"Mendoza fue casi el final de mi vida": la historia jamás contada de un mochilero que recorrió los Andes en los 70'
Jeff Oshins recuerda detalles del viaje vital que hizo con dos amigos por la Cordillera de los Andes hace 49 años. "Tenía una idea positiva del pueblo argentino antes de venir", confiesa quien se encontró con una "línea imaginaria" cuando después de recorrer Ecuador, Perú y Bolivia llegó al país.
"Una de las vistas más asombrosas fue, después de 3 meses de viaje a través de Ecuador, Perú y Bolivia, llegar a la frontera de Argentina", recuerda Jeff Oshins. Tiene 73 años y cuando estaba en sus veintes viajó armó la mochila para recorrer la Cordillera de los Andes con dos amigos. Una aventura que jamás olvidó y que, con el tiempo, se convirtió en un libro de memorias que se publicó en lengua hispana.
Jeffrey Marcus Oshins nació en Washington y cursó el bachillerato en Viena, "un lugar fantástico con alumnos de 44 países diferentes cuyos padres, como los nuestros, trabajaban como diplomáticos en embajadas u organizaciones de las Naciones Unidas", recuerda. Por eso estaba familiarizado con diversas culturas y tenía amigos en distintos rincones del planeta. De hecho, allí conoció a Felipe Jolly Luque a quien decidió visitar en 1974 cuando, estando en Santa Bárbara (California) les contó a dos amigos que iba a viajar desde Ecuador hasta Buenos Aires en una travesía que tuvo como lema "déjate llevar". Ellos, Jerry Gold y Jonathan Klontz, no dudaron en sumarse. "Viajamos sin agenda, yendo con la corriente", dice luego de 49 años.
La música como pasaporte y la frontera más inesperada
Recuerda que vivieron esa aventura como "Hippies en los Andes", expresión que se convirtió en el título del libro que escribió para contar el viaje y en el que "describe el mundo antes de que se globalizara". Entonces, lo impactó la forma de vida de las personas y aun tiene vivo ese recuerdo. "Una vez que dejás las grandes ciudades, o incluso las más pequeñas, te encontrás en culturas que han existido más o menos como eran desde la conquista española, con indígenas que vivían en aldeas y rara vez viajaban más de unos pocos kilómetros para ir a los mercados o visitar a sus parientes".
De ese viaje con mochila por la columna vertebral de América Latina, recuerda "los viajes en autobuses coloridos por carreteras mal asfaltadas". También tiene presente la imagen que los lugareños tenían de ellos: "No había comunicaciones por satélite ni medios de comunicación, así que sólo tenían una vaga idea de Estados Unidos y de la cultura hippie o musical. Y la idea que tenían de Estados Unidos era la de las películas en las que siempre había violencia y alguien pateaba el culo de los malos".
Jeff Oshins entendió enseguida que la música era el lenguaje perfecto para comunicarse con los lugareños. Compró una guitarra en Ecuador y junto Jerry Gold montaban un espectáculo en cada lugar al que llegaban. "Éramos fascinantes para los lugareños porque nunca habían visto ni oído nada como nosotros. Una mañana, después de viajar toda la noche por el Altiplano en un autobús, saludé a la mañana subiendo a la parte delantera del autobús y tocando Johnny B Goode de Chuc Berry para gran aprecio del público en el autobús", cuenta.
La música como pasaporte y la frontera más inesperada
El viaje comenzó en Ecuador, siguió en Perú y luego los amigos atravesaron Bolivia antes de llegar a la frontera con Argentina. "Aquí había una línea imaginaria que alguien había dibujado como frontera", dice y sigue: "En el lado boliviano, como el resto de los Andes, la población era en su mayoría indígena pasamos de casas de adobe y una cultura que era claramente andina a Europa", cuenta. Se sorprendió -hace casi medio siglo- porque, a diferencia de lo que ocurría en otros países latinoamericanos, "las carreteras en Argentina estaban asfaltadas y había autobuses modernos. Incluso las estaciones tenían manteles blancos, una botella de vino en la mesa y comida fantástica. La gente parecía más europea que indígena", remata.
Ser hippies en los Andes: qué cambió en medio siglo
Según Jeff, ser hippies tenía que ver con "seguir la corriente, estar aquí y ahora, la música, el consumo de marihuana y la renuncia a una 'vida recta'". Enseguida comenta que Jonathan Klontz se recibió de médico y que él trabajó con Jimmy Carter en su camino a la presidencia. "Me convertí en director de personal de un comité del Congreso, me casé y tuve un hijo: una vida muy heterosexual". Sin embargo, sostiene que algo de su esencia "hippie" sigue corriendo por sus venas y esa rebeldía impidió que ascendiera más en su carrera política.
