“Mi hija ahora dice que es varón, ¿qué hago?”: duros testimonios de madres de adolescentes con disforia de género repentina

Unidas en la búsqueda de las respuestas que no les daba la doctrina de moda, han formado un grupo para librar “una lucha traumática no validada”, porque la ley degrada la autoridad paterna avalando el deseo, capricho o trastorno de menores confundidos. La escuela y los psicólogos se pliegan, unos convencidos, otros por obligación
Hay un alarmante crecimiento de casos de adolescentes con disforia de género de inicio repentino (DGIR), sin que autoridades y especialistas aborden el tema con la prudencia y seriedad que requiere
Hay un alarmante crecimiento de casos de adolescentes con disforia de género de inicio repentino (DGIR), sin que autoridades y especialistas aborden el tema con la prudencia y seriedad que requiere

Estas madres, y también padres, no pueden gritar abiertamente su drama, porque el suyo es un “dolor demonizado” -en palabras de Jordan Peterson-; la única alternativa que se les ofrece es seguirles la corriente a sus hijas adolescentes que, de pronto, de un día para el otro, declaran haber nacido en el cuerpo equivocado y emprenden una “transición de género” que, en el mejor de los casos, será sólo social, y en el peor -la pesadilla que no quieren imaginar-, traerá hormonizaciones y cirugías mutilantes y esterilizantes.

Seis integrantes de MANADA (Madres de Niñas y Adolescentes con Disforia Acelerada) dieron su testimonio para Infobae, de modo anónimo, porque, además de que la sociedad no las reconoce como víctimas -al contrario, las invita a “afirmar” y hasta a celebrar-, necesitan preservar el vínculo con sus hijas.

Todos los que debieran respaldarlas -docentes, psicólogos, funcionarios, etc.- están colonizados o amedrentados por una ideología que pretende que se puede negar la realidad biológica, ir y venir de un sexo al otro, que oculta las consecuencias irreversibles y los efectos secundarios de las terapias de “reasignación de sexo”, y les inculca estas teorías poco confirmadas y que ya están siendo revisadas en el primer mundo a niños y adolescentes, causando estragos en jóvenes cuya personalidad está aún en formación y son por lo tanto vulnerables e influenciables, tanto positiva como negativamente.

Los relatos parecen calcados: niñas muy femeninas, cuyo juguete y color preferidos eran la Barbie y el rosa, que de un día para el otro, en la adolescencia, a los 14, 15, 16, declaraban repentinamente “sentirse” varones. De ahí la expresión con que se designa estos casos: disforia de género de inicio rápido (DGIR).

De los testimonios se desprende también la misma desesperación de madres y padres a los que este planteo no les cerraba y que, pese al discurso casi único del entorno social -”hay que aceptar”, “acompañar”, “afirmarlas en su identidad autopercibida”, etc- decidieron explorar otras respuestas y en ese camino se fueron encontrando con familias que atravesaban el mismo calvario y la misma búsqueda. Así formaron MANADA en 2022.

Lo llamativo de este fenómeno es que afecta mayoritariamente a mujeres. Un dato que debería hacer reflexionar sobre la verdadera naturaleza del fenómeno. Casi siempre el brote es precedido por algún tipo de trastorno, como anorexia, TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), depresión, dificultad para relacionarse, haber sufrido bullying, etc. Recurrente también en los relatos es la influencia negativa de las redes, del manga y del animé.

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En síntesis, infancias felices, con juegos, ropa y accesorios de niñas; adolescencias difíciles, y la pandemia, con su largo confinamiento de escuelas cerradas, como el fermento que infló e hizo estallar esta burbuja.

Valen es la hija del medio de Claudia, que con otros dos hijos y su esposo vive en la Patagonia desde 2001, donde los chicos tuvieron una infancia feliz, libre y con amigos, pero cuando empezó la secundaria, cuenta la madre, Valen “se alejó de sus amistades, fue cambiando su forma de vestir, se la pasaba escuchando música y bailando k-pop, dibujando seres tristes, rostros ensangrentados y navegando sin nuestro consentimiento redes sociales oscuras”.

