El 4 de abril de 1945 dos periodistas, el estadounidense Meyer Levin y el francés Éric Schwab, llegaron en un jeep a la ciudad alemana de Ohrdruf y lo que vieron y registraron marcó para siempre todo lo que quedaba del siglo XX: “Cadáveres vivientes, esqueletos con el cráneo rapado y los ojos febriles hundidos en las órbitas” con sus uniformes a rayas.
Vieron entonces un gran agujero lleno de cadáveres.
Escribió Levin: “Hemos penetrado en el corazón tenebroso de Alemania. Hemos alcanzado la zona de los campos de la carnicería humana que los nazis, en su terror culpable, querían ocultarnos. Habíamos oído hablar de esto, pero hasta ahora, ninguno de nosotros lo había visto”.
La historiadora Annette Wieviorka contó lo que vieron los primeros soldados aliados que llegaron a los campos de concentración y exterminio. Una visión “digna del Bosco”, dijo; 2000 cadáveres en descomposición en 40 vagones de tren. Las imágenes, tanto en fotos como en películas de Ohrdruf se difundieron profusamente en abril de 1945.
El general Hayden Sears llegó poco después.
Los soldados aliados no podían creer tanto horror.
La existencia de los campos de concentración y las condiciones inhumanas de supervivencia eran un secreto a voces, pero ahí, frente a ellos, estaba la confirmación.Entonces el general Sears mandó a todos los camiones de su división a buscar a todos los pobladores de la localidad. Los obligó a desfilar por el lugar para que vieran qué había pasado tan cerca de ellos, para que entendieran lo que el silencio -en el mejor de los casos-, la complicidad y el apoyo en otros casos, había permitido que pasara.
Cuando una semana después llegaron los generales norteamericanos Einsenhower, Patton y Bradley dieron una orden que sería profética: fotografiar y filmar todo el horror posible. Sin maquillaje.
Tenían miedo de que alguien, en el futuro, intentara negar que tal holocausto había ocurrido.
Todo ese horror era real.
El hombre, en pleno siglo XX, había sido capaz de atrocidades innombrables. Millones de personas sufrieron por la locura ideologizada, el odio sin fin, la tortura disfrazada de alto ideal.
El lugar olía como debe oler el infierno, pero de eso no tenemos registro; sí de las imágenes que, como escribió Susan Sontag cuando las vio: “Una parte de mis sentimientos empezó a endurecerse; algo murió, algo gime todavía”.
Setenta y ocho años después, un sábado cualquiera, en una fiesta en medio del desierto, las chicas y los chicos bailando ven llegar sobre ellos unos simpáticos aladeltas. Suponen, supongo, que es parte del espectáculo, de la diversión. No puedo imaginar el momento del click, cuando entienden que vienen por sus vidas, que sus asesinos están cayendo desde el cielo.
Shani Louk era una chica alemana en vacaciones, bailando. Su madre recibió el video de su hija siendo llevada como trofeo de guerra por terroristas de Hamás, ultrajada, vejada siendo escupida y lastimada por sus captores.
Setenta y ocho años después, lo mismo que en su momento sintieron los periodistas Levin y Schwab o los soldados aliados al entrar en los campos de concentración, habrán sentido quienes pudieron, el martes pasado, entrar al pueblito de Kfar Aza: cuerpos de familias enteras masacrados, chicos, ancianos y hasta bebés alfombrando de muerte las calles del lugar.
La señora Bayder, el sábado pasado, no se despertó como todos los días. A su pueblito Nir Oz llegaron los terroristas. Uno de ellos entró en la casa de la señora Bayder, le sacó el teléfono celular y desde el Facebook de la señora, mostró en vivo cómo la mataba. Así se enteró su nieta Mor.
¿Cómo fue que la humanidad, en sólo setenta y ocho años, pasó de esconder el mal (ese horror que “los nazis, en su terror culpable, nos querían ocultar”, como escribió Levin en el ‘45) a exponerlo obscenamente, impúdicamente?
¿Qué le pasó a la humanidad que aquello que condenó en 1945 hoy sirve de propaganda?
¿Somos peores personas que en 1945?
¿Qué te pasó en el alma para que ante la foto de un bebé carbonizado digas “sí, pero…”?
¿Te preguntaste si te quedó alma?
