Calles desiertas, soledad y silencio: historias de pueblos con un habitante

Una escapada a tres localidades -dos en la provincia de Buenos Aires, otra en Río Negro- en las que solo vive una persona.
  • Villa Epecuén, Quiñihual y Punta Mejillón. Villa Epecuén, Quiñihual y Punta Mejillón.
  • Pedro Meier es el único habitante que no se fue del pueblo Pedro Meier es el único habitante que no se fue del pueblo
  •  El almacén de ramos generales se mantiene con la estética original.  El almacén de ramos generales se mantiene con la estética original.
  • Pablo Novak posando junto a las ruinas de una escuela Pablo Novak posando junto a las ruinas de una escuela
  •  Esta imagen muestra cómo era esa cuadra antes de la inundación y cómo quedó después.  Esta imagen muestra cómo era esa cuadra antes de la inundación y cómo quedó después.
  • Pablo Novak paseando por las ruinas de Epecuén Pablo Novak paseando por las ruinas de Epecuén
  •  Sergio Mendez, único habitante de Punta Mejillón.  Sergio Mendez, único habitante de Punta Mejillón.
  •  Vista a la casa de Sergio y su hostería.  Vista a la casa de Sergio y su hostería.

Hay muchos destinos de la Argentina en los que reina el silencio y la soledad. Lugares de calles desiertas, donde el reloj no apura a nadie. Poblados chicos cuyos habitantes se cuentan con los dedos de las manos... o incluso con un solo dedo.

Algunos de estos sitios tuvieron años gloriosos, pero diferentes motivos provocaron el éxodo de sus pobladores y casas, escuelas y comercios se convirtieron en ruinas. Hoy, con un dejo de nostalgia, quienes llegan de visita intentan imaginar cómo era la vida en el pueblo.

Otros lugares son tan agrestes que ni siquiera llegaron a tener una población estable. El clima hostil o la falta de servicios no son para todos.

Aquí, tres destinos que tienen dos cosas en común: un solo habitante y una propuesta turística que invita a darse una vuelta.

 

Quiñihual, Coronel Suárez

Llegó a tener 500 habitantes, una estación de tren, galpones para acopiar cereal, un destacamento policial, una estación de servicio, una herrería y un almacén de ramos generales, pero hoy, de todo eso queda poco, casi nada.

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Ubicado en la provincia de Buenos Aires, Quiñihual nació en 1910, cuando se inauguró la estación del ferrocarril que unía Rosario con Puerto Belgrano. Y así como el tren determinó su origen, también marcó su fin: en 1995 las vías quedaron en desuso y la migración fue inevitable. Cinco años después la escuela se quedó sin alumnos y cerró definitivamente.

Pero Pedro Meier decidió quedarse. “No pensé en irme”, confiesa el hombre de 66 años, quien se mantiene ocupado en el campo y algunos fines de semana suele ir a Pigüé, donde vive su pareja.

El único habitante estable de este paraje llegó en 1960, cuando su papá compró el almacén de ramos generales, en un edificio de 1890. Y sigue funcionando con esas estanterías que llegan hasta el techo y están llenas de latas y botellas viejas, una antigua balanza y los muebles de madera para productos a granel.

La gente que trabaja en los campos vecinos suele acercarse en busca de mercadería. Pedro abre todos los días a las 18, “pero si me avisan con tiempo, los espero con un asado”, avisa.

Los visitantes pueden contactarlo a través de su celular (2923-691215) y organizar un almuerzo o cena, con 48 horas de anticipación.

 

Villa Epecuén, Adolfo Alsina

Un destino de la provincia de Buenos Aires que pasó de ser un imperio turístico que, dicen en la zona, le competía a Mar del Plata, a convertirse en un pueblo fantasma.

El 10 de noviembre de 1985, el agua de la laguna Epecuén-que atraía a cientos de visitantes por sus propiedades minerales- comenzó a subir, y subió tanto que tapó completamente al pueblo. En menos de un mes, la mayoría de los 1.500 habitantes tuvieron que irse. Habían perdido todo.

“Tenía 108 hectáreas de campo, un tambo y dos casas viejas. Se me inundó todo, no me quedó ni para quedarme parado”, recuerda Pablo Novak, de 93 años, único habitante de Epecuén, a 7 km de Carhué.

Novak se las rebuscó para quedarse, no quería dejar el lugar donde nació. “Vendí todo menos las vacas. Cuando bajó un poco el agua se hicieron dos islas, y mi sobrino me dio un bote para que las llevara a pastar allí”, relata sobre sus aventuras en esos tiempos difíciles.

Los caminos también se inundaron, y “durante tres años, la única huella para llegar fue la vía. En ese momento no venía nadie y extrañaba a la gente, pero llevo la mitad de la vida acá solo, me acostumbré”, cuenta.

Villa Epecuén estuvo sumergida bajo agua durante 20 años. Y así como el agua subió, en algunas partes bajó, dejando ruinas a la vista.

La casa donde vive Novak está a 600 metros de las ruinas y es la única habitada. El resto de lo que se ve son los vestigios que atraen a turistas curiosos que caminan por las calles buscando identificar casas familiares, hoteles, el banco, la estación de servicio o el correo.

Desde el municipio organizan actividades como observación de aves, recorridos por las obras de Francisco Salamone, visita al Centro de Interpretación Villa Lago Epecuén, entre otras. En verano, la playa es el principal sitio de interés.

 

Punta Mejillón, Río Negro

Es una de las playas más lindas y desconocidas de esa provincia patagónica. Pero en Punta Mejillón los servicios son nulos. No hay agua corriente, luz ni supermercado.

Está dentro del Área Natural Protegida Caleta de Los Loros-Pozo Salado-Punta Mejillón, a 134 km de Las Grutas y a 129 de Viedma, y según el último censo, cuenta con un solo habitante: Sergio Mendez.

“Soy de Rosario y conocí este lugar estando de vacaciones, me enamoré. Me compré una casilla rodante y empecé a venir seguido. Administraba centros médicos y luego puse una empresa de construcción, pero dejé todo. En 2019 compré una casa y me instalé”, cuenta.

Su casa es la única, de las 5 o 6 que hay, que está frente al mar. También es la única habitada todo el año; las otras son de veraneo.

El lugar, poco explorado, cuenta con una gran biodiversidad. “Tenemos siete kilómetros de playa. A la derecha, acantilados; a la izquierda, la caleta. En invierno pasan ballenas y en verano, a veces, se ven pingüinos que están migrando”, dice. A seis kilómetros de su casa hay una colonia de lobos marinos.

Mendez alquila tres habitaciones para hasta 4 personas con baño y comedor compartido. Los huéspedes deben llevarse provisiones.

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