“Un día, con casi 14 años, nos pidió cortarse su hermoso cabello rubio y largo casi hasta la cintura. Con dolor de estómago le dijimos que sí”, recuerda Claudia, que en ese momento notó que aquella nena -”desde chiquita la más femenina de las hermanas, que siempre eligió vestirse de rosa y violeta”- escondía sus pechos con binder [faja para comprimir el busto]. Así describe la madre el shock: “Un frío me recorrió el cuerpo, empecé a preguntarle hasta que estalló en llanto y me contó que ‘no se sentía una chica’”.

Ana es la madre de Paula, hoy de 23 años: “A los 20, en plena pandemia, de un día al otro me dice ‘soy varón’ y quiero que uses conmigo nombre y pronombre masculinos... esa niña, que tuvo una infancia feliz, llena de amigos, jugando con sus barbies, sus disfraces de princesa y sus pelis de Disney, pero que en la adolescencia se volvió introvertida y no encajaba en su grupo de pares”.

“Paula sufría frecuentes cuadros de ansiedad y depresión -dice Ana-. Era buena estudiante y tenía un vínculo hermoso conmigo. Fue en la facultad que comenzó a derrumbarse todo”. Ya no estudiaba y tampoco encajaba en los nuevos grupos. Se aislaba del mundo cada vez más, para angustia de su madre: “Dibujaba personas extrañas, de esas que se ven en los mangas, comenzó a entrar en el mundo del animé… Ahí yo ya no entendía nada”.

“Mi nombre es Cintia. Soy mamá de Pedro, de 19 años, y de Camila, de 17. Los años de la niñez de Camila pasaron sin sobresaltos, hasta que llegó la pandemia. Con casi 15 años, mi hija veía menos a sus amigos, estaba muy metida en sí misma, dibujando personajes, muy interesada en los mangas, las historietas orientales”.

Imposible ver venir el drama, esta nueva epidemia transgénero, irresponsablemente alentada por los mismos que la deberían contener. Por eso todos los padres hablan de “un Día D”, un “día shock”, ese en el que su mundo se derrumbó.

“Un domingo -recuerda Cintia- Camila me entrega una nota en la que me contaba que ‘se sentía varón’. ‘Quiero que me llamen Mateo’, decía. Me sentí caer en un abismo, confundida. Me puse a investigar, y me topé con numerosa información: que había que ‘afirmar’, respetar la libertad de niños y adolescentes en su sentir, etc. Algo no me cerraba, no cuadraba con mi Camila. Mi hija no dice mucho sobre lo que le pasa, ella sólo se autodiagnostica como varón”.

“A los 15 años, mi hija Zoe nos dijo que quería ser varón -cuenta Marcelo, uno de los dos papás varones que integran MANADA-. Luego del tremendo cimbronazo inicial, tratamos de ser lo más amorosos posible pero desde inicio le dijimos que ella era nuestra Zoe y la seguiríamos llamando así.”

Marcelo tuvo la esperanza de que la idea fuera pasajera, pero Zoe, que hoy tiene 17 se mantiene en esa posición, “avalada por sus amigos y compañeros, y por la propia escuela que está obligada a hacerlo por la ley vigente”.

En efecto, el artículo 12 de la Ley de Identidad de Género dice que “deberá respetarse la identidad de género adoptada por las personas, en especial por niñas, niños y adolescentes, que utilicen un nombre de pila distinto al consignado en su DNI”. Nótese cómo la ley obliga a los adultos a seguirle la corriente a menores de edad: “A su solo requerimiento [reitero, se está hablando de niños], el nombre de pila adoptado deberá ser utilizado para la citación, registro, legajo, llamado y cualquier otra gestión o servicio, tanto en los ámbitos públicos como privados”. Esto incluye, se aclara, “aquellas circunstancias en que la persona deba ser nombrada en público”. Con lo cual se termina de atar las manos de padres y docentes.

“En la familia -dice sin embargo Marcelo- todos la seguimos llamando Zoe. La convivencia se da dentro de una tensa calma. Para la mitad de su universo es Juan y para la otra Zoe. Cuando los universos se juntan parece una película tragicómica”.

