Esta semana se cumplió un año de la asunción de Massa en Economía y el ministro, en vez de festejar, abandonó su sonrisa impostada de siempre para contestar en tono furioso, apenas contenido, a un periodista cordobés que le pidió que hiciera un balance: lo acusó de hacerse el picante, de faltarle el respeto y tirar pálidas cómodamente desde atrás de un micrófono mientras él se rompe el lomo por el país.
Las razones de la calentura son bastante evidentes: los datos a Massa le dan todos mal y algunos son más que picantes, realmente lucen horribles, así que mejor, de balance, ni hablar, que fue lo que él intentó muy razonablemente estos días.
Al asumir, el 3 de agosto de 2022, la economía todavía un poco crecía, o parecía crecer al menos, por efecto rebote después de la cuarentena eterna; ahora hace meses que se hunde en la recesión que, según el FMI, alcanzará este año 2 puntos y medio del PBI, mientras que FIEL y otras consultoras hablan de una caída bastante mayor. La pobreza, que según el INDEC estaba en 36,5% a comienzos de 2022, para fines de año ya había trepado a 39,7%, y acaban de conocerse cálculos provisorios que la ubican arriba de 42 puntos y creciendo. Para no hablar de la cotización del dólar, que más que se duplicó, del endurecimiento del cepo y las restricciones a las importaciones, que se han vuelto kafkianas en estos últimos meses, o de las reservas del Banco Central, negativas en más de 8.000 millones, según algunos ya rondando los 11.000 millones, una bomba terrible para la próxima administración y para el país en general. O de los costosísimos créditos de último momento para pagar otros compromisos externos, que se han ido agregando en el último año a la deuda récord tomada por la gestión en curso, que se acerca peligrosamente a los 100.000 millones.
Pero la peor velita que se podía prender en la imaginaria torta del primer cumpleaños del Massa ministro, en términos de imagen pública al menos, iba a ser sin duda la inflación, la principal preocupación ciudadana: cuando asumió la tasa anual era 71%, y la del mes que acababa de terminar 7,4%. Hoy, la anualizada ronda el 120%, se pronostica 150 para todo 2023, y la del mes de julio todo indica que será igual o mayor que la de un año antes, y con el impulso que lleva, puede próximamente pasar a dos dígitos sin obstáculo, pese a las infinitas medidas adoptadas para seguir metiendo la mugre debajo de la alfombra y que todo estalle recién en enero de 2024.
Un “feliz cumpleaños Sergio” en ese contexto hubiera sonado realmente a burla, a ponerse en serio picantes. Así que se entiende el enorme esfuerzo que hizo el ministro para ahorrarle otro sinsabor más al candidato, es decir a él mismo.
El problema es que todo esto se acumula, y conspira contra el corazón de su estrategia comunicacional: mostrarse como un recién llegado, alguien que salió supuestamente de la comodidad de su casa hace pocas horas, no tiene nada que ver con lo que había hecho el gobierno hasta entonces, o el kirchnerismo en las últimas dos décadas. Agarró con espíritu patriótico el toro por las astas, tomó las riendas del país cuando nadie más se atrevía y todo estaba por estallar, y esto es lo más importante de todo, está siempre recién empezando su tarea, así que hay que ser paciente con él, no hablarle del pasado, que pertenece a otros, y reconocerle que todo podría ser mucho peor si no fuera por su esfuerzo y su compromiso.
Massa es como una crisálida que promete sorprendernos de un día para el otro volviéndose polillita, por arte de magia, trata de que nadie se dé cuenta de que el tiempo pasa, y sus chances de involucionar a larva son cada vez más altas.
Pedirle a alguien así, como hizo el impertinente periodista cordobés, que “califique su gestión” es realmente mucho. Porque va contra la naturaleza del personaje que él ha creado para sí, alguien que está fuera del tiempo, entra y sale de la escena y de los roles que le tocan con total desparpajo, y no tiene responsabilidad alguna por tanto en lo que sucedió antes de que él llegara, ni en lo que sucederá a continuación de que los abandone, no puede tenerla.
Un estilo que acompaña a Massa, en verdad, desde hace mucho, y que tal vez esté en alguna medida asociado a los altísimos índices de desconfianza que registran las encuestas hacia su palabra: no podía festejar su primer añito en Economía, finalmente, por las mismas razones que no puede hacerlo con los cuatro que cumpliera un poco antes de haberse sumado al Frente de Todos, que como se sabe ya no existe y nunca existió, hay solo Unión por la Patria. Menos que menos, puede festejar la única elección que ganó en su vida, contra los candidatos de Cristina en 2013 en provincia de Buenos Aires, y de la que se están por cumplir exactamente 10 años, número redondo que justificaría al menos una tortita, un módico brindis. Y para qué hablar de las más de quince velitas que ya acumula y nadie sopla de la primera medida que lo hizo famoso, la jubilación sin aportes que permitió empezar a cargarle al fisco el sostén de millones de personas, la mayor parte de ellas de clase media, incluso acomodada, que no necesitaban para nada ese regalo “redistributivo”, “justiciero”, y que representan hoy en día el agujero fiscal más pesado de la herencia kirchnerista.
