Matagusanos, el pueblo fantasma donde solo viven dos hermanos: “El tiempo se ha olvidado de nosotros, ya no envejecemos más"

A un costado de la ruta 40, este paraje sanjuanino, donde el clima es extremo, resiste a través de la historia de Francisca y Florencio Díaz
  • Matagusanos, el pueblo fantasma donde solo viven dos hermanos: “El tiempo se ha olvidado de nosotros, ya no envejecemos más”
  • Los hermanos Díaz: Francisca, de 91 años, y Florencio, de 80 años Los hermanos Díaz: Francisca, de 91 años, y Florencio, de 80 años
  • La casa, ensamblada con ladrillos de adobe, remiendos y madera La casa, ensamblada con ladrillos de adobe, remiendos y madera
  • Florencio cuenta que hay días que no tienen qué comer Florencio cuenta que hay días que no tienen qué comer
  • Francisca tiene tres hijos Francisca tiene tres hijos
  • Florencio nunca visitó Buenos Aires; su hermana, sí, pero no le gustó Florencio nunca visitó Buenos Aires; su hermana, sí, pero no le gustó

Un cartel agrietado lo anuncia al costado de la legendaria ruta 40, Matagusanos, a secas y sin ninguna otra explicación. Detrás de él, rodeada de polvo y tierra arcillosa, ausente toda de vegetación y aparentemente de vida, una casa ensamblada con ladrillos de adobe, remiendos y madera, justifica el cartel. El pueblo quedó huérfano de otras casas, pero también de presente. Allí resisten los hermanos Díaz, Francisca, de 91 años, y Florencio, de 80 años. Viven sin red de agua potable ni eléctrica. “El tiempo se ha olvidado de nosotros, y ya no envejecemos más”, cuenta el hombre que ha perdido esperanzas, pero reconoce que vive en un lugar hermoso.

¿Por qué se llama Matagusanos el paraje? “Es sencillo, porque no crece nada, no hay vida, la tierra es seca y arcillosa, las semillas se mueren solas y ni los gusanos aguantan”, explica. Los dos hermanos representan la excepción, con recursos muy escasos, han elegido este rincón del mapa sanjuanino donde la sequedad del ambiente, el extremo calor del verano y el impiadoso invierno desestiman todo intento de la naturaleza de abrigar la bendición de la vida, más de 40 grados y 10 bajo cero, la amplitud térmica estacional. Una vez por semana desde Villa Ibañez, capital del departamento Ullum, de quienes dependen, le acercan 5000 litros de agua. “A veces nos quedamos secos y tenemos que esperar a que llueva”, cuenta Florencio.

Están allí desde 1991, ninguno fue a la escuela. “Vine a acompañarla a ella, somos hermanos muy unidos”, confiesa Francisco. Nacieron en Sierras de Chávez, en Valle Fértil, en el extremo occidental de la provincia. Hasta abril de 2021, vivían con uno de los hijos (tiene tres) de Francisca y su hija, pero la joven se fue a vivir a Albardón, un pueblo vecino. “El otro hijo viene cada quince días, o cuando se acuerda”, dice la mujer.

Aparenta menos edad, al igual que su hermano. “Debe ser el aire, que ahuyenta las enfermedades, también el poco roce con la gente. La gente enferma mucho”, argumenta Francisco.

Dos fardos de pasto son el poco alimento que deben racionar para los cabritos, que conviven con una mula, una yegua, chanchos y unas gallinas flacas que cuando se acuerdan ponen huevos. “Están cada vez más fiacas”, cuenta Florencio. Dos perros custodian esta humanidad precaria y primitiva, tratan de poner orden pero el viento Zonda que comienza a llegar de la cordillera, les mueve hasta las piedras. La casa tiembla. “Nadie para acá, voy a la ruta y me entretengo contando autos”, cuenta Florencio.

La ruta 40 es una columna vertebral mitológica que adhiere nuestro mapa a la Cordillera de la Andes, pasan cientos de autos por día. “A veces paran de otros países pero no les entiendo el idioma, sacan fotos, nos abrazamos y se van”, dice Florencio.

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Matagusanos está lejos de todo. A 40 kilómetros de San Juan Capital, y 22 de Talacasto, donde existe un parador que es una parada obligada de los viajeros, la única conexión a internet posible en este territorio con escasa vegetación.

