Economía 12/08/2023 17:38hs

Una familia sueña con transformar el comedor de la exfábrica Gándara en pulpería para darle vida al pueblo

Virginia Costa Soto y su novio Sebastián Cappiello se mudaron en plena pandemia y abrieron un complejo de cabañas. Sus planes para “devolverle algo lindo” al lugar en el que se criaron.

Virginia Costa Soto, Sebastián Cappiello y su hijo León frente al comedor de la fábrica de Gándara que quieren recuperar y convertir en pulpería.
Virginia Costa Soto, Sebastián Cappiello y su hijo León frente al comedor de la fábrica de Gándara que quieren recuperar y convertir en pulpería.
Así es el viejo comedor de la fábrica de Gándara donde Virginia Costa Soto quiere abrir una pulpería
Así es el viejo comedor de la fábrica de Gándara donde Virginia Costa Soto quiere abrir una pulpería
Virginia, León y Sebastián quieren abrir una cafetería en el comedor abandonado de la fábrica de Gándara
Virginia, León y Sebastián quieren abrir una cafetería en el comedor abandonado de la fábrica de Gándara
La estación de tren de Gándara, uno de los hitos del pueblo.
La estación de tren de Gándara, uno de los hitos del pueblo.

En sus años de esplendor, Gándara albergó a una de las mayores fábricas lácteas del país. Pero la quiebra y el cierre de la planta a principios de siglo fueron un golpe fatal para el pueblo: se vació de sus habitantes y no quedó ni un almacén. Sin embargo, una pareja que se instaló en el lugar en plena pandemia ahora sueña con transformar el viejo comedor de la planta en una pulpería para “devolver vida al pueblo”.


“Cuando la fábrica cerró y la gente se fue, Gándara quedo como un paraje rural despojado, un pueblo fantasma. Pero acá viven unas 20 familias, hay una estación de tren que funciona, una escuela rural con 30 chicos y una estación de policía rural”, explicó a TN Virginia Costa Soto.

Junto a su novio, Sebastián Cappiello, y su hijo, León, Costa Soto sueña con recuperar el viejo comedor de la fábrica y convertirla en una cafetería para “recrear la conexión comunitaria, el vínculo entre vecinos” que dejó de existir. Para cualquier cosa que falte en casa, hay que hacer 20 km hasta Chascomús, explicó.

Costa Soto creció en aquel Gándara de antaño, el de los camiones repletos de leche y de los turistas que paraban a buscar un yogur gratis al borde de la ruta cuando viajaban hacia la costa atlántica. Su abuelo tenía un tambo en la zona y el comedor de la fábrica quedaba en un terreno de la familia. De hecho, lo manejaban sus padrinos.

“Me crié en este restaurante y me da pena ver que no tenemos nada, el movimiento que desapareció. Queremos devolver un poco esa vida al pueblo. En lo personal, volver a abrir el lugar es honrar la historia propia. Mis abuelos y mi papá estarían muy contentos”, explicó.

A Costa Soto la mueve la “nostalgia linda de Gánadara” pero también las expectativas y los sueños locos de lo que el pueblo podría ser.

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El regreso al pueblo de la infancia para abrir un complejo de cabañas


Virginia y Sebastián se conocieron hace unos 10 años mientras viajaban por los cielos de la Argentina y de países de la región. Ambos eran tripulantes de cabina en LATAM y entre escala y escala el amor despegó.

Las vueltas de la vida- léase la pandemia de coronavirus y la salida del país de la aerolínea chilena para la que trabajaban- los llevaron a tomar una decisión drástica: dejar su casa de Martínez y volver al pueblo de la infancia de Virginia.

Junto a su novio, la azafata, que es también escritora y paisajista, decidió apostar al turismo rural. Invirtieron todo su dinero en la construcción de dos cabañas con las que proponen a sus huéspedes “desenchufarse” de la ciudad y disfrutar de los atardeceres de la provincia de Buenos Aires.