¿Cómo no entender que suene a impertinencia, a “ponerse picante”, andar queriendo que Massa admita que es, al menos, corresponsable de lo que ha sucedido en el país, no solo en los últimos 12 meses, sino en los pasados 20 años?
Es curioso, de todos modos, que junto a estos pases de magia con los que el pasado es ignorado, o atribuido a un difuso “otro”, en general el FMI, Macri y demás malos de la película, y se trata de borrar de la mente de los votantes que quienes aún nos gobiernan nos vienen gobernando hace al menos dos décadas en forma casi ininterrumpida, y han estado en la gestación de la mayor parte de nuestros problemas más acuciantes, Massa sea el único de los oficialistas que en las últimas semanas ha incorporado una fórmula que va al menos en apariencia en otra dirección: en sus recientes discursos suele “pedir perdón por los errores cometidos”. Sin aclarar muy bien de qué está hablando, o aludiendo elípticamente a cosas que habrían sucedido antes de que él llegara a Economía.
La expresión es llamativa, de todos modos, porque supone que al menos se hace superficialmente corresponsable de estos últimos 3 años y medio. Y debe responder al rechazo general que detectan las encuestas a que “en el oficialismo todos se laven las manos” y “se dediquen a echarse la culpa unos a otros”. Aunque, claro, al asociarse en el planteo de Massa con la idea de que la historia cambió desde que él llegó al Ministerio, lo que de nuevo, siempre “acaba de suceder”, se deduce que el candidato está pidiendo perdón por Alberto, por Guzmán y por todas las cosas que pasaron cuando él supuestamente no era siquiera escuchado.
Con lo que se refuerza la condición de “pura promesa”, el halo de intemporalidad que se atribuye el tigrense, y el componente de futuro y de esperanza que adosa a una campaña en la que predomina, por otro lado, el discurso del miedo, la defensa del statu quo y la agitación del temor a lo que se viene y a lo que, en particular quienes menos tienen, pueden perder: “vamos a defender la patria, que sos vos, porque de otro modo lo poco que te queda lo vas a perder, así que te conviene conformarte con nosotros, las alternativas son todas peores”. Ese es el mensaje machacón del oficialismo, y su única razón de ser.
En sintonía con este mensaje y también con el pedido de perdón de Massa, se entiende que, a Alberto, estén desesperados por subirlo a un avión y hacerlo desaparecer de la escena. Lo que va a significar un costo importante de dólares para las alicaídas arcas públicas, pero será dinero bien gastado para el oficialismo, vale más que mil avisos en televisión.
Nadie quiere en UxP que el todavía presidente participe en lo más mínimo de la campaña. Por eso resultó tan extraña y excepcional la imagen que brindó Alberto en el Chaco también esta última semana. En ocasión de un congreso sobre discapacidad en esa provincia, a todos los problemas que ya tenía el aspirante a la reelección Jorge Capitanich, sumó la incómoda escena de sentar a su lado al primer mandatario y tener que escuchar durante largo rato que lo elogiara y recomendara a los chaqueños que lo volvieran a votar. Es peor, claro, que te respalde el clan Sena, pero la cara del Coqui lo decía todo, estaba queriendo salir de Guatemala y había caído en guatepeor, el clima en el auditorio era de velorio, así que hizo poco por disimular el apuro que tenía para salir corriendo.
Nada parecido se va a repetir de acá a octubre, o noviembre. Y para asegurarse que así sea le acaban de organizar al bueno de Alberto una retahíla interminable de viajes por el mundo, algunos larguísimos, casi todos absurdos, por completo innecesarios, y que serían muy inconvenientes y desaconsejables, claro, si el presidente todavía tuviera algo que hacer en relación a los muchísimos problemas muy graves y muy urgentes, que aquejan a su gestión y al país. Pero de ellos se ocupa Massa, o no se ocupa nadie. Y en ninguno de los dos casos Alberto corta ni pincha.
Así que ahí va nuestro primer mandatario, a pasear a costa nuestra por última vez, en una gira interminable, que lo llevará a la India, Estados Unidos, Sudáfrica, Cuba, Europa y cuanta escala extra pueda pergeñarse para tocar la guitarra, para que su mujer pueda lucirse coqueta, y para que la buena educación de sus ocasionales anfitriones le brinde lo que no puede encontrar en ningún lugar de su país, y él aún cree merecer, un final en apariencia feliz a una experiencia de gobierno que ya todos los demás protagonistas han decidido olvidar y cargar en sus espaldas.
Es mucho más que no querer soplar las velitas, es reírse en la cara de todos los damnificados por sus horrores y errores de gestión. Pero bueno, la alienación de nuestros gobernantes va a seguir batiendo récords en los pocos pero interminables meses que les quedan.