Alguna vez vamos a tener que hablar de nosotros.
Los que no somos Horacio, Patricia o Axel.
Los que nos somos Sergio ni Cristina, Alberto, Mauricio o Wado.
Los que no somos ninguno de ellos porque aunque a veces no lo parezca, también somos.
Somos, aunque nos exhiban sólo como víctimas, como contribuyentes, como votos.
Somos, aunque haya que pelear contra el ninguneo.
Esto que pasa en el país es hambre y tristeza; ineficiencia, curro y abandono, sin embargo la conversación en los grupos de poder nacional gira loca sobre nombres y listas y poroteo y alianzas o dedos mágicos que deciden por millones.
Sólo importan los candidatos y sus vicisitudes, parece.
Wado de Pedro, por ejemplo.
De golpe, CFK, la política con peor imagen en el país, decidió que todos teníamos que conocerlo.
El extraño cuarentón aparece entonces abrazando a ancianos en afiches a todo color pegados sobre paredes descascaradas de casas tomadas.
Cuatro años estuvo el inadvertido Eduardo a cargo de uno de los ministerios más importantes del peor gobierno de la historia ¿de verdad creen que su desventaja es que no es conocido?
¿Cuánto peor sería su imagen si de verdad se supiese su accionar de ineptitud, desidia y oprobio?
El problema de Wado de Pedro no es su tartamudez que si bien es un detalle no menor para desarrollar un relato, demostró que puede encarar honestamente.
El drama con Wado no son las palabras que, pacientemente, pronuncia.
El problema son las que no pronuncia.
Nadie sabe cuánto tarda Wado en decir Facundo Astudillo Castro, Magalí Morales, Luis Espinoza, Mauro Ledesma.
Nadie sabe cómo suena en su pronunciación laboriosa el vía crucis de Abigail, el destrato a Solange, el martirio de Lara.
El problema no es cómo dice lo que dice.
El problema es por qué no dice lo que no dice.
Y no lo hace porque es directo responsable del mayor número de muertos estatales desde el ’83 hasta acá.
Mucha suerte tiene Wado de que tanta gente no tenga ni idea de quién es.
Ah, la fuerza de la costumbre, estoy cayendo en lo que quiero evitar.
Hablar de ellos.
Cuando el tema, claramente, somos nosotros.
Los que tenemos que decidir.
¿Qué pensamos hacer para salir de este atolladero en el que nos metimos nosotros solos?
¿Hasta cuándo vamos a hacernos los desentendidos del hecho obvio de que todo lo que hicimos nos trajo hasta acá?
“-Hola, sociedad, ¿pensás hacerte cargo alguna vez? ¿O la culpa será siempre sólo de “los políticos” (dicho esto con el énfasis que ponía en la palabra Enrique Pinti) y nosotros somos sólo unas pobres Rosas de Lejos siempre engañadas, con la valija de cartón en el andén 8 de la estación Retiro?”
Hace unos días tuve la oportunidad de participar por televisión de una charla con el consultor del círculo rojo Eduardo Fidanza. En su visión, acertada por lo demás, el peronismo no es sólo un partido político. Es gestor y parte mayoritaria de la cultura argentina. Sindicalistas, empresarios, académicos, artistas, todos tributarios de aquel militar -bueno, no soy yo quien dice “Mi general”- que, según Fidanza, están llegando a un fin de ciclo que parirá, alegremente, otro ciclo peronista; un “neomenemismo”, lo llamó el consultor.
Más claro, agua.
No, la de Malena no, obvio.
El círculo rojo quiere a estos mismos teresos pero con otro envoltorio. La renovación del tereso, por decirlo suave.
El mismo remedio irremediable; la pastilla envenenada de donde hay una necesidad nace un curro; el kiosco abierto las 24 horas para los negocios entre amigos; el pacto mafioso que te da unas miguitas del robo para que no te quejes, convirtiéndote al mismo tiempo en ejecutor, cómplice y beneficiario de la trapisonda; socios en el desaguisado para poder decir a los gritos: “el culpable es el otro”.
La idea entonces es renovar la licencia de los kioscos, no cerrarlos; muerto el peronismo, viva el peronismo.
Que todo sea traba para quien quiera crecer; que cada paso tenga su peaje; que cada peaje tenga su gremialista y su justificador serial; que cada gremialista tenga su Audi y que cada Audi tenga su súper impuesto si no es para un sindicalista amigo. Y que cada justificador serial tenga su viajecito a la feria del libro de Frankfurt y su programa en cualquiera de las emisoras que sólo se justifican por la pauta oficial. ¿O ustedes conocen muchos fanáticos de la programación del canal IP?
Y así, moldeados por un general golpista admirador de las potencias del eje (Alemania/Italia/Japón), cocidos en el caldo nacionalista católico -que te puede dar tanto un montonero, un Papa o una Santa Evita-, parados en el carro de los perdedores, siempre víctimas, siempre irresponsables de los males generadores, acá andamos.
