El domingo 16 de julio de 1995 era un domingo cualquiera hasta que el sonido ensordecedor de la sirena del cuartel de Bomberos anticipó la tragedia. Tania Soledad Bruno, una nena de ocho años, había sido encontrada asesinada por su hermano, apenas cuatro años más grande que ella, en el interior de su casa ubicada a 150 kilómetros de la capital cordobesa. El caso literalmente fue el horror después del horror: una madre que en poco tiempo pasó de víctima a victimaria, muchas dudas, el crimen impune, más dudas y una familia rota.
Aquel día Fabricio, que entonces tenía 12 años, volvió de visitar a su abuela y se topó con la escena de un homicidio. Lo primero que vio al entrar a la vivienda fue a su hermanito Martín, de dos años, llorando desconsoladamente sentado en el piso de la cocina. Al lado de él estaba tirada Sandra Vignolo, la mamá de los dos, y lo primero que creyó el nene fue que la mujer estaba buscando algo que se le hubiera caído al bebé.
Recién cuando se acercó, el chico notó que la madre tenía rastros de sangre en la cara y el cable de teléfono alrededor del cuello. Sandra no reaccionaba porque estaba desmayada y su hijo, ya en estado de shock, siguió al menor hasta la habitación matrimonial y allí, de costado sobre la cama, vio a Tania como si estuviera dormida. Pero ya estaba muerta.
“Se les fue la mano”
A Tania ese domingo la mataron entre las 15 y las 18 y su mamá, Sandra, tal vez sea la única persona que conozca con certeza lo que ocurrió con ella esa tarde. Su esposo en ese momento y padre de sus hijos, Paul Domingo Bruno, era periodista deportivo y a esa hora se encontraba fuera de la casa relatando un partido de fútbol de la liga local.
El informe de los forenses no fue ajeno a la complejidad del caso entero. Después de algunas idas y vueltas, concluyeron que a la víctima fue asfixiada primero con una almohada, pero que la causa de la muerte fue “por estrangulamiento con lazo”. En otras palabras, mientras ella agonizaba, el asesino la ahorcó hasta matarla.
Ningún vecino escuchó nada, tal vez porque era pleno horario de la siesta en el pequeño pueblo de Hernando, también conocido como la Capital Nacional del Maní, donde viven poco más de 10 mil personas. Así fue como Sandra Vignolo se convirtió en una pieza clave para el avance de la investigación, ya que ella y su hijo de dos años habían sido los únicos testigos del hecho.
De acuerdo a su relato, los responsables del asesinato de Tania fueron dos hombres que se habían presentado en su casa con la excusa de buscar unos papeles de parte de su marido. Ambos tenían cubierta parte de la cara con bufandas, aseguró la mujer.
Y entonces remató su declaración, con una frase por lo menos curiosa: “Los dos pelearon conmigo y trataron de hacer callar a Tania, que gritaba por lo que estaba pasando. ¡Pobrecita, era tan chiquita que se les fue la mano! Creo que no tenían intención de matarla”.
La hipótesis sexual
Esa suerte de empatía o “justificación” sobre el accionar de los asesinos de su hija puso a Vignolo en la mira de los investigadores. Conforme avanzó la causa, algunas contradicciones en su testimonio, sumado al “desorden” sospechoso que encontraron en la casa y la falta de huellas de los supuestos delincuentes, terminaron de cerrar el círculo alrededor de la mujer, que fue detenida e imputada por homicidio calificado.
Mientras en el barrio ya se decía por lo bajo que Vignolo le pegaba mucho a la nena, la abuela materna de la víctima hablaba de una supuesta venganza contra el padre y los investigadores, sin ninguna pista firme que seguir, empezaron a indagar una hipótesis sexual. En esa línea, no descartaban que Tania hubiera visto a su mamá con un amante y que la hubieran atacado para garantizar su silencio.
Una testigo apareció entonces y señaló a un vecino, al que supuestamente había visto entrar en la casa de la familia Bruno a la hora del crimen. Se trataba de Marcos Molina, quien fue detenido vinculado a la causa y liberado después porque no se encontró ni una sola prueba que demostrara su participación en el hecho.
El crimen de Tania Bruno llegó a juicio a fines de diciembre de 1996 y Sandra Vignolo ocupó el banquillo de los acusados con el apoyo pleno de su marido, Paul, quien la acompañó en cada audiencia convencido de su inocencia.