¿Quién te hizo creer que justificar que entrar a una casa, matar a una anciana y mostrarlo en vivo en sus redes sociales te pone del lado de los buenos?
No, estás del lado de los criminales de guerra.
Estás del lado que elegiste estar.
Entrar a una casa, chupar a alguien, llevárselo de rehén.
Sucedió en Argentina en 1977.
Estabas del lado de la víctima.
Sucedió en Israel en 2023.
Estás del lado del victimario.
¿Qué te hicieron?
Se puede discutir políticamente todo, los territorios, los “enclaves”, la colonización, todo eso que la mayoría de los argentinos -intuyo que especialmente aquellos de “sí, pero…”- desconoce prolijamente. Se puede y se debe debatir, es algo que se me escapa y, de verdad, no ocupa un lugar central en mis pensamientos. Lo siento, pasa tanto desastre acá que no me queda lugar.
Pero lo que no se puede es justificar un horror sólo porque lo cometen los que te gustan.
Y si lo hacés, andá sabiendo, sos una porquería.
Hay veces en que escribir es una forma de entenderse, perdón por ser tan poco profesional.
Escribo para el diario pero también -y quizás especialmente- para mí. Para entender, para no dejar de ser humano, para que la empatía no se me escape en medio de la ideología. Cuando busco las razones de aquellos cercanos que hoy justifican una pila de niños carbonizados, una embarazada con un tiro en la cabeza y su vientre abierto en donde se ve un feto conectado al cordón umbilical, apuñalado; cuando me pregunto por qué se convirtieron en eso sólo me sale una palabra: fanatismo.
Me resulta tan extraño.
Nunca fui fanático de nada ni de nadie porque si algo me queda claro es que todos, más o menos, venimos falladitos, qué va’cer. Todos merecemos unos cuántos reproches, no tengo dudas. “Incondicional” me parece una linda palabra para una canción de Luis Miguel, pero me cuesta mucho calificar así una adhesión política.
No tengo “incondicionales”, bueno, quizás sí, los sánguches de miga pero sería banalizar la cosa.
El fanatismo es ciego por definición, no acepta cortapisas, limitaciones ni reservas. Es así, total, absoluto.
¿Es horrible pero es de los míos? Adelante.
Y así terminás siendo cómplice de las mayores aberraciones.
“No seas fanática/ fanática de vos misma/…/Ya no intento convencerte más/ la verdad no es la verdad/ y no hay que llorar así/ tus secretos me quitaron la paz”, cantaba Luis Alberto Spinetta en 1986.
La ceguera fanática es inmune a los datos más claros de la realidad, por eso “la verdad no es la verdad” para un fanático.
Salvando las enormes distancias, como se dice en estos casos, en Argentina estamos pasando por una etapa de fanatismo, que, mezclado como está con el proceso electoral, puede ser fatal.
Un señor con poco mérito intelectual más allá de citar de memoria algunos libros, que en su CV luce unos cuántos años de trabajo para la casta política y empresarial, con el cuello maquillado para disimular la papada y aires mesiánicos dice que la solución del país es una motosierra.
Así de simple.
Miren cómo tantos años sin darnos cuenta y resulta que este tipo en dos años de apariciones televisivas le encontró el agujero al mate.
Se alegra, y lo grita exultante, cuando la motosierra se pone en marcha, el dólar se va por las nubes y en dos días millones de personas somos más pobres, dándonos una muestra gratis de cómo será su famoso plan. Necesita que los magros billetes que tenemos en la billetera sean excremento, para que triunfe su peregrina idea de dolarización por más que nunca haya dicho de dónde piensa sacar los dólares y todas las fuentes empresariales, institucionales y políticas de Estados Unidos -los que tienen la fábrica de billetes verdes- digan “nosotros no le vamos a prestar un peso a ese país al sur”.
Y así, muy rápidamente tuvimos el adelanto de lo que significa el estallido tan meneado. Amigos, queridos deliverys, remiseros, empresarios, albañiles: esto es el comienzo del estallido. Que vayás un día al supermercado y al día siguiente el azúcar cueste 300 pesos más o no lo consigas. Sin embargo, el fanático está convencido de que si viene un estallido, él, que hace malabares para pagar el alquiler, tendrá un buen pasar mientras la casta -dueña de mansiones- será quien sufra las consecuencias. Es tan obvio que es al revés, que la casta, justamente por casta, es la que es inmune a los estallidos, que sólo un fanatismo bobo puede creerlo. En un estallido los que están arriba siguen arriba y los que están abajo, se hunden del todo. Ya pasó tantas veces en Argentina que es increíble que lo quieran vender como nuevo.
