Había perdido el colectivo y no podía llegar tarde a la oficina. Por eso tomó otra línea, diferente a la que acostumbraba. El recorrido lo dejaba justo frente al edificio de oficinas de San Telmo donde trabaja en el sector de administración de una empresa de venta de materiales para la construcción. Todavía estaba oscuro pero eso no fue impedimento para que divisara, justo al lado de un contenedor de basura, un par de ojos temerosos que pedían ayuda.
“Justo ese día había llevado milanesas para almorzar, cosa que no hago muy seguido. Entonces corté una y me acerqué al perrito que había visto minutos atrás. Quería intentar acercarme con comida y evaluar cuál era su estado de salud. Le di de comer y se dejó acariciar. Mientras, mi cabeza iba a mil y trataba de pensar cómo iba a hacer para ayudar a ese animal. Cuando me paré para volver a la oficina, me siguió unos pasos. Sabía que no me iban a permitir que entrara al edificio. Entonces me agaché, le hablé y le dije que me esperara”, recuerda Martín Brumat.
“Pensé que alguien se lo había llevado, pero estaba equivocado”
No podía perder tiempo. Subió de inmediato hasta su escritorio en el piso 19 y, mientras hablaba con su familia y su jefe para poner a todos al tanto de la situación, miraba por la ventana que el perro negro que había descubierto entre la basura siguiera en el mismo lugar que le había indicado.
“Había pasado cerca de una hora y de pronto no lo vi más. Bajé para chequear de cerca, tampoco lo encontré. Recorrí unas cuadras y nada. Mi primer pensamiento -quizás demasiado positivo- fue que alguien lo había visto y se lo había llevado. Pero estaba equivocado”.
“Un taxi lo había atropellado”
Regresó a la oficina visiblemente preocupado. Quería creer que el perrito iba a estar bien. Pero algo en su interior le decía que no todo era color de rosa. “A los 20 minutos subió el encargado del edifico por otro tema que estábamos viendo. Aproveché y le consulté si había visto un perro negro, chico, que estaba en la calle. Me respondió que sí, que un taxi lo había atropellado recién y que lo tenía abajo”.
Martín no podía creer lo que estaba viviendo. Bajó hasta el estacionamiento y allí estaba el animal. Aunque no se lo veía mal, ya que el auto lo había chocado en la parte de la cadera, hizo todo lo que estuvo a su alcance para agilizar un traslado a la veterinaria. Pidió permiso en el trabajo para salir antes y a los diez minutos su hermano lo pasó a buscar. Manejaron lo más rápido que pudieron hasta una veterinaria de confianza.
“Solo quería que se recuperara”
Una vez en el consultorio médico, al cachorro se le hicieron estudios de sangre, un examen clínico completo y radiografías para evaluar la gravedad del golpe recibido. Con los resultados en mano, Martín pudo regresar finalmente a su casa. En cuanto llegó, su novio lo ayudó a acomodarlo sobre una manta y almohadones, para que estuviera abrigado y cómodo. Estaba quieto, casi no se movía. Probablemente tuviera mucho miedo pero se mostraba tranquilo.
“El primer día casi no comió, le dábamos queso untable en la boca y no tomaba mucha agua. De todas maneras le habían pasado suero, así que estaba hidratado. Yo no había pensado mucho sobre la situación, solo quería que se recuperara. Pero me alivió mucho que en cuanto mi novio lo vio sintió lo mismo que yo y me dijo con firmeza: se queda con nosotros”.
A medida que pasaron los días, el cachorro comenzó a mostrar signos de una evolución favorable. Lo bautizaron Fausto. Afortunadamente, el golpe solo había sido un susto y dejó como recuerdo una fisura, que se soldó con el tiempo. Hoy Fausto, Martín y su pareja hacen todo juntos.
“Vivimos en un departamento y lo sacamos para hacer sus necesidades y que olfatee, pasee y camine al menos cinco veces por día. Siempre está con nosotros. Por ejemplo, si salimos a comer o a merendar, él viene con nosotros. Hay varios lugares donde podemos entrar con él. También visitamos a la familia y Fausto siempre es bienvenido. Ya pasaron cuatro meses y sentimos que nos cambió la vida”.