Se derrumba el Esquema Ponzi de Javier Milei y se desenmascara como un “kirchnerismo promercado”
El libertario se aleja del escenario de tercios arrinconado por los desmanejos en su campaña política y los reveses en las elecciones provinciales. Los detalles del “esquema Ponzi” de postulaciones y el motivo de su supuesta alianza con Massa.
Javier Milei se está desinflando como un globo. Era, en gran medida, algo esperable. Una cosa son los candidatos medidos por las encuestas, otra muy distinta los de la vida real, que aparecen cuando se inicia la competencia y la gente tiene que elegir en serio alguien para gobernar.
Esa es parte de la explicación, además, de por qué el peluca no ha podido hasta aquí transferir sus adhesiones a ninguno de sus candidatos distritales: los suyos son en gran medida apoyos virtuales, como los que se manifiestan en un like a un influencer.
Lo que se suma a un problema sociológico y político más preocupante para la salud de las instituciones: el otro factor que explica el mal desempeño distrital de Milei es que muchos jóvenes que lo apoyan, aunque contestan encuestas, después no votan. Es en las capas etarias más favorables a La Libertad Avanza donde se registran los menores porcentajes de concurrencia a las urnas en los comicios hasta aquí realizados, porcentajes que globalmente están entre los más bajos de toda la historia. Y es muy probable que eso siga siendo así en las elecciones que falta completar este año, incluida la presidencial.
Acotemos: no está nada bien un país en que los jóvenes no depositan expectativa alguna en la política democrática, y ella depende principalmente para sobrevivir de la voluntad de los ancianos, que entre nosotros, al revés de lo que sucede en cualquier país normal, votan más que los menores de 30 años. Pero tiene su lógica que sea así en esta Argentina estragada por el kirchnerismo: la tasa de pobreza en este último rango etario supera el 50%, mientras que entre los jubilados es alrededor de 10%.
Así es que puede que terminen no siendo tantos los jóvenes que voten a Milei para presidente. Pero no serán muchos más los que opten por otros candidatos, y sí lo serán los que se queden en sus casas a rumiar bronca, sin alternativas colectivas a la mano para superar su condición de exclusión, víctimas de un sistema económico que, en el mejor de los casos, desde al menos una década atrás, les ofrece solo migajas por trabajos cada vez más precarizados.
¿Por qué Milei estaba fracasando, ya antes de que estallara el escándalo de la venta de candidaturas, en convertirse en una alternativa real para esos millones de votantes escépticos, decepcionados con la “vieja política” (es decir, con la política de los viejos)? Pues porque nunca se tomó demasiado en serio esa misión. Lo que pudo montar, gracias a sus indiscutibles talentos comunicacionales, fue un show, la escenografía de una oferta política, que simuló dar respuestas con ideas con mucho punch, “dolaricemos”, “seamos leones y no corderos”, “abajo la casta”, “dinamitemos el Banco Central”, pero no se ocupó de organizarla como fuerza política, ni de traducirla en propuestas más realistas o concretas.
De lo que sí se ocupó, y con esmero, como ha quedado a la luz en estos días, fue de monetizar su éxito de público. Para lo cual montó un verdadero “esquema Ponzi” de candidaturas subalternas atadas a su eventual arrastre desde la presidencial. Esquema que cotizó con la lógica del broker de una marca de lujo: paguen primero lo que cuesta mi franquicia, y el beneficio que reciban a cambio dependerá de que se esfuercen en promoverla, y también de que consigan a su vez más seguidores, que les financien sus propias campañas, el riesgo es todo suyo.
Milei y sus adláteres, cuando estalló el escándalo, disparado por aportantes despechados y marginados, y magnificado por muchos otros que temen ahora no recuperar nunca lo que aportaron, primero se justificaron, sinceramente sorprendidos de que lo que habían hecho fuera algo objetable: habían estado vendiendo en el mercado una mercadería que les pertenecía, la popularidad del peluca, ¿qué mejor prueba de que se comportaban de acuerdo con la ética que proclamaban?
Luego, advertidos de que la cosa se ponía espesa, contraatacaron con un argumento bastante falaz: “Todos hacen lo mismo, se financian con plata negra, venden candidaturas igual que nosotros”. No es tan cierto, al menos no esto último. Sí lo es que la política se financia en gran medida en la más absoluta opacidad, con dinero no declarado. Pero en general lo que rige en nuestras estructuras partidarias es una división del trabajo, por la cual cada cual financia y sostiene su propia campaña, combinada con cierto espíritu de cuerpo, por el cual los candidatos de distintos niveles se ayudan entre sí, asumiendo que es del interés de cada uno que a los demás les vaya bien, porque son, finalmente, una misma fuerza política. No se trata, claro, de organizaciones muy transparentes ni tampoco la mar de eficientes, pero no dejan de ser instituciones, partidos o alianzas que logran actuar colectivamente gracias a eso.