Laura es de Entre Ríos. Su hija Brenda era una nena muy tranquila, a la que le encantaba jugar a la princesa, que nunca se interesó en juegos de varones. Muy tímida. Unos episodios de bullying en el colegio la volvieron introvertida y con dificultades para relacionarse. También llegó a autolesionarse y tuvo una temporada muy corta de anorexia, a los 14 años.

“Descubrí que incursionaba en foros donde con perfiles falsos les enseñaban a cortarse con el filo de un sacapuntas y también a producirse vómito -cuenta Laura-. Consumía animé, manga y empapelaba la casa con dibujos de elfos. Siempre estaba triste, aún en la actualidad. A los 17 años me mostró un video, que usan para dar a conocer a los padres que se autoperciben varones; nunca un psicólogo o psiquiatra me dio ese diagnóstico, ella se autodiagnosticó a través de las redes”.

Esta es otra constante en los testimonios: el adoctrinamiento virtual, que incluye los instructivos sobre cómo darles la noticia a los padres…

A Brenda la trataba “un psicólogo que a la tercera sesión ya le indicó una clínica de hormonización y, como había cumplido los 18 años, los padres no podíamos intervenir”.

El día D de Marianela tuvo lugar cuando su hija menor, Kiara, entonces de 15 años, le dijo, volviendo de la escuela: “Ma, quiero que me llamen Caleb y que me traten como chico, porque me siento un varón”.

Ella tuvo que ocultar la enorme angustia que sintió: “Había escuchado que una mamá debe apoyar a sus hijos en estas decisiones de género. Había que ‘afirmar’, y así lo hicimos en principio. La familia entera se sumó a esta locura, pero Kiara no salía de su tristeza. Empezaron las autolesiones, código de barras le dicen a los cortes que se hacen en el antebrazo, siguiendo el tutorial de internet. A la tercera vez, la internamos, y recién entonces logramos que la viese un equipo, psiquiatra y psicóloga, que hasta el momento no son de gran ayuda, ya que las leyes argentinas, tan permisivas, cuestionan y hasta castigan a los profesionales que osan poner en duda una terapia afirmativa”.

La infancia de Kiara, ahora de 17, había estado “colmada de mimos, atenciones y cuidados, vivía disfrazada de princesa en todas las versiones de Disney”. Pero a los 7 años fue diagnosticada con TDAH con comorbilidad oposicionista desafiante. “Así como suena es de terrible”, dice Marianela, pero con ayuda de una neuróloga, una psicopedagoga y una terapia farmacológica con metilfenidato, lograron superar una cotidianeidad caótica, marcada por los constantes desafíos de Kiara a los límites y sus oscilaciones entre la ira y la euforia. Así “surfearon infancia y adolescencia”, hasta que llegó la pandemia y con ella la pesadilla.

“Esta pesadilla se llama disforia de género de inicio rápido (DGIR) -explica Marianela-. Cuando esto empezó, no teníamos idea de su existencia, o no le prestamos atención porque a nosotros no nos iba a pasar… Pero un día, la nena de hermoso cabello hasta la cintura, que jugaba con una colección de muñecas y ositos -que aún conserva-, vio su vida social y escolar reducida por la pandemia a una computadora y un celular. Así comenzó el adoctrinamiento en páginas de internet que le ‘explicaban’ como autolesionarse, como generar el discurso para ‘obligar a tus padres a que te acepten’, cómo vestirse, qué leer... De repente mi nena, mi princesa, empezó a repetir frases hechas como ‘nací en un cuerpo equivocado’, ‘es mi cuerpo, es mi decisión’, ‘quiero que me traten y me llamen como varón’; hablaba de hormonas, doble mastectomía e implante peneano, ¡Dios!”

Durante el confinamiento, “el enemigo silencioso”, como lo llama Marianela, hizo su trabajo a través de varios sitios “muchos nefastos, TRUMBLE, PONY TOWN, todos con terminología MATCH”, que los adultos no conocen pero “para los adolescentes son moneda corriente”. Y cuando reabrieron los colegios y la vida pareció normalizarse, el daño estaba hecho con todas sus secuelas.


