El problema de que hayas mentido es tuyo: yo, desde ahora, ya no podré creerte
Cada vez que el Gobierno hace un anuncio, muchos piensan, más que en lo que se comunicó, en lo que no se manifestó o en qué parte de lo que se dijo es mentira; eso pasó con el viaje de Sergio Massa a China
Tengo un amigo que siempre se lamenta de que un día el jefe de Recursos Humanos de la empresa donde trabajaba lo encontró en una cancha de fútbol un lunes por la tarde. Ese día, mi amigo había pasado parte de enfermo y no había ido a trabajar. Desde entonces, dejó de creerle cada vez que pidió un día por sentirse mal. Lo mismo ocurre con el típico jugador de tenis dominguero que protesta todas las pelotas dudosas, tenga o no razón. Todos los rivales piensan que está intentando ganar el punto injustamente. Una vez que se pierde la credibilidad, nadie los toma en serio, incluso hasta cuando dicen la verdad.
Eso mismo sucede con nuestro país: los inversores desconfían tanto de nuestra voluntad de pago que ya no creen ninguna de las excusas que utilizamos para justificar nuestra situación actual. Tanto los inversores extranjeros como los locales: todos desconfían.
Cada vez que el Gobierno anuncia algo, la mayoría piensa más en lo que no anunció, en lo que se guardó, o en qué parte de lo que se dijo es mentira. Esto sucedió con el viaje a China. Ante cada anuncio, todos buscamos el lado oculto de las noticias y... ¿adivinen qué? Lo encontramos:
1. Los yuanes recibidos solo sirven para importar bienes de China.
2. Tenemos un déficit comercial con China de 9500 millones de dólares (esto explica su interés), ya que importamos bienes manufacturados por 17.500 millones de dólares y solo exportamos 8500 millones de dólares.
3. Es un préstamo con una tasa de interés más alta y con más condiciones micro que el préstamo del Fondo Moneterio Internacional (FMI), que busca un mayor orden macro (solo se puede usar para comprar bienes producidos en China). Claramente, las condiciones con China son para los privados, mientras que las del FMI son para el Estado. Entonces, la pregunta desconfiada sería: ¿quién paga esas condiciones? Y la respuesta obvia: el sector privado.
4. Si todo es tan maravilloso y esos recursos se pudieran usar para controlar el tipo de cambio, ¿por qué restringimos a las provincias a pagar sus deudas, o a la actividad aerocomercial a pagar servicios? Son solo 276 millones de dólares, ¿por qué nos preocupamos tanto por esa cantidad?
5. El idioma de los precios es implacable. Si todos los anuncios hubieran sido creíbles, el dólar, la inflación y la tasa de interés habrían bajado. Y no fue el caso. Si fuéramos creíbles, tendríamos créditos y no estaríamos mendigando por el mundo o pidiéndole a Brasil que lo haga por nosotros, ante los Brics.
6. El FMI nos prestará o adelantará lo mínimo y necesario para que se lo devolvamos a ellos mismos. No lo hacen por nosotros, lo hacen por ellos.
7. Es probable que los tenedores de títulos públicos renueven sus tenencias, porque la alternativa de no hacerlo es peor, y porque les resulta más conveniente renegociar con un nuevo gobierno que con el actual. No lo hacen por nosotros, lo hacen por ellos.
8. Si todo está tan bien, ¿por qué cada vez hay más restricciones?
Amigos, esto no cambiará, al menos hasta que finalice el proceso electoral. Con un exceso de restricciones es imposible generar un clima propicio para la inversión. No se puede avanzar cortando las alas a emprendedores y productores, desconfiando siempre de ellos y sometiéndolos a múltiples disposiciones burocráticas. Cuantas más aclaraciones necesita una regulación, más oscura parece y más incertidumbre genera, dejando al empresario a merced de la voluntad u honestidad del regulador.
La desconfianza generada por el intervencionismo es el verdadero círculo vicioso en el que se encuentra nuestra querida Argentina desde hace tiempo.
“No se puede avanzar cortando las alas a emprendedores y productores, desconfiando siempre de ellos y sometiéndolos a múltiples disposiciones burocráticas”
La inversión es la columna vertebral del crecimiento y requiere tres pilares:
1) ahorro,
2) confianza y
3) reglas claras y consistentes a largo plazo. Estamos débiles en los tres aspectos.
Hoy en día, una regla o norma estable en el tiempo tiene más valor que una norma brillante. Aunque tengas un hermoso auto, no te servirá de nada si las rutas están en mal estado. De nada sirven las pinturas y pinceles de calidad si la pared está debilitada y se desmorona.
Tengo claro que el pacto entre este diario y sus lectores es que esta columna aborde temas económicos, que se analicen los riesgos inflacionarios, devaluatorios o del propio “riesgo país”. Sin embargo, me resulta imposible hacer eso sin considerar primero el “riesgo moral”.
Pensá un segundo a quién le confiarías la administración del dinero de tus hijos. ¿A alguien que te miente constantemente? ¿A alguien que dice una cosa y hace otra? ¿A alguien que siempre culpa a otros por sus errores?
Si vos no lo harías, ¿por qué vendrían otros inversores? Un fondo buitre acostumbrado a tratar con ambientes corruptos podría hacerlo, pero termina definiendo qué calidad de inversión podemos tener.
Cuando se reducen las jubilaciones y los salarios de los trabajadores, o se aumentan silenciosamente los impuestos al consumo de las clases medias, argumentando que se busca una mejor distribución de la riqueza y se evita un ajuste, en realidad se evita el ajuste de la política. Utilizan el discurso de la justicia social, pero lo único que distribuyen son las cuentas para pagar sus propios gastos e ineficiencias.
“No es la política la que hace a un candidato convertirse en ladrón o mentiroso. Es tu voto el que hace a un ladrón o mentiroso convertirse en político”
Con el tiempo, corren el riesgo de no darse cuenta de que ya son los únicos que creen sus propias mentiras.
Hoy en día, la tremenda velocidad de transmisión de las noticias pone al descubierto más rápidamente las mentiras y destaca el valor de la transparencia como un activo superior en una sociedad. Las nuevas generaciones considerarán la transparencia como un bien indispensable. Las redes sociales nos exponen, revelando no solo nuestras fortalezas, sino también nuestras miserias.
Es fácil hablar de las mentiras de la política y de sus promesas en busca de votos, pero debemos examinar también nuestros comportamientos individuales.
Quien ve una estafa y no la denuncia o no hace nada, ¿no es también un estafador? Piensen un segundo la respuesta, y piensen la respuesta si afectado fuera un hijo.
Cuando un grupo de empresas del mismo sector quiere cambiar algún marco regulatorio para lograr alguna protección, ¿es para mejorar la situación del sector o solo se trata de que el costo de esa mejora lo pague el consumidor?
Piensen un segundo la respuesta, y piensen la respuesta si el afectado fuese el bolsillo propio.
Permítanme una vez más cerrar la nota con una frase hecha, trillada, muy difundida, pero también muy cierta: “No es la política la que hace a un candidato convertirse en ladrón o mentiroso. Es tu voto el que hace a un ladrón o mentiroso convertirse en político”.