“Estamos rodeados de gramíneas, de pastizal, de aves, sapos, ranas, mulitas, peludos, liebres y zorros. No escasean los insectos ni los vientos fuertes. Para nosotros, es el lugar perfecto”, dijo sobre su nueva casa.

Cómo nació la idea de la pulpería


Con el correr de los meses, Virginia y Sebastián se dieron cuenta de que hacía falta en Gándara algún lugar donde tomar un café o una cerveza, picar algo o ir al baño. “Nuestros mismos huéspedes nos piden si hay algún lugar cerca para recomendar. Los fines de semana vienen muchos ciclistas y gente en moto al pueblo, hay familias que vienen a pasar la tarde y se quedan al borde de la ruta con una heladerita”.

“Así fue que nació la idea de La pulpería”, explicó Costa Soto. Además, para los gandarenses significaría “volver a tener un punto de encuentro para formar comunidad, que es lo que nos interesa”.

“Acá es una zona rural, las casas están retiradas, las distancias son muy largas y casi no te cruzás con un vecino como en un pueblo. Al no haber punto de encuentro, cada uno vive adentro de su casa”, dijo la mujer sobre la vida en Gándara.

Según contó, apenas comenzaron a hablar del proyecto en las redes, un vecino les escribió para decir “qué bueno vamos a poder hacer peñas”. “A mí no se me habría ocurrido. Por ahí ponemos empanadas y sale espontáneo un sábado a la noche. Capaz somos siete locos y eso me encanta”, se rio Costa Soto.

Su idea es ofrecer “un servicio muy simple, de cafetería rural” en una “pulpería moderna”.

“No intentaremos replicar la clásica pulpería antigua porque el local es superchiquito y si ponemos las rejas y la estantería nos quedamos sin espacio para las mesas”, contó en las redes.

Además, la emprendedora apunta a dar trabajo a los vecinos, aportar a la microeconomía de Gándara. “No soy buena cocinera. A mí me gusta emprender, dependería de gente de la zona para abastecer el local”, dijo.

Un proyecto que une a la familia


Arrancaron por limpiar el espacio y desmalezar en familia, con su hijo de cuatro años, y ante la mirada de las vacas vecinas. Aún no hay luz ni gua, pero se divierten y pasan largos ratos entre los tres. Ya iniciaron los trámites municipales con la esperanza de que en marzo ya puedan comenzar a recibir sus primeros comensales.

“A mi novio y a mí nos encanta trabajar juntos. La pandemia fue la prueba definitiva de que podemos soportarnos viéndonos las caras”, aseguró Virginia sobre su vínculo con Sebastián.

En una cuenta de Instagram (@pulperiagandara), Virginia comparte los retrocesos y avances del proyecto, la tristeza de descubrir que algunos pillos se llevaron desde una escoba hasta un picaporte o la alegría de ver por primera vez el sol brillar en las hermosas baldosas calcáreas rojas y negras del piso.

Ya tiraron abajo un durlock que dividía el salón y según Costa Soto, le entrarían unas 8 mesas y una barra grande, para ofrecer “un menú simple de sanguches con algo de pastelería”. También piensa amoldarse a los que le pedirá la gente y a lo que el propio espacio le inspirará. Atrás hay un patio hermoso donde ya se imagina dos tablones grandes y plantas nativas para atraer a los pájaros.

“Lo que queremos recuperar es apenas un anexo de todo el edificio. Si el emprendimiento crece, quizás otro viene y pone una parrilita o un restaurante de pastas y se va armando un pequeño polo gastronómico”, se puso a soñar.

“Le prometimos a Gándara que lo íbamos a transformar, y no tenemos planes de fallarle”, aseguró Viriginia en Twitter. Con el corazón cargado de esperanza, las manos a la obra y el apoyo de su familia, tiene todas las chances de lograr convertir en realidad esa ilusión que la impulsa de volver a poner a Gándara en el mapa.

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