“Es prácticamente imposible predecir el número que surgirá, de lo contrario, los físicos harían una fortuna en los casinos. El juego está diseñado para ser aleatorio; caos, elegantemente representado en movimientos circulares”, escribió alguna vez Stephen Hawkins, uno de los científicos más relevantes de la historia.
Sin embargo, hubo uno que lo logró. O, mejor dicho, un equipo de tres liderado por un físico croata que se presentaba como Niko Tosa, aunque ese no era su nombre. Sus socios eran una húngara, Livija Pilisi, y un comerciante serbio llamado Nenad Marjanovic.
Entre los tres, pero liderados por Tosa, lo lograron por primera vez en marzo de 2004 en la sala Carmen del Ritz Club, un casino de lujo del West End londinense, donde en noches sucesivas y apostando en conjunto, casi siempre se llevaban más de medio millón de libras sin hacer trampa.
Después de eso, cuando ya no pudieron jugar en el Ritz, lo siguieron haciendo en otros casinos del mundo. Tarde o temprano se los calificaba de personas no gratas, aunque nunca se les pudo probar que estuvieran estafando a la banca.
Algunas pocas veces perdían, pero casi siempre ganaban. Y ganaban mucho.
Vencer a la ruleta utilizando el cálculo de probabilidades es un sueño que los jugadores profesionales acunan desde el siglo XVIII y se llama “martingala”, un nombre derivado del gentilicio de los habitantes de la localidad francesa de Martigues (martingales, en francés), situada en las cercanías de Marsella, que por aquel entonces tenían fama de ser ingenuos y simplones.
Es decir, pretender ganarle a la ruleta mediante el cálculo se consideró desde el principio una ingenuidad, que un siglo después quedó demostrada por el matemático, también francés, Pierre Paul Lévy y corroborada por su colega Joseph Leo Dobb.
Cuando fue evidente que Tosa y sus amigos no hacían trampa ni tenían cómplices en la banca para ganar, se creyó que el enigmático físico croata había descubierto finalmente el método.
Pero se trataba de otra cosa. Utilizaban una estrategia bien diferente.
Las noches del Ritz
La noche del 15 de marzo de 2004, Tosa entró en el Ritz y se dirigió decididamente a la sala Carmen del Ritz Club, flanqueado por sus dos socios. No sabían que esa sería la última noche que jugarían allí.
La seguridad del casino los tenía bajo vigilancia porque durante semanas, siempre en la misma mesa de ruleta, habían ganado casi sin parar, hasta sumar entre los tres más de quinientas mil libras esterlinas.
La atención puesta sobre el trío no se debía a la cantidad, porque en el Ritz se apostaba muy fuerte y, ocasionalmente, algún jugador podía llevarse más de un millón en una sola noche. La preocupación era que ganaban día tras día, casi constantemente, y no podían descubrir cómo.
Los empleados del casino desmantelaron la mesa de ruleta y la volvieron a armar: no encontraron en ella ningún dispositivo extraño y tampoco fallas. Funcionaba como cualquier otra.
Revisando una y otra vez las grabaciones de las cámaras, los encargados de la seguridad del casino descubrieron cierto método en el juego de Tosa y sus amigos. Cuando el croupier hacía tiraba la bola, los tres jugadores esperaban entre seis a siete segundos y luego hacían sus apuestas rápidamente. Jugaban a 15 números, distribuidos entre los tres, como si se comunicaran de manera telepática. Perdían una o dos veces de cada diez, no más, pero cuando ganaban superaban largamente las pérdidas.
Jamás celebraban o se lamentaban. Se los veía siempre impasibles.
Interrogados por la policía
La noticia del trío que sabía ganarle a la ruleta no demoró en correr, y varios medios londinenses cubrieron el caso, aunque ninguno de los involucrados aceptó a hablar con los periodistas.
Sin ninguna prueba, el sensacionalista The Mirror publicó una supuesta investigación donde afirmaba que Tosa y sus socios tenían un dispositivo láser escondido en un teléfono con una microcomputadora que les permitía “manejar” la rueda de la ruleta.
La noche del 15 de marzo, cuando Tosa, Pilisi y Marjanovic se dirigían a la mesa fueron amablemente invitados a pasar a un salón privado. Adentro los esperaba un grupo de policías cuyo jefe les dijo que los arrestaba bajo sospecha de hacer trampa.
Ninguno de los tres reaccionó mal; al contrario, se mostraron tan impasibles como cuando apostaban en la mesa, ganaran o perdieran.
En la comisaría, Tosa se negó a contestar preguntas. En cambio, Marjanovic, intérprete de por medio, dijo con total calma que era un jugador profesional tan hábil que podía ganar el 70 por ciento de las veces que apostaba y que limitaba sus ganancias por una “cuestión de autodisciplina”. Cuando le preguntaron si usaban una computadora, respondió que la única que tenía estaba en su cabeza.
