El recuerdo del día en que ingresó al Penal de Saavedra está intacto. Fue el 25 de mayo de 2017 y llovía. José Luis Borques, oriundo de Lomas de Zamora, de 58 años, confiesa que en cierto modo estaba mentalizado. Cayó preso por robo y tenía que pagarlo.
“¿Adónde me trajeron?”, preguntó en voz alta cuando contempló el pleno campo en medio de un pintoresco cordón serrano. Por más hermoso que parecía el paisaje, lo invadía la desolación. Se sintió aislado aún sin haber ingresado a esta unidad, la N° 19, inaugurada en el año 2000 tras un polémico plebiscito, y situada en un camino rural.
Los cinco años que debió purgar lo marcaron a fuego. “Nadie se imagina ni tiene la más remota idea de lo que significa vivir en una cárcel. Si lo hubiese sabido, no hubiese atinado a nada. Ni a medio delito”, grafica, para agregar que inició una etapa distinta, una suerte de stand by. “Otra dimensión”, define.
–¿Cómo sobrevivió, José Luis?
–Al mes de “caer” me incorporé al taller de pintura y fue mi cable a tierra durante toda mi estadía. Yo venía del rubro de la confección de pieles, jamás había tocado un pincel ni un bastidor. Día a día, poco a poco, me convertí en un conocedor del tema, me transformé en un artista. Mis obras, más de mil, las intercambié por insumos para continuar pintando, de manera que me ayudó muchísimo a descubrir un don escondido. Hoy soy un hombre libre y continúo trabajando en esto.
–¿Qué sentía en el taller?
–Sentía que no estaba bajo arresto, que era una persona libre. Aprendía todos los días y luego pasé a otro escalón, el de enseñar, el de hacer docencia con otros compañeros dentro de la escuela. Conversaba, tomábamos mate. El tiempo se pasaba. Miro hacia atrás y creo que pasó bastante rápido, pero ojo, porque me dediqué de lleno a pintar. Y el día en que me fui quedaron mis alumnos sin el profesor. Seguramente alguien habrá continuado con mi trabajo.
–¿Cómo empezó a pintar?
–Observando a otros, empezando a tirar unos trazos, a combinar los colores. Mi primer cuadro fue un jarrón de tulipanes que lo intercambié por nuevos materiales para continuar. Se transformó en una verdadera pasión. Y además salí con ese dote artístico que jamás imaginé.
–¿Cómo era la rutina?
–Levantarse temprano y trabajar en las distintas áreas. Salíamos todo el pelotón para realizar los quehaceres. Más tarde, el mejor momento del día era ir al taller. Las visitas también representaban un aliciente, aunque, claro, llegó la pandemia.
–¿Y qué pasó?
–Más o menos cada dos meses me visitaba Nélida, mi mujer, que solía llegar en tren. Cuando empezó el Covid-19 estuvimos dos años sin vernos. Yo le pedí que no se moviera de la casa, más allá de las restricciones. Fue un período muy duro, pero sin víctimas fatales ni contagios masivos.
–¿Nélida lo esperó los cinco años?
–Sí, así fue. Y el día en que salí, un domingo, el 5 de junio de 2022, me estaba esperando con una combi para volver a casa. Siempre estaré agradecido por su incondicionalidad, algo que nunca antes había medido.
–¿Cómo fue el día en que sabía que partía?
–No se me pasaba más. Canalicé en el taller. Luego fui a despedirme de un amigo, Juan, que es carpintero, oriundo de Remedios de Escalada, y tenemos un proyecto de trabajar juntos cuando salga. Quedamos en vernos a a fin de año. Junté mis cosas, las coloqué en el bolso, presenté los papeles… y me fui.
–¿Qué reflexión hace hoy, desde su libertad?
— Muchos dicen que la cárcel no recompone. Yo siento que fue lo más difícil de mi vida pero que jamás volvería a transitar ese camino. Protagonicé el miedo en su máxima expresión, accidentes, peleas. Yo le vi la cara al diablo y tal vez por eso logré hacer el “click” que necesitaba. Jamás pienso volver.
–¿Qué hace actualmente?
–Vivo en mi casa de Lomas de Zamora, siempre con mi mujer, que es maestra, y sigo pintando retratos, cuadros, murales, lo que me pidan. Trabajo por encargue, y también hago tareas de electricidad y albañilería, porque no puedo vivir solo de los cuadros. Los insumos son carísimos.
Una anécdota con Rosana, la monja que fue a despedirlo
En las misas que se oficiaban en la capilla del penal, José Luis conoció a Rosana, una religiosa que se convirtió en su amiga y confidente.
“Pinté para ella un retrato de Cristo que está en una de las paredes de la ermita Nuestra Señora del Luján de la Sierra. Una gran mujer”, relató.
Aquel día de invierno cuando por fin cumplió cinco años tras las rejas, la primera persona que estaba esperándolo era Rosana.
“Todavía me emociono cuando recuerdo ese momento. Tenía un refrigerio para el viaje. Siempre estaré agradecido”, concluyó.