“Me enamoré de mi ex”: se separaron, tuvieron otras parejas e hijos, pero once años después ocurrió lo inesperado

María y Cristian se casaron muy enamorados en Misiones, sus familias se conocían de toda la vida y ese amor era algo casi natural. Los viajes de él, la soledad de ella, el convertirse en padres, y un traslado a los Estados Unidos terminó por romper la pareja. Sin embargo, la vida les dio revancha: volvieron a amar y a formar nuevas familias. Hasta que el destino los puso una vez más frente a frente
  • María y Cristian, luego de separarse y tener otras parejas, se animaron a una segunda vuelta (Getty) María y Cristian, luego de separarse y tener otras parejas, se animaron a una segunda vuelta (Getty)
  • Los proyectos de vida eran diferentes. Mientras él viajaba en forma constante para avanzar en su trabajo, a ella las separaciones le costaban cada vez más (Getty) Los proyectos de vida eran diferentes. Mientras él viajaba en forma constante para avanzar en su trabajo, a ella las separaciones le costaban cada vez más (Getty)
  • Luego de ver que sus vidas ya no eran compatibles, María y Cristian se separaron. Pero lo hicieron con una profunda tristeza, porque se querían (Getty) Luego de ver que sus vidas ya no eran compatibles, María y Cristian se separaron. Pero lo hicieron con una profunda tristeza, porque se querían (Getty)
  • Hoy, mientras esperan su segundo hijo en común, María y Cristian disfrutan de la familia ensamblada que supieron formar (Getty) Hoy, mientras esperan su segundo hijo en común, María y Cristian disfrutan de la familia ensamblada que supieron formar (Getty)

María tenía 22 años y Cristián 25 cuando se casaron por primera vez. Los dos eran de la provincia de Misiones y sus familias se conocían de toda la vida. Casi como si fuera un mandato más, implícito en esos lazos de amistad profunda, se enamoraron. Estuvieron de novios un año y se casaron apenas él fue trasladado por la empresa en la que trabajaba a la ciudad de Buenos Aires. No querían separarse ni un metro y se sentían muy seguros de sus sentimientos.

María comenzó a trabajar media jornada en un consultorio médico y decidió que quería tener una profesión y se anotó para estudiar Derecho en la UBA. Los tiempos le daban perfectamente. La vida se volvió movida y sin mucho tiempo libre para ellos. Cuando se dieron cuenta María ya promediaba la carrera y esperaba el primer hijo de la pareja.

Seguían viajando a Misiones cuando podían, pero cada vez menos. Nacido el bebé al que llamaron Tomás, María con 26 años multiplicó sus roles. Cristián trabajaba muchas horas y debía viajar una o dos veces por mes al exterior. Cuando María terminó su carrera, Tomás ya iba al jardín. Renunció al consultorio y consiguió un buen trabajo en un estudio de unos amigos de sus padres.

Felices los tres, pero no tanto. Porque fue un poco después que empezaron los primeros desacuerdos entre ellos. María se quejaba de que se sentía muy sola para enfrentar el día a día. Pediatra, ida y vuelta al jardín, audiencias, clientes, comida, supermercado, largas noches en vela cuando Tomás volaba de fiebre… y Cristián siempre subido a un avión.

Él entendió los reclamos. Le explicó que estaba en la etapa más productiva de su carrera y que así eran las multinacionales: pagaban bien, pero exigían más. Además, le aclaró que para crecer tenía que hacer todos los esfuerzos. Era joven, inteligente y los ascensos parecían no tener techo. María comprendió, pero no aprobó. Para ella la vida empezaba a discurrir por otro carril. Capaz que con menos dinero también se las arreglaban, arriesgó a decir en voz baja, y podían vivir disfrutando más. Pero Cristián ambicionaba progresar laboralmente y enfrentar desafíos. Las discusiones eran inútiles. Miraban desde distintas perspectivas ese momento de sus vidas.

