L-Gante, el artista de cumbia 420, un género urbano creado por él, está detenido. Las acusaciones son serias. Se lo imputa de amenazar y privar de la libertad a dos personas que tuvieron un entredicho con integrantes de, lo que el músico llama, “La Mafilia”, su círculo más cercano. Una disputa tras una noche en un boliche, denuncias cruzadas, discusiones entre amigos suyos y vecinos; un cóctel que terminó con el cantante encañonando a dos personas y subiéndolas a su BMW para mantenerlos cautivos hasta que sus allegados quedaran libres de culpa y cargo.
L-Gante es, desde hace dos años, una súper estrella de la música urbana. Una explosión artística y mediática casi sin precedentes. Una imagen diferente, canciones que muestran su mundo, su realidad, la personalidad exuberante, el espíritu hedónico, los millones de reproducciones en YouTube y en Spotify. Se convirtió con naturalidad, sin deliberación, en el referente o en el mayor exponente (al menos, el más popular, el que logró atravesar más capas sociales y rangos etarios) de un cambio cultural, de una nueva realidad.
El fenómeno, como casi todos los fenómenos cuando surgen, fue al principio ignorado, después menospreciado y, finalmente, malentendido.
Para muchos, L-Gante era apenas un nombre sin cara, una voz machacante en una playlist, un cantante más de algunos de los géneros de moda, que muchos no saben distinguir entre sí. Hasta que la vicepresidenta Cristina Kirchner lo mencionó en un acto proselitista en Lomas de Zamora. Era una entrega de computadoras a alumnos secundarios. Tratando de hablar en la jerga de los jóvenes, tal vez presintiendo que había un público que antes votaba a su partido y que ahora no lo hacía, decidió apelar a un nombre juvenil, a alguien que supuestamente había sido favorecido por el Plan Conectar/Igualar.
“Hace unos días veía una intervención que le hacían a Elegant (sic). Yo les recomiendo que lo escuchen porque con el Conectar/Igualdad y un microfonito de 1.000 pesos hizo un tema que tiene 176 millones de reproducciones en el mundo. Y bueno, si van a escuchar a Elegant, Trueno… Yo de los raperos lo conozco a Wos”, dijo CFK.
Este discurso tuvo repercusiones múltiples. La primera reacción de varios fue burlarse porque tradujo el nombre al inglés hasta impostando la voz y esforzándose en la pronunciación. Elegant. Le siguió la alabanza al kirchnerismo y su política de entrega de computadoras, coronándolos como reyes de la educación y olvidando que era el mismo sector político que había mantenido cerradas las escuelas durante casi dos años y que tildaba de asesinos a los que pedían clases presenciales.
Del otro lado del arco político había silencio y una recalibración (el GPS del cálculo político, con acento castizo, parecía decir recalculando, recalculando) de la situación que se abandonaron de inmediato cuando L-Gante salió a decir que él no había recibido la computadora por el plan gubernamental porque él a esa altura ya había desertado de la escuela. Los titulares atronaron: “L-Gante desmintió a Cristina”. En realidad él contó otra cosa, la historia no era tan sencilla. La computadora era del plan Conectar/igualar y él la había obtenido a cambio de un teléfono celular. Una especie de permuta con el alumno que la había recibido. Con ella y el micrófono barato grabó su primer tema en la adolescencia. Pero ya no importaba demasiado lo que él tuviera para decir sobre la cuestión.
Fueron pocos los que escucharon cuando dijo: “No está bueno dar cosas a cambio de nada”. Se convirtió en kirchnerista para algunos y en antikirchnerista rabioso para otros. L- Gante dio notas en La Nación+, TN, C5N y cualquier otro canal o medio que lo buscara. Apareció en los diarios, en los portales, en los programas de chimentos. Los videos sumaron varios millones más de reproducciones, también sus temas en Spotify. Más que de él, lo que sucedió en esos días en que todos supimos quién era L-Gante, habla de la sociedad y de sus discusiones sordas, sin sentido, en las que la realidad no es mirada sino a través de prismas que sólo confirman lo que pensamos de antemano.
