Lucas Sepúlveda paga 30 pesos, que equivalen a dos dólares, y acomoda su auto en el estacionamiento del camping Lolén, a cuatro kilómetros y medio del centro de San Martín de los Andes, en el inicio de la ruta de los Siete Lagos. Lo acompañan su mujer, Soledad, y sus hijos, Francisco, de ocho años, y Martina, de dos.
Los Sepúlveda, que un rato antes habían almorzado en su casa, están entusiasmados con el plan de pasar ese 1° de enero de 2016 en la playa, a orillas del Lago Lácar en el Parque Nacional Lanín. Para Lucas y Soledad, que en las últimas semanas han tenido mucho trabajo (él como cocinero en su empresa de catering y ella como vendedora en su local de ropa) es un viernes ideal para disfrutar en familia. Una pausa, un momento de tranquilidad.
La temperatura ronda los 25 grados. Aunque está nublado, algunos rayos de sol reflejan sobre el agua. Con las montañas de fondo, el paisaje es impactante. Por si fuera poco, no hay viento. Cerca de las dos de la tarde, cuando en el camping concesionado por la comunidad mapuche Curruhuinca ya hay cerca de mil visitantes, los Sepúlveda se encuentran con más parientes, los Di Lello, que son los padres y hermanos de Soledad, y también llegan con sus hijos. Todos juntos son unas 15 personas. También están los Mercanti, una familia de vecinos; con papá Federico, mamá Lorena, Matías, de siete años, y Mily, de cinco.
Soledad mira a sus sobrinas ensayando brazadas en el lago y se queda dormida en una reposera.
Sentados en lonas o en sillitas, los mayores conversan mientras toman mate y comen budín. Los menores, Francisco, Martina, Matías y Mily, juegan cerca del agua, sobre la piedritas, con baldes y palas de plástico. Francisco y Matías comparten el equipo de fútbol del barrio y son muy compinches.
Pasa una bicicleta, vuelve un kayac. Cerca de las cinco, sin ningún alerta previo, se escucha un ruido seco, fuerte, como si algo se desgarrara. Lucas Sepúlveda gira su cabeza y, en un segundo, ve caer un Roble Pellín de unos 40 metros de alto y uno de diámetro. El árbol se desploma hacia el lago, a unos 20 metros del agua, y aplasta a Matías Mercanti y Martina Sepulveda.
Hay gritos y desesperación. A Federico Mercanti, papá de Matías, el impacto de una rama le fisura dos costillas. A Carmen Rey, la abuela del chico, otra rama le lastima un brazo. Se salva de milagro. Enseguida llegan los bomberos y una ambulancia, y algunos de los heridos, que son una docena, son trasladados al hospital Ramón Carrillo. Dos guardavidas rescatan del lago a parte de un grupo que se había hundido enredado con otras ramas. Parece una película de terror. La que sería una tarde maravillosa se convierte en una tragedia: Matías, de siete años, y Martina, de dos, están muertos.
“No fue un accidente, fue un doble homicidio”, dice hoy Lucas Sepúlveda, papá de Martina. “Esto pasó por la absoluta negligencia y falta de control de los guardaparques que pertenecen a la Administración de Parques Nacionales y a la comunidad mapuche Curruhuinca”.
“Los guardaparques no son responsables de los fenómenos naturales”, contrapone Danilo Hernández Otaño, ingeniero forestal y secretario de prensa del Sindicato de Guardaparques Nacionales.
Del 30 de octubre al 2 de noviembre, en los tribunales de Neuquén se realizará el juicio oral en el que seis funcionarios están acusados de “homicidio culposo, incumplimiento de sus deberes y lesiones graves”.
Son Diego Lucca (titular de Guardaparques), Juan Jones (jefe del departamento de conservación y manejo), María Hileman (jefa de uso público del Parque Nacional Lanín), Matías Encina (guardaparque) y dos miembros de la comunidad mapuche Curruhuinca, Milena Cheuquepán y Juan Delgado. Las penas pueden llegar hasta los seis años de prisión. Los jueces serán María Paula Marisi, Pablo Lacava y Alejandro Cabral. El fiscal general, Miguel Palazzani.
¿Se pudieron evitar las muertes de Matías y Martina? ¿Cuál es la función de los guardaparques? ¿De quién depende el cuidado de los árboles en los Parques Nacionales?