Una mudanza no deseada

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Estaban en esas diferencias aparentemente menores cuando llegó una letal: la empresa le ofreció a Cristián un puesto más que interesante. Eso implicaba que debían mudarse a los Estados Unidos. María entró en crisis. “Yo no quería dejar mi carrera por la de él. No me parecía justo aunque a Cristián le pagaran fortunas. Por otro lado, quería que nuestro hijo se criara acá, con nuestras costumbres, y que los abuelos pudieran visitarlo con facilidad cuando tuvieran ganas. ¡Ya tenía un montón de primos para jugar! Para mí esa era la vida con la que estaba soñando en ese momento. Pero Cristián tenía otras necesidades, buscaba desafíos, probar, ver de vivir en otros sitios del mundo. Algo que a mí no me pasaba. No me interesaba nada todo eso y el mundo legal en el que estaba no podía acarrearlo a ningún sitio así no más. Pero tampoco quería que él se frustrara por mi culpa. ¿Y si después me echaba en cara que había dejado pasar esas posibilidades increíbles en el exterior? ¿Estaba mal que él deseara eso? ¿Estaba mal que yo no quisiera irme? El desarraigo ya lo habíamos experimentado viniendo desde Misiones a Capital Federal. No es fácil. Es otro ritmo. Perdés horas con tu familia, algunos amigos que se quedan, sabores, olores, no sé,… Quizá yo soy más nostálgica o melancólica”, reconoce María.

Las peleas no fueron ni violentas ni largas. No había muchas alternativas. Era ceder uno en función del otro. ¿Quién iba a relegar sus deseos? A Cristián le habían dado un período límite para que lo pensara: dos meses. Volaron. Terminaron decidiendo que los dos tenían algo de razón y que lo mejor era cortar por lo sano: cada uno tenía que hacer lo que quisiera, aunque eso significara vivir a miles de kilómetros de distancia y separarse. La familia no sería la que habían planeado, tomarían distintos rumbos. Ambos pensaban que tenían que ser amplios y liberar al otro para que concretara su existencia con libertad y responsabilidad. Con la decisión tomada sintieron tanto alivio como dolor. Se seguían queriendo, pero se habían vuelto incompatibles. La maternidad había hecho que María echara raíces profundas y Cristián, en cambio, soñaba con volar cada vez más alto en su compañía.

Cristián mandaría dinero y vendría cuantas veces hiciera falta. María y Tomás se quedaron en su departamento porteño; Cristián se instaló en Seattle. Cero conflicto, las conversaciones fluían. En pocos meses concretaron el divorcio, pensaron que era más prolijo para que pudieran rehacer sus vidas amorosas. El pragmatismo sorprendió a sus familiares y, también, a ellos mismos. Era extraño que tanto amor se hubiera diluido y convertido en ese papel frío.

“Ninguno de los dos somos celosos, tóxicos o peleadores. Siempre fuimos almas libres. Simplemente en el menú de opciones de nuestras vidas no estábamos coincidiendo. Era muy triste porque yo lo quería y él también, pero en ese momento eso no nos alcanzó para ceder en nuestros objetivos. Lo importante para los dos, y en lo que coincidimos siempre ciento por ciento, era que Tomás fuera querido y no viviera problemas ni discusiones. Eso fue así. Solo que veía menos de lo normal a su papá”, explica María.

Ella empezó terapia para intentar facilitar el tránsito hacia esa nueva vida de madre “sola” y para ayudar a minimizar el impacto del divorcio en Tomás. Tenían programadas llamadas varias veces por semana.

María bañaba a Tomás con Cristián en la pantalla del teléfono e intentaban que, en la vida cotidiana, de alguna manera siguieran siendo tres.

Las cosas no resultaron tan complicadas. Cada dos meses Cristián llegaba cargado de regalos y pasaba nueve días corridos con Tomás. Dormía en el departamento de un amigo a una cuadra, lo llevaba al colegio y a la plaza o se quedaba con él en su ex casa trabajando desde la computadora.

