Ni bien el capitán del yate “Bandido” alertó sobre el par de tetas que asomaban por la banda de estribor, Martín Insaurralde debió imaginarse que algo podía salir mal.
Sin embargo no la vio venir. Tal vez habrá confiado en la suerte del campeón. Años levantándola en pala, gastando en viajes, regalos, fiestas y nunca le pasó nada. Con la cantidad de funcionarios kirchneristas que se hicieron millonarios mirá si me van a venir a enganchar justo a mí, habrá pensado tantas veces antes de clavarse el Rivotril y dormirse en la infinidad de viajes en business que hizo en los últimos años. Tal vez el abuso del clonazepam lo relajó de más. Suele pasar. Te aflojás, soltás las preocupaciones, bajás la guardia y fuiste.
Cancherísimo y embadurnado con protector solar, el tipo se subió al yate en Marbella, feliz desconocedor de que su suerte estaba echada, diría Borges. Acá estoy seguro, no me puede ver nadie, pensó. Grave error. No importa cuánta guita hiciste en la vida, siempre hay que saber que el mar no es para cualquiera y que subirse a un barco tiene sus riesgos. En este caso no era un riesgo náutico, pero era un riesgo al fin.
El buen navegante sabe que al mar no hay que tenerle miedo sino respeto. Lo mismo pasa con la ley.
¿Habrá dudado en algún momento mientras abordaba esa trampa flotante? A juzgar por las fotos, no parece. Es más, daría la sensación de que estaba en pleno disfrute. Festejando. Según los medios, venía de poner 20 palos verdes para sacarse un problema de encima. Lo último que se iba a imaginar era que, en lugar de eso, se estaba comprando el quilombo más grande de su vida.
Hay que disfrutar porque los años pasan volando, se dijo a sí mismo mientras los marineros soltaban amarras y él abría una botella de Veuve Clicquot, su champagne preferido, el de la etiqueta amarilla, el que tantas veces vió pasar en la época de Menem y se juramentó que algún día le tocaría a él. Insaurralde, como todo buen kirchnerista, fronteras adentro es un menemista con escrúpulos. Pero cuando salen al exterior, dan rienda suelta a ese noventoso que todos ellos llevan adentro.
Por eso, cuando la noche anterior pasaron por la joyería, estuvo tentado de comprar algunos Rolex más.
Dicen que regalar un Rolex trae suerte. En realidad, un tipo que anda regalando Rolex es porque la suerte ya la tenía de antes. Podía haber comprado uno para cada intendente pero no valía la pena. Ya deben tener. ¿Uno para Kicillof? No lo va a querer usar porque se cree marxista. ¿Y uno para Massa? No necesita, le sobran favorecedores dispuestos a recompensarlo. Ni hablar Cristina. A Ella hay que llevarle un regalo distinto, algo que la ponga contenta. ¿La cabeza de Alberto? Ya es tarde para eso.
La brisa apacible del Mediterráneo no presagiaba nada malo. Ni siquiera sospechó cuando descubrió que la chica se había encerrado en un camarote y estaba hablando por celular. ¿Por qué cerraste con llave, bomboncito? le preguntó olfateando algún tema amoroso. Nada gordi, era mi tía pero me encerré porque los marineros me están mirando demasiado, le contestó ella y el tipo eligió creer. El Jefe de Gabinete de la Provincia de Buenos Aires, el socio de Máximo y de Massa, el hombre que Cristina designó para intervenirle el gobierno a Kicillof, el capo que controla el juego en todo el conurbano ni se imaginaba, ese mediodía soñado en el Mediterráneo, que el plan para detonarle la carrera política ya era imparable.
Al atardecer, sobre las colchonetas de popa, entre chupitos y langostinos rociados con limón, Martín mira el horizonte en la Costa del Sol. Pipón con la vida, la escultural morocha se recuesta en su pecho y lo consagra campeón del mundo. En ese mágico instante no hay mucha diferencia entre Insaurralde y James Bond. Quisiera que esto dure para siempre, tararea en su cabeza. Él todo lo puede, todo lo controla y todo lo ve. Menos el torpedo que ya viaja a su encuentro.
Si quieren les saco una foto ahora que tienen la mejor luz, ofrece un marinero de la tripulación. Martín lo mira, duda un segundo y accede. Ella le da su celular para que la saque. Posan. Así es como pasa a la eternidad un momento que será clave en la vida de Insaurralde. Todavía no se enteró que también lo será para el kirchnerismo.
Cada tanto, Insaurralde siente la suma de todos los miedos, algo se le cruza por la cabeza pero enseguida se calma. Yo viajé doscientas veces al exterior y nunca pasó nada, mirá si me van a complicar ahora que están todos distraídos practicando debates presidenciales, se dice a sí mismo y se convence. Fui treinta veces a Colombia y no me revisaron ni el pasaporte. No voy a cometer la pavada de los bolsos de López, ni me van a agarrar en un telo como a Espinoza o hablando de la falopa en ambulancias como a Ishii.
Cuando vuelva me tendré que ocupar del tema “Chocolate”. Detesto la gente desprolija. Yo me cuido. Yo hago las cosas bien. Planifico. Si gana Massa sigue todo viento en popa, si gana Bullrich se nos puede complicar y si finalmente gana Milei nos arreglaremos igual. Dolarizado ya estoy, piensa Insaurralde y se ríe para adentro.
Una vez más, las ventajas del proyecto nacional le ofrendan a Insaurralde, como a tantos otros de sus compañeros, los grandes placeres de la vida. Dos días y dos noches perfectas en el Mediterráneo. La mejor comida, la mejor bebida y el mejor mar con la chica perfecta. O casi perfecta porque, si la hubiera googleado, hubiese descubierto que hace unos años Sofía Clérici ya le había dado un dolor de cabeza a Daniel Scioli. Pero no la googleó.
Lo haría varios días después, cuando la noticia ya ocupaba la tapa de todos los diarios. Cuando los noticieros de todo el país mostraban cada detalle de la fastuosidad náutica. Cuando las cadenas de Whatsapp y las redes sociales desplegaban su morbo infinito. Cuando los datos conectaban todo con todo, la plata, los bingos, las chicas, los intendentes, el gobierno de Kicillof, la candidatura de Massa.
Hasta Carlos Pagni seguramente se dará el lujo el lunes a la noche de pronunciar en una sola frase “Yoli”, “Angélichi” y “Clérichi”.
Pero todo eso vendrá después. Ahora faltan unos días para que el torpedo impacte. Ahora el capitán amarra el “Bandido” en el puerto de Marbella con la precisión de quien ya lo hizo mil veces. La feliz pareja desembarca. La tripulación los despide. El capitán es el último en saludarlos. Entra al puesto de mando y por radio comunica que el “Bandido” ha arribado a puerto sin novedad. Luego busca su celular. Manda el mensaje por Whatsapp al número acordado.
El hombre en Buenos Aires, desde su despacho con vista a la Plaza, lee en su celular: “la Operación Tetas a Estribor ha concluido exitosamente”. Alberto borra el mensaje, mete la mano en el bolsillo de su traje y saca un alfajor Havanna de dulce de leche. Se lo come despacio. Lo disfruta. Luego tantea el otro bolsillo para ver si tiene el de chocolate pero se acuerda que lo dejó en la guantera. Mira a la Plaza vacía y le regala una sonrisa mínima a nadie.
No hay con que darle. A la hora de destruir al kirchnerismo, el Topo no escatima.