Lo otro que pasó desapercibido para comunicadores, políticos y pícaros es que a L-Gante y sus seguidores no le interesan en lo más mínimo esas categorías, están totalmente alejados de esas divisiones que ven como anacrónicas y no se sienten representados por ellas ni por los políticos que las blanden. En esta desesperación por llevar agua para el campo propio, de apoderarse del nuevo fenómeno popular, casi nadie escuchó sus letras.
En realidad, lo más útil para la gente mayor a 40 años es googlearlas y leerlas porque la dicción cerrada y la jerga muchas veces hace imposible, sin la gimnasia auditiva adecuada, entender lo que se dice. Un ejemplo: Siempre andamo’ activo pa’ lo’ gile’, pa’ la’ gata’/ Par de miles que me gasto con la banda más verraca/ Adentro del party, bacaneo, vacileo, pariceo, le perreo/ Con lo’ ojo’ colora’o, mientra’ al otro le mando fuego, dice una de las estrofas de L-Gante RKT, el tema con el que irrumpió.
Así, en este malentendido partidario, feministas acérrimas defendieron a alguien que muchas veces cosifica a las mujeres (las canciones desbordan de putas, gatas, perras y lobas y siempre hay muchos culos), con un discurso machista. Y pacifistas consumados alabaron al cantante que glorifica el uso (y abuso) de las armas y la resolución violenta y por mano propia de los conflictos. Pero no importó demasiado, lo partidario, la adscripción política, la grieta, se impuso una vez más. Todos soñaron con llevar a L-Gante a su redil, con sacar partido de su fama.
Ahora, supongo, ninguno lo va a citar por un buen tiempo, ninguno querrá quedar vinculado a algunos de los delitos que se le imputan.
Y lo más interesante, pareciera, no es ni glorificar ni condenar a L-Gante por sus canciones. Si no prestar atención a la realidad social que describen, al mundo que pintan; crónicas suburbanas que sin remilgos (y sin el menor ánimo crítico o de denuncia: no tendrían por qué tenerlo) muestran una realidad incómoda y algo desesperante. Una realidad que muchos prefieren no ver. Total, somos el país de los campeones del mundo.
Creer que su irrupción masiva se dio después del discurso de CFK es desconocer la realidad. Lo que hizo esa mención fue llevarlo a una parte de la población que ignora la diferencia entre trap, reggaetón, cumbia 420 y free style, que cree que todo es tachín tachín, un ruido al que no vale la pena prestarle atención. Antes de que fuera mencionado por la Vicepresidenta, sus temas ya habían superado los 200 millones de reproducciones.
Al poco tiempo de esta explosión, sacó Malianteo 420 (Volumen 2). En medio del tema nombra a CFK: “Me nombró la Presidente y aunque fuera innecesario, yo demuestro mi respeto y respeto les falta a varios”, haciendo escalar hasta lo más alto del ejecutivo a CFK.
En 2021, cuando ya había explotado y su fama atravesaba todos los estratos sociales, L-Gante fue a dar unos recitales al estadio de Newell´s. La semana previa hubo varios allanamientos coordinados relacionados con la banda Los Monos. Se secuestraron drogas, dinero, armas y entradas reales y falsificadas para los shows del referente de la cumbia 420. Unos pocos días después comenzó a circular una foto en la que L-Gante -vestido con un conjunto deportivo colorido- sonríe abrazado a Ariel Máximo Cantero, el Viejo Cantero, líder y fundador de Los Monos.
Durante ese mismo octubre, L-Gante tuvo otro encuentro con gran repercusión. Fue recibido en Olivos por el presidente Alberto Fernández. La charla se convirtió en un video institucional (promocional). En manga de camisa, el fan de Litto Nebbia, le pregunta con afectación al cantante cómo comenzó en la música, entre otras cosas. L-Gante posteó las imágenes del encuentro en las redes sociales (en Instagram tiene 5.300.000 seguidores) y escribió: “Yo soy Elian Ángel Valenzuela, más conocido como L-Gante; con tan solo 21 años me las arreglé como pude y logré muchas cosas, como formar y sacar a mi familia adelante o que el Presidente me reciba para saber lo que él piensa y yo hacerle saber mi pensamiento”.