Piensa en lo que significaría ser hippie hoy. "La triste verdad es que ayudamos a destrozar el planeta con nuestros viajes", asegura y agrega: "La huella de carbono de mi viaje en avión hasta aquí fue probablemente superior a los 160.000 kilómetros recorridos en coche. Muchos de los hippies actuales siguen teniendo una actitud revolucionaria y desconfían de la autoridad. Se resisten a las restricciones covídicas y apoyan a reaccionarios como Donald Trump".
El respeto por el medioambiente y el amor al prójimo parecen ser valores inmanentes del "ser hippie" para Jeff Oshins. "Prefiero tratar con alguien que se droga, toca una canción y ama a sus semejantes que con un hippie que dice 'voy a salir adelante', construye una casa con 20 habitaciones que no usa y conduce un coche grande", afirma.
"Mendoza fue casi el final de mi vida y el peligro de seguir la corriente"
Jeff asegura que esta es una provincia encantadora. Pero también recuerda que en Mendoza vivió una de las experiencias más extremas que recuerda. "En 1974 viajaba solo para reunirme con Jerry Gold y Jonathan Klontz en Quito luego de nuestra visita a Felipe. Tenía un billete de avión de Mendoza a Santiago de Chile y luego a Quito. Me alojaba en uno de los habituales hoteles baratos donde nos quedábamos -en 6 meses de viajar en autobús, comer en los mercados y alojarnos en hoteles baratos sólo gastamos 1.000 dólares más el viaje en avión de Buenos Aires a Quito-", cuenta.
Recuerda cada detalle de esa jornada. "Me desperté temprano para coger un autobús y subir a ver la nieve. Llevaba todas mis escasas pertenencias habituales en una mochila y mi guitarra. Conocí a Nestlé, el fotógrafo de la estación de esquí Portillo, en Chile, que me dijo que iba a volver a su país por las montañas y que yo era bienvenido a viajar con ellos. Lo que no dijo -o no me quedó claro- fue lo de volver caminando en pleno invierno cruzando la frontera trayendo provisiones que había comprado en Argentina", cuenta y acota: "Invitaba al estúpido gringo a ser su mula. Y yo, siguiendo mi credo, me dejé llevar por la corriente y dije que sí".
Entonces, viajaron la mayor distancia posible en autobús y luego consiguieron subir al furgón de cola de un tren que los dejó, según recuerda, cerca de la cumbre. "Sentía los efectos del mal de altura. Los chicos del ferrocarril me dieron un poco de mate y me sentí mejor. Pensé que nos íbamos a quedar allí o que volveríamos porque estaba oscureciendo pero Nestlé me dijo que no, que tenía unos amigos que venían a ayudarme a trasladar suministros a Argentina. Efectivamente, de la nieve salieron caminando estos montañeses. Me cargaron con la mochila con suministros y me fui con ellos hacia la oscuridad".
Esa fue, según Jeff, una noche tranquila y "con suficiente luz de luna para encontrar nuestro camino a través de las montañas". Con alma aventurera, estaba muy a gusto yendo como mochilero a través del puente de ferrocarril cubierto con nieve. Sin embargo, algo no salió como lo esperaba. "Dí un paso y caí por las vías. Los esquíes que llevaba a la espalda se engancharon a las vías lo suficiente como para salvarme y continuar por un túnel lleno de hielo y nieve por el que tuvimos que trepar para llegar a un pequeño pueblo enterrado por la nieve en la frontera Argentina donde pasamos la noche".
Tiene vívido ese recuerdo. "El hotel era como el de la película 'El Resplandor', donde Jack Nicholson y su familia se encuentran en una estación de esquí cubierta de nieve con sólo unas pocas personas manteniendo el hotel. Estaba agotado, tomé un poco de sopa y me fui a dormir. Cuando me desperté, Nestlé y su equipo ya se habían ido. Me dijeron que siguiera sus huellas de esquí. Mi suerte se mantuvo. No se levantaron tormentas. Seguí el camino correcto y crucé a Chile. Con más suerte que fortuna, tuve una de las caminatas más agradables de mi vida, con hermosos picos nevados, soledad y un sendero descendente", concluye.