Con el tiempo, todos se adaptaron a ese ritmo paterno.

Volver a formar pareja

Para María no era que se hubiera acabado el amor con Cristián sino que se había vuelto en una misión imposible de mantener en el tiempo. Cristián, zambullido en su nueva vida laboral, no dejó demasiada cabida al análisis profundo de sus sentimientos. Prefería no pensar tanto ni enroscarse en reflexiones inútiles. Pero jamás se desentendió de lo que significaba ser padre. Super responsable intentaba estar en cada detalle que podía. El teléfono y la computadora eran de gran ayuda para ejercer su paternidad a la distancia.

Su vida en los Estados Unidos era muy distinta a la que había llevado en la Argentina. Siempre había apreciado el orden, lo previsible, y eso era lo que le ofrecía ese país lejano.

Un año después, Cristián rehizo su vida y se casó con una compañera de trabajo, Lisa, que era hija de un argentino. “Si bien Lisa no había nacido en mi país sabía hablar español y entendía nuestras costumbres… el mate, las empanadas y esas cosas. Cantaba bien y tocaba la guitarra”, recuerda Cristián. De alguna manera, aunque no lo diga, la nostalgia tuvo mucho que ver. Ese suegro argentino jugó un importante papel en su enamoramiento y su rápido casamiento.

María, en Buenos Aires, también volvió a formar pareja. No pasó por la iglesia, pero sí por el Registro Civil: “Me casé con Pedro, un abogado que trabajaba en otro estudio legal. Me enamoré de la paz que sentía con él. Nos compramos una casita en Olivos, donde pasamos lo peor de la Pandemia. Él adoraba a Tomás y yo estaba tranquila. No sé si estaba más o menos enamorada que de Cristián, era algo distinto. Yo entonces esperaba otras cosas de la vida. Me embaracé enseguida. Cuando Cristián vino en el siguiente viaje y le conté me felicitó por la noticia, dijo que lo ponía muy contento. Que la familia se agrandara, aseguró, le parecía bueno para Tomás. Pedro le caía muy bien y lo consideraba una excelente persona. Un mes después Cristián me contó que Lisa también estaba embarazada. Las dos estábamos gestando hermanas para Tomás al mismo tiempo. Primero nació mi beba, Anita, y un mes y pico después, nació Josephine. Con Pedro yo creía ser feliz y sentía estabilidad. Pero nada es definitivo. Los problemas laborales que habían empezado justo antes del Coronavirus, empeoraron. Pedro de pronto empezó a estar demasiado estresado. Dejó de reírse, se sentía tremendamente agobiado y tuvo un problema cardíaco serio. Casi se muere. Después de eso entró en una depresión severa”.

La vida se había vuelto a complicar para María. La convivencia con sus dos hijos chicos, un padre ausente y otro depresivo y sin trabajo, se tornó complejísima.

Con los ojos del pasado

La relación de María y Pedro se deterioró con rapidez. Finalmente, él optó por mudarse a la casa que había heredado de sus padres en Chacarita. Era una separación de hecho, pensaban que sería por un tiempo hasta que las cosas mejoraran. Poco después Cristián viajó a la Argentina para asistir al entierro de un familiar en Misiones. Fue entonces, en septiembre de 2021, que María y Cristián se volvieron a ver a solas y en su provincia natal.

Tomaron un café y de pronto se redescubrieron. Algo se volvió a encender entre ellos. Cristián le contó que estaba atravesando una crisis terminal con Lisa: le reconoció que se había equivocado en su elección. “Me dijo que él consideraba que tenía que empezar a disfrutar un poco y que ella era muy mandona, gastadora y no se lo permitía. Discutían feo y sentía que había metido la pata con ese nuevo casamiento. Pero estaba Josephine en el medio y eso lo hacía sufrir”, relata María. Cristián reconoce: “Por más origen argentino que tuviera por parte de su padre, ella era nacida y criada allá y su madre es norteamericana. Las diferencias salieron a flote con la crianza de nuestra hija. Me sentía explotado, sentía que ella quería cada vez más y solamente trabajaba yo. Me cansé de tanta exigencia, no me sentía entendido y me agobiaba la demanda del éxito material”.