Pero allá van los habitantes de Tero Rengo a votar a alguien que asegura que si en la escuela de Tero Rengo sólo hay diez alumnos, hay que cerrarla porque no es negocio. Bueno, eso de que los habitantes de Tero Rengo vayan el domingo a votar al señor que quiere cerrar su escuela, es bastante dudoso. Veremos.
Como el fanatismo es una religión, todos los que no compartimos esa fe, lo miramos desde afuera y le vemos las costuras. Al no haber pasado por la pila bautismal del fanatismo, desconfiamos. Pero es imposible discutir con un fanático. Cuando alguno de esos fanáticos te dice “está mucho mejor preparado para dirigir el país porque nunca dirigió nada” ¿qué contestás? Yo suelo decir que no hay nadie más calificado para ganar una carrera de Fórmula 1 que yo, que no tengo carnet de conducir pero puedo decir alegremente que nunca perdí una carrera de Fórmula 1.
También tenemos fanáticos del gobierno actual porque, como quedó claro, el alma humana es insondable.
Conozco mucha gente sorprendida por el alto techo electoral que aún consigue el peronismo o eso que se llama peronismo pero que es inclasificable y ha venido arruinando la vida del país durante décadas. “¿Cómo puede ser que con el dólar a más de mil pesos, una inflación galopante, una inseguridad que no para, y todos los casos de corrupción, estos tipos tengan más de 20 puntos?”.
¡Ay, muchachos! ¿Dónde vivieron todo este tiempo?¿Qué significa para ustedes las palabras “planta permanente”, por ejemplo? El peronismo y su fábrica de “chocolates” ha sabido comprar voluntades a lo largo de años; cada curro tuvo y tiene su Tongolini.
Claro que hay “ganadores” en la política peronista.
Algunos son afortunados funcionarios que consiguen dólares alegremente -y si se confirma el informe del abogado Dennis Hranitzky, del estudio Quinn Emanuel Urquhart & Sullivan, presentado ante la jueza del segundo distrito de Nueva York, Mary Kay Vyscocil- para llevárselos al extranjero, como el secretario de Industria y Desarrollo Productivo de la Nación, el peronista José Ignacio de Mendiguren; el director de la Unidad Ministro del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, el peronista Carlos Montaña; el subsecretario de obras públicas bonaerenses, el peronista Diego Benítez; el director del servicio de agua y alcantarillado de Aguas Bonaerenses SA, el peronista Matías García y la asesora general de gobierno del gobernador Axel Kicillof, la abogada peronista Ana María Bazán (no, claro, no somos parientes). Otros ganadores peronistas son los que pasan a planta permanente sin ningún concurso, tanto en ANSES; PAMI; hospitales, y todo tipo de empresas o instituciones estatales creadas o por crear o el más raso de los ganadores peronistas, el que sólo recibe un bolsón de arroz con gorgojos.
Todos ellos tienen una importante razón para votar a peronistas.
Es fanatismo por su propio bienestar.
Argentina y el mundo viven uno de sus momentos más oscuros, no sé si el retrógrado es Mercurio o nosotros mismos.
Lo que sé es que ahora vendrán caras extrañas.
En el mundo veremos hipócritamente quejarse por el uso de la violencia israelí. Se le pide a Israel que la respuesta sea “proporcional”. ¿O sea que los israelíes pueden ir casa por casa, quemar bebés, acuchillar embarazadas, matar ancianos? ¿O es “más complejo”?
Las grandes capitales occidentales, ufanándose de sus buenas maneras, fueron tolerantes a los intolerantes.
En nombre de Alá, acuchillan a sus infieles anfitriones y se manifiestan en esas calles en las que siempre se les permitió profesar su odio. No hubo clases en Holanda, Israel, Francia, Inglaterra, por miedo a atentados. Cerraron el Louvre y Palacio de Versalles.
No.
Lo que ocurrió el sábado pasado en Israel no es una cuestión de límites territoriales.
En Alemania los nuevos nazis ya pintan la estrella de David en las casas en donde se supone viven personas judías.
Estamos en el túnel y aquello que viene de frente es la luz del tren. ¿Qué pensás hacer?