Las últimas horas del acorazado Graf Spee, la furia de Hitler con su capitán y su trágico final en Buenos Aires
El 17 de diciembre de 1939 -también domingo-, con su barco averiado, el capitán Hans Langsdorff, rodeado por buques británicos que bloqueaban el puerto de Montevideo luego de la batalla del Río de la Plata, tomó una decisión contraria a los deseos del Führer. La llegada al puerto de Buenos Aires. Los informes secretos británicos. Y la carta póstuma del marino alemán
En los muelles del puerto de Montevideo observaban la partida del navío de guerra alemán varios embajadores extranjeros, cónsules diplomáticos y cientos de ciudadanos uruguayos. Con un cielo claro, a las 18.30 del domingo 17 de diciembre de 1939, el “Admiral Graf Spee” levó anclas con su pabellón de guerra, salió de Montevideo y navegó hacia el Pontón de la Recalada. A las 20 seis explosiones y otras detonaciones envolvieron con fuego el barco y tras despedir trozos de hierro comenzó a hundirse.
De esta manera llegaba a su final la vida del panzerschiff (acorazado de bolsillo) “Admiral Graf Spee”, orgullo de la armada alemana, incorporado el 9 de abril de 1937 a la flota de guerra como barco insignia en la Revista Naval de Kiel. Luego de 4 días de infructuosas negociaciones con el gobierno uruguayo, el capitán de navío Hans Langsdorff informó a Berlín que no tenía otra solución que dinamitar el buque. Pocos conocen que el viernes 15 llegaron al puerto de Montevideo tres oficiales de la Armada Argentina “en cumplimiento de la comisión reservada” que les había dado el director de la Escuela de Guerra Naval, Capitán de Navío Héctor Vernengo Lima. Ellos eran los Capitanes de Fragata Juan María Carranza, Oscar G. Ardiles y Walter A. von Rentzell. El informe dice: “A las 11.45 del sábado 16 de diciembre llegó al muelle el comandante del Acorazado Alemán que estaba en tierra, acompañado por el Embajador (Otto Langmann) y el Agregado Naval en nuestro país (Capitán Dietrich Niebuhr) y con ellos nos embarcamos en la lancha del comandante que nos trasladó a bordo. El Agregado Naval Alemán nos presentó al comandante (Langsdorff) como a tres capitanes argentinos amigos personales de él y en cuya discreción podían tener absoluta confianza.” Langsdorff habló “detenidamente con nosotros, dirigiéndose al Capitán von Rentzell en alemán dijo que el buque no tenía ninguna avería que afectara su poder combativo y que solamente requería las reparaciones necesarias para poder habilitar las cocinas, panadería, lanchas y orificios en el casco”.
A la una de la tarde del 16 de diciembre el almirante Erich Raeder, comandante en jefe de la Kriegsmarine, la marina alemana, llegó a la cancillería del Führer con el último mensaje telegráfico del jefe del Graf Spee, en el que decía que la “situación militar en las aguas ante Montevideo, además de cruceros y destructores, también están el HMS Ark Royal y el HMS Renown. Cerrado bloqueo por la noche. No hay posibilidades de salir a mar abierto o de llegar a la base; propongo avanzar hasta el límite de aguas neutrales. Si es posible luchar hasta alcanzar Buenos Aires, empleando la munición que nos queda, se intentará. En caso de que el intento de pasar el bloqueo comporte ineludiblemente la destrucción del Graf Spee, sin posibilidad de causar daño al enemigo, solicito se dicte decisión acerca de la posibilidad de hundir el buque a pesar de la insuficiente profundidad de las aguas. ¿Estuario del Plata? ¿O internamiento?; ruego decisión por radio.” Frente a este texto el almirantazgo alemán preparo un borrador que fue aprobado por Hitler, en que se ordenaba “permanecer en Montevideo todo el tiempo que la autoridades uruguayas lo permitan; el intento a Buenos Aires sería aprobado, el internamiento en el Uruguay no.” Por su parte, Winston Churchill cuenta en sus memorias que, durante una reunión de Hitler con Raeder y el general Alfred Jodl, se le instruyó a Langsdorff que “trate de que el barco quede totalmente destruido si lo echa a pique.”
