“Era muy amigo de los paisanos”: la pulpería serrana en donde Ricardo Iorio contaba sus secretos y cantaba hasta el amanecer

Desde 2009, el músico empezó a frecuentar La Tranca, en un pueblo de las sierras bonaerenses; para ese entonces, se había asentado en un paraje de unos 10 habitantes; el recuerdo de los habitués del lugar
  • Ricardo Iorio en La Tranca de Cura Malal Con Domingo Silvera y Mercedes Resch Gentileza Pulperia La Tranca Ricardo Iorio en La Tranca de Cura Malal Con Domingo Silvera y Mercedes Resch Gentileza Pulperia La Tranca
  • Pulpería La Tranca.SEBASTIAN PANI Pulpería La Tranca.SEBASTIAN PANI
  • Una remera y una imagen de la Virgen de Luján, los recuerdos que Iorio dejó en la pulperíaFacebook La Tranca Cura Malal Una remera y una imagen de la Virgen de Luján, los recuerdos que Iorio dejó en la pulperíaFacebook La Tranca Cura Malal
  • La Tranca, epicentro cultural del pueblo de Cura Malal La Tranca, epicentro cultural del pueblo de Cura Malal

“Almafuerte está en la puerta y quiere entrar a comer un guiso con nosotros”. Así se presentó el músico Ricardo Iorio, que falleció el 24 pasado, una madrugada de 2009 en la pulpería La Tranca, en el apacible y calmo pueblo de Cura Malal, de menos de 100 habitantes en la zona serrana de Coronel Suárez, en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. La noche estaba iluminada por las estrellas, algunos perros ladraban y el frío se hacía notar. Era invierno, Iorio vivía a pocos kilómetros en un paraje perdido en las sierras. “Se quedó hasta el amanecer cantando, fue un ser humano increíble, muy amigo de los paisanos”, dice Mercedes Resch, a cargo de la pulpería.

Desde aquel año, Iorio comenzó a frecuentar la pulpería. Su casa está en El Campamento, a media hora de Cura Malal, frente a los cerros. “Conocía todos los caminos, era muy andariego”, dice Resch. Su muerte, inesperada, sucedió el 24 pasado y la última vez que fue a la pulpería volvió a hacer lo que más le gustaba, hablar con los domadores, peones de campo y vecinos del pueblo, y cantar hasta el amanecer. “Fundamentalmente era un apasionado. Esa última vez que vino, cantó, pero comenzó a describir sus canciones agregándole versos, y lloró. Mientras cantaba bebía sus lágrimas. En la pulpería contaba sus secretos”, dice Resch.

“Antes que músico, acá lo conocimos como persona, todos los querían”, cuenta la encargada del local. La Tranca es el único punto de encuentro del pueblo en una amplia región habitada por solitarios que viven en puestos y viejas casas que se esconden entre las abras y los senderos serranos, frecuentados por pumas y caballos. Mercedes es artista plástica y escritora, ambas artes están presentes en la estética del salón. Ella misma recuperó el espacio, es un viejo almacén de principios de 1900, asentado en barro. “Acá se sentía feliz, cuando llegaba provocaba movimiento. Estaba muy conectado con la realidad, siempre sentí que sabía más de lo que decía”, cuenta Resch.

 

El último viernes

“Tenía un poder, entraba a la pulpería y enseguida podía reconocer a quién tenía enfrente, enseguida te sacaba una radiografía”, dice Resch. En la intimidad pulpera, sin cámaras ni luces, ni periodistas, Iorio era un parroquiano más. En septiembre pasado, al despedirse comenzó anticipando: “Puede ser que este sea el último viernes que venga”, confiesa Resch. Y agrega: “Él estaba muy presente, a veces cuando veía que alguien tenía el auto parado, bajaba y lo llevaba al mecánico más cercano para que pudiera solucionar el problema y seguir viaje”.

 Territorio agreste, bajo el imperio de los cordones serranos de la Ventania, Curamalal y Bravard, las escuelas con pocos alumnos siempre lo encontraron como un mecenas dispuesto a dar una mano. “Iba a actos escolares, ayudó a todos los que pudo”, reconoce Resch.

Domingo Silvera es de una estirpe de domadores, tiene 75 años. Cura Malal es conocido por ser cuna de los mejores de la provincia. Vive enfrente de La Tranca, es tío de Mercedes, hombre alejado de noticias y modismos citadinos. Hace 16 años estaba en la cantina de un evento escolar y se conocieron con Iorio. “Para mi tío, Ricardo era un tractorista de una estancia, le costó un tiempo saber que era un rockero famoso”, dice Resch. Sellaron una amistad que se conservó hasta que Iorio falleció. Se encontraban en la pulpería, el máximo referente del metal y un experto domador. “Se hicieron inseparables”, confiesa Resch.

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Para Mercedes en los últimos tiempos Iorio “se había vuelto más místico”. Cierta noche, en julio pasado, Silvera tenía problemas de salud, a la medianoche una camioneta negra entró a Cura Malal, fue hasta La Tranca y una persona bajó hacia la casa del domador. La oscuridad era total. “Era Ricardo, entramos juntos, pedía ver a Mingo”, recuerda Resch. Silvera lo atendió a solas. Pocos minutos después, Iorio se fue. Conmovido, Silvera contó lo sucedido. “Nos dijo que Iorio se arrodilló para pedir su bendición”, relata Resch.

