La curiosa historia de la licencia de conducir número uno
Dalmiro Varela Castex fue fundador del ACA, patentó el primer auto y recibió el primer registro del país.
su mansión, tuvo que refaccionar y adaptar la trocha del vehículo a las dimensiones de las calles porteñas. Cuando lo logró, se hizo amo de la ciudad. El humo que desprendía la caldera ubicada en la parte posterior se erigió en su inconfundible aura personal.
Hierve Cacerola: la primera patente y la pelea con el intendente de Buenos Aires
El dandy iba a la velocidad de las innovaciones tecnológicas, que en el incipiente sector automotriz era entonces frenética. En 1895 se hizo traer de Alemania un Daimler modelo 1893. Ese año, en Francia los hermanos Lumière presentaban otra pasión bajo el título “Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir”: el cinematógrafo. Del otro lado del mar, la París latinoamericana entraba en la era motora.
El Daimler, que alcanzaba 35 km/h, contaba todavía con algunas características que -más de un siglo después- resultan llamativas: la dirección era con manubrio y el encendido, por incandescencia. Le siguieron representantes de las principales metrópolis: un Benz a explosión de gasolina (Alemania), un Ford (EE.UU.) y un Panhard (Francia), entre otros.
Las nuevas creaciones requerían una nueva ciudad. Hubo cambios en la superficie de los caminos, grandes reformas y aperturas de nuevas calles y un nuevo sistema burocrático. Varela Castex tuvo un rol primordial, incluso con cargo en el Concejo Deliberante.
A él perteneció la primera patente. Funcionaba como un permiso de circulación y, sólo en sus primeros meses, no implicaba un pago de impuestos. Eran chapas enlozadas, costosas y frágiles, con número y escudo de la intendencia con la leyenda “Dirección de Trailers Públicos”. Este tipo de patentes duró hasta 1935. Dejó un variopinto repertorio, ya que el diseño dependía del año y del lugar geográfico de emisión. Y también legó un litigio explosivo.
De un lado, el hasta entonces dueño del 1. Del otro, el intendente porteño Joaquín de Anchorena (1910-1914). El jefe comunal ordenó que la patente originaria fuera para el intendente. “¡Ni el Espíritu Santo me lo quita!”, hirvió el que se aferraba a la placa iniciática. Intercedió el máximo poder terrenal nacional, el presidente Roque Sáenz Peña, que le dio la razón a Anchorena. Dolorosa derrota.
El número 1 que sí mantuvo Varela Castex fue el de la licencia de conducir. Se la entregaron el 14 de febrero de 1906. “Conductor de automóvil”, es el título de la libreta, que consigna edad (42 años), nacionalidad (argentino), estado civil (casado), color (blanco) y domicilio (avenida Alvear 1975). Lo acompaña un retrato fotográfico frontal: el bigote tupido, un gorro legionario (con telas que caen sobre los hombros y la nuca) y camisa, corbata y sobretodo contra toda polvareda.
Dos años antes, Cacerola había protagonizado otro momento fundacional del automovilismo argentino: el 11 de junio de 1904, junto con otros pintorescos personajes de alcurnia, creó el Automóvil Club Argentino. La distinguida lista la integraban Félix Álzaga Unzué, con mansión propia en Alvear y Posadas (donde hoy está el lujoso hotel Four Seasons), José Pacheco Anchorena (dureza militar, delicadeza de escultor), Alfredo Tornquist (banquero e industrial, con casona en la calle Rufino de Elizalde, Palermo, hoy la embajada de Bélgica) y Antonio De Marchi (italiano de origen, con droguería familiar, introductor del tango en los sectores altos, precursor de la aeronáutica). Todos ellos pertenecían a la clase privilegiada y aún hoy duermen en Recoleta. Algunos vivían como dandies. Solo uno, Dalmiro Varela Castex, fue y será para siempre el 1.