Elián Ángel Valenzuela nació el 5 de abril de 2000 en General Rodríguez, en la Provincia de Buenos Aires. Una tarde su madre, Claudia Valenzuela, ya embarazada de él, vio en el noticiero una historia que le pareció terrible, que la conmovió profundamente. La de Elián González, el balserito de 5 años que había sobrevivido al océano y a la muerte de sus padres, y fue sacado a punta de pistola de un placard de la casa de sus tíos y devuelto a Cuba. Decidió que su hijo se llamaría como ese nene que involuntariamente se había convertido en noticia.
Claudia también intervino, aunque involuntariamente, en su otro bautismo. El nombre artístico, L-Gante, proviene de una muletilla de ella. Cada vez que veía a Elían, vestido con musculosas, ojotas y bermudas amplias, siempre desprolijo; le decía con sarcasmo: “Ah, pero qué elegante, che. Qué elegancia”.
La suya no es la imagen habitual de los cantantes exitosos, los que encandilan a multitudes de chicas aullantes. Cadenas, tatuajes múltiples en la cara, gestos desafiantes.
En septiembre del año pasado se separó de Tamara Báez. La pareja había tenido varias apariciones y cruces mediáticos. Semanas después, y tras la grabación de un video, comenzó a circular el rumor que salía con Wanda Nara. Los dos, con astucia, alimentaron las versiones para seguir aprovechando la atención.
Mientras los genios de la política y las sobreinterpretaciones decían obviedades, L-Gante seguía con su vida y disfrutaba de los beneficios de la fama masiva. Se reía de sus detractores, surfeaba entrevistas con Feinmann, transformaba en un acontecimiento la llegada de Jamaica, su hija, convertía en un reality su matrimonio tambaleante con Tamara Báez, se sentaba en la mesa de Polémica en el Bar, se mofaba un poco de alguna crítica de Enrique Pinti.
También lanzó merchandising, un vino propio, llenó Luna Park’s y Movistar Arena’s, cantó con Tini, Rusherking, Pablo Lescano y Daddy Yankee, hizo una publicidad para Mercado Pago e interpretó, junto a artistas de diferentes géneros, el Himno Nacional en la Plaza de Mayo. Y, mientras tanto, presentaba nuevos temas y shows, al tiempo que se lo veía darse una gran vida. Disfrutaba del dinero que ganaba en su profesión.
También llegó a la mesa de Mirtha Legrand. L-Gante le reprochó que cuando se enteró que le habían puesto Jamaica, Mirtha dijo: “Pobrecita”. Al ver la reacción del cantante, Mirtha se atajó: “Lo dije con cariño”. L- Gante no la dejó pasar: “Antes usted me caía mejor. Esos chistes no me gustan”.
Sin embargo, más allá del ruido mediático, L-Gante también brindó largas entrevistas en las que su mensaje fue muy sensato, responsable, constructivo y hasta poco complaciente. Como si fuera muy consciente de la importancia de su palabra, de la influencia, que puede tener en varios jóvenes. Recordó sus tiempos trabajando en la fábrica de plástico, habló del estudio, del esfuerzo, de la necesidad de trabajar con intensidad, de esforzarse para perseguir los sueños, sin olvidar que el mundo no es idílico, que está lleno de desigualdades e injusticias. Pero poco a poco, la voracidad y la velocidad de los días, del personaje se fueron imponiendo.
Empezó a grabar, a jugar con la compu que obtuvo en un trueque a los 15 años. La música urbana, la de la computadora y el micrófono barato (y el autotune) es lo que se impuso. Es la nueva realidad de la industria discográfica. Ya no parecen necesarios grandes productores, estudios carísimos, ni experimentados músicos de sesión. Tampoco las letras crípticas. Las canciones que conmueven a los jóvenes les muestran un mundo que no aparece en los medios, una real en el que ellos viven o que tienen a pocas cuadras de su casa. Un mundo peligroso, sin ley, con drogas, con sexo, alcohol, culos de los que servirse, injusticias, carencias, armas y enfrentamientos con policías.
