Este miércoles la ministra Carla Vizzotti fue protagonista en el Centro Cultural Kirchner de un encuentro con médicos, científicos y miembros de la sociedad civil para hacer un balance público de su gestión. En ese contexto ocurrió algo inesperado.
Todo se dio en un marco celebratorio, donde por momentos primó la militancia y hubo algunas advertencias sobre los riesgos que podría implicar para la salud pública un eventual triunfo de “la derecha” en las próximas elecciones presidenciales.
Aún sigue fresco -y los presentes lo hicieron notar más de una vez- el recuerdo de que durante el gobierno de Mauricio Macri el ministerio de Salud se convirtió en secretaría.
Tras una presentación inicial de Vizzotti, hubo una segunda parte con intervenciones de miembros del Foro de Sociedades Científicas Argentinas, de Organizaciones de la Sociedad Civil y de Universidades. Entonces salió a la luz un dato incómodo.
Fue cuando habló Sylvia Brunoldi, titular de la Liga Argentina de Protección al Diabético (LAPDI). La mujer perdió a su marido, infectado de Covid, el 24 de agosto de 2020. Pasó 30 días internado y ella pudo visitarlo antes de que muriera. En ese momento el derecho estaba vedado.
Unos días más tarde, el 7 de septiembre, cuando el decreto que revirtió esa limitación ya se había firmado, la mujer participó del reporte sobre la situación del Covid que hacía a diario el Ministerio de Salud. Allí contó su dolor y pidió solidaridad y colaboración para continuar con el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO).
En esa aparición también les pidió a “las autoridades y al personal de salud” que se adhirieran “a las visitas a pacientes Covid-19 en sus últimos días. No es necesario que les explique lo doloroso y lo triste que es vivir la experiencia de la muerte en soledad. Faciliten la llegada a tiempo”, rogó por entonces la mujer.
Habían pasado pocos días de un caso muy mediático: el de un padre impedido de viajar de Neuquén a Córdoba para visitar a su hija, enferma terminal de cáncer. Solange Musse, de 35 años, murió el 21 de agosto de 2020. Los reclamos ante ese tipo de restricciones se multiplicaban.
La situación empezó a vislumbrar un cambio el viernes 29 de agosto, cuando el presidente Alberto Fernández, en una de las renovaciones de la cuarentena, anunció en conferencia de prensa la inminente publicación del decreto para que las visitas de acompañamiento en las últimas horas de vida de un familiar fueran permitidas.
Efectivamente, el lunes 31 de agosto se conoció el decreto 714/2020, que entre otras cosas decía: “Deberá autorizarse el acompañamiento durante la internación, en sus últimos días de vida, de los pacientes con diagnóstico confirmado de Covid-19 o de cualquier enfermedad o padecimiento”.
Además, la norma disponía de un protocolo con exhaustivas medidas de protección para que esa situación se transitara de la manera más segura posible. Eran tiempos en los que la vacuna todavía no existía, contagiarse de Covid era un pasaje a la incertidumbre y había mucho celo para prevenir el contagio de los médicos que luchaban en la primera línea de batalla.
Lo que por entonces no trascendió fue el trato discrecional con algunos casos de familiares que pudieron ver a los internados pese a la norma vigente. En el encuentro público de esta semana con Vizzotti, la presidenta de la LAPDI tomó el micrófono para expresar su gratitud a la funcionaria, que por entonces era Secretaria de Acceso a la Salud del Ministerio.
“Quiero agradecer a Carla, que gracias a ella pude despedir a mi esposo, y luego el decreto que permitió que las personas pudiéramos despedir a nuestros familiares en los últimos días. No quiero imaginar lo que hubiera sido la pandemia sin un Ministerio de Salud, con sólo una secretaría como era”, afirmó Brunoldi.
Cuando su marido murió, todavía faltaba una semana para que se publicara el decreto que relajaba la prohibición de las visitas. Clarín se comunicó con la mujer, que es licenciada en Ciencias de la Comunicación. Contó que ella no la conocía a Vizzotti, pero que la ahora ministra había tomado conocimiento de su caso a partir de un encuentro por Zoom del mismo foro que se reunió este miércoles.
“Me mandó un mensaje por privado para preguntarme en qué sanatorio estaba internado mi marido. Le conté que era el Anchorena y entiendo que ella intercedió para que pudiera verlo. Cuando mi hija llamó para que le dieran el parte diario le dijeron que podía ir a visitarlo”, recordó.
Brunoldi agregó que cuando concurrió vio que ella no era la única, sino que “había otros familiares con más pacientes" y que a partir de ese día pudo ir varias veces. Consultado el Santario Anchorena sobre esta situación, no hubo respuesta. Vizzotti escuchó las palabras de Brunoldi en el CCK y aplaudió. Consultado luego por Clarín, el Ministerio hizo una declaración.
La respuesta del Ministerio de Salud
"En realidad, el Ministerio no hizo ni hace autorizaciones de visitas. El 30 de agosto de 2020, luego de escuchar y atender los pedidos de muchos familiares, se oficializó mediante el decreto 714/2020, algo que ya se estaba dando de hecho en muchas instituciones y jurisdicciones: el acompañamiento familiar durante la internación de pacientes durante sus últimos días de vida", dijeron.
"Cada institución, a través de sus autoridades, analizando cada caso particular, otorgaba autorización y generaba el protocolo", agregaron y explicaron que el motivo de la restricción de visitas en su momento había sido la escasez, a nivel mundial, de equipo de protección personal, el cual se priorizaba para el personal de salud. Para mediados de 2020, esa situación ya se había resuelto".
Sin embargo, la realidad parecía mostrar otra cosa. Una alta fuente del sector privado de salud, con vínculos en sanatorios y clínicas, contó a este medio que antes del decreto publicado el 31 de agosto “nadie podía visitar a un familiar internado. Era para preservar a los equipos de salud de estar en contacto con gente que viniera de afuera sin saber que podía estar contagiada. El recurso humano era escaso y no podíamos darnos el lujo de exponerlo de esa manera”.
El caso de Brunoldi tuvo la particularidad de que en ese momento ella ya había cursado el Covid y tras unos días de aislamiento en un hotel porteño estaba recuperada, por lo que las chances de que fuera transmisora del virus se reducían. “¿Cómo podía ser que me permitieran estar en contacto con otras personas y no pudiera ver a mi esposo?”, era su razonamiento.
La excepción a la regla podría inspirar cierto aire de familia con otros episodios que desajustaron la vara en diferentes momentos de la pandemia, como el vacunatorio VIP -que significó la salida de Ginés González García- o el cumpleaños de la primera dama en la Quinta de Olivos. Pero el tema del impedimento de las visitas a los pacientes internados en fase terminal sumaba en aquellos primeros meses de la pandemia un componente mucho más dramático, que pronto obligó al Estado a repararlo.