La noche del 26 de agosto de 2000 Horacio Iglesia Braun salió del cumpleaños de una amiga y fue a buscar su novia, María Victoria Chiaradía, en el auto de su padre, en aquel entonces comisario de Trenque Lauquen. A ninguno de los dos se los volvió a ver hasta el lunes 4 de septiembre, cuando encontraron sus cuerpos a 250 kilómetros de Bahía Blanca. Tenían apenas 19 años, y dos disparos calibre 22 en la nuca cada uno.
La tragedia unió para siempre a esos dos chicos, que se conocían desde la infancia y se enamoraron a los 15, y sus restos fueron sepultados uno al lado del otro en un cementerio privado bahiense. Para las familias, la pesadilla que empezó aquella madrugada nunca terminó.
“Todos los días vamos a verla al cementerio desde hace 23 años”, contó a TN Roberto Chiaradía, el papá de Vicky y agregó: “Necesitamos ese ratito con nuestra hija todos los días, es la única forma de procesarlo que encontramos con mi esposa”. Por su parte, Martín Iglesia Braun, hermano de Horacio, afirmó: “El dolor sigue igual, lo que aprendés con el tiempo es a vivir con la ausencia”.
“No te preocupes”
“Ellos salieron para el cine y no volvieron nunca más, se los llevaron del estacionamiento del Shopping”, relató Chiaradía sobre esa última noche que los vieron. Más tarde, cerca de las 5 de la mañana del domingo, el timbre del teléfono rompió el silencio en su casa y encendió la primera alarma.
“Mi suegra fue la que atendió y Vicky le dijo que iban a llegar más tarde porque habían tenido un problema con el auto”, recordó. También le repitió a su abuela más de una vez: “No te preocupes”.
El horario del llamado, sin embargo, los inquietó, aunque todavía no podían siquiera imaginar la amenaza bajo la cual se encontraba la pareja en ese momento. Fue a partir de ahí que la vida, como la conocían hasta entonces, dio un vuelco completo.
La desaparición de Vicky y Horacio movilizó a los vecinos bahienses que, convencidos como los familiares de que los jóvenes habían sido víctimas de un secuestro, salieron rápidamente a las calles para pedir su aparición. Pero a las cuarenta y ocho horas lo que encontraron fue el auto, de los chicos todavía no había rastros.
Lo habían abandonado sobre un camino de tierra a 6 kilómetros de General La Madrid y a 250 kilómetros de Bahía Blanca, sin sus chapas patente, que se hallaron después dentro del baúl del Chevrolet Corsa de las víctimas.
El misterio sobre los novios se prolongó durante toda una semana, hasta el lunes 4 de septiembre. Ese día, en un monte de cipreses de Coronel Suárez, ubicado sobre un camino vecinal a 2,5 kilómetros de la Ruta 76, por fin los encontraron. Estaban tirados espalda contra espalda, semienterrados. Los habían fusilado.
Según las autopsias, la muerte, por dos disparos de bala calibre .22 en la cabeza de cada uno, se había producido pocas horas después de la desaparición. La confirmación del doble crimen disparó todo tipo de teorías.
La mafia del robo de autos
Con todas las hipótesis abiertas, el avance de la causa le permitió a los investigadores confirmar que el robo del auto había sido el móvil del rapto de la pareja. El fatal desenlace que tuvieron, en cambio, era mucho más difícil de explicar.
“Horacio y Victoria fueron víctimas del gran negocio de los desarmaderos y autopartes”, sentenció ahora en diálogo con este medio Martín Iglesia Braun. El blanco no habían sido ellos sino el Chevrolet Corsa en el que se movían. “Alguien había pedido un auto con las características del coche que tenían ellos”, completó en el mismo sentido Chiaradía.
Ese “alguien” fue el primero en caer, el 8 de noviembre del mismo año. Era Martín Goyeneche, dueño de un taller de chapa y pintura de Coronel Suárez. Detrás suyo como si fueran las fichas de un dominó, cayeron Juan Antonio Corona, vendedor de autopartes de 9 de Julio, y Rubén Martín, un vendedor de autos que operaba en La Matanza.