Bosques para leña o vigas
El Roble Pellín es un árbol que habita los bosques de la Argentina, en la franja occidental de Neuquén; y Chile, desde Valparaíso hasta Los Lagos. Su nombre viene del latín “robur”, rojo y fuerte, y de la lengua mapuche mapudungún; “Pellín” significa madera roja que no se pudre fácilmente. Puede alcanzar los 50 metros de altura y los dos de diámetro. Si bien forma bosques “puros”, también se asocia con otros dos tipos de árboles, el laurel y el lingue. Con un tronco de color café oscuro, de él nacen dos grandes ramas principales. Su madera es muy pesada: un metro cúbico, con 12% de contenido de humedad, pesa 700 kilos.
De copa frondosa, el Roble Pellín puede vivir más de 100 años. Los más “jóvenes” se cotizan como madera de mediana resistencia o como leña de buen poder calórico. Los “maduros” se destacan por su dureza y resistencia a la humedad, y por esa cualidad se usan para la construcción de postes, vigas, muebles de alta gama y estacas. Se los distingue por su color, los “jóvenes” tienen un tono amarillento y los “maduros”, rojizo.
Según un artículo publicado en la revista de divulgación científica Desde la Patagonia y escrito por Andrea Medina, licenciada en Aprovechamiento de recursos naturales renovables, “la clasificación forestal de los bosques andino patagónicos que se hizo en 2016 reveló la existencia de unas 26.300 hectáreas de bosques de Roble Pellín en la Argentina, de las cuales el 90% se encuentra en los parques nacionales Lanín y Nahuel Huapi”.
En los bosques de Roble Pellín convive una gran variedad de seres vivos: anfibios, reptiles, aves y mamíferos. También hay hongos conocidos como roya blanca del roble y roya anaranjada del roble, y parásitos que atacan sus hojas. Otro hongo, el armillaria, suele vivir en la base de su tronco y puede pudrirle la raíz.
Un juicio con idas y vueltas
En 2019, Silvina Domínguez, jueza federal de Zapala, sobreseyó por “falta de mérito” a los imputados en la causa. Los familiares de los chicos apelaron. Un año después, la jueza ratificó su fallo. Los familiares recurrieron a la Cámara Federal. “La jueza Domínguez no fue imparcial”, dice Lucas Sepúlveda. “Sólo tomó en cuenta algunos testimonios de allegados a Parques Nacionales, sin respaldarse en los informes de los ingenieros forestales aportados por la fiscalía y por nuestros abogados, y en los testimonios que demuestran lo contrario a lo que ella concluyó”.
Según el papá de Martina, los peritajes que forman parte del expediente demuestran que el árbol “estaba podrido y con la mitad de sus raíces salidas”, y eso representaba “un peligro” para los visitantes del camping, en el que también se organizan “fogones” y se puede pasar la noche en alguna cabaña con vista al lago Lácar.
El Tribunal de Casación aceptó el planteo, apartó de la causa a la jueza Domínguez y, como consideró que había elementos de prueba para seguir investigando, le puso fecha al juicio oral.
“El árbol no estaba podrido, estaba derecho, vivo, con todo su follaje verde”, señala Hernández Otaño, del Sindicato de Guardaparques. “Es más, estaba igual que los árboles que siguen en pie ocho años después, y que probablemente sigan así 100 años más”.
-¿No se puede volver a examinar el árbol?
-No. La prueba principal ya no existe porque la fiscal (en ese momento era Inés Gerez) hizo el peritaje y mandó a destruir el árbol para que las familias de los chicos no lo siguieran viendo cada vez que pasaran por allí.
-Hay fotos del árbol con las raíces hacia afuera.
-Todos los árboles ubicados en la línea donde llega el oleaje tienen la mitad de sus raíces expuestas, porque el agua les socava el suelo... Si existe la posibilidad de que la Justicia condene a un funcionario por un accidente provocado por la flora o la fauna, ya no vamos a poder trabajar tranquilos.
