Javier Milei y Axel Kicillof, demasiado parecidos para que sea casualidad
OPINIÓN. Los dos economistas que tal vez terminen en los cargos de mayor poder del país tienen muchas diferencias entre sí, pero también extraordinarias semejanzas, que nos hablan del tipo de personajes que andamos buscando para que nos guíen. Tal vez, no con la mejor idea de qué queremos hacer. - Por Marcos Novarro
¿Quiénes son, qué tienen en común y qué de diferente los dos personajes que tienen hoy por hoy más chances de salir bien parados de la crisis que atravesamos, ganar las elecciones para las que se postulan, y constituir tal vez la pareja protagónica, la elite del poder de la nueva Argentina que está por alumbrar este fin de año?
Son dos economistas, pero sobre todo son dos ideólogos de la economía, dos personas cargadas de estudios y lecturas que han dedicado su vida hasta aquí a mostrar que pueden a su vez enseñar lo que aprendieron y, por qué no, aplicar a la realidad lo que saben por los libros. Más allá de la orientación absolutamente contrapuesta de sus preferencias al respecto, los dos coinciden en suponer que si somos consecuentes con una doctrina, todas las inconsistencias de nuestra vida práctica van a desaparecer, una linda ilusión, casi literaria podríamos decir, que ningún país de la Tierra jamás logró que funcionara, pero eso no les importa, y parece importarnos cada vez menos a los demás.
Javier Milei y Axel Kicillof, dos grandes comunicadores
Son también dos personajes estelares de esta época líquida de la vida pública en que la autenticidad paga más que las consecuencias de tus actos, tus dichos o tus promesas, en que en el drama de las vidas mundanas hacen falta ante todo referentes de fe, sensibles, entradores, y sobre todo que sean siempre capaces de esquivarle el bulto a las responsabilidades, para seguir cumpliendo el rol que tienen que cumplir, el de imágenes bien definidas de personajes inconfundibles.
Son también dos marginales de sus disciplinas, despreciados casi unánimemente por todos los profesionales económicos con oficio, cosa curiosa, tanto los de la misma academia como los que se dedican a los asuntos prácticos, los negocios, las organizaciones, del ámbito que se les ocurra. Es que ellos no podrían cumplir con ninguno de los requisitos de buen profesor o investigador que se exige en una universidad bien organizada, y tampoco los de buen empleado en una empresa. Pero sin embargo dominan el lenguaje de la economía aplicado a la política con particular maestría. Es decir, no van a saber anticipar resultados en ningún terreno, ni simulados ni concretos, pero siempre nos van a poder dar una grácil explicación de por qué son malos, quién tiene la culpa, dónde hay que buscar nuevas soluciones, o al menos una nueva fuga hacia adelante.
En parte por eso mismo, han hecho sus carreras fuera de organizaciones o en todo caso en sus márgenes, rodeados de cierto halo de autonomía y distancia con el resto del mundo. Milei ha hecho en particular un culto de ello rodeándose de un séquito circense donde conviven muy informalmente todo tipo de arrimados, amigos, parientes y hasta espíritus caninos.
Pero Kicillof no le ha ido muy a la saga, manteniéndose con esmero fuera de los límites de las muchas orgas que componen el kirchnerismo, absolutamente jugado siempre a mostrarse ajeno a sus lógicas y necesidades internas, aún al precio de fuertes conflictos, que le sirvieron para reforzar de todos modos su condición de satélite con su propia órbita. No faltó del todo a la verdad cuando dijo recientemente que para candidatos “anticasta” ya estaba él.
Javier Milei y Axel Kicillof, dos hijos disfuncionales de familias estragadas
No es ningún secreto que han hecho de su esfuerzo de superación profesional la forma de superar contra viento y marea una infancia, adolescencia y formación agobiadas por ambientes, por decir lo menos, desalentadores. Y en ello, reside buena parte de su atractivo, su fuerza y su mérito.
Y lo dos puede que se cuenten entre los sobrevivientes del naufragio que se viene. Y queden en gran medida al timón de nuestros destinos. Claro, sería que cada uno quede a cargo de un timón distinto, en la balsa en la que los que aún flotemos tengamos que convivir, y decidir para dónde rumbeamos. En principio, si eso sucediera no parece que pueda funcionar muy bien.
Pero de eso ya habrá tiempo de ocuparnos, si sucede. Lo interesante del caso, por de pronto es considerar las razones por las que personajes de este tipo son los que logran sobrevivir, en el caso de Kicillof, al hundimiento sin remedio de sus compañeros de casta y de proyecto, en el caso de Milei, flotando por encima de toda la frustración reinante como referente de una nueva esperanza.
Algunos de los rasgos arriba mencionados ayudarán seguramente a explicarlo. Pero interesa destacar todavía otro que un poco los abarca a todos. Y es el rasgo de locura que caracteriza a ambos. Y una locura muy particular, la de ser o mostrarse como alienados de su entorno, y poder expresar las ilusiones más vanas. “Derecho al futuro”, reza sonriente Kicillof en sus carteles de publicidad, mientras todo se derrumba a su alrededor. “Somos leones” grita Milei, a un electorado que cae en la pobreza, si no es que ya estaba sumido en ella, a velocidad pasmosa. Tal vez lo que esté sucediendo sea simplemente que preferimos con toda lógica una ilusión, cualquiera, a hacernos cargo de la realidad.