“En nuestro caso, a Kiara le “enseñaron” que, si no está conforme con su cuerpo, lo puede modificar”, explica esta madre; “le dijeron que seguramente ella siente que no encaja, porque en realidad es un varón atrapado en un cuerpo de mujer”.

“Le enseñaron a odiar sus curvas femeninas, a odiar su nombre, sus pronombres, y a odiar a todo aquel que osara cuestionarla. Se convirtió en un ser muchas veces sombrío y distante, sin tolerancia a la frustración y sin empatía por su familia”, describe.

También Ana habla de “pesadilla” y a la vez de un camino “para descubrir de qué va esto”. Y de cómo enterarse de que otros padres estaban padeciendo lo mismo fue una primera soga de la cual asirse. “Conocí Amanda España y me contactaron con madres que en Argentina ya las habían buscado porque también tenían atrapadas a sus hijas en esta DGIR, y en esta lucha traumática, no validada por muchos que miran a otro lado”.

“Acá estamos -dice-, destrozadas, no encontrando ni física ni emocionalmente a nuestras hijas que cayeron presas de este contagio social”.


También advierte: “No pasa sólo por cómo visten o los nombres masculinos que usan; es o puede ser mucho más grave, porque una vez que hacen la transición social, van por la transición médica -testosterona, mastectomías, histerectomías-, y ahí sí que no hay vuelta atrás”. Y agrega: “Abrazo y respeto a las personas transgénero y bienvenidos sean sus derechos. Pero esto es otra cosa…”.

Es duro ver cómo todas estas madres sienten que deben aclarar que no son transfóbicas, como si hiciera falta… pero a eso lleva el fanatismo: toda crítica, duda o pregunta es descalificada con epítetos, nunca refutada, aclarada ni respondida.

Ana deja un mensaje: “Quizás hoy el tema no te interese, pero si no te pasó con tus hijos, te puede pasar con tus nietos. Esto es parte de una agenda mundial”.

Claudia también pasó primero por el acompañamiento y la búsqueda de ayuda psicológica, pero tampoco a ella le “cerraba” el tema. Recordaba los episodios cercanos a la anorexia de su hija, los enojos constantes, la angustia por no tener amigos ni amigas. Descubrió que subía fotos osadas y que navegaba “en lecturas inapropiadas a su edad”.

“Cuando Valen llegó a 5° año, nos enteramos de que en la escuela había cambiado su nombre por uno masculino y que se había autoreferenciado en un chat como varón trans”, dice, pero nada de eso se correspondía con la niña que había sido su hija.

Además, Claudia se preguntaba por qué tantas chicas querían ahora ser varones: “Eran tantas que no me pude conformar con las palabras de los especialistas”. Le decían cosas como: “Tenés que hacer el duelo, ahora tenés un varón”; “Es preferible un hijo vivo antes que una hija muerta”; “La sexualidad y el género se construyen en la adolescencia”; “Podría ser drogadicta y se le dio por ese lado”.

Clichés que rozan lo canallesco. En base a una premisa falsa promueven la resignación para forzar la aceptación como un mal menor de lo que en realidad es una tragedia. Y si no alcanza, llegan a amenazar con el suicidio de los hijos.

También Claudia llegó a Amanda España y a encontrar información y libros que alertan del daño a los cuerpos sanos que empiezan a transicionar. “Descubrí que mí hija había buscado información acerca de operaciones y hormonización; descubrí que las adolescentes pueden acceder a auto-tests -’cómo saber si soy trans’-, a modelos de cartas de cómo contárselo a la familia e instructivos de cómo lastimarse ‘si tus padres no acompañan tu sentir’”.


Cintia es otra de las madres que en su búsqueda llegó a la asociación española y a las estadísticas y datos científicos que “muestran un crecimiento enorme, sobre todo de chicas que se sienten varones, en virtud de ese contagio social, como en algún momento pudo ser la anorexia”. En las redes, advierte, “no se habla de las graves consecuencias de salud que de por vida sufren las personas transgénero”.

Cintia cree que la psicóloga de su hija era “afirmativa” y que, lejos de acompañarla para que ella pudiera aceptarse, encontrarse, la direccionó a declararse como trans”.

