Vendía rosquitas en la calle, golpeó la puerta justa y pudo comprar los regalos de Navidad para sus hermanos

Antonella era vendedora ambulante y trabajaba más de doce horas todos los días. El sueño que pudo cumplir y la historia para lograrlo.
  •   Antonella, su mamá y sus hermanos. Vendía rosquitas en la calle y con su primer trabajo formal pudo comprarles regalos de Navidad a todos. Foto: Juano Tesone   Antonella, su mamá y sus hermanos. Vendía rosquitas en la calle y con su primer trabajo formal pudo comprarles regalos de Navidad a todos. Foto: Juano Tesone
  •   Antonella vendía rosquitas en la calle y con su primer trabajo formal pudo comprarles regalos de Navidad a todos. Foto: Juano Tesone   Antonella vendía rosquitas en la calle y con su primer trabajo formal pudo comprarles regalos de Navidad a todos. Foto: Juano Tesone

Antonella Medina tenía 17 años cuando decidió comenzar a vender rosquitas en las distintas plazas porteñas. Además de ir a la facultad y terminar su secundario, buscaba ayudar económicamente a su mamá, que era el único sostén de la familia para ella y sus tres hermanos. “Veía esa situación y tenía la gran necesidad de trabajar”, dice. Después de mucho intentar, la oportunidad le llegó y gracias a su primer trabajo formal pudo comprar los regalos de Navidad en su casa.

En un enero caluroso de 2020, Antonella salió a vender. Sus días empezaban a las 7 y terminaban, con suerte, después de las 8 de la noche. “Mi meta era que hasta no tener todo vendido, no volvía a mi casa”, recuerda. Pasaron los meses y, al igual que todo el país, la sorprendió la pandemia. Con su taper en mano y el tapabocas puesto, recorría las distintas plazas de la Ciudad: Parque Centenario, Parque Chacabuco y ciertas zonas del barrio Ilia, en Nueva Pompeya.

“En ese momento, estaba empezando quinto año de la secundaria y también a mitad de año empecé UBA XXI para la carrera de Administración de Empresas. Hacía esas tres cosas al mismo tiempo. De la facultad, con la modalidad online, llegué a adelantar tres materias”, dice en diálogo con Clarín.

“En la cuarentena hacía muchos pedidos por WhatsApp. En la semana me manejaba más con pedidos y los sábados caminaba por los parques cuando ya se podía salir. Iba a las plazas, sobre todo, porque era al aire libre. Llevaba mi tapercito de rosquitas y bolas de fraile”, agrega.

Las rosquitas en la familia Medina eran la merienda tradicional cuando iban a visitar a los abuelos.

“Siempre estaban presentes en la mesa”, dice la joven, de 20 años. Era algo que solía cocinar su mamá, pero un día la curiosidad la invadió y decidió probarse a ella misma. “Yo no sabía cocinar, entonces agarré Google y me quedaron muy ricas. No lo podía creer. Entonces, a medida que lo iba haciendo mi mamá me tiró la idea de empezar a vender”, recuerda.

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Para su primera vez en la calle le sirvieron los recuerdos de su abuelo. “El tenía un quiosco en su casa y yo lo ayudaba, porque él tiene problemas en una pierna y le cuesta levantarse. Eso fue cuando estaba en primaria. Después me di cuenta de que venía entrenando desde ese momento. Me sirvió mucho”, dice, y se sonríe por el recuerdo.

Con el paso del tiempo, el taper se convirtió en un gran canasto de mimbre repleto de porciones de torta, berlinesas y rosquitas. Y para ella el objetivo siempre fue el mismo. Superarse y estudiar para ayudar a su mamá, Jaqueline.

Hasta que Antonella comenzó a vender rosquitas, Jaqueline era el único ingreso en un hogar en el que con ellas dos conviven Iara (15), Maximiliano (4) y Michelle (1). “Mi propósito era ayudar en mi casa, poder comprarme mis cosas para estudiar, pagar mis gastos. No quería ser un peso más para mi mamá, porque nosotros somos cuatro hermanos y ella era la única que trabajaba en la casa”, explica.

La oportunidad

“Lo que son las casualidades de la vida”, dice Antonella. Se refiere al momento en el que decidió buscar un trabajo formal. Primero se anotó para ser censista en 2022. Mientras iba golpeando puertas y tocando timbres, se encontró con otra chica que participaba del operativo. En la charla, Antonella le contó las rosquitas y sus ganas de tener un empleo formal para ayudar en su casa.
“Ella me empezó a hablar de una fundación que ayuda a conseguir el primer empleo y que da muchas herramientas laborales”, explica. Se trata de Empujar, que brinda capacitaciones gratuitas a jóvenes de contextos socioeconómicos vulnerables para que puedan acceder a un empleo formal. Tiene 17 sedes en distintos puntos del país.

Antonella se anotó y una vez que terminó empezó a distribuir su currículum. "Hice prácticas en una empresa pero no quedé fija. Y de pronto me llamaron de mi trabajo actual para hacerme una entrevista", recuerda y agrega: “Después supe que enviaron mi CV desde la fundación. Se los voy a agradecer siempre, porque quedé fija y además, la propuesta está relacionada con lo que estudio”.

No dudó qué hacer con su primer sueldo. Ella prefiere decir que lo “invirtió”. “Le compré ropa para Navidad a mis hermanitos, platos para mi casa y algunas cositas para las Fiestas. Todas cosas que realmente se necesitaban en mi casa. Todos somos uno, no es solo mi plata, es la plata de todos y la voy a disfrutar con ellos y mis amigos”, se emociona.
 

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