  
Cambio de vida

Iorio nació en Ciudadela el 25 de junio de 1962. Se crio en Caseros. Su padre Alfredo, hijo de sicilianos, era repartidor de papas y él, en su juventud, lo acompañaba. Su madre, Elda Pedraza, era de ascendencia tehuelche. Fue fundador de las bandas icónicas del metal, V8, Hermética y Almafuerte. Iorio tuvo una poética que se enfocó en la realidad del trabajador y del excluido, siempre estuvo comprometido por las causas nacionales, por los perdedores y sus letras llevaron un mensaje de aliento para ellos. Tuvo dos hijas con Ana Mourín, que murió en 2001. Hasta su fallecimiento vivió con Fernanda García, su esposa desde 2012.

Hace veinte años dio un cambio en su vida, dejó la ciudad y se fue a vivir a El Campamento, un paraje que ni siquiera figura en los mapas, pero con una gran historia. En tiempos de la Conquista del Desierto, el Ejército estableció aquí un límite, más allá del sur hasta la Patagonia, era tierra indómita. Hubo un fuerte muy importante. Y hasta se pensó en hacer un pueblo, pero de todo ello, nada quedó. Solo las historias, y algunas presencias que Iorio notaba. “Estas sierras no están habitadas, son un campo de batalla de entidades que conviven”, declaró en el libro Desconocida Buenos Aires. Escapadas Soñadas. “Nosotros no estamos habilitados a ver, excepto que hagamos ayuno”, agregó. Habló de que en esa zona hubo un pueblo originario que pintaba de rojo los cráneos de las personas que fallecían. “A veces se encuentran huesos rojos”, dijo.

Conoció el paraje cuando su padre se desvió camino a Sierra de la Ventana. Entonces Iorio tenía 14 años y se hizo una promesa: “Cuando sea un hombre quiero vivir acá”. Lo cumplió. “Un viejo sabio que vivía en las sierras me dijo que había pisado un capullo de conciencia, por la manera en la que vine a parar acá”, dijo Iorio. El Campamento solo tiene 10 habitantes, la familia que atiende un solitario almacén de ramos generales y la casa del músico, a un costado. “Creo que vino a buscar tranquilidad, y la halló”, dice Resch. Aislado del vértigo urbano, su prosa se inspiró en letras con temática campera y rutera, como “Ruta 76″ y “Pal Recuerdo”.

“Tenía amigos en parajes a los que había que llegar abriendo más de tres tranqueras, en lugares desconocidos, a él lo conocían”, señala Guillermo von Zedtwitz, amigo de muchos años, y electricista. Vive en Santa Rosa. En una campera y personal búsqueda, el cantante estableció su propia ruta que lo llevaba a lugares desguarnecidos, pequeños pueblos, caseríos en medio del desierto. La Pampa fue una parada obligada, un territorio que conoció muy bien. Compró allí un pedazo de campo en Guatraché, al lado de las salinas. Halló agua dulce y lo primero que hizo fue hacer una fuente para los pájaros. “Tenía un corral para los animales que encontraba heridos, él los curaba y les daba otro oportunidad”, dice von Zedtwitz.

Una palabra lo define en el territorio rural donde eligió hacerse amigo de la soledad: su generosidad. “Ayudaba económicamente a hijos de amigos para que vayan a estudiar, se hacía cargo de tratamientos médicos, lo hacía con una condición: nos prohibía hacer pública estas acciones”, recuerda su amigo pampeano. Cuenta una anécdota, cierta vez a un vecino se le incendió su casa, Iorio se fue a dar un recital y al amanecer cuando regresó le tiró toda la recaudación por una ventana. “Ese era Ricardo, se despojaba de todo lo suyo para ayudar”, dice von Zedtwitz.

Recuerda un viaje a un show en Tucumán. “Me pasó a buscar tres días antes, para ir visitando amigos en el camino”, cuenta. Salitrales, caminos solitarios, pasos a nivel y vías muertas, horizontes ásperos y tierra adentro, escenarios que Iorio eligió para ampliar su mirada. “Lo llamaba Andrés Calamaro, León Gieco o Juanchi Baleirón, pero él elegía ir a una pulpería”, cuenta von Zedtwitz. En uno de los últimos asados, les dijo: “Les prohíbo que se mueran antes que yo, no puedo soportar la perdido de un amigo”, confiesa el pampeano. Iorio se fue primero.

El fin de semana después de su muerte, sus amigos se juntaron en un estudio que había hecho en la Colonia San José en Coronel Suárez. “Sentimos que se nos fue algo muy grande, a Ricardo lo hacíamos inmortal”, dice von Zedtwitz.

Su camino también incluyó las afueras de Tandil. A un costado de la ruta 74, está el Almacén “4 Esquinas”. En 2014, paró con un pendrive con la versión en crudo de su disco Tangos y Milongas, el equipo de música del clásico boliche no tenía entrada USB. “Acercó su camioneta, abrió todas las puertas, puso el disco, y cantó todos los temas”, cuenta emocionada Romina Somi, la amistad con Iorio venía de la relación que tenía este con su padre. Se llevaba muy bien con las personas mayores. “Lo sentíamos feliz cuando venía, él buscaba la tranquilidad del almacén de campo. Tenía un corazón muy grande”, dice.

Cura Malal ya no lo verá más entrar al pueblo para visitar al viejo domador Silvera y para tomar unos tragos en La Tranca. Los gauchos lo extrañan. “No creo que se haya ido, sentimos una sensación de protección desde que no está más físicamente”, dice Resch. La última noche en la pulpería, cantó, lloró, dejó su remera, un ejemplar de un antiguo testamento y una imagen de la Virgen de Luján. “Ningún ladrón roba si la ve en la puerta”, dijo. Entre guitarras y confesiones, el metalero gaucho, dejó un legado. “Nos enseñó que tenías que elegir lo que querías hacer en tu vida, tomar riesgos y vivir a fondo, con pasión. Ricardo es esa energía para nosotros”, concluye Resch.(LN)

 

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