En su diario personal, el ingeniero de máquinas Hans Götz escribió que a través de la radio el Graf Spee mantuvo comunicación con Berlín y se le dio la orden de no permitir la internación del barco y si no había otra salida destruir el barco. Anotó también una frase de Capitán de Navío Langsdorff a los miembros de su tripulación: “No permitiré que seamos despedazados a tiros en el mar, por una fuerza de superioridad abrumadora. Para mí un millar de hombres vivos es mejor que un millar de héroes muertos.” Con el paso de las horas “el mercante alemán Tacoma, que estaba en la bahía, cambió su posición en la noche y se colocó entre nosotros y la tierra firme para hacer más difícil la observación”. Mientras unos preparaban al barco para su destino final, otros miembros de la tripulación, subrepticiamente, en pequeños grupos, se iban trasladando al Tacoma (alrededor de 900) y quedaron a bordo los necesarios para sacarlo del puerto de Montevideo y volarlo (con espoletas de tiempo y circuitos que se conectaban con los torpedos y otros medios y mecanismos), que luego se desplazarían en los mismos lanchones del acorazado hacia el Tacoma. También bajaron marinos que se encontraban heridos y fueron llevados al Hospital Militar.
El Tacoma llegó a un punto acordado con Langsdorff en el Río de la Plata y transfirió a los tripulantes a los remolcadores “Coloso” (en el que viajaba Langsdorff) y Gigante” (conducido por el Capitán Höp Fener, segundo oficial del Graf Spee) y la chata “Chiriguana”. En el momento de abordar los barcos, el patrullero uruguayo “Zapicán” intentó ejercer una suerte de control (no impedir) y Langsdorff dijo que el gobierno uruguayo le había ordenado salir del puerto de Montevideo y que ahora solo intentaba trasladar la tripulación a Buenos Aires. Que había respetado la neutralidad uruguaya al hundir el acorazado una milla afuera del límite territorial. Por lo tanto no podía ni debía ser interferido.
En las actas de la Prefectura Naval Argentina figura cómo se organizó el rescate “de unos mil náufragos” desde la Embajada de Alemania, bajo instrucciones del Agregado Naval, Capitán (Dietrich) Niebuhr y el señor Muller. En la mañana del lunes 18, el Gabinete Nacional de la Argentina decidió que la tripulación debía ser internada y que los gastos que demandaría la operación debían ser sufragados por el gobierno alemán (Decreto 58.556, fechado el 19 de diciembre de 1939). Los tres barcos contratados en Delfino Hnos. llegaron al puerto de Buenos Aires el 18 de diciembre después del mediodía. Eran 1055 marinos. Una vez desembarcados, los tripulantes fueron separados. Los suboficiales y marineros quedaron en el Hotel de Inmigrantes y los oficiales fueron alojados en dependencias del ex Arsenal de la Marina en la zona de Retiro.
A las 2,45 de la madrugada del 19 de diciembre, el embajador británico Eugen Millington- Drake envió a Londres el cable cifrado N° 175 –con pedido de reenvío a Buenos Aires, Río de Janeiro, Santiago y Lima—informando: “Visité al Ministro de Relaciones Exteriores hoy a la una de la mañana para expresar mi aprecio personal al Dr. Alberto Guani por su cortesía hacia mí por su amistoso espíritu con que atendió varios de mis requerimientos, inclusive dando pronto despacho a varios de ellos.” A su vez, el Agregado Naval de Inglaterra en la Argentina y “concurrente” en Uruguay afirma en el punto 4º que “acabo de informar a Buenos Aires que los tripulantes del Graf Spee pasaron del “Tacoma” a lanchones pertenecientes a la empresa naviera Delifino y se sospecha que desembarcarán en Buenos Aires clandestinamente. Por evidencias concretas, todos los procedimientos fueron arreglados entre las autoridades argentinas y uruguayas […] La pregunta es, ¿son estos hombres susceptibles de internamiento en el extranjero?”
En Berlín, mientras tanto, Hitler cuando se enteró de las noticias de la voladura del Admiral Graf Spee tuvo un ataque de furia. Él esperaba un acto supremo, como ordenaría durante la guerra “hasta la última gota de sangre”. Habló del daño que había inferido el “Kapitän zur See” (capitán de navío) a la imagen militar de Alemania. Contrariamente, el Almirante Raeder opinaría en su libro “La lucha por el Mar” que el Capitán Langsdorff llegó, en verdad, a la conclusión de que no había esperanza de abrirse hacia el mar abierto o inferir algún daño considerable a las fuerzas del enemigo” y “había un peligro de que en las aguas poco profundas del Río de la Plata no se pudiera hundir, en cuyo caso era posible que cayera en manos enemigas con todo su equipo. Aunque yo había tratado en extenso la difícil e inesperada situación del buque con Hitler, él estaba muy descontento con los resultados y expresó su desaprobación por la decisión del Capitán.”
