A 50 años de la renuncia de Cámpora: la vuelta de Perón para terminar con el gobierno de “putos y aventureros”
Cómo fueron las semanas previas a la renuncia del “Tío” el 13 de julio de 1973. El desprecio de Perón y las definiciones tajantes sobre las medidas impulsadas por la Juventud Peronista. Las confesiones del líder político previas a su vuelta al poder
El retorno definitivo de Juan Domingo Perón a la Argentina; el desplazamiento del presidente Héctor J, Cámpora tras su renuncia el 13 de julio de 1973; su reemplazo por el diputado nacional Raúl Lastiri y la asunción presidencial del líder del Movimiento Nacional Justicialista, el 12 de octubre de ese mismo año, forman parte de una bien cuidada cadena de indicios o como diría un investigador policial “una cadena de custodia” a la que hay que tener bien en cuenta a la hora de relatar el último año de vida de Perón.
En la primera semana de junio, Juan Domingo Perón fue a la clínica del doctor Antonio Puigvert Gorro en Barcelona, “para que lo revisase y para despedirse. Aunque su aspecto no lo denotara tenía ya ochenta años” escribió Puigvert en sus memorias. Según la ficha médica del urólogo español, Perón había nacido en 1893 y no en 1895. “Y no volvía a la Argentina para pasar bajo arcos triunfales entre aclamaciones y en olor a multitud. Volvía para luchar (…) A mi me lo explicó muy claro y en muy pocas palabras: ´No me queda otra solución que volver allá y poner las cosas en orden. Cámpora ha abierto las cárceles y ha infiltrado a los comunistas por todas partes´”.
Otra señal a tener en cuenta se dio en esas mismas horas cuando le confesó al médico catalán: “Mire, Puigvert. En estos años he estudiado mucho, he revisado mucho y me he dado cuenta de los errores que cometí en mi primer período. Errores que voy a hacer lo posible de no repetir. Como yo ya tengo conciencia de lo que es gobernar, no volveré a caer en ellos”. Casi al unísono, en Buenos Aires, la conducción del Ejército Argentino se mostraba interesada por el devenir del país con Perón en su Patria. Ya lo hemos dicho en otros momentos, una semana antes del 20 de junio de 1973 el coronel Llamil Reston (años más tarde funcionario de la dictadura y comandante del Cuerpo IV) se encontró con el ex delegado peronista Jorge Daniel Paladino en un departamento de la calle Gelly y Obes a metros de la avenida Las Heras. Era la primera vez que se veían. El diálogo, delante del dueño de casa, se desarrolló así:
-Reston: ¿Usted cree que Perón viene a ayudar al gobierno de Cámpora? ¿Cuál va a ser su papel?
-Paladino: Perón vuelve a la Argentina para ser Presidente de la Nación, lo que es seriamente inconveniente para él por su salud. Como remate, Paladino sentencia: “Perón viene a terminar con Cámpora”.
La revista montonera El Descamisado (Año I N°4) salió el 12 de junio de 1973, el mismo día que Perón recibía en Puerta de Hierro al periodista Armando Puente y le confiaba que el gobierno de Cámpora estaba plagado de “putos y aventureros”. Luego, el viernes 15 de junio de 1973, con la llegada de Cámpora y su delegación a España se observó la ruptura de la relación personal y política, la que hemos relatado in extenso en “1973″ y de la que Benito Llambí (futuro Ministro del Interior de Raúl Lastiri y Perón) trato en sus Memorias.
El ex presidente constitucional sabía casi al detalle todo lo que sucedía en la Argentina cuando el 20 de junio de 1973, cerca de las 8 de la mañana hora española, partió definitivamente rumbo a Buenos Aires, en el Boeing 387 de Aerolíneas Argentinas al que habían bautizado Betelgeuse. Durante el vuelo al país Perón le confió a la esposa de Aníbal Demarco que volvía para combatir al comunismo. “No se crea todo lo que se dice, de que el pueblo me trae. El que quiere que yo vuelva es Estados Unidos para terminar con el comunismo en América Latina. No vuelvo a encabezar un golpe militar, voy a ser Presidente de la Nación electo por el pueblo”.
Tenía innumerables fuentes, muchas de las cuales él cuidaba celosamente. Además de otros medios de comunicación, un pequeño grupo de Inteligencia le pasaba dos informes diarios vía télex, desde la oficina de un operador de la Bolsa de Comercio. Con aquello de “información, secreto y sorpresa” que él sabía encadenar, estaba convencido de que su movimiento padecía un nivel de “infiltración” nunca antes visto. Intuía que hasta donde el cuerpo le aguantara habría de terminar con la epidemia. No se sentía solo para la pelea. Leía todo lo que se alcanzaba y lo que le llamaba la atención, por lo general, lo marcaba con un círculo de lápiz rojo. Así, estaba al tanto de la extensa conferencia de prensa que unos días antes habían brindado Mario Eduardo Firmenich y Roberto Quieto, líderes de Montoneros y las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias): “Nuestra estrategia sigue siendo la guerra integral, es decir la que se hace en todas partes, en todos los momentos y por todos los medios, con la participación de todo el pueblo en la lucha, utilizando los más variados métodos de acción, desde la resistencia civil pasando por las movilizaciones, hasta el uso de las armas”. ¿Hablar de armas en pleno período constitucional? ¿Cómo? Se debe haber preguntado durante el vuelo.
El jueves 21 de junio de 1973, luego de los enfrentamientos en Ezeiza, a primera hora de la mañana, Juan Domingo Perón y su séquito abandonaron Olivos en dirección a la residencia en Gaspar Campos 1065. Desde Gaspar Campos, José López Rega comenzó a citar a algunos ministros del doctor Héctor Cámpora. No fueron de la partida Esteban Righi y el canciller Puig. Luego de comenzada la reunión llegó el Presidente Cámpora con el Edecán Presidencial, coronel Carlos Alberto Corral, quien atinó a retirarse y Perón le pidió que se quedara, obviamente para tener un testigo militar (lo mismo sucedió en Madrid cuando bastardeo a Cámpora). En la oportunidad, Perón le reprochó a Cámpora la infiltración izquierdista en el gobierno y le criticó los nombramientos que, dentro de esa tendencia, había producido.
Perón levantaba el dedo índice mientras hablaba. Uno de los presentes diría:. “Estaba muy enojado, muy disgustado. Estaba marcada ya la ruptura con Cámpora”. En términos similares recordó ese momento, en su libro El último Perón, el entonces Ministro de Educación, Jorge A. Taiana, cuando Perón, ostensiblemente nervioso y de mal humor, arremetió: “El Estado no puede permitir que los edificios y bienes privados sean ocupados o depredados por turbas anónimas, pero menos aún puede tolerar la ocupación de sus propias instalaciones. Para eso está la policía y si no es suficiente debe echarse mano de las Fuerzas Armadas y tomar a los intrusos: a la comisaría o a la cárcel. Para salvar a la Nación hay que estar dispuesto a sacrificar y quemar a sus propios hijos”. Según Taiana “un verdadero exabrupto”. También confirmó que Perón realizó una muy ácida alusión a la inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del presidente Cámpora, mientras, de pie, contra la pared, el coronel Corral escuchaba atentamente.