La noche del 24 de junio de 2017, Nicolás Sonnante había arreglado para ir a comer con sus amigos. Analía Galligani, su mamá, sin saber de aquel plan, llamó a su hijo esa tarde para contarle que para la cena habían pedido sushi.
“Sus amigos iban a comer pizza, y él pizza no comía porque se cuidaba mucho. Así que les dijo que iba después. No iban a salir. Me dijo que se quedarían allí, jugando con la computadora y charlando”, recordó Analía.
Nicolás era un talentoso boxeador que entrenaba en el Macro Boxing Team. Un joven muy querido en Munro, con un gran sentido de pertenencia por Colegiales, el club de su barrio.
Aquella noche, tras la cena, caminó hasta la estación de tren con el objetivo de tomarlo y bajarse en Florida, la siguiente parada. “Había entrenado mucho y estaba muy cansado. Fue hasta la estación, el tren no llegaba, y decidió seguir caminando en diagonal para no esperarlo. Eran 12 cuadras hasta encontrarse con sus amigos. Caminó una cuadra y media y escuchó el sonido del tren. Así que corrió, se subió y se sentó”, relató su mamá.
Nicolás tenía 17 años y desde que sus padres le compraron su primer teléfono adquirió una costumbre: mantenerse comunicado y avisar cada movimiento que hacía. En la madrugada del 25, Analía esperaba el mensaje que confirmara su llegada.
“El tren estaba demorado, de eso nos enteramos después. Solo hay un registro de una cámara de seguridad en la que se lo ve esperándolo... Recuerdo que esa noche estábamos mirando un recital en la tele y la banda tocó un tema de Piazzola que a mí no me gusta. Apenas lo escuché me puse a llorar, no sé por qué. Y automáticamente pedí que llamaran a Nico”, rememoró Analía.
Santino, el hermano menor, le envió un WhatsApp sin éxito: en su pantalla solo aparecía una tilde gris. Claudio, su marido, le pidió que se tranquilizara. “¿Por qué llorás?”, le preguntó. Analía fue contundente: “Quiero saber dónde está Nicolás”.
En un lapso de siete minutos, el papá de Nicolás fue hasta la estación. Lo mismo hicieron sus amigos. Analía decidió quedarse en su casa, junto a Santino, a la espera de que le confirmaran que todo estaba bien.
“Llamé a un amigo de Nico y me atendió un tío de él. Fui clara en lo que le dije: le pregunté si mi hijo estaba vivo o muerto”, contó Analía, que del otro lado del teléfono escuchó una voz grave y apagada: “Está muerto, señora”.
Cómo ocurrió la muerte de Nicolás Sonnante
Las pruebas recopiladas dejan pocas dudas sobre lo sucedido aquella noche trágica en la estación de Munro. La formación del Belgrano Norte en la que se encontraba Nicolás no tenía puertas automáticas. Antes de bajarse, se paró frente a una de ellas para esperar que el tren se detuviera y poner un pie sobre el andén. Un movimiento brusco lo hizo caer. Nicolás salió despedido por una puerta que no debía estar abierta.
“Los testigos que declararon manifestaron cómo se viajaba, los movimientos del tren y la velocidad en la que andaba. Tal es así que cuando cayó, nadie avisó y el tren estaba preparado para salir nuevamente”, detalló Analía.
Nicolás Schick, abogado de la familia Sonnante, indicó que lo primero que hizo Ferrovías fue echarle la culpa a la víctima. “Era evidente lo que había sucedido. Dilataron las pericias y tuvimos que juntar pruebas durante la pandemia. Incluso los peritos que participaron no estaban calificados, no conocían la materia”.
La familia inició una acción civil para reclamarle Ferrovías y Grupo Emepa la reparación integral por los daños y perjuicios como damnificados por la muerte de Nicolás, sumado a una sanción punitiva contra las empresas citadas. “Todo está en su etapa final, solo resta la presentación de los alegatos y luego el dictado de la sentencia”, declaró el abogado.
Analía precisó que en la estación en la que murió su hijo no había cámaras de seguridad. La familia adjuntó en la causa que, a pesar de que los municipios por los que pasa este ramal querían colocar cámaras, Ferrovías no permitió la instalación de las mismas.
“Buscamos que se eliminen las puertas manuales y se cambien por las automáticas. Las empresas no invierten, no se ve ninguna medida. Los días que hay partidos de fútbol, muchos hinchas que se trasladan hacia los estadios viajan en los techos”, indicó Analía.
La madre de Nicolás remarcó: “La estación carecía de medidas de seguridad adecuadas, sin luces ni cámaras de vigilancia. Era la medianoche, a finales de junio de 2017, y él estaba viajando en condiciones precarias”.
Los sueños del boxeador que quería ser campeón mundial
“Hacíamos el chiste de que Nico era de mamá y Santi de papá. Los padres amamos a nuestros hijos por igual, pero sucede que a veces la relación sobrepasa el vínculo y te sentís más parecida a uno que a otro”, expresó Analía.
Lo definió a Nicolás como un joven apasionado, determinado y dedicado a su carrera boxística. Sus amigos lo consideraban un referente, un hermano del corazón.
Nicolás, con el seudónimo “el 22″, forjó una disciplina que iba mucho más allá de su entrenamiento: se cuidaba con las comidas, no tomaba alcohol y rara vez salía de noche. Aceptaba cada “guanteo” que le proponían, aun si estaba cansado o si tenía que viajar lejos de su casa para estar presente.
“Estaba muy adelantado para su edad. Muchas veces le preguntaba qué opinaba sobre algún tema y todo lo que expresaba era super criterioso”, contó Analía.
Los sueños y las pasiones de Nicolás, alma de reuniones y entrenamientos, carismático y amoroso con los suyos, no tenían ataduras económicas: su objetivo era mejorar, potenciar su estilo y ser campeón del mundo. “Entrenaba en el CeNARD (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) y sentía que era poco. Lo llamaban de muchos gimnasios y él iba. Siempre se tomaba el tren para hacerlo. No le importaba otra cosa que ser campeón mundial. Tenía muchas chicas atrás, pero no le interesaba tener novia. Su foco era ser boxeador profesional”, sostuvo Analía.
A lo largo de los años, el proceso judicial ha avanzado, a pesar de los obstáculos, y se espera que se llegue a una sentencia en un plazo de 30 días hábiles. Aunque los plazos no son definitivos, la familia de Nicolás confía en que se haga justicia y se responsabilice a quienes fallaron en brindar la seguridad para los pasajeros.
“El año pasado me caí y se me brotó el cuerpo. Me dolía la espalda, pero no tenía nada. Hasta que me hicieron una tomografía y descubrieron un tumor. La situación era muy hostil y se complicaba mucho más en las entrevistas judiciales, en donde atravesamos zonas muy oscuras y dolorosas. Pero salimos a batallar porque somos así: guerreros por naturaleza”, completó Analía.