“Hay días que no tenemos qué comer”, reconoce Florencio. Son jubilados, cobran la mínima y una vez por mes salen a cobrar “al centro”. Francisca, que tiene pleno control de la casa, a pesar de ser la más anciana, es muy activa. Ella llama a un remise. ¿Cómo lo hace? Tiene un viejo celular de primera generación y debe subir al techo de la casa.

“Sólo ahí tiene un poco de señal”. Una vez por mes sube y espera pacientemente hasta que mágicamente una barra o, acaso, dos, aparezcan en la pequeña pantalla. “Nos sale muy caro ir a cobrar”, cuenta Florencio. Son 4000 pesos ida y vuelta. El trámite es rápido. “Estamos sanos porque huimos de la gente y en el centro hay mucho ruido, no nos gusta el ruido”, reconoce Florencio. Ese día compran carne, y hacen un asado. Durante todo el mes improvisan y deben prepararse para la escasez. Sin posibilidad de comprar frutas, ni verduras u otros víveres, están a merced de la ruta.

Existe un enemigo


“A veces para alguno y le hacemos un encargo, si no comemos lo que hay, y lo que hay es poco”, confiesa Francisca. No tienen heladera. Dos pantallas solares dan algo de electricidad, para tres focos. Siempre tienen sopa. Extrañan el pan. “Eso si nos gustaría tener, por lo menos una vez por semana”, afirma.

Tienen un televisor. “Es prestado”, aclara Francisca. “Pero no la prendemos porque nos consume mucha batería, y no hay mucho que ver”, reconoce.

 La radio a pilas es una compañía; la cuidan como oro. “¿Ya ha renunciado el presidente?”, se pregunta. También hasta cuándo seguirá la guerra de Rusia con Ucrania. El 14 de mayo hay elecciones en San Juan. “Nosotros ya no votamos, no me interesa la política, estamos fuera del sistema”, argumenta Florencio.

Existe un enemigo: las víboras, que ejercen su derecho de poder habitar la casa. Tienen que luchar con ellas, es una contienda diaria. “Todavía monto”, reconoce Florencio cuando mira a su yegua, que le devuelve la mirada. “Los caballos son mejores que los autos, podés andar por todas partes y no necesitan combustible”, cuenta. Aunque hay un por qué los animales le responden con un respeto indisimulable. Les habla, es una relación natural, un tributo justo que exige la soledad. “Ellos entienden lo que les digo y el animal te agradece”, advierte.

Ullum es un departamento que tiene su 90% de su territorio deshabitado. Es una tierra favorecida por un clima que permite el crecimiento de la vid, sus viñedos producen vinos de gran calidad, lo atraviesa el cordón serrano de Villicún. Su región sur es más fértil, allí se encuentra el Dique de Ullúm y con él una postal escénica que sostiene emprendimientos y actividades turísticas, también un desarrollo energético. 

Matagusanos nació en 1930, cuando pasó el tren que unía San Juan con Jáchal, se construyó una estación que llevó el nombre del pueblo. Algunas casas y no mucho más. En 1944 en San Juan se produjo el terremoto más fuerte jamás registrado, con una potencia de 7,5 en la escala Ritcher, pero 9 en la Mercalli, se estima que fallecieron 15.000 personas. Su epicentro fue en La Laja, en el departamento de Albardón, muy cerca de Matagusanos. Las casas y la estación, no resistieron. En 1977, la tierra volvió a temblar por dos minutos eternos. Los pocos habitantes que tenía el paraje, se fueron. Nunca regresaron.

“A veces me dan ganar de volver a Valle Fértil”, confiesa Florencio. Su casa natal, su niñez y un clima más benévolo que se idealiza hasta provocar melancolía y nostalgia. Ambos hermanos se tienen el uno al otro. Él nunca fue a Buenos Aires. “Jamás tuve interés”, afirma. Su hermana, sí. Aunque la experiencia no le gustó. “La ciudad me trató mal y volví al campo, todos tienen las puertas de la casas cerradas”, dice.

Florencio no disimula su asombro: “No me imagino vivir en un lugar donde tenga que tener la puerta de mi casa cerrada”.

Leandro Vesco

 

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