Durante casi toda la jornada del martes 19 de diciembre de 1939, las autoridades migratorias argentinas procedieron a registrar los nombres, apellidos y rangos de cada uno de los tripulantes del “Admiral Graf Spee”. También se les practicaron exámenes médicos. Habían llevado casi cuatro meses operando en alta mar y tras los acontecimientos de la última semana se encontraban exhaustos. La tarea de inscribirlos fue lenta por razones de idioma y desconocimiento de parte de las autoridades de los rangos navales de la Kriegsmarine. “Enseguida, funcionarios argentinos nos fueron entregando nuestros correspondientes pasaportes. Supimos que el gobierno argentino nos había internado de acuerdo con la Convención de La Haya”, contaron los marinos Gerhard Harmuth y Georg Schwalbe en su libro “El Graf Spee en el mar. De Kiel a Punta del Este”. Cuando caía el sol, el Capitán de Navío Langsdorff, con su uniforme de gala, acompañado por su Estado Mayor, hizo formar a su alrededor a la tripulación en el patio del Hotel de los Inmigrantes. Quería dirigirles unas palabras. No existía un lugar espacioso como para dirigirse a todos al mismo tiempo, y tampoco encontraron un megáfono (por razones de seguridad), así que la operación se repitió cuatro veces. “Hace unos días—dijo—fue vuestro triste deber, tributar los últimos honores a vuestros camaradas muertos. Quizás tengan que llevar a cabo una tarea similar en un futuro próximo.” Cuando Langsdorff salió hacia la calle empedrada que pasaba frente al Hotel de los Inmigrantes, los corresponsales de prensa extranjeros y argentinos se le abalanzaron para tomarle una declaración. Sólo atinó a decir: “Esta noche no tengo novedades para ustedes, pero quizás por la mañana haya una importante.”
Luego, antes de concurrir a una cena, se dirigió a su alojamiento en el Taller de la Marina en Dársena Norte. No se sabe cómo, ni cuándo, convino el encuentro, pero lo cierto es que a los pocos minutos de estar en su habitación escuchó que golpeaban a su puerta. Langsdorff la abrió y apareció el Capitán de Fragata Eduardo A. Aumann. Tras el diálogo a solas, Aumann realizó un informe para el capitán de navío Héctor Vernengo Lima. “Las manifestaciones que me hiciera espontáneamente el extinto Capitán de Navío Hans Langsdorff, en el transcurso de la conversación privada que sostuve con él, pocas horas antes de su muerte, en el alojamiento del Taller de Marina de la Dársena Norte”, marca el comienzo de su relato escrito de seis carillas.
“Me dijo el ex comandante del ‘Admiral Graf Spee’ que su misión consistía exclusivamente en hacer la guerra al comercio y que era su propósito atacar el tráfico del Río de la Plata y que, con ese fin, pretendía destruir, por lo menos dos buques mercantes enemigos sabiendo que correría el riesgo de hallarse con un crucero inglés, pero que semejante enemigo no le preocupaba mayormente pues abrigaba la certeza de poder dar cuenta de él sin mayor dificultad. Pero al amanecer del 13 de Diciembre tuvo la ingrata sorpresa de tener que habérselas con tres buques enemigos simultáneamente, de los cuales uno fue individualizado como del tipo Exeter, mientras los otros dos le parecieron ser destructores hasta que, transcurrido cierto tiempo, fueron reconocidos como cruceros; eran el Ajax y el Achilles […] “Expresó Langsdorff que hubo un momento en que las circunstancias le impusieron la obligación de adoptar una decisión de trascendencia y que consistía en la necesidad de elegir entre los puertos de Río Grande do Sul, Montevideo o Puerto Belgrano, para entrar. Dijo que Río Grande lo descartó de inmediato por razones obvias y que se resolvió por Montevideo; pero que reconocía a posteriori que su decisión no fue la mejor que las circunstancias imponían, ya que el análisis retrospectivo que había hecho lo había llevado a la conclusión de que habría sido más acertado dirigirse a Puerto Belgrano”.