Afortunadamente, Camila aceptó cambiar a una terapia no afirmativa. “Pudo recuperar su alegría, sus relaciones de amistad. Estuvo preguntando sobre binders, tratamientos hormonales, cambio de DNI; temas cuyos pro y contra le fueron explicados en la terapia y hasta ahora no insistió. Aunque todavía quiere que sus pares la llamen Mateo, acepta que en su familia es Camila”.

La batalla no está ganada. “Agradezco haberme conectado con otros -dice Cintia-. Nos fortalece estar en MANADA, poder dar visibilidad a este tema, que no deja de sorprender por el número de casos”. “¿Qué intereses mueven este discurso?”, se pregunta.


A Marcelo, la fuerza para esta lucha se la da el “pánico” a que su hija Zoe “decida hormonizarse o intervenirse quirúrgicamente; hay mucha gente que quiere volver de eso y de eso no se puede volver”. Tampoco él entendía: “El tema no me cerraba… ¡porque no cierra por ningún lado! Nada de lo que me decían psicólogos, psiquiatras, psicopedagogas, médicos y educadores me convencía”.

También él encontró argumentos lógicos: “Hoy sabemos que una parte importante y seria del mundo científico está en contra de la afirmación y por el bien de nuestras hijas y de todas las niñas y adolescentes del mundo, debemos contribuir a visibilizarlo”.

Cuando Marianela ve a Kiara mezclar “su espantoso vestuario gigante y oscuro con carteritas de niña, bijouterie de corazoncitos, zapatos guillermina con plataforma y brillo rosa en los labios”, sabe que hay algo que “ese monstruo que contaminó su cabeza no puede cambiar y es su esencia, que aflora cuando menos se espera”.

“El animé -señala- es otro aliado del monstruo, como los manga; parecen inocentes historietas pero son libros eróticos casi pornográficos con una romantización maliciosa de conductas agresivas, perdiéndose la valoración femenina”.

“A partir de esto que pasó -dice-, mi vida perdió el color, todo es llanto, angustia. Mi nena se transformó en un híbrido adoctrinado por una ideología perversa teñida de falso orgullo por una condición sexual. ¿Desde cuándo hay que salir a festejar que sos hetero, gay o bisexual? Orgullo es saberse honrado, haber conseguido las metas que te fijaste en la vida, que tus hijos te amen y te respeten, orgullo es otra cosa. Pero lo peor es que una mamá, ahogada en llanto y desesperanza por tratar de sacar a su hija de esta confusión, lo tenga que hacer desde las sombras para no ser demonizada o tildada de transfóbica; entonces, el dolor es más grande, más agudo, se lleva puesto tus proyectos, tus ganas, tu salud”.

“Cuando comenzó este drama a los padres nos hacían tener un miedo bárbaro al suicidio de nuestras hijas -recuerda Laura-. Si no afirmábamos, nos tildaban de transfóbicos; lejos estoy de eso, respeto a las personas LGTB, pero esto es otra cosa, se da en chicas en su mayoría en la adolescencia, incentivadas por todo un colectivo a través de las redes”. Es “un contagio social muy peligroso”, agrega.

En efecto, no es una moda más, una tribu urbana más, porque conlleva la posibilidad de daños irreversibles.

“Es muy duro y doloroso ver cómo una niña sana, pero con muchas perturbaciones psicológicas -acota Claudia-, cae en estos trastornos por culpa de un clima creado desde las redes y con políticas de identidad de género -respaldadas en leyes demasiado laxas- que están haciendo estragos en la vida de muchas niñas. A la confusión y la exploración de la propia identidad típicas de la adolescencia, le han sumado una nueva ‘exploración’ con una afirmación implantada que puede llevarlas a lesionarse para siempre”.

Basada en su experiencia, Cintia recomienda no apurar ni acompañar “por miedo” los “impulsos de chicas que no están maduras para decidir”, que “aún necesitan a los adultos” porque “la adolescencia es un período de cambios significativos, físicos, hormonales y emocionales”, es “el camino hacia la vida como adultos, y padres y madres deben acompañarlos en ese desarrollo para que puedan tener una vida en equilibrio consigo mismos y con el mundo”.

