto, Mazzino se vio con Stiuso en un café. Le dijo su sensación del momento, en caliente.
-Yo no sé qué pasó, realmente. Lo que te puedo decir es que no estaba deprimido. Y no creo que lo que pasó sea la conducta de un suicida…
-¿Por qué, cuando llegaron las nuevas autoridades, usted, Stiuso y Larcher fueron desplazados de la SIDE y Pocino siguió en funciones?-, le preguntaron cuando declaró.
-Venían por un sector de la Secretaría, que eran Jaime Stiuso y sus allegados. Pocino tenía buena relación con el gobierno y decidió quedarse…
–¿Y por qué cree que el Gobierno iba por ese sector de la Secretaría?
-La relación con el sector de Stiuso se empezó a deteriorar por el acuerdo con Irán y el detonante fue un reportaje que le dio Jaime a la revista Noticias, en diciembre de 2014. Larcher fue citado a Olivos y cuando volvió me dijo: “La Presidenta me pidió la renuncia”.
En ese reportaje, que salió el 13 de diciembre de 2014, Stiuso se hizo visible. El Gobierno de Cristina lo leyó como una amenaza.
Mazzino cree que Stiuso aceptó hablar porque le habían amenazado a una de sus hijas y venía de un mal trago que nunca pudo digerir: meses antes, un grupo de élite de la Bonaerense había entrado a los tiros a la casa del agente de la SIDE Pedro “El Lauchón” Viale y lo asesinó a balazos.
El Lauchón era el hombre de confianza de Stiuso.
El episodio nunca quedó claro. Cerca de Stiuso interpretaron que era un golpe de un sector de la Bonaerense contra él.
Según aquellas especulaciones, ese sector habría respondido al comisario Hugo Matzkin, entonces subjefe de la Bonaerense y principal candidato a dirigir la SIDE si Scioli era elegido presidente a fines de 2015. Del lado de Matzkin negaron todo.
Para Stiuso, en aquel momento “la inteligencia ilegal no era sólo una parte de la SIDE. Era gente del Ejército, de la Bonaerense… Y había gente trabajando en negro. Por ejemplo, gente en comisión de la Policía Bonaerense en la SIDE sobre la que no sabíamos ni el secretario, ni el subsecretario ni yo”.
Stiuso dice que en otras áreas de la SIDE (presuntamente se refiere al área de Pocino) había gente trabajando “sin declarar”. Esto es más grave todavía que los agentes "inorgánicos".
Son “espías” casi particulares, reportando a jefes en las sombras sin que lo sepan los directores institucionales. Descontrol puro.
“Milani estaba a cargo del sistema de inteligencia paralelo del Ejército y respondía directamente a la Presidenta y a Carlos Zannini”, asegura Stiuso.
Tras la muerte de Nisman, Stiuso confirma que hubo un café con Mazzino: “Dábamos por cierto que Alberto no podía suicidarse. Primero porque las pruebas dicen que el viernes ya andaba viendo los próximos pasos a seguir… y además lo conocíamos. A él le gustaba todo eso”.
Y revela que también se reunió con su ex jefe Larcher: “Con Larcher nos encontramos al día siguiente de lo de Alberto y hablamos de lo que había pasado. Larcher opinaba que alguien se había mandado una cagada”.
Pocino dice que, también al día siguiente, pensó que se trataba de un suicidio. Pero ahora aclara: “Es al día de hoy que no sé qué pasó”.
Es notable, pero ocho años después de la muerte de Nisman ninguno de los cuatro grandes jefes operativos de la SIDE de aquel momento asegura hoy que el fiscal se suicidó.
Ni Larcher, ni Mazzino, ni Stiuso, ni Pocino.
En las declaraciones de los espías surge que, además del enigma de tantas llamadas cruzadas, al menos tres agentes de Pocino tuvieron una extraña actividad aquel fin de semana.
hombre identificado como H trabajó de guardia haciendo informes de prensa desde el mismo barrio cerrado donde vivía Lagomarsino.
Dijo que vivía allí desde hacía un tiempo porque se había mudado para acompañar a su mamá.
De los más de 20 agentes que dependían de la jefa del departamento de Investigaciones que lo controlaba -la agente G-, justo él tuvo 38 comunicaciones el domingo en que hallaron muerto a Nisman.
Justo el agente que era vecino del hombre que llevó el arma asesina a la escena del crimen.
Para dar un informe de prensa de rutina, un domingo lluvioso de enero, ¿hace falta hablar 38 veces con distintos teléfonos?
Veintisiete de esas comunicaciones fueron desde el mismo barrio de Lagomarsino.
Una de ellas, por la tarde, tuvo como destinatario a alguien que las antenas ubican en Puerto Madero, donde vivía el fiscal.
Otra vez: Nisman llevaba unas horas asesinado en el baño de su departamento pero recién lo hallarían por la noche.
La última comunicación de H fue apenas diez minutos antes de que el cerrajero entrara al departamento de Nisman tras comprobar que, contrariamente a lo que el Gobierno de Cristina trató de instalar desde el principio, no estaba cerrado del lado de adentro.
Otro fue el agente E, que hacía tareas informáticas en la SIDE (igual que Lagomarsino para Nisman) y ese día aparece en el Starbucks de Puerto Madero.
