“Como me ven tan chiquita
se piensan que no tengo amor,
la pimienta es chiquita
y pica que da calor”.
A punto de cumplir 103 años, Ana Josefa Verhulct, a quien todos en Darregueira conocen como Tita, todavía recita de memoria las relaciones de la época en que iba al baile y no se olvida de la letra de los tangos que más la conmueven.
Su hija Liliana, con quien vive, corre a anotarlo todo ni bien la escucha o a buscar el celular para filmarla. No se quiere perder ni un minuto de la dulzura y memoria que aún conserva esta mujer tan vivaz.
“Por ahí está calladita y de repente sale con alguna relación. Canta tangos, milongas, temas de antes. A veces le digo: ¡Mami, qué canciones tristes que cantás! Cada vez que dice una relación yo la anoto”, contó Liliana.
Tita también es mamá de Juan José y María del Carmen y tiene 9 nietos, 7 bisnietos (uno del corazón y otro en camino) y una hermana de 100 años, Yolanda, quien vive con su hija en Capital Federal y está muy bien de salud, más allá de que tiene afectada la vista.
Gran parte de su vida Tita la pasó entre el campo y la ciudad. Trabajó en casa de familia y también como niñera desde muy pequeña.
Hija de holandeses y la séptima de 8 hermanos (siete mujeres y un varón) nació en Salliqueló el 14 de julio de 1920. Fue al colegio hasta 3º grado en Villa Maza, desde la casa de una tía.
Con 7 años preparaba el desayuno para toda la familia: eran 11 en total. Luego iba con un primo al colegio, a caballo. Llegaban tan helados a la escuela que la señora del Dr. Loyarte -así la recuerda- los esperaba con cascarilla calentita.
Hoy, Tita, a pesar de que la sordera no le permite enterarse de primera mano lo que dicen los noticieros, siempre pregunta con curiosidad qué está pasando. ¡Y no perdió la entonación al cantar!
Entre otra de las tantas anécdotas que compartió muchas veces en la mesa familiar hay una de cuando era muy chiquita y su papá la mandó a buscar una vaca montada en el caballo. Al parecer el caballo se asustó, disparó y ella quedó con su pierna enganchada a la rienda. Veía como pasaban las patas del animal por encima de su cabeza. Hasta que frenó y se pudo desatar.
“Su mamá la puso en la falda y con una pinza le sacó todas las rosetas. Luego un vecino la llevó hasta Salliqueló porque tenía quebrada la muñeca. A pesar de todo ella estaba feliz porque era 9 de julio e iba a ver el festejo”, rememoró.
A los 9 años comenzó a trabajar como niñera en Salliquelló, donde estaba al cuidado de dos niños. Su ‘patrona’ le daba comida, vestimenta y depositaba la mensualidad en un comercio de ramos generales a nombre del padre.
A los 14 años viajó sola en tren con los niños que cuidaba a Buenos Aires donde los esperaban los patrones a quienes siempre menciona con mucho cariño.
Otra cosa que le quedó muy grabada fue la noticia de la muerte de Gardel. Tenía 15 años y estaba tejiendo con la señora de la casa en la que trabajaba cuando se enteraron del fatal accidente. Según su relato la mamá de Gardel era muy viejita y vivía en el mismo edificio.
En Buenos Aires llevaba todos los días a los niños en tranvía hasta una escuela que estaba en las Barrancas de Belgrano.
A los 22 años dejó de trabajar y regresó a Salliqueló para hacerse el ajuar y casarse; pero se arrepintió. Dejó a su novio porque era muy celoso.
Entonces regresó a Buenos Aires para trabajar en otra casa de familia donde estuvo hasta que consiguió empleo en Bonafide como empaquetadora de caramelos. Vivía con tres hermanas en un departamento. Le encantaba salir y disfrazarse para los bailes.
Luego viajó a Darregueira a visitar a una hermana y se enamoró de Cayetano Suárez con quien se casó y tuvo a sus tres hijos.
“De vivir en una ciudad con todas las comodidades se vino al campo sin luz y con agua de molino. Además de los quehaceres domésticos criaba pollos, pavos y lechones”, contó Liliana.
También recordó que sus padres, en vacaciones de verano e invierno, recibían a los sobrinos de Salliqueló, Carhué y Buenos Aires.
“Disfrutaban muchísimo armando bailes con los más grandes mientras los más chicos jugábamos con las cosas más simples. Era toda una fiesta”, rememoró.
Tita siempre fue una persona activa y solidaria: cooperó con la escuela a la que fueron sus hijos en el pueblo, estuvo en la comisión del Centro de Jubilados y cobró la cuota del hospital Darregueira ad honorem.
En el 2016 enfermó y permaneció internada en el hospital del pueblo hasta el 2020. Ese año, por un tumor de piel en la cabeza viajó a Capital Federal a hacer un tratamiento. Por la pandemia no regresó más al hospital y hoy vive con su hija.
En su estadía a Buenos Aires fueron juntas a ver el tranvía que Tita recordaba.
“El señor que manejaba paró y contó a todos los pasajeros la historia de ella: que hacía 85 años llevaba a un nene en el tranvía. Todos la aplaudían, fue emocionante”, narró Liliana.
Mientras Tita estuvo en el hospital recibió el cuidado de Patricia “Pato” Martín, quien a la par que la visitaba estudiaba la carrera de Medicina en la UNS de la que finalmente egresó.
“Pato es como de nuestra familia. Entre ellas hay una relación hermosa y sigue viniendo a dar una mano”, contó Liliana.
En la actualidad por el tema de la sordera Tita no tiene una conversación fluida pero lee los gráficos de los noticieros, juega al chinchón y pinta mandalas.
Además, camina un poco con el andador y lo más importante, nunca perdió las ganas de cantar. Además de los cantores de su época le gusta el Chaqueño Palavecino y Los Nocheros, a quienes pudo ver en vivo en los 90.
La familia ya espera poder reunirse en julio para celebrar los 103 años de esta trabajadora mujer que fue vanguardia en su época en muchos aspectos y que desempeñó con amor los roles que fue eligiendo y asumiendo.
Tita, con su apodo de tanguera, canta el tango como ninguna. Y tal y como Gardel, lo hace cada día mejor. A su edad aún siempre le queda algo por contar y por cantar.
El corazón de Tita
Siempre le dijo a sus hijos que tenían que estudiar. Pese a que pasó momentos de escasez económica en su mesa nunca faltaba algo para compartir con los sobrinos y las visitas. Un vendedor de hacienda que solía frecuentarlos contaba que con sus colegas se peleaban por ir al campo de Suárez porque siempre ponían en la mesa lo mejor: jamón, chorizo, pan, panceta y la damajuana de vino.
Así eran, solidarios. Teníamos momentos difíciles pero ellos tenían un gran corazón", dijo Liliana, agradecida por los padres que tuvo y que le enseñaron sus valores y principios.