En las últimas horas se conoció que el monumento del general Julio Argentino Roca será retirado del Centro Cívico de Bariloche para ser “reubicado” en otra locación. Las autoridades locales informaron que la medida fue decidida en el marco “de un proyecto de puesta en valor de la plaza central de la ciudad, aprobado por la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos”.
A los efectos de que “no tenga la centralidad que tiene hoy”, funcionarios municipales indicaron que procuran “la preservación del monumento” y “cumplir con el objetivo con el que se construyó el Centro Cívico: tener una vista despejada del lago Nahuel Huapi, sin nada que la obstruya”.
Otras informaciones indicaron que en el sitio en que está emplazada la estatua de Roca se aprobó la construcción de “una obra de arte en piedra sin elevación”.
Pero los detalles arquitectónicos esconden, en rigor, una permanente política de cancelar y ocultar el legado histórico de quien fuera el conquistador del Desierto, dos veces Presidente de la República y fundador de la Argentina moderna.
Porque Julio Argentino Roca fue el mejor presidente de la Historia argentina.
Al punto que sin su accionar, es imposible imaginar la Argentina tal como se la conoce. A Roca le debemos la mitad de nuestro territorio. Incluyendo la estratégica Patagonia. La que fue colocada definitivamente bajo el control soberano del Estado argentino a partir de la visión estratégica de quien divisó la oportunidad casi irrepetible que la guerra del Pacífico (1879-84) significaba para ocupar definitivamente la Patagonia.
Para tener una idea de la dimensión de la empresa, conviene recordar que al momento de la presidencia de Nicolás Avellaneda (1874-80), el gobierno nacional controlaba tan solo algo así como el cuarenta por ciento del actual territorio argentino.
Fue entonces cuando, como ministro de Guerra, el general Roca, con un brillante sentido de la oportunidad estratégica, detectó que Chile no podría llevar adelante una guerra en dos frentes, brindado la posibilidad para que la Argentina consolidara la ocupación de los territorios que nos correspondían como consecuencia de la herencia hispánica. Los que se extenderían desde el Cabo de Hornos hasta el norte del Chaco.
Es posible afirmar que la Campaña del Desierto -aprobada y autorizada por ley por el Congreso de la Nación- constituye el mayor acto de afirmación soberana de la Argentina después de las guerras de Independencia.
Pero la obra de Roca no se agotaría en ello. Porque durante sus dos presidencias (1880-86 y 1898-1904), promulgaría la Ley 1420 de enseñanza laica, gratuita y obligatoria. La que convertiría a la Argentina en el país con mayor nivel de alfabetización de América.
Roca impondría la unificación monetaria, consolidaría la unificación del Ejército nacional -terminando con las milicias provinciales- profesionalizando a las Fuerzas Armadas.
A su vez, lograría a partir de 1880 incentivar masivamente la inmigración, la que finalmente crearía la inmensa clase media que distinguiría a la Argentina.
En materia de infraestructura, Roca extendería la red ferroviaria, integrando el territorio nacional y favoreciendo la posibilidad de exportar la producción argentina transformando al país en uno de los más prósperos del mundo.
Sus dos administraciones lograrían importantes hitos en materia de política exterior. Pues bajo su dirección, se aprobarían tratados de paz con nuestros vecinos resolviendo conflictos limítrofes por vía diplomática. A la vez que en 1902 lograría establecer la llamada “doctrina Drago” -en homenaje de quien fuera su canciller- sobre la imposibilidad de utilizar la fuerza militar para el cobro de deudas.
Si bien resulta imposible destacar los infinitos aportes del general Roca a la historia argentina en el espacio reducido de una columna de opinión, creí necesario recordar la obra de ese gran argentino al que le debemos en buena medida el país que nos vio nacer.
Los países progresan o declinan en función de las políticas que adoptan sus gobiernos, al tiempo que el uso del pasado y la conciencia histórica se construye con base en los hechos, verdades, medias verdades, mitos y falsedades. Los que a fuerza de ser repetidos a menudo contribuyen a falsificar la memoria histórica con el peligroso corolario de envenenar el presente y contaminar el futuro.
Nunca debemos olvidar la inmensa contribución de quienes dedicaron su vida a la construcción de la Argentina. Tal el caso del general Julio A. Roca, el más importante hombre de una generación que en tan solo pocos años transformó un desierto en la nación más avanzada de América Latina.