A Pilisi, quizás por ser mujer, intentaron quebrarla mostrándole una grabación de las cámaras en la que Marjanovic ganaba y ella no mostraba emoción alguna.
-Tu novio acaba de ganar medio millón de libras y no muestras ninguna emoción. Es raro… – le dijeron.
-¿Y qué? – respondió, sin una sola mueca.
Los técnicos policiales no encontraron nada extraño en los teléfonos móviles del trío y tampoco en una computadora que encontraron en una de las habitaciones del hotel donde se alojaban. Los investigaron por lavado de dinero y tampoco descubrieron nada.
Debieron liberarlos, pero les advirtieron que el Ritz Club les negaría la entrada de ahí en más.
Tampoco se preocuparon, Europa está llena de casinos donde jugar.
La revelación
Quién investigó a Tosa mejor que la policía fue el periodista de Bloomberg Kit Chellel. Después de muchas consultas y de estudiar a fondo el caso, llegó a afirmar que Tosa encontró un “agujero en el sistema” de las ruedas que hacen girar a la ruleta.
En una rueda en perfectas condiciones, la bola siempre cae al azar, es imposible predecir en que número se alojará. Pero con el uso, las ruedas desarrollan pequeños defectos que se convierten en patrones. Sólo hay que observarlos bien para descubrirlos.
Esos patrones son “zonas de caída”, es decir, una pendiente. Cuando la bola sube la pendiente pierde velocidad y cae más rápidamente en una zona de casilleros que se puede detectar. Por eso Tosa y sus socios apostaban a casi quince números en cada jugada, los de la zona donde la caída era más probable de todas.
De todos modos, para descubrir el patrón y decidir la apuesta en apenas seis o siete segundos hace falta tener una rapidez mental envidiable.
“Creo que es posible que alguien lo haga sin una computadora, siempre que la rueda esté inclinada y el rotor no se mueva demasiado rápido”, le explicó el físico Doyn Farmer, profesor de la Universidad de Oxford, cuando Chellel lo consultó para su investigación.
“Farmer comparó este talento de juego con el talento musical, sugiriendo que el ‘tacto’ de la rueda puede activar partes similares del cerebro, las dedicadas al sonido y al ritmo”, escribió Chellel en su artículo.
Un periodista perseverante
La noticia de que Tosa y sus socios tenían un “método” ganador para la ruleta, mucho más eficaz que las ingenuas martingalas con las que los jugadores profesionales soñaron – y perdieron fortunas – más de un siglo corrió por todo el ambiente de los casinos europeos.
Ningún casino quería arriesgarse con el trío. Por un tiempo, Tosa, Marjanovic y Pilisi desaparecieron de los lugares de juego que solían frecuentar. No porque quisieran, sino porque tenían vedada la entrada.
El periodista de Bloomberg no quiso terminar su informe sin hablar con por lo menos uno de los protagonistas. No le resultó fácil encontrar a Tosa.
Finalmente lo localizo en un pueblo casi ignorado cerca de Dubrovnik. Vivía en una casa de piedra antigua, nada lujosa, igual que las demás.
Quizás sensibilizado por la perseverancia de Chellel, Tosa lo invitó a cenar unos calamares acompañados de un buen vino en un hotel de la ciudad, porque en el pueblo no había y no quería recibirlo en su casa.
-¿Usa algún aparato para ganar? – le preguntó Chellel.
-Eso suena como salido de una película de James Bond y yo soy un simple campesino. Si tuviera un dispositivo así no me llamaría Niko Tosa sino Nikola Tesla – le contestó.
La respuesta encerraba un juego: las iniciales de los nombres son las mismas, aunque Tosa dijera que se trataba de una simple casualidad. Resulta difícil creerle, ya que Niko Tosa no es su verdadero nombre y evidentemente lo eligió.
-Bueno, entonces dígame cómo lo hizo… – insistió el periodista.
-Práctica – le respondió Tosa y se rio -. La observación cuidadosa de las ruedas de la ruleta que permite descubrir pequeñas irregularidades que generan algunas regularidades.
-¿Cómo nadie más pudo descubrir eso? – avanzó Chellel.
-No soy el único. Hay otros que lo saben. Lo que pasa es que no se atreven a apostar mucho por temor a ser descubiertos – contestó el físico jugador, y agregó con desprecio: -Son como ardillas. Si no me hubieran descubierto en el Ritz habría seguido jugando noche tras noche y ganando millones de libras.
Cuando se despedían en la puerta del hotel, Tosa detuvo a Chelley y le preguntó cuándo publicaría el artículo.
-¿Por qué? – quiso saber Chelley.
-Porque estoy planeando mi próximo viaje para jugar – le respondió Tosa.
El hombre que había encontrado un verdadero sistema de ganarle a la ruleta ya no jugaba en Europa, sino que buscaba casinos en lugares remotos, donde todavía no sabían quién era ni lo que era capaz de hacer en una mesa de juego.
Hasta hoy, Kit Chelley es el único periodista que logró entrevistar a Tosa.