A tal punto creía Bruno en su esposa, que según reflejaron las crónicas de esa época, el hombre llevaba dos pastillas de cianuro encima por si la Justicia llegaba a condenarla. Entonces su plan era darle una de esas pastillas a Vignolo y tomarse la otra él.
“Me enamoré”
Finalmente, la Cámara Criminal de Río Tercero absolvió a la mujer, pero Paul Bruno no estuvo ahí para celebrar con ella la decisión judicial. Había dejado de ir de un día para otro a las audiencias y, durante el mismo debate, se supo cuál había sido el motivo. Sandra Vignolo se había enamorado de otro hombre mientras estuvo presa.
Se trataba de “el Toto” Godoy, un policía al que conoció cuando estuvo detenida en Río Tercero y del que le habló a una amiga a través de una carta. “Me enamoré”, afirmó. Su marido se enteró, y hasta ahí llegó el sostén que había demostrado ciegamente en relación con la situación de ella. A partir de ese momento empezaron las acusaciones cruzadas entre los dos.
La presunción que cayó ante la duda
En tanto, el fiscal Moisés Yona cuestionaba “el pacto de silencio” entre los padres, ya que ninguno de los dos había declarado en el juicio. No obstante, resignado ante la falta de evidencia, terminó pidiendo la absolución de la acusada, a lo que a su turno adhirió el abogado defensor Carlos Ríos.
Vignolo fue absuelta por el beneficio de la duda. En los fundamentos del fallo, el presidente del Tribunal, José Clemente, dijo que como hombre de derecho debía concluir en esa resolución, aunque en lo personal tuviera la convicción de que la mujer había tenido algún grado de participación en el crimen.
La mamá de Tania rompió el silencio recién entonces y ante los medios que la esperaban a la salida del tribunal, expresó: “Con Tania tenía una relación muy especial. Pienso que por el hecho de no haberla visto muerta, ella pasó a ser mi sol sin edad; es el rayito de luz que me ilumina y me da la fuerza para estar hoy hablando con ustedes y haber pasado todo este tiempo”.
El peor castigo
Después de la absolución de Vignolo, los padres de Tania se separaron y la herida que se abrió entre ellos a partir del crimen de la nena ya nunca iría a cerrarse. Aunque ninguno de los dos se fue de Córdoba, los separan unos 60 kilómetros y una cuota alta de resentimiento.
“En un momento, confié en ella como marido. Pero me equivoqué. Hoy sé que ella mató a Tania, porque padece de esquizofrenia. Sé que ella tiene cáncer y pido que le queden muchos años de vida por delante, para que sufra todo el mal que hizo”, dijo Paul Domingo Bruno en diálogo con La Voz del Interior, hace unos años atrás.
Según indicó ese medio, Bruno se mudó a una casa sobre la calle 1° de Mayo, a 20 cuadras de la vivienda donde ocurrió el crimen de su hija hace ya 28 años, formó una nueva pareja y fue padre otra vez, pero lucha contra la depresión y el enojo que le quedó contra los vecinos de Hernando, a los que acusa de “discriminar a sus hijos” y contra su exesposa. “Estar aún viva es su peor castigo”, enfatizó.
Paul Bruno dejó el periodismo deportivo, se dedicó un tiempo a la parapsicología y fue vinculado durante un tiempo a un complejo de cabañas en La Cumbrecita.
Por su parte, Sandra Vignolo sigue en pareja con el policía ahora retirado de apellido Godoy. Ambos armaron su familia en la localidad de Almafuerte, a 65 kilómetros de donde vive el exmarido, y tuvieron una hija.
La mujer resignó poco después de quedar libre la tenencia de sus otros dos hijos varones, Fabricio y Martín Bruno, por estar “imposibilitada económicamente” para afrontar sus cuidados. Ellos nunca le perdonaron a su madre no haber hecho más para que los responsables de la muerte de Tania pagaran por lo que hicieron.
“Vivirás eternamente”
Los restos de Tania descansan en el panteón comunitario del cementerio municipal, a la salida de Hernando. Sobre el mármol, hay una placa de metal que tiene grabado: “Vivirás eternamente en nuestro corazón. Tus familiares”.