Tras el fallo del Tribunal Oral Federal N°2 de Salta que dispuso una reparación económica millonaria por los casi cuatro años de torturas y explotación sexual que sufrió por parte de los líderes de un templo Umbanda que adoraba a San La Muerte, la víctima habló con TN y expresó: “Llegué a ellos quebrada espiritualmente, y me destruyeron”.
La resolución judicial en favor de la mujer, identificada como N.A., se conoció siete meses después del juicio que condenó a los líderes del culto, Jorge Juan Soria Villalba y su pareja, María Ester Arroyo, a penas de 9 años y 8 años y 2 meses de prisión respectivamente por el delito de “trata de personas con fines de explotación sexual agravada por intimidación, por la vulnerabilidad de las víctimas, por su consumación y por ser los imputados ministros de un culto religioso, en concurso real con lesiones leves perpetradas contra dos víctimas”.
“La condena para ellos fue muy baja para lo que hicieron”, sostuvo N.A. en relación al calvario al que la sometieron. Y subrayó: “Además, los dos cumplen prisión domiciliaria. Parece un chiste”.
La fachada
N.A. se acercó por primera vez al santuario que Villalba y Arroyo dirigían en la calle 16 de Septiembre 338 de Villa San Antonio, a pocas cuadras del casco céntrico de la capital provincial, a través de una sobrina suya, devota de San La Muerte. Ella venía entonces de un divorcio conflictivo con el padre de sus hijos, vulnerable emocionalmente, y explicó con sencillez: “Me dio curiosidad”.
Así conoció también a sus líderes, que se hacían llamar “Pae” y “Mae” - padres espirituales -, y de la mano de ellos se fue adentrando cada vez más en el credo Umbanda y en distintas actividades religiosas dirigidas a venerar a San La Muerte. “Fue algo diferente, pero al principio todo era lindo. Ellos (Villalba y Arroyo) eran supuestamente videntes y ayudaban a la gente”, recordó la víctima.
Sin embargo, las verdaderas intenciones que escondían detrás de esa fachada eran mucho más oscuras y N.A. pagó en carne propia el precio de descubrir la verdad demasiado tarde. “Hacían un trabajo de hormiga, una logística completa para sacarte información con la excusa de ayudarte”, apuntó.
Mientras ella pasaba de seguidora a devota de San La Muerte, cada vez más involucrada con las tareas en el templo, también la fueron alejando cada vez más de su familia y de su entorno cercano. Incluso, la forzaron a cerrar su negocio para dedicarse por completo a la religión.
“Me decían que mi familia no me quería”, indicó la víctima, y agregó: “Me alejé de todos, y a ellos les doné todo lo que tenía”. Los problemas empezaron cuando se rebeló por primera vez. “Fue más o menos a los dos años, cuando les dije que me quería poner en pareja”, contó N. A. a este medio, y añadió: “Me dijeron que no debía, y que si lo hacía me iban a castigar”.
“Es muy difícil contar en pocas palabras lo que me hicieron”, advierte. Aún así, vuelve atrás en el tiempo para desandar esos 44 meses de terror que todavía hoy le provocan pesadillas.
Cambio de “trabajo”
De acuerdo a su testimonio, como ella insistía en su voluntad de iniciar el noviazgo, los ministros del templo terminaron por acceder, aunque lo hicieron con condiciones. Una de ellas, la principal, fue que cambiara de “trabajo”. “Me dijeron ‘C. (otra víctima) se va de viaje, vos te vas a ir con ella y te va a mostrar lo que hace’”, evocó. Las dos partieron entonces rumbo a Jujuy, a una casa que pertenecía al matrimonio ahora condenado. Allí se quedaron en esa oportunidad cerca de un mes y fue donde N.A. empezó a ser explotada sexualmente.
“Por día tenía que hacer 20 clientes y un porcentaje del dinero que me pagaban se lo tenía que dar a ellos (Villalba y Arroyo), contó la mujer, y detalló: “Me mandaron sólo con un cuaderno, para que después les hiciera la rendición”. Fue el comienzo. Porque los viajes de “trabajo” se siguieron repitiendo, pero a pesar de esto seguían sin permitirle una relación de pareja: “Decían que si estaba con él, no iba a rendir mucho”.