“A este respecto me aclaró que necesitaba imperiosamente tomar puerto pues su buque aunque tenía averías que eran ridículas, por lo insignificantes, desde el punto de vista del valor combativo, afectaban, sin embargo, sus condiciones de navegabilidad, a la cual se agregaba el hecho de que necesitaba embarcar víveres, ya que no podía tomar sobre sí la responsabilidad de dirigirse a alta mar conduciendo una tripulación de más de 1000 hombres, con solo tres días de víveres a bordo […] ”Por último, y para terminar, el Capitán Langsdorff me expresó que estaba convencido que el combate del 13 de diciembre sería, quizá, la acción naval más importante de la presente guerra; que la experiencia que había recogido en su crucero lo había llevado a la convicción de que Alemania debía abandonar ese sistema de hacer la guerra dedicando, en cambio, todo su esfuerzo a la guerra submarina y de bloqueo de minas, pues los riesgos a que se halla expuesto un buque como el ‘Admiral Graf Spee’, en la guerra al comercio, son demasiado grandes, si se tiene presente que una avería cualquiera puede comprometer la existencia del buque que realiza la campaña, privado de toda base de apoyo y de reabastecimiento.” La Segunda Guerra Mundial recién estaba en sus inicios, de allí que el Capitán Langsdorff no podía imaginar que en el transcurso del conflicto se llevarían a cabo batallas navales (y aeronavales) mucho más importantes. Por ejemplo, a principios de junio de 1942, se desarrolló la batalla de Midway, entre las flotas de los EE.UU. y el Imperio del Japón. En esos días de combates, Japón perdió 4 portaviones, dos cruceros pesados, el destructor Mikuma (y otros dos muy dañados) y algunos hidroflotadores. Murieron cientos de marineros. En la misma ocasión, la flota americana perdió un portaviones, un destructor, 154 aviones de combate y 250 marineros. Tampoco podía suponer que unos meses después, en Narvik, Noruega, el 13 de abril de 1940, la flota alemana perdería 8 destructores y un submarino U-24. Y ni qué hablar de los costos por hundir a los acorazados alemanes “Von Bismark” o “Tirpitz”.
Finalizado el encuentro con Aumann, el Kapitän zur See Hans Langsdorff, habrá de participar de una cena en su homenaje. Su última cena. Asistieron: el Embajador Edmund von Thermann, Godofredo Sandstede, algunos oficiales del Graf Spee, unos empresarios alemanes y Hermann Tjarks, el director del “Deutsche La Plata Zeitung. Luego, volvió a su habitación en la jefatura del Taller de la Marina, se sentó en su escritorio y escribió tres cartas: a su esposa, sus padres y al Embajador von Thermann. Al día siguiente, después del desayuno, tras golpear la puerta en dos oportunidades, su Ayudante, el Teniente (Oberleutnant zur See) Kurt Diggins, entró en su habitación y lo encontró muerto. Según dejó asentado en el Legajo Nº 231, el juez Miguel Jantus, titular del Juzgado Federal de la Capital en lo Criminal y Correccional “pudo observarse” –en el centro de la habitación- que Langsdorff se encontraba “tendido en el suelo, sobre la bandera de guerra alemana, en posición cúbito dorsal…y tenía la palma de su mano izquierda apoyada sobre su pecho, su brazo derecho flexionado hacia arriba con la cara exterior del mismo apoyada sobre el piso y la mano correspondiente a la altura de la cabeza, separada a veinte centímetros de esta, sosteniendo en ella una pistola con su cañón dirigido a la oreja”. El Capitán de Corbeta Friedrich Wilhelm Rasenack, en su libro “La batalla del Río de la Plata” dirá que Langsdorff, “por la tarde (del martes 19 de diciembre) se reunió con algunos de sus oficiales y amigos de la colonia alemana. Se encontraba animado y alegre como no lo habíamos visto en mucho tiempo, de manera que ninguno de nosotros abrigó sospecha alguna”.
En uno de los párrafos de la carta al embajador von Thermann le habla a su Führer y a su comandante Erich Raeder: “Era evidente que esta decisión mía (de hundir el buque) podría ser mal interpretada, ya fuera intencionalmente o inconscientemente, por personas ajenas a mis motivos, y atribuirla en parte o por completo a motivos personales, por lo tanto, decidí, desde el principio, sufrir las consecuencias que esta decisión llevara implicada, puesto que un Capitán, con sentido del honor, no puede separar su propio destino al de su barco.”