En el mismo sentido, y a través de un comunicado, el personal de Parques Nacionales señaló que la caída de un árbol “es un fenómeno propio de la dinámica natural del bosque”. Y profundizó: “Los árboles son susceptibles de ser afectados por el clima, las condiciones de sequía o humedad, los movimientos del suelo y por hongos e insectos... No se puede responsabilizar al personal de la Administración de Parques Nacionales de las eventualidades que puedan ocurrir en áreas naturales, como la caída de un árbol, la mordedura de una serpiente, el ataque de un puma o la picadura de un alacrán o un mosquito”.
Luego sumó: “Si hay un fallo desfavorable (para los acusados), ¿quién se va a animar a mantener abiertas las áreas de uso público? ¿Quién estará dispuesto a organizar actividades turísticas y recreativas en las áreas protegidas? Estas medidas no sólo pueden afectar a los agentes de la Administración de Parques Nacionales: también pueden ser imputados los guías, prestadores de servicios y concesionarios”.
Es difícil encontrar casos como el del camping Lolén. Para que se caiga un árbol, casi siempre tiene que desatarse un temporal con fuertes vientos. Este año, en la ciudad de Bella Vista, Corrientes, una tormenta derribó a un eucalipto que destruyó una precaria casa: los restos de mampostería mataron a Lara Barrios, una estudiante de 19 años que dormía en su habitación.
Paro y resistencia gremial
El miércoles 27 de septiembre, como parte de una “jornada de visibilización en apoyo de los guardaparques procesados por el caso Lolén”, hubo un paro nacional en los distintos parques nacionales.
Coincidió con el Día Nacional del Turismo. Salvo en Iguazú, las áreas protegidas estuvieron abiertas pero se restringieron las actividades. Eso no fue todo. El último fin de semana de octubre, en la previa del inicio del juicio oral, se cerrarán todos los parques nacionales.
“Más que un paro, lo que se hizo fue una manifestación pública para visibilizar un tema que nos tiene muy preocupados”, avanza Hernández Otaño. “Es de las pocas veces en la que se han alineado los tres gremios, ATE, UPCN y el Sindicato de Guardaparques ”.
-¿Quién paga los abogados de los guardaparques acusados?
-Los paga la Administración de Parques Nacionales, porque en el sumario administrativo los guardaparques resultaron libres de responsabilidad.
“Con sus medidas sindicales, los gremios buscan confundir y desviar el foco por el que están imputados los guardaparques”, se enoja Sepúlveda. “No todos los guardaparques son iguales, pero los responsables deben hacerse cargo de sus actos”.
Conocedores del terreno
En la Argentina, distribuidos en los diferentes parques nacionales, hay unos 500 guardaparques. Su jornada de trabajo es de siete u ocho horas y tienen dos francos semanales. En algunos casos, la actividad de los guardaparques es, de alguna manera, full time. “Si un agente vive solo o con su familia en una cabaña en el camino de los Siete lagos, por ejemplo, y le tocan el timbre para pedirle ayuda porque a algún turista se le pinchó una rueda o se le perdió un hijo volviendo de algún sendero, ¿qué hacé? Sale y le da una mano, por supuesto, aunque ya haya cumplido su horario ”, describe Hernández Otaño.
Al principio, el cuerpo de guardaparques se nutrió de pioneros patagónicos, gauchos salteños y trabajadores del Paraná, quienes conocían los terrenos y estaban acostumbrados a soportar el clima y a vivir en condiciones de aislamiento. Luego, al desarrollarse los Parques Nacionales, surgió la necesidad de contar con personal especializado. Así, en 1928 se creó el Cuerpo de Guardaparques Nacionales, con la designación de sus primeros siete integrantes. Más tarde, en 1967, nació la “Escuela de Guardaparques”, primera en su rubro en América Latina, que dos años más tarde se llamaría "Centro de Instrucción Bernabé Méndez”, en homenaje al profesional asesinado por cazadores furtivos en el Parque Nacional Iguazú.
Desde 2005, la formación de los guardaparques se desarrolla en el Centro de Capacitación en Áreas Protegidas, de la Administración de Parques Nacionales, en Embalse, Córdoba. Según la página oficial del ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, encabezado por Juan Cabandié, los guardaparques “deben controlar y vigilar las áreas protegidas”.
¿De qué manera controlan y vigilan esas zonas? El decreto 56/2006, que lleva la firma del ex presidente Néstor Kirchner, detalla las “funciones, atribuciones y obligaciones de los guardaparques”, y en uno de sus párrafos plantea que, entre otras cuestiones, ellos deben “detectar fenómenos de deterioro ambiental”.