“Gracias a Dios, mi hija no comenzó todavía la transición médica -dice-; pero tiene una psicóloga afirmativa”.

“Agradezco a mi terapeuta -dice por su parte Laura- que me ayuda a superar este dolor desgarrador de ver a mi hija víctima de esta secta que hace que su mente no pueda ver la realidad y al grupo de MANADA, en el que nos sentimos más unidos que nunca y con esperanza porque ya en los países donde esta pesadilla comenzó, están volviendo atrás, porque hay pruebas científicas del daño que se está causando a niños y jóvenes”.

“Llevamos ya dos años de este calvario -dice Marianela-. MANADA crece día a día de forma alarmante. Luchamos para que se visibilice nuestro drama que no es sólo nuestro, porque nosotras tampoco creíamos que algo así nos iba a tocar y acá estamos, tratando de salvar a nuestras bebés de este experimento social del cambio de género que conlleva terapias hormonales, mutilaciones y hasta la muerte. Tenemos que concientizar a la sociedad para que no se permita que parte de una generación quede traumada, esterilizada y mutilada por gente que por variadas razones oscuras pretende ir en contra de la naturaleza misma”.

 La permisiva Ley de Identidad de Género, votada en 2012 en la Argentina


Ella apunta contra la Ley de Identidad de Género, aprobada en Argentina “casi por unanimidad, sin mucho debate”. Creo que “pocos la leyeron, y si la leyeron, no la cuestionaron”. Aunque “otorgaba derechos, merecidos, a un sector vulnerable y postergado”, en la misma medida, “le está robando la infancia y la adolescencia a toda una generación, avasalla los derechos de los padres en el cuidado de sus hijos, o más bien hijas, porque son mujeres en el 98% de los casos y con trastornos de salud mental preexistentes”. Además la ley implementa “castigos severos a profesionales de la salud y educación, como despidos y hasta causas penales, si se atreven a cuestionar siquiera una identidad autopercibida”.

“Una ley que asegura que una nena de 10 años puede comenzar una terapia hormonal si así lo pide, ¡10 años! -se indigna Marianela-. A los 16, pueden hacer el cambio de DNI sin consentimiento de los padres; o sea, para comprar cigarrillos o alcohol, para tatuarse, la idoneidad es a los 18, pero para modificar irreversiblemente su cuerpo, un menor confundido lo puede hacer desde los 10 años”.

También ella destaca el paso atrás que se está dando en el mundo en la materia: “Nos creemos tan progres generando leyes que por sus nefastos resultados están siendo revisadas en países como Noruega, Suecia, Reino Unido y Finlandia, entre otros, que fueron pioneros en esto”. Y apunta a un déficit: “En Argentina no hay estadísticas, ni estudios, ni información objetiva, mucho menos prudencia; hay intereses. A los 16 años los chicos votan, entonces hay que darles todo lo que piden sin importar el costo”.

 
“En definitiva -lamenta- a nadie le importa el dolor inmenso de las familias. ¿Alguien se da una idea de lo que significa tener que explicarle a la abuela de 80 que su nieta usa una faja, tan apretada que le saca el aliento, para que no se le note el busto? ¿Alguien sabe lo que es dormirse por agotamiento de tanto llorar o tratar de entrar en razón con la que era tu nena y terminar internada con 210/120 de presión? Las amistades de tu hija de golpe son chicas con su misma distorsión y aun peor, porque sus familias, por desconocimiento o miedo, afirman. ¿Alguien sabe cuántas chicas se ‘autoperciben’ varón en el colegio de sus hijos o en el club?”.

“Las mamás de hijas con DGIR nos estamos marchitando porque a nadie le importamos”, concluye.

MANADA les ha permitido compartir experiencias y sistematizar la información disponible sobre este problema. Inspiradas en la asociación AMANDA de España, comparten experiencias y material científico que cuestiona a la afirmación como único camino para el tratamiento de la disforia de género. El grupo está mayormente formado por madres pero abierto a todos, padres, abuelos, abuelas...