Por eso el papelón de la semana con los científicos de Conicet que no dijeron una palabra de todos los negociados sobre las vacunas que produjeron decenas de miles de muertos mientras ellos se dedicaban a vender sus tapabocas. Sí, en este país, con la mentalidad moldeada por el peronismo, los científicos permitieron que se destrozara un instituto de estadísticas, que se desatiendese el Anmat, el Inta, y la carrera docente. Encerrados en sus papers de cristal, contagiados de la mudez del ministro del interior, no dijeron jamás una palabra sobre los delirios autoritarios de la cuarentena, el éxodo de cerebros o el bajísimo nivel de nuestra educación. Sin embargo, pusieron el grito en el cielo porque el reconocido historietista Horacio Altuna -insospechado de macrismo- metió una ironía sobre los “científicos” en su tira “Es lo que hay (reality)” de Clarín.
Lo que no entendieron ni siquiera aquellos estudiosos sociales que deben desentrañar los intríngulis de la comunicación social, es que el chiste era una broma a quienes se burlan del Conicet.
El personaje que en la tira aludida es sarcástico con los científicos, básicamente es un chanta y su palabra lo descalifica a él antes que a nadie.
Lo saben quienes siguen la tira.
Pero claro, para eso deberían ser científicos y no militantes.
En 2019 pusieron el nombre de la institución en afiches que invitaban a votar al ex presidente Alberto Fernández, le aplaudieron su mensaje mafioso contra una de ellos mismos.
Que les digan “ñoqui” es poco.
Un diccionario entero de groserías, de esas que el ingenioso tuitero @lordmurielo regala cada día a sus seguidores sería necesario para caracterizar a quienes, con dineros del pueblo, erigen sus murallas de soberbia, acomodo y ahora queda claro, también ignorancia. No hace falta aclarar “no todos” son así, pero aquellos que se ofendieron, sí.
Por eso tenemos que hablar de nosotros.
Porque no hay que olvidar que para el círculo rojo siempre hay un peronismo que no es peronismo-peronismo.
Siempre hay un peronismo “yo no fui”.
El kirchnerismo, sin ir más lejos, ahora parece que no era peronismo-peronismo. Sin embargo, los peronistas que no son kirchneristas se pasaron 20 años aceptando las decisiones kirchneristas sobre el peronismo y no dejaron de cantar la marchita. Aparecieron en cada una de las fotos, votaron cada una de las alucinaciones que llevó a este país a la cima de la inflación mundial.
Si es cierto que los peronistas no kirchneristas detestan al kirchnerismo ¿por qué no hicieron algo en estos 20 años para sacárselos de encima? ¿Detestan a CFK aquellos que durante 20 años usufructuaron de los delirios de la señora?
¿Cuántas veces leímos en editoriales serios que por lo bajo, los gobernadores, los intendentes, los gremialistas, no soportan más la soberbia de CFK? ¿Cuántas veces después vimos como sacaban número para el besamanos de la presidenta?
Hola peronista racional, ¿enfrentaste al kirchnerismo? ¿Cómo? ¿Como Massa diciendo que iba a barrer a los ñoquis de la Cámpora o como Lavagna y su hijo con dos nombramientos en el Estado? (A propósito, la semana pasada en estas páginas se publicó www.elsol.com.ar/opinion/el-hijo-de-lavagna-en-el-multiverso/ . ¿Saben qué repercusión tuvo la nota en donde consta que El Hijo de Lavagna está usurpando un cargo, cosa que está penada por ley? Apenas los bravos colegas de El Disenso profundizaron el caso www.eldisenso.com/informes/el-secretario-lavagna-el-director-del-indec-consiguio-una-changuita-en-el-ministerio-de-economia/ pero nada más. Ningún fiscal, ningún político de la oposición, ningún periodista de los importantes -incluso aquellos a quienes llamé para que se interesaran por el caso- hicieron nada. ¡Dale que va!, ¿qué le hace un Chocoarroz más al tigre?)
Volvamos al tema del gatopardo que todo cambie para que nada cambie.
Ya estaba bastante planteado aquella vez que el secreto ministro del interior apareció frente a lo más perfumado de la colonia empresarial argenta. Lo aplaudieron y por poco no elogiaron su dicción de locutor.
Algún día, cuando este país vuelva a ser un país -cosa que, indefectiblemente, ocurrirá- la UIA deberá ser llamada como lo que fue en todos estos años: Unión Industrial Arrastrada, promoviendo siempre el nuevo peronismo.
El cambio pregonado dejará en pie cada uno de los cimientos de esta mierda.
Por eso, alguna vez vamos a tener que hablar de nosotros.
Sí, es importante saber si una vez superadas las PASO el que pierda aceptará el liderazgo del que gane.
Pero también es cierto que ahora son todas especulaciones sin mayor valor que el “a mí me parece”.
