Hay fotos, capturas de pantalla de celulares, videos, desgrabaciones de conversaciones telefónicas. Hay mails, audios de WhatsApp, informes patrimoniales, balances de empresas, deudas con la AFIP y registros de viajes al exterior. Hay escenas sexuales y comprobantes de gastos exorbitantes en hoteles y tiendas de lujo. Hay chats que revelan hechos de corrupción, infidelidades y gustos exóticos. Hay charlas con insultos, maltratos, amenazas. Y hasta declaraciones de amores prohibidos.
“Hay todo eso y más. Lo que se te ocurra”, dice uno de los investigadores. La bomba estalló el lunes. El fiscal Gerardo Pollicita descubrió 1.196 informes de espionaje ilegal que comenzaron en 2009, y que fueron obtenidos a través de una impresionante red que comandaba el policía retirado y ex agente de la AFI Ariel Zanchetta, juninense, 57 años, hoy detenido. La Justicia dio con él mientras investigaba cómo hizo el hacker misionero Elías Ezequiel Nuñes Pinheiro para pinchar los teléfonos de jueces y camaristas.
Muchos de los informes que hoy están en manos de Pollicita fueron pedidos, recibidos y hasta financiados con pauta oficial y recursos del gobierno de la provincia de Buenos Aires por dos personas muy cercanas a Cristina y Máximo Kirchner: el diputado Rodolfo Tailhade, que ocupa un rol determinante en el juicio político a los jueces de la Corte Suprema, y Fabián “Conu” Rodríguez, funcionario de la AFIP y uno de los camporistas de mayor vínculo con Máximo.
Axel Kicillof aseguró esta semana, en charlas que mantuvo bajo reserva, que él es ajeno a todos esos movimientos. Que no sabía nada y que los repudia. Pudo decirlo en algún medio afín, como hizo con el caso Insaurralde, pero lo evitó. ¿Creerá que no tiene nada para decir cuando parte de la financiación del espionaje salió de las arcas de su administración? ¿O esperará el final del proceso electoral para despegarse definitivamente de La Cámpora?
La Justicia solo pudo procesar una pequeña parte de los trabajos de inteligencia. Bastó para que el sistema de poder en la Argentina entrara en pánico. En los últimos seis días se produjo un vuelco en las discusiones que se mantuvieron en el circuito de cafés y restaurantes que frecuenta el Círculo Rojo: la pregunta inicial de cualquier conversación dejó de ser “¿Y, quién gana las elecciones?” para virar a: “¿Sabés qué dicen las carpetas?”. Quienes se zambullen habitualmente en esos ambientes y se sienten a salvo de la persecución de los espías se permiten jugar con el cinismo: “Esto es como estar en Disney”, dicen.
Los datos son abrumadores. Hay de todo: hechos que podrían afectar la vida pública y privada de los espiados, maniobras para presionar a los jueces más importantes del país, negociaciones políticas y secretos que hasta el lunes parecían bien guardados, quizá, para usarse en el momento oportuno. Aunque también hay especulaciones y datos falsos que por alguna razón fueron cargados en las carpetas como si fueran ciertos. Más de uno de los involucrados intentó en las últimas horas un acercamiento, en persona o con ayuda de operadores, con Pollicita y con el juez Marcelo Martínez de Giorgi. La sensación es de desesperación: “¿Qué se sabe de mí?”, preguntan.
En la lista de espiados están los jueces de la Corte Suprema de Justicia, cuatro jueces de las Cámaras de Casación y Penal, fiscales federales, el titular de la AFA, los candidatos presidenciales Sergio Massa y Javier Milei, empresarios, artistas, periodistas y hasta el presidente de la Nación. También, ministros y ex ministros, conductores de TV y gobernadores. Los trabajos alcanzan, como si fuera poco, a las actuales y ex parejas de muchos de ellos.
La causa es gigantesca y se metió en el tramo final de la campaña rumbo al balotaje. Tan fuerte fue el impacto que hubo personalidades públicas que nunca revelaron su voto o que convocaron a votar en blanco y que ahora se replantean su posición. Podrían irrumpir en la arena pública en estos días.