En un texto a modo de manifiesto reafirman las diferencias biológicas inmodificables ente hombres y mujeres, a partir de datos objetivos: las células y los genitales. “Otras diferencias tan obvias como reales son que las hembras humanas pueden gestar bebés en su vientre y amamantarlos luego”. Si bien la mayoría de las veces “la actividad sexual de los seres humanos se desarrolla en relaciones hombre-mujer, heterosexuales”, existen también “relaciones de tipo homosexual”, que al igual que las heterosexuales, “en la medida que sean en un marco adulto y con consentimiento libre, nadie tiene derecho a objetar”.

“Pero hay casos en los que las personas sienten incomodidad con su sexo (nacieron hombres y desean ser mujeres o viceversa). A esa incomodidad o desajuste se la llama ‘disforia de género’. Según la reconocida psiquiatra estadounidense Miriam Grossman, esta disforia afecta en promedio a una entre 70.000 personas. En nuestros días, en Argentina, la proporción pareciera ser mucho mayor. Por tomar solo un ejemplo, en una escuela secundaria a la que concurren 150 chicas hay 5 con ese desajuste (1 cada 30)”.

Por otra parte, la verdadera disforia de género se manifiesta casi siempre desde la más tierna infancia, no en la adolescencia, por lo que este brote de casos en mujeres tan jóvenes obedece a otros factores.

“La explicación es que se trata de trastornos muy diversos que, por un fenómeno de contagio social, se confunden con la verdadera disforia de género. A ese trastorno se lo llama Disforia de Género de Inicio Rápido (DGIR), que se caracteriza por comenzar de modo repentino, normalmente durante la adolescencia, y tras una exposición continuada a contenidos culturales y educativos que promueven el cambio de género”.

Este contagio social tiene su origen en el concepto de “identidad de género”, que básicamente sostiene que ésta no está relacionada con la biología y depende solo del sentir de cada persona.


“El psicólogo canadiense Jordan Peterson sostiene que una de cada diez mujeres tiene temperamento masculino y viceversa. Pero el temperamento no tiene nada ver con el sexo. Una mujer puede tener temperamento masculino y seguir siendo mujer. Un hombre puede tener temperamento femenino y seguir siendo hombre. Actualmente se produce una confusión entre temperamento y sexo/género. ¿Es espontánea? No, no lo es. Hay intereses en juego. El número de clínicas de género que tratan a niños en Estados Unidos ha crecido de cero a más de 100 en los últimos 15 años. El cambio de sexo es un gran negocio porque genera clientes que lo serán de por vida”.

MANADA aclara que todo lo que sostiene se basa en fuentes científicas y en profesionales reconocidos; a los ya mencionados, agregan a Luisa Gonzalez, vicepresidente del Colegio de Médicos de Madrid, y Celso Arango, jefe de Psiquiatría Juvenil del Hospital Gregorio Marañón de la misma ciudad.

Pero se preguntan “en qué se basa la comunidad científica que aprueba la afirmación” incluso en casos de disforia acelerada. Y citan a la Fundación Huésped, “con cierto prestigio ganado en los 90 por su lucha contra el sida”, hoy “totalmente alineada con las tesis de identidad de género, afirmación, cirugías para cambio de sexo, hormonización, lenguaje inclusivo, etcétera”. En su web, se lee: “La terapia hormonal es una forma de adecuar el cuerpo al género autopercibido, desarrollando rasgos femeninos o masculinos según se desee y suprimiendo los del sexo asignado al nacer”.

Y MANADA replica: “Si el sexo fue ‘asignado al nacer por un tercero’, sería cultural. ¿Qué es lo que hay que suprimir con hormonas? No más preguntas Señor Juez”.

Su reflexión final es: “La disforia de género real es un problema muy serio y todos los que la sufren deben recibir nuestro amor y cariño. La falsa disforia de género o falso mundo trans, en cambio, debe ser estudiada con minuciosidad, atendiendo a las otras causas que provocan esta confusión, estimulada, además, por ciertos intereses de la industria médica. La afirmación temprana y los tratamientos médicos de intervención a edades precoces son definitivamente un error. En el mundo, es cada vez mayor el número de destransicionadores (personas que se arrepienten) y eso es muy triste.”

[Para contactarse con MANADA: [email protected] ]

 

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