Cuentan que hace poco, en una comida con personas muy importantes, una de éstas le puso la mano en el brazo a Javier Milei. “¡No me toque!”, reaccionó en el acto, enojado, el candidato libertario. Mientras camina por un eventual sendero hacia el poder, Milei va sembrando anécdotas. Pero lo cierto es que no cualquiera puede ser presidente de la Nación. La historia, más que cualquier otra ciencia social, enseña que los jefes de Estado deben cumplir con algunos requisitos, además de los constitucionales: deben, en efecto, exhibir templanza y serenidad, un cabal sentido de las proporciones y un probado control de las emociones. En la democracia más antigua del mundo, la de los Estados Unidos, el termómetro de esas condiciones fue inapelable hasta el arribo al poder de Donald Trump. Es oportuno el recuerdo de tales requisitos porque en días recientes se conoció un video que muestra a Milei en una actitud de maltratador frente a una periodista de Salta; los hechos sucedieron en la localidad de Metán y concluyeron con una decisión de la Justicia que le prohibió a Milei dar charlas y conferencias, lo obligó a una revisación psiquiátrica y le exigió que pidiera disculpas. Casi a los gritos, Milei trató a la periodista Teresita Frías de “burra” y le anunció que iba a “desasnarla” porque ella le formuló una pregunta sobre Keynes y la gran depresión norteamericana de principios de los años 30 del siglo pasado. El tono de la periodista y el contenido de la pregunta no justificaron una reacción tan violenta del candidato presidencial. Hubiera bastado en todo caso con una cordial corrección de la pregunta. Mucho más cerca en el tiempo, hace unos cuatro meses, Milei se cruzó en televisión en términos muy parecidos con la periodista Jesica Bossi. Bossi solo le preguntó a Milei si coincidía con la posición de su aliado tucumano Ricardo Bussi, quien propuso la libre portación de armas y el derecho de los ciudadanos a disparar armas de fuego. Milei no la dejó hablar a Bossi y la acusó, excesivamente exaltado, de “cómplice de los delincuentes”; ni el tono ni el contenido de la pregunta justificaron tampoco la reacción del candidato. Estamos, entonces, ante dos problemas: el maltrato a mujeres por parte de un candidato a la presidencia (el maltrato no se justifica en ningún caso, pero es insoportable cuando afecta a una mujer) y también la condición de hombre irascible de Milei, incapaz de controlar sus emociones o sus reacciones.
¿Afectará electoralmente a Milei la exhibición pública de sus limitaciones? Analistas de opinión pública señalan que difícilmente lo afecte entre los votantes que ya optaron por él en las elecciones primarias del 13 de agosto o que ya habían decidido votarlo el 22 de octubre próximo. El sociólogo Eduardo Fidanza señala que “es tal la necesidad de cambio de muchos sectores sociales que esas desubicaciones de Milei no les importan”. El caso Milei tiene un antecedente en el mundo, que es precisamente el de Trump en los Estados Unidos. Si bien Milei fue empleado de algunas de las grandes fortunas argentinas, a diferencia de Trump que es un hombre rico, los une la impunidad electoral. El propio expresidente norteamericano dijo durante su campaña presidencial, antes de ganar las elecciones, que “si yo le disparara a alguien en la Quinta Avenida no perdería ni un solo voto”. Igual que Trump, Milei tiene la mirada fija en el mercado, que es muy importante, pero no se detiene jamás en las instituciones, que son también fundamentales en un sistema republicano. Una de las condiciones del populismo es, precisamente, la necesidad de enfrentar a la sociedad con las instituciones, porque estas son molestas, incómodas para líderes que prefieren un trato directo con la gente común. A veces, cuando Milei no se detiene en el debido respeto a los otros y a sus ideas, o en el cuidado del sistema y sus instituciones, se parece mucho a un pirómano de la democracia.