Este espía dice que fue allí a tomar algo con amigos y hasta recuerda, ocho años después, con qué tarjeta pagó la cuenta.
Sin embargo, recibió un llamado de su jefa de la SIDE -la misma agente G a la que reportaba el vecino de Lagomarsino- pero no recuerda para qué lo llamó ni lo que hablaron.
Muy cerca de allí, en las torres Le Parc, el celular de Nisman sería hallado vacío por un sistema de borrado seguro que nadie que no sepa de informática tendría la menor idea de cómo ejecutar.
Según Lagomarsino, Nisman no sabía de informática. Como la mayoría de la gente, era un usuario común.
Este agente E, además, dijo haber visitado en su casa “alguna vez” al espía H en el mismo barrio cerrado de Lagomarsino.
Aunque se trata de un barrio cerrado chico y con zonas comunes donde todo el mundo se cruza -como la pileta y el bar interno-, el espía E y el agente H aseguran no conocer a Lagomarsino. Ni éste a los espías.
El tercer espía de Pocino que estuvo en Puerto Madero ese fin de semana fue el abogado de la SIDE que compartía estudio jurídico con los dirigentes ultra K Juan Mena (en ese momento, además, su jefe en el organismo) y Víctor Hortel, el ex funcionario que fundó en las cárceles la agrupación de presos K Vatayón Militante.
Se llama Guillermo Alberdi (su nombre lo publicó Página 12 tras una primicia de Clarín) y es el agente que defiende a Allan Bogado, el único espía acusado en la denuncia original de Nisman por el Pacto con Irán.
Este caso aún espera un fallo de Casación para ver si Cristina debe ser o no juzgada por el hecho.
Este abogado dijo que aquel fin de semana justo estuvo en Puerto Madero porque fue a jugar al tenis a uno de los complejos de ese barrio.
Stiuso lo define como “uno de esos abogados que aparecen defendiendo todas las causas del Instituto Patria”.
Este espía-abogado, además, cultivaba vínculos con la Iglesia a través del obispo de Mercedes-Luján, Agustín Radrizzani.
Según Alberdi, en esos días hablaba mucho con el obispo Radrizzani porque su jefe Pocino le había dicho que quería ir a ver al Papa Francisco a Roma.
En ese esquema, Cristina tenía sus propias fuentes independientes insertadas en la SIDE por vías inorgánicas.
Milani le informaba algunas cosas a través de un hombre suyo que “colaboraba” con la base de operaciones del organismo en Palermo, según confirmó la jefa de ese departamento -la agente F- que trabajaba, también, a las órdenes de Pocino.
Este agente inorgánico de Milani era un suboficial retirado de Inteligencia del Ejército a quien todos llamaban El Verde.
Pocino y Stiuso lo reconocen y dan fe en sus testimonios de que “era un hombre de Milani” que no pertenecía a la SIDE, aunque trabajaba con ellos.
Cristina pudo saber por las escuchas acerca de la denuncia que preparaba Nisman contra su Gobierno, pero desconfiaba sobre si Stiuso podía haberle dado al fiscal otras cosas que no le hubiera pasado a Mazzino ni a Larcher.
O si Nisman podría haber conseguido pruebas sobre las maniobras para encubrir a los iraníes por otras fuentes.
Cuando Nisman es asesinado, el gobierno estaba desesperado para averiguar qué tenía realmente el fiscal, además de las generalidades que con énfasis había expresado en TN el miércoles 14 de enero a la noche, día en que presentó la denuncia con la promesa de llevar las pruebas al lunes siguiente.
En ese estado de nervios, desinformación y caos, pasan dos cosas antes de que llegue el lunes.
La primera ocurre el sábado, cuando se incendia el depósito de la Casa Rosada donde estaban los cables que alimentaban el sistema de registros de ingresos y egresos al edificio de los años en que se negoció el Pacto con Irán.
Ese extraño incidente borró el rastro acerca de quiénes pudieron haber ido a ver a Cristina Kirchner durante aquel período en que justamente se basaba la denuncia de Nisman.
El sistema de registros estaba a cargo de la empresa NEC, cuyo director en la Argentina era Carlos Martinángeli, amigo personal de Aníbal Fernández, compañero de veraneo en Cariló y colega en la comisión directiva del club Quilmes.
Aníbal era el secretario general de la Presidencia cuando se incendiaron aquellos cables. Y máximo responsable de la seguridad en la Rosada.
Aunque un puñado de bomberos terminó en la guardia del Churruca por inhalación de humo, la Casa Rosada nunca denunció el episodio del incendio a la justicia.
Aníbal Fernández mintió dos veces sobre eso: una, cuando dijo que el hecho había ocurrido en febrero en lugar del fin de semana de enero en que mataron a Nisman.
La segunda, cuando dijo que la información de los servidores estaba resguardada.
Mientras Aníbal Fernández explicaba esto, ya hacía 40 días que el área de Seguridad de la Casa Rosada, que dependía de él mismo, le había indicado a la empresa NEC que no intentara recuperar los registros de visitas que habían desaparecido en los discos dañados.
Esa información sigue perdida hasta hoy.