Las señales de alarma ya estaban encendidas, pero se intensificaron cuando ella decidió ver a su hijo después de casi dos años de no tener contacto con él. “Ellos se enteraron y me volvieron a castigar, me sacaron todo el dinero que había juntado”, indicó. Ya sin nada material que pudieran quitarle, cuando volvió a “desobecerlos” empezaron los castigos físicos.
La tortura
A las prácticas de tortura que usaban para “corregir” a los desobedientes las llamaban “sesiones”. “Yo temblaba cada vez que hacían una sesión, nunca castigaron a nadie como a mí”, lamentó ahora. Según contó, la primera vez que sometieron a una la obligaron “a tomar whisky con ají, para que recapacite”.
Pero entonces, un encuentro casual en la calle con una de sus hermanas la hizo merecedora de un castigo peor. “Me vieron hablando con ella y me dijeron que mi familia tenía que estar muerta para mí”, manifestó. Entonces, la sometieron a otra sesión de crueldad.
“Me echaron tierra de cementerio encima, me quemaron y me hicieron cortar las manos y la boca”, relató, con la carga emocional de ese recuerdo en la voz. Y precisó: “Me decían que ese dolor que sentía, era el que sentían ellos cuando yo hacía algo mal”.
Me costó reconocerme como víctima.
“Fue un golpe de realidad para mí”, enfatizó N. A., que al poco tiempo volvió a recibir noticias de su familia. Su padre estaba muy mal de salud, ella pidió permiso para ir a verlo y se lo negaron. Por eso cuando supo que se había muerto, se animó a enfrentar a los ministros del culto. “Esa fue la vez que me hicieron caminar sobre brasas ardientes”, apuntó. Después, “me arrodillaron y me pegaron latigazos para que aprendiera”, sumó.
Fue con esa sesión que el velo cayó completamente de sus ojos y N.A. entendió que su vida estaba en riesgo.
Salir del infierno
“Salí de ahí con una mano adelante y otra adelante”, aseguró la mujer. Sólo se llevó los traumas con ella, pero ni siquiera pudo ser consciente de eso sin ayuda. “Me costó reconocerme como víctima”, admitió. El primer paso en esa dirección fue un encuentro con un compañero de religión, que había sido testigo de los castigos y abandonó el templo un tiempo después que ella.
El rol de su madre también fue clave en ese camino de liberación y finalmente el acompañamiento de Nicolás Escandar, titular de la Defensoría Pública de Víctima con de la provincia de Salta. “Fue una transición muy dolorosa, perdí muchas cosas que son invaluables”, indicó.
En ese sentido, al ser consultada sobre qué siente hoy al pensar en los responsables de todo aquello, Jorge Juan Soria Villalba y María Ester Arroyo, sólo expresó: “Por ellos siento vergüenza, ya no tengo bronca. Esa mochila se la tienen que llevar ellos”.
Estimación de daño
En los casos de trata y explotación, la sentencia condenatoria o decisión judicial equivalente deberá ordenar las restituciones económicas que correspondan a la víctima como medida destinada a reponer las cosas al estado anterior a la comisión del delito.
En otras palabras, según informó el Ministerio Público Fiscal, se llevó a cabo una estimación del daño sufrido por la víctima en los más de tres años que fue sometida en el templo umbanda y, en base a eso, se fijó “una reparación integral de 12.357.632 pesos”.
En su alegato, el fiscal del juicio que condenó a Villalba y Arroyo explicó que las personas acusadas no se conformaron con quebrar la voluntad de las víctimas, sino que las “exprimieron” al máximo, ya que se probó que no sólo ejercían un control de los servicios sexuales, sino también que las tenían bajo vigilancia constante y que incluso promovieron que una de las mujeres ejerza esa actividad en provincias vecinas y también en Bolivia.
Agregó que se trató de “un caso con una alta complejidad en materia de investigación, en la cual la víctima es primordial y se debe cuidar mucho su situación”, por lo cual contó con la colaboración de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (PROTEX).