Porque eso son las encuestas.
Los encuestadores no consiguen que la ciudadanía conteste, y si contesta, tampoco están seguros de que digan la verdad. Se habla con una ligereza atroz sobre “tres tercios”, dándole las mismas posibilidades al Frente de Todos, al partido de Milei y a Juntos por el Cambio. Las elecciones, al menos hasta hoy, día decisivo -hay que recordar que para la conversación del poder todo los días son “días decisivos” aunque al final, chorizo- no confirman para nada los “tres tercios”. Tampoco podrían hacerlo porque las motivaciones para votar en las provincias no son las mismas que para votar en las elecciones nacionales. Estamos pasando la tormenta en un barquito sin ningún instrumento más que los intereses de los asesores, los encuestadores, los consejeros, los raspamonedas habituales de la política argentina.
La mitad más verdadera de las encuestas son las mentiras. Ahí te das cuenta qué te quieren vender. Mienten con absoluta honestidad.
¿Tres tercios? Sí, claro, si toda discusión al respecto termina en “A mí me dijo uno que sabe que su cuñado vota A, su hermana vota B y el hijo vota C”.
Listo, verdad revelada.
Ése es el país de científicos que nos dejaron.
Pero ¿saben qué?
Más importante que cómo va a terminar la relación entre Patricia y Horacio, entre Axel y Alberto, me preocupa cómo vamos a terminar entre todos nosotros.
Porque es inevitable: las pesadillas terminan.
A veces porque suena el despertador, a veces porque son tan pesadas que te despiertan solitas.
Respiración agitada y el alivio de pensar “ya pasó”.
Entonces te alegrás de estar en otra realidad y recordás alguno de los peores momentos: cuando caías del edificio, cuando corrías desnudo por la calle, cuando pasabas a dar la lección sin saber nada de nada.
La pesadilla terminó, te despertás y volvés a ser la persona que eras al momento de acostarte.
¿Cómo vamos a ser cuando esta pesadilla termine?
¿Qué sueño nos quedará?
¿Podremos construir un jardín donde jugar todos juntos?
Hay algo que me suena real y supongo compartido: no nos gusta como somos en estos días.
Discutiendo con caníbales nos dan ganas de meterlos en una olla y tomarnos el caldo.
¿Qué perdimos de nosotros en estos 20 años de tragedia?
¿Cuánto veneno tenemos inoculado?
¿Se puede salir limpitos de la sucia experiencia extrema del populismo?
¿En cuánto de espejo de eso que execramos nos hemos convertido?
“Te amo, te odio, dame más”.
Esto de ser un bicho bolita encerrado en sí mismo; un cactus que sólo responde con espinas, nos ha hecho peores personas.
Esta nube negra que cubre el país tarde o temprano se irá, es inevitable. El tema es ¿qué quedará? ¿Cómo quedaremos?
Los más jóvenes casi no conocen familias que puedan reunirse en largas mesas domingueras. Los amigos que nos separamos ¿tendremos una segunda oportunidad?¿A qué precio? ¿Qué resultará tan profundamente imperdonable?
No creo en esa despreocupación de “¡Andá!,¿cómo te vas a pelear por política?” porque -lo siento- hay visiones del mundo totalmente antagónicas e irreconciliables.
¿De verdad no te molesta que tu país sea amigo de la dictadura venezolana? Me la hacés difícil para compartir una velada amigable.
¿En serio pregonás igualdad cuando tu líder cobra una cifra astronómica en millones en un país donde los nenes no comen?
Me la complicás para charlar un rato tomando unos mates.
¿Aplaudiste la usurpación; denunciaste a tus vecinos que buscaban un rayito de sol; participaste de la fiesta, del curro, del acomodo; incitaste al escarnio del que no aplaudía; te acurrucaste bajo la sombra ideológica del árbol del poder? Pucha, qué resbaladizo que dejaste el terreno compartido.
Y sin embargo, vamos a tener que vivir todos acá.
Claro, quizás no tu hijos, que ya están en Europa buscando aquello que no supimos darles.
Hace 41 años que terminó la guerra de Malvinas y todavía, gran parte de la población grita aquello de “el que no salta es un inglés” en la primera oportunidad.
Alemania, Japón e Italia, 41 años después de la segunda guerra mundial, estaban totalmente integrados con aquellos países que los hicieron saltar por el aire. Aceptaron los errores, renunciaron al orgullo, empezaron de nuevo.
Se ve que acá somos de rencores largos.
Pero algo tendremos que hacer si vamos a querer vivir todos juntos.
El verdadero desafío es pensar en nosotros, responsables de todo lo que nos pasa, por acción u omisión.
Algún día deberemos volver a hablarnos.
Algún día deberemos dejar atrás la pesadilla.
Algún día deberemos limpiarnos tanta mierda.
No tengo la mínima idea de cuándo ni de cómo.
Sólo sé que habrá que hacerlo.