Creó un género: la cumbia 420. Junto al productor DT Bilardo (que al principio le cobraba por su trabajo hasta que vio que junto a él podía alcanzar el éxito masivo y decidió apostar a L-Gante), crearon ese sonido que mezcla la cumbia, el reggaetón, el barrio y un ritmo furioso y veloz.
La respuesta al fenómeno de L-Gante y su irrupción adoptó modos diferentes. La glorificación a priori, la necesidad de simular ser popular, la estigmatización refleja son reacciones diferentes pero que parecen tener el mismo origen: no entender lo que sucede, snobismo, tratar sacar partido de un fenómeno popular. Y similares consecuencias: generar sensación de impunidad, glorificar hechos delictivos y menospreciar realidades sociales.
La sesión con Bizarrap, la número 38, llevó todo a un nivel estratosférico. El día antes a su salida, L-Gante tuvo uno de sus frecuentes problemas con la justicia. Se resolvió hablando de malentendidos, confusiones, exageraciones de la Policía y de los medios. Después, más de 3 millones de reproducciones en un día y más de 250 millones unos pocos meses después. El éxito clamoroso hizo olvidar por un tiempo las denuncias.
A principios de 2022, L-Gante dio un show en Añatuya, Santiago del Estero. En esa zona, según estudios recientes, la pobreza crónica abruma al 35% de la población. Tras su actuación, y mientras la gente saludaba su salida del pueblo, a través de la ventana del micro el cantante empezó a repartir billetes de 500 pesos. La gente detenía sus autos y corría detrás del micro, los de las motos, haciendo eses, estiraban uno de sus brazos para tratar de alcanzar la dádiva; uno de ellos derrapó y terminó tirado al lado del camino. L-Gante subió el video de la escena, tomado con su celular, a las redes sociales. Descontrol 420 Añatuya. El Movimiento, lo tituló. Y se viralizó con celeridad. El gesto de rapero norteamericano que mezcla el dispendio despreocupado, la abundancia y el regalo arbitrario se convirtió en una marca de fábrica de L-Gante y sus colegas.
En febrero de 2022, la Policía llegó a la casa de L-Gante. Uno de los muchos confusos episodios en los que se vio envuelto. Confusos episodios es el eufemismo que se suele utilizar cuando alguien con fama y/o poder participa de un hecho violento o delictivo y sale impune gracias a su dinero, influencia o contactos. En esa ocasión se lo acusó de disparar contra un vecino. Él adujo que el hombre quiso entrar a su propiedad. No pasó nada.
No fue el único incidente. Se acumularon en los últimos meses. En algún momento hasta dio la sensación de que lo que se leía o escuchaba era una noticia vieja, una repetición. “A mí no me van a desviar la mente ni mi forma de ser. Ni voy a decir algo que no quiera. Yo soy de barrio. Tengo códigos y arreglo los temas a mi manera. Sin botonear”, dijo justificando el uso del arma de fuego para solucionar sus problemas. Y después agregó: “Munchos no quieren ver el verdadero poder, somos un montón de gente, me siguen muchos a mí. Yo hago la mía. No me enfoco en la gilada”.
En cada uno de los hechos policiales que enfrentó hay un elemento en común. La reacción posterior de él tiene algo de azoramiento: una indignada sorpresa por tener que rendir cuentas, por tener que respetar la ley, por ser investigado por denuncias con un alto grado de credibilidad de que cometió un ilícito.
Hace pocas horas, varios policías portando una orden policial detuvieron a L-Gante en su casa del country del Banco Provincia. Lo esposaron, le leyeron los derechos y lo llevaron detenido. En un calabozo espera que el fiscal lo indague. Las imputaciones son graves. A bordo de su BMW, armado, con el celular -con el que realizó las llamadas en las que los intimidó previamente- en sus bolsillos, L-Gante apuntó, amenazó y privó de la libertad durante más de 20 minutos a dos personas.
En el pico de su éxito debe rendir cuentas ante la justicia.
A veces la fama, el poder, el dinero nublan, instalan una inconveniente e irracional sensación de impunidad.