¿Y Alberto Fernández? Al jefe de Estado se le esfuma una de las pocas promesas que creía haber podido cumplir: que en su gobierno no hubo espías persiguiendo a dirigentes y que se sentaron las bases para terminar con los sótanos de la democracia. Alberto anda de mal humor. Ya no le quedan banderas en pie. Se acerca un final triste y solitario para él. En sus oídos resuena esta frase: “Cualquiera puede leer mi celular, no sé si todos pueden decir lo mismo”. Palabras de Cristina, dirigidas como un misil hacia él, el 2 de julio del año pasado. Se ve que la jefa estaba en una época de mucha intuición.
Después de analizar el impacto con un equipo de abogados y con sus asesores electorales, Massa pidió el viernes presentarse como querellante. El caso dejó en el ojo de la tormenta a Máximo y a los camporistas. Máximo anda escondido. Ya de por sí es un dirigente hosco al contacto telefónico. Un adelantado, tal vez. Siempre temió que los espías se metieran en su vida. Muy pocas personas pueden llamarlo directamente. Antes tienen que mandarle un mensaje por Telegram y luego él decide si quiere hablar. “Siempre fue así, pero en estos días está peor”, cuentan quienes lo conocen mucho. No es para menos. En ese círculo de amistades está “Conu” Rodríguez. Él sí puede, o podía, llamarlo sin aviso.
El jefe de La Cámpora venía de sufrir un golpe muy fuerte cuando trascendieron las imágenes de Martín Insaurralde en Marbella. Desde ese día, Kicillof inició un camino para poder vengarse de todas sus tropelías. Máximo buscó durante 2022 que Insaurralde fuera el candidato a gobernador del kirchnerismo. Kicillof se resistió. La salida de Insaurralde del Gabinete dejó arrinconado al diputado, que nunca habló del tema, lo mismo que su madre. En el PJ bonaerense, que preside Máximo, ya pidieron su cabeza. Los intendentes sienten que es momento de soltar su mano. Muchos de ellos están en la lista de espiados.
La megacausa de espionaje -junto a los saltos del dólar paralelo, que subió 80 pesos en cinco días-complica la campaña de Massa. Máximo y La Cámpora son sus socios políticos. Los que siempre miran las cosas con optimismo, que son unos cuantos en Tigre, dicen que quizá sea una oportunidad, si le toca ser presidente a Massa para, ahora sí, barrer con los camporistas. Difícil. Máximo encabeza la lista de Diputados por la Provincia y la otra cara de La Cámpora, Eduardo De Pedro, es su primer postulante al Senado.
“Es un milagro que yo esté en carrera”, le dijo Massa esta semana a un dirigente de Juntos por el Cambio al que le gustaría sumar como aliado. En el entorno massista asumen que amanecen cada día con un escándalo nuevo. Se alegran de que el rival sea Milei. “Con un candidato moderado nos pasaban por arriba”, estiman.
Milei se mantiene recluido en el hotel Libertador. Hace salidas muy puntuales a algún acto y regresa. Pasada la medianoche, cuando pocos lo ven, suele ir a ver a su novia, Fátima Florez, a su departamento de Palermo. El economista tomó distancia de los periodistas y le pidió a sus discípulos que redujeran sus apariciones en los canales. Es un consejo que también le dio Macri. El ex presidente habla a diario con Milei. Le rogó máxima concentración para el debate y que desconfíe siempre de Massa. “Miente y miente”, suele decirle.
Massa se preparó como pocas veces. “Hago lo que me dicen los brasileños y el catalán”, dice, en relación a sus estrategas. En su equipo hubo consultas con psicólogos que lo habrían ayudado con sugerencias para “sacar” a Milei. En paralelo, Massa empieza a diseñar un hipotético gabinete.
Hace unos diez días, en una reunión con empresarios, dijo que le gustaría que Horacio Rodríguez Larreta fuera un hombre “clave” de su administración. A los pocos días, el candidato declaró que su ministro de Economía sería un hombre de otro partido. Al menos tres empresarios que participaron de aquel encuentro pensaron en el jefe de Gobierno porteño. Lo llamaron.
—Ni me lo ofreció ni me interesa. Estoy en otra —le dijo Rodríguez Larreta a uno de ellos, y se disculpó de seguir hablando. Estaba corriendo en la cinta.