De manera general, podemos definir la envidia como el sentimiento por desear tener lo que posee otra persona, sea lo que sea. Como consecuencia, puede tratarse de objetos materiales, aspecto físico, reconocimiento o estatus social, trabajo, pareja, amigos, habilidades… La lista es infinita.
Podemos distinguir entre diferentes tipos de envidia, como la que surge entre hermanos, entre hombres y mujeres, entre compañeros de trabajo y aquella de carácter social, que incluye el estatus, el reconocimiento, la proyección personal, etc. Cada una de ellas afecta a una faceta de nuestra vida y hay quien puede padecerlas todas, algunas o ninguna.
La envidia, el reflejo de un sentimiento de inferioridad
La envidia más que un sentimiento es una pasión malsana. Se podría decir que todos alguna vez la hemos sentido, ya que forma parte de la condición humana. Pero algunas personas no la pueden controlar, ceden ante este apasionamiento y se vuelve algo nocivo.
Esta pasión afecta más al que la experimenta que a aquel que se la despierta. La envidia adopta muchas formas y varias de esas manifestaciones son sutiles y difíciles de detectar. En ocasiones, se disfrazan de actitudes que son, en apariencia, bien intencionadas.
“Una persona envidiosa sufre de baja autoestima y una marcada inseguridad en su imagen personal. Seguramente el bloqueo se debe a conflictos traumáticos en su infancia o a conflictos familiares en la adolescencia”, argumenta la licenciada en Psicología Ana María Fusaro (M.N. 60.808).
Según la especialista, todas esas circunstancias vividas se traducen en carencias afectivas que luego derivan en envidia.
Cinco rasgos de una persona envidiosa
Para llevar una vida feliz y emocionalmente sana, debemos aprender a elaborar y diluir aquellos sentimientos negativos; así como también, alejarnos de las personas tóxicas. En el caso de la envidia, existen algunos rasgos y manifestaciones que pueden parecer otra cosa.
El sarcasmo: Es una de las manifestaciones más comunes de la envidia. El sarcasmo se define como un tipo de burla en el que se dice una cosa para dar a entender lo opuesto o algo diferente. Son mensajes con doble sentido. Las palabras dicen algo, pero el sentido que se les quiere dar es otro. La forma más habitual de sarcasmo combina un mensaje agresivo con uno amable. Como cuando alguien dice: “Qué lindo vestido, lástima que hayas engordado”. O frases como “Hiciste un buen trabajo, aunque hayas tenido tantas fallas”. Finalmente prima la ofensa que se origina en la envidia.
El disparo directo: Es característico de las personas envidiosas que no utilizan filtro para emitir sus mensajes. La supuesta sinceridad se convierte en agresión y grosería. También hacen críticas despiadadas, sin ningún reparo, como si algo les diera derecho a hacerlo. Son de los que dicen, “¡Pero sos tonto o te hacés!” o “Deberías operarte la nariz en vez de los senos”. Comparten su opinión sin que nadie se la haya pedido y su apreciación no aporta nada útil o positivo a la situación.
El sadismo dulce: Por lo general, los “sádicos dulces” son personas muy amables. Se muestran atentas y afables, mientras hacen algo que termina entorpeciendo tus planes o poniendo obstáculos en el camino hacia el logro de tus objetivos. Sin embargo, en su defensa siempre esgrimen que no fue intencionado.
Por ejemplo, si les pedís un favor importante, después de comprometerse, lo “olvidan”. Luego se excusan e intentan hacerte entender que su intención no era perjudicarte. También son los que, sin quererlo, te queman el vestido, te avisan a último momento de una reunión programada o no te cuentan para tomar una decisión importante.
Solidaridad mezquina: Esta es una de las manifestaciones de envidia más frecuentes y la que hace mucho daño. Su frase favorita es “solo quiero ayudarte”. Corresponde a esas personas entrometidas, que buscan conocer las intimidades o asuntos personales de los demás. Con la información que consiguen, arman enredos que pueden generar mucha confusión en el entorno. Están siempre pendientes de la vida de los demás, dan consejos sin que se los pidan, alertan a todo el mundo sobre sus posibles enemigos y terminan creando malestares innecesarios. Lo que las mueve es envidia pura y simple.
El que se compara y gana: Esta actitud es propia de personas envidiosas y además, muy egocéntricas. Siempre se comparan con los demás y necesitan encontrar una manera de “ganar” en las comparaciones que plantean. Dicho de otra manera, necesitan superar a todo el mundo por contraste. Entonces se fijan en tu ropa, en tu auto, en tu pareja, en tus estudios, en tu trabajo, están pendientes de todo lo tuyo.
Cuando menos lo esperás, lanzan un comentario orientado a minimizar el valor de lo que tenés y exaltar lo propio. Dicen cosas como: “Me enteré que tuviste un problema con tu novio, qué pena. Yo jamás tengo problemas con el mío”.
Tal como indicó Fusaro, todas estas manifestaciones de la envidia son también expresiones de inseguridad. Ocurren porque la persona no logra verse a sí misma de manera autónoma, sino que se mira a través de los demás.
Los logros y satisfacciones ajenos le recuerdan sus vacíos, falencias e insatisfacciones. No deja de sufrir por eso, y se agudizan aún más sus frustraciones. Podemos alejarnos de personas así, que en definitiva hacen mucho daño, o si queremos ayudarlas, tenemos que empezar por comprender su sufrimiento.