Y esto es, justamente, lo que está por completo ausente en el caso de Milei: él no concibió la suya como una fuerza política sino como una marca, que como iba a arrojar un rédito en las elecciones, un número considerable de cargos políticos, se dedicó a venderlos por anticipado. De allí que no haya establecido ningún criterio colectivo de asignación de fondos: los “aportes” de cada precandidato no eran su cuota para un fondo común, eran solo el precio a pagar por ser parte de la repartija de cargos. Lo recaudado, el rédito, quedó en las exclusivas manos del propio Milei, cosa que, desde su punto de vista, era por completo razonable porque es el dueño de la marca.
No sería razonable, en cambio, suponer que de un esquema como este podría derivarse un saneamiento moral, o una mejora técnica o funcional, de nuestra representación política. Porque si para los candidatos de Milei, y para él mismo, acceder a un cargo “sale tanta plata”, es de imaginarse que una cuenta similar se hará para conservar esos cargos, para votar una ley, favorecer a ciertas empresas frente a otras, o para apoyar a un nuevo candidato o a cualquiera en el gobierno. Milei no es, en este sentido, lo opuesto al kirchnerismo, es la versión de mercado del kirchnerismo, del modo en que el kirchnerismo interpeló a la dirigencia peronista y de otras fuerzas afines para someterla a sus designios, anestesiar en ella cualquier prurito moral y fanatizarla detrás de cualquier causa que los jefes abrazaran.
Lo que, en el fondo, tampoco tendría que sorprendernos es, entonces, que junto con esto también esté saliendo a la luz que Milei se asoció con Sergio Massa en varios municipios del conurbano: comparten más de lo que parece, además de simpatías juveniles por la UCEDE y el menemismo.
Ambos quieren que pierda Juntos por el Cambio, aún al precio de que reelija Kicillof, al que los dos en reserva desprecian por su fe marxista. Y ambos creen que la política es puro negocio, así que ayudan a convertirla en eso. Ambos, sobre todo, necesitaban que la competencia electoral quedara configurada como una disputa entre tercios, para que se diluyera el centro político en el que se ha venido haciendo fuerte Juntos por el Cambio.
Ahora que si disminuyen las chances de que Milei tercie en la competencia presidencial, con alguna chance de entrar al balotaje, de acá a las PASO o luego de conocidos los resultados de las mismas, van a ser muchos más los votos que quedarán vacantes, disponibles para que alguien los capture. Suele pasar en estas competencias por un solo cargo, que los terceros se diluyen. Y en el caso del libertario esto podría suceder de forma más acelerada y marcada que en otras ocasiones, porque así como hasta hace poco él parecía no tener techo, ahora puede no tener piso, dado que carece de muchos votos fieles y consolidados que resistan la ola de decepción.
El temor del oficialismo es que JxC se vea entonces doblemente beneficiado, y en particular eso dé impulso a Patricia Bullrich, que ya le venía llevando cierta ventaja a Horacio Rodríguez Larreta, y ahora podría acrecentarla. Si algo así sucediera, entonces el ministro de Economía no podría ostentar el primer lugar en la votación por candidatos en las PASO, saldría tal vez muy debilitado de las mismas. Y algo semejante le sucedería a Kicillof en Provincia. Todo el armado oficial para bloquear el cambio se vendría abajo.
En particular, para Massa las cosas se complicarían seriamente. Sus chances de compatibilizar los roles de candidato y ministro en los meses que le quedarán por delante van a disminuir. ¿Cuánto avanzaría ese deterioro, de qué podría agarrarse para contenerlo? No son días fáciles para el tigrense. Juan Grabois lo desafía con el aval de La Cámpora y la indiferencia de sus propias listas de candidatos para todos los demás cargos. El FMI dilata una negociación vital, en la que está quedándose sin cartas para jugar, y sin fechas para seguir demorando una misión a Washington que tiene el récord de armado y desarmado de valijas en su haber. Y la inflación sigue alta, y solo ha dejado de trepar culpa de la recesión y la baja del consumo. Eso sí, el sigue sonriendo, pero cada vez es más difícil saber de qué se ríe.