Ese día del entierro, ambos se sintieron liberados de sus ataduras emocionales. Quizá eso les permitió volver a mirarse con aquellos ojos de su juventud.

“¡Sentí lo mismo que cuando nos enamoramos la primera vez! Era rarísimo lo que me pasaba y estaba segura de que a él le estaba pasando lo mismo. Después de ese encuentro tan lindo empecé a preguntarme por qué nos habíamos divorciado. Soñaba con él y, bueno, lo empecé a extrañar. No podía hablarlo con nadie porque me parecía una locura. Creí que todos me iban a decir que eso era porque estaba sola, que me estaba inventando algo, una fantasía, no sé. Opté por reprimir mis ganas de contarle a mis amigas. Menos a mis viejos, que seguían siendo amigos de los suyos. Sentía que me iban a examinar con una lupa o a mandar al psicólogo. Me había vuelto a enamorar de mi ex…”.

Animarse a la segunda vuelta

Hubo un encuentro más en Buenos Aires en ese mismo viaje sin que pasara nada entre ellos. Pero tenían claro que deseaban volverse a encontrar. ¿Cómo salir con tu ex sin generar un escándalo o resquemores en el resto? Les pesaba la mirada de sus respectivas familias.

Él regresó a los Estados Unidos y en pocos meses terminó su relación con Lisa. Fue, más o menos, en buenos términos. Cristián estaba totalmente libre.

Con María mantuvieron la relación con intensidad. Las videollamadas ahora eran sin Tomás en el medio.

En diciembre de ese mismo año, Cristián viajó a la Argentina para pasar Navidad con su primera familia. Se instaló en lo de María. Tomás estaba, pero Anita no. Ella pasó las fiestas con su padre, Pedro.

La cosa no demoró demasiado en concretarse: los dos estaban de nuevo perdidamente enamorados y querían definir la situación sin dejarse influir por el resto.

El noviazgo de María con su ex continuó a la distancia hasta que él consiguió, resignando dinero, volver a ser trasladado a la Argentina. Ahora, la que quedaría allá era su otra hija, Josephine.

“Vivía con culpa. Cuando me fui dejé a Tomás y, en esta oportunidad, dejaba a Josephine. Me sentía terrible. Pero, otra vez, me pareció que no había mucha opción si quería vivir con María y en mi país. En las vacaciones de invierno de 2022 viajé a la Argentina con mi hija norteamericana. ¡La pasó tan bien con sus hermanos y en Buenos Aires que no quería volverse! La culpa dejó paso a la tranquilidad de saber que ella era feliz a pesar de todo”, cuenta Cristián.

Lisa no tomó nada bien que él retomara la historia con María, pero las cosas fueron sanando naturalmente.

En diciembre de 2022, María y Cristián, volvieron a casarse. Las familias no podían creerlo, pero ellos parecían dos novios adolescentes. Fue una ceremonia discreta para respetar los sentimientos de Pedro y de Lisa y no remover rencores. Ellos repiten que son plenamente felices por haberse vuelto a elegir.

“No queremos dar fotos ni nombres por los chicos, por los ex y porque es algo íntimo. Pero nos gusta poder contar la historia porque el amor siempre es esperanzador”, remata María que se guardó para el final la frutilla del postre: está embarazada de cinco meses. Espera otro varón. El nombre elegido es Álvaro. Cristián, su primer/tercer marido, explica que así se llamaba su bisabuelo y que quiere decir algo así como “guardián de todas las cosas”. Álvaro será, sin dudas, el guardián más fiel de ese amor que renació.

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*Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas

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