De acuerdo a la reconstrucción, el destino de los jóvenes se cruzó con los delincuentes a partir de que Goyeneche y Corona sellaran un acuerdo para conseguir un Corsa. Y aunque la intención habría sido liberarlos con vida, una situación imprevista para la banda desencadenó la tragedia.
Los captores iban con la pareja en el auto de las víctimas y atrás venía otro vehículo de apoyo con el resto de los cómplices. “Ellos pararon en la Ruta 33 para dejarlos, pero para mi Horacio reconoció a uno de los delincuentes y ahí tomaron la determinación de matarlos”, sostuvo Chiaradía con TN. Según esa teoría, uno de los secuestradores era policía y conocía al padre del joven asesinado, también miembro de la fuerza.
Silvia Braun, la madre del joven, se refirió -en una nota con un medio local- a aquella hipótesis del secuestro extorsivo a la que se habían aferrado al principio y lamentó: “Ojalá nos hubieran pedido dinero; era el auto y el auto... A este tipo (por Martín Goyeneche) le ‘quemó’ el lunes, no se imaginó que iba a haber semejante despliegue de prensa y lo ‘tiró”.
Crimen y Castigo
En 2003, la Justicia condenó a 10 años de cárcel a Goyeneche, Corona y Martín por la instigación al robo con armas del auto. Los tres fueron excarcelados bajo libertad condicional dos años más tarde.
El juicio fue la punta del ovillo y, tras las condenas, el fiscal Eduardo d’Empaire fue tras los autores materiales del doble crimen. Entonces detuvieron a Gustavo “El Chino” Aguilar, Héctor “El Petiso” Fernández y Gustavo Javier “El Lagarto” Ravainera.
La justicia los juzgó a los tres a fines de 2009 y condenó a reclusión perpetua a Ravainera, pero no encontró pruebas concretas contra los otros dos acusados, que resultaron absueltos por el beneficio de la duda.
En 2018, tras cinco pedidos de prisión domiciliaria rechazados, un juez autorizó a Ravainera, con un cáncer terminal de pulmón, a vivir con su hermana en Villa Iris. Unos meses después, en mayo de 2019, finalmente murió.
Vicky y Horacio, presentes
“¿Cuál sería la definición válida y equitativa de justicia?”, se pregunta ahora Iglesia Braun, a 23 años del doble crimen. Los responsables fueron condenados, pero, cierto es, ninguna sentencia le podía devolver la vida a su hermano ni a Victoria. El daño fue irreparable.
“Lo doloroso fue lo que pasó y de la manera que pasó, saber que nunca más voy a poder tener a Horacio a mi lado”, manifestó a TN Martín, hermano del joven asesinado. Sin embargo, también resaltó: “Siempre los tengo presentes, a ambos, su recuerdo es bueno y siempre me despierta una sonrisa acordarme de ellos”.
Esos recuerdos que lo acompañan día a día son los que le permiten sobrellevar la ausencia y se han vuelto, afirma, su tesoro más preciado.
Por su parte, Roberto y Mirta, los padres de Vicky, encontraron su propia forma de procesar lo ocurrido en esa cita diaria e impostergable con su hija. “Al principio era más desgarrante, ahora nos da tranquilidad estar con ella, aunque sea 10 minutos todos los días”, explicó Chiaradía.
“Victoria era mi única hija”, remarcó. Aunque pasaron más de dos décadas, le sigue resultando imposible de explicar su pérdida, y lamenta: “No voy a tener nietos, no la voy a ver proyectada en lo que ella quería”.
El 27 de agosto de 2000 fue la bisagra a partir de la cual todo cambió. El tiempo pasó, pero ese golpe inesperado del destino a ellos los dejó detenidos en ese mismo punto en el que a su hija le arrebataron la vida.
El matrimonio nunca se fue de Bahía Blanca y sigue viviendo en la misma casa, rodeados de las fotos de Vicky, que les sonríe desde cada portarretrato. “El dormitorio de ella está igual, mi casa está como siempre, solo que ella no está más”.
“Cada uno hace de su vida lo que puede”, indicó haciendo referencia a él y a su esposa, Mirta. Ya no hay planes, ninguno de los dos tiene proyectos de vida. Solo tratan de seguir adelante de la mejor manera posible.