Milei es, al fin y al cabo, uno de los mejores discípulos de Cristina Kirchner por sus formas de relacionarse con la política
El estilo de Milei está recogiendo tres clases de votantes. Los olvidados, que explican que el líder libertario haya ganado en comunas de clase baja del conurbano bonaerense, históricamente feudos peronistas; los que claman por romper con el statu quo y se deslumbran con los gritos de Milei, no con sus ideas y ni siquiera con el destino de sus agresiones; y los fanáticos, otra generación ciega y sorda ante los argumentos del otro, reacios a cualquier idea que ponga en duda a su líder. Ese grado de fanatismo solo se vivió en los casi 40 años de democracia en tiempos posteriores a la muerte de Néstor Kirchner; el fanatismo era netamente cristinista y tampoco toleraba (¿tolera?) la disidencia. Milei dice cosas muy graves y parece que nunca debe probar nada. Denunció que le robaron el 5% de los votos porque no tuvo fiscales en las elecciones de hace 20 días. Luego se supo que el peronismo fiscalizó los votos del libertario (confesión de los propios peronistas) porque consideraba que su prioridad era neutralizar a Juntos por el Cambio. Sin embargo, Milei nunca explicó cómo llegó a ese preciso porcentaje del 5%. Nunca tampoco hizo una denuncia judicial por un fraude que supuestamente lo privó de un importante caudal de votos. Su feligresía, con todo, cree ciegamente en las aseveraciones del líder; el mileismo tiene algo de las religiones porque en ellas la fe es más importante que la prueba. El país está otra vez frente a una lógica binaria, según la cual el “nosotros” se encoge y el “ellos” se amplia. Cristina Kirchner fue la fundadora de ese método; Milei es, al fin y al cabo, uno de los mejores discípulos de la vicepresidenta por sus formas de relacionarse con la política, con los amigos y con los adversarios. Sucede algo similar con las referencias de Milei al periodismo; todo periodista que lo critica está “ensobrado” o es “sucio”. Es un corrupto, para decirlo con palabras claras. Desde ya, el periodismo no está habitado solo por almas puras, pero tampoco es una comunidad integrada solo por gente deshonesta. Muchos periodistas y medios periodísticos debimos enfrentar en los años de gloria del kirchnerismo la persecución, la difamación y campañas públicas de desinformación. Milei parece ignorar lo que sucedió antes de su irrupción en la vida pública. Hasta parece desconocer todas las tragedias que vivió la sociedad argentina en los últimos 60 años: una guerra interna, gobiernos militares, hiperinflaciones, defaults y confiscaciones de depósitos. De hecho, acaba de calificarlo de “rata” a Raúl Alfonsín, sin detenerse en la ofensa que significa para muchos argentinos que lo quisieron.
Pero, ¿cuál es la argamasa de la fuerza social que lo está empujando a Milei a la posibilidad de ser presidente de la Nación? Está el argumento repetido de la amplia y comprobable frustración social, pero ya hay quienes comparan a la sociedad argentina con la humillación del pueblo alemán en los tiempos prenazis. Por eso, el debate interno de Juntos por el Cambio sobre si tiene que enfrentarlo o no es una discusión que carece de sentido. Pueden debatir sobre las formas de diferenciarse de él, pero nadie puede ignorar al candidato presidencial que ganó las recientes elecciones primarias. Es cierto que esta clase de líderes se agrandan cuando el establishment político los ataca, pero es igualmente verdadero que hay formas menos rudas de replicar el facilismo y la superficialidad.
Patricia Bullrich necesita reconstruir su liderazgo, ahora único en la coalición opositora después de su triunfo sobre Horacio Rodríguez Larreta, porque pasaron demasiados días desde las elecciones del 13 de agosto en los que ella desapareció del radar de la opinión pública. La gente común termina siempre aferrándose a lo que hay, y en los días recientes lo único que había era Milei. Ni siquiera es perceptible una idea de dónde está el poder en el país, salvo la imagen que construye Sergio Massa de su propio poder, aunque es un poder desvencijado por los efectos de la profunda crisis económica. “Sáquenlo a Massa de cualquier chance de ganar las elecciones. No tiene ninguna”, asegura un veterano analista de la sociedad, que reconoce en el ministro de Economía una notable habilidad para construir realidades que no existen. Alberto Fernández y Cristina Kirchner no están; parece que nadie recuerda ya quiénes eran y qué hacían. Como escribió con ironía el abogado Bernardo Saravia Frías, “Presidente y vice no tienen domicilio conocido”. En ese peligroso erial político crece la pregunta sobre si Milei está en condiciones de ser presidente.