“Eso sería detectar que, por causas desconocidas, se enfermen 150 árboles. O que aparezca una persona y corte 300 árboles. O que haya un derrame de hidrocarburos... El decreto no habla del cuidado puntual de los árboles”, avanza Hernández Otaño. “Es como si fueras con tu auto por la ruta 237 y, llegando a Bariloche, se te cruza un guanaco y te lo llevás puesto. ¿De quién es el guanaco? Uno podría decir: 'El guanaco está en el Parque Nacional Huapi'. Entonces la responsabilidad es del guardaparque de esa jurisdicción y se le hace un juicio penal porque el guanaco estaba suelto. Es absurdo”.
-¿Hay un "vacío legal" en el cuidado específico de los árboles?
-Es probable. Tal vez la Administración de Parques Nacionales debería contar con un equipo que se dedicara exclusivamente a esto... Porque es imposible que los guardaparques sepan qué día, a qué hora y en qué dirección se van a caer los millones de árboles del bosque andino-patagónico, desde Neuquén hasta Tierra del Fuego.
A los familiares de los chicos fallecidos no los convence el argumento. Les parece "aberrante", "una falta de respeto". No aceptan que no haya habido una “inspección” en la zona del camping. Lo consideran una falla grave, la confirmación de un Estado que se caracteriza por sus precariedades. “Los acusados están imputados por no haber hecho su tarea en un lugar determinado”, define Lucas Sepúlveda.
-¿Cuál es ese lugar determinado?
-La zona donde estábamos nosotros la tarde del 1° de enero de 2016, que no tiene más de 500 metros por 500 metros, y en la que no había más de 100 árboles. Es cierto, los guardaparques no están en condiciones de controlar todos los árboles de la montaña. O en una zona salvaje. Pero ahí, sí.
“No es lo mismo un espacio agreste que un camping habilitado para uso recreativo”, dice Soledad, la mamá de Martina, la misma que, cada vez que se va a dormir, se ilusiona con soñar con su hija.
Después de la muerte de los chicos, el camping Lolén estuvo clausurado durante una semana. Y cuando se terminaron de hacer las pericias, mandaron a talar unos 30 árboles. “También llenaron la zona de carteles con mensajes como 'si te acercás a un cerro hay peligro de derrumbe'. Todo eso tendrían que haberlo hecho antes”, lamenta Lucas Sepúlveda.
“Los empleados del parque talaron esos ejemplares porque, después de lo que pasó, sufrieron una paranoia muy grande”, sigue Hernández Otaño. “Lo dejaron de hacer cuando un grupo de proteccionistas dijo que eso iba en contra de la ley de Parques Nacionales. Insisto, quienes visitan un área agreste tienen que entender que hay riesgos propios del lugar. La probabilidad de que se caiga un árbol es mínima, pero puede pasar... Hace algunos años, un colega ya retirado perdió un hijo por el ataque de un puma en el Parque Nacional Iguazú”.
En su descargo contra la Administración de Parques Nacionales, Sepúlveda también señala que en el momento de la muerte de los chicos no vio a ningún guardaparque en el camping Lolén. Sobre este punto, Hernández Otaño responde: “No había ningún funcionario porque la fiscal que llegó al lugar vio a los dos guardaparques y ordenó que los llevaran detenidos (luego les dieron diez días de prisión domiciliaria). Es más, mientras se iban del camping Lolén, a los guardaparques les gritaban 'asesinos'. Con el tiempo, tuvieron que mudarse a trabajar a otras ciudades porque en San Martín de los Andes eran muy maltratados por la comunidad...”.
“Esperamos que se haga justicia”, cierra Sepúlveda, con una entereza que asombra. “Si no, cualquiera que visite este camping va a estar a la buena de Dios”.
-¿Volvieron al lugar donde murió Martina?
-No, nunca más. Es muy triste lo que nos tocó atravesar. Nos cambió la vida en un segundo y lo vamos a sentir cada día. El dolor no se termina. En marzo de ese año, Martina iba a arrancar la salita de tres años en el jardín de infantes. Y ya teníamos preparado el uniforme. Dicen que cuando perdés a tus padres te quedás huérfano. Pero no hay palabras que nombren el horror de perder a una hija...