Su marido desapareció en el mar y la marea de la vida le devolvió a un amor de la adolescencia

María Jesús Aizpuru, la protagonista de esta historia cuenta cómo transitó el momento de mayor oscuridad después de una tragedia y cómo un milagro volvió a iluminar su camino
  • Mari?a Jesu?s con Gustavo, su pareja actual Mari?a Jesu?s con Gustavo, su pareja actual
  • Foto del primer noviazgo de Mari?a Jesu?s y Gustavo cuando ella teni?a 17 an?os y el 22 Foto del primer noviazgo de Mari?a Jesu?s y Gustavo cuando ella teni?a 17 an?os y el 22
  • Mari?a Jesu?s con Gustavo Mari?a Jesu?s con Gustavo
  • Mari?a Jesu?s con su madre Aurora Mari?a Jesu?s con su madre Aurora

María Jesús Aizpuru (60) nació el 17 de octubre de 1962 en la pequeña ciudad de Gonzales Chaves, provincia de Buenos Aires. Se crió con su papá Marcial, quien era sastre; su mamá, Aurora, quien trabajaba como peluquera y su hermana mayor que le llevaba ocho años. Su destino prometía ser tan tranquilo como había sido la existencia de sus padres. Trabajar, casarse, tener hijos y llegar a la vejez, compartiendo toda la vida, con el hombre elegido.

Pero su camino en el amor no sería parecido al de Aurora y Marcial.

Aparecen los dos hombres de su vida

A los doce años, terminando la escuela primaria en el Instituto Juan Elicagaray, María Jesús conoció a Jorge Reynoso. Estaba con unas chicas de su curso preparando una carroza para festejar el Día de la primavera. Jorge tenía 15 años, estudiaba en una escuela técnica y era hermano de una de sus compañeras. Habilidoso, se ocupó de la instalación eléctrica. María Jesús no le quitó la vista. Las familias de ambos se conocían desde siempre. En realidad, en el pueblo, todos se conocían. Y lo que comenzó como un juego terminó siendo un noviazgo formal.

Corría el año 1979 y ella iba a su último año de colegio secundario cuando rompieron. “¡Era tan celoso que no quería que me fuera de viaje de egresados! Teníamos nuestros problemas con los celos y… terminamos peleándonos. Me fui igual al viaje y estuvimos un año entero distanciados”. La adolescente tenía carácter, no iba a postergar sus sueños, era algo que tenía decidido.

En ese largo intervalo de la relación, en diciembre de 1979, María Jesús conoció a Gustavo García. Aunque era hermano de dos amigas suyas, no lo había visto nunca. Un día, yendo a hacer unos depósitos de dinero de su padre al banco, la atendió Gustavo quien era empleado allí. Tenía 22 años y María Jesús, enseguida, se sintió atraída físicamente por él. El romance se encendió. Fue maravilloso, pero duró solo ese verano. María Jesús había decidido que iba a estudiar química y tenía que mudarse a otra ciudad. Su hermana ya había abierto la puerta de las ciencias estudiando para ser bioquímica. Los padres estaban más que orgullosos de sus aplicadas hijas. Sin gran dramatismo, el amor con Gustavo se diluyó y ella se trasladó a Bahía Blanca donde alquiló un departamento con dos estudiantes más. “Gustavo me encantaba, pero la cosa no prosperó. Además, Jorge rondaba y era muy persecuta. Yo estaba muy indecisa…”, reconoce mirando su historia desde el presente.

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Mares de lágrimas

Instalada en Bahía Blanca, su primer novio Jorge, reapareció en escena. Reanudaron su romance: “Fue a buscarme en 1980 y se terminó quedando a vivir. Después de cuatro años de noviazgo, nos casamos el 24 de febrero de 1984″.

Poco después, María Jesús se recibió, pero ser científica no significaba tener asegurado un buen empleo. Una recién casada era, para la mentalidad de las empresas de entonces, un problema a futuro porque tendría hijos de los que ocuparse.

“Tuve que dedicarme a la docencia. En esa época tan machista, para una química, no había una fácil salida laboral. Si querías formar una familia te daban muchas vueltas. A mí me gustaba la bromatología, pero las empresas no te tomaban. Jorge, que había estudiado en una escuela técnica y se había venido detrás mío, hacía lo que podía. Se dedicaba al mantenimiento de ascensores. A mis 25 años tuvimos a nuestro hijo Santiago que hoy ya tiene 34 años y es abogado”, relata.

Su vida de casada, pese a los celos de su pareja, fue feliz. Jorge era, además, un navegante deportivo con mucha experiencia. Le gustaba aventurarse al mar con su velero. “Lo acompañaba en sus travesías siempre que podía. Pero trabajaba mucho y a veces yo no podía ir y me quedaba”, cuenta.

Un día de septiembre de 2015, sin decirle nada a María Jesús que estaba ocupada con sus clases, él salió a navegar en su velero de 12 metros de eslora.

Pero esta vez no volvió. Nunca más volvió.

Y del velero no se encontró ni un solo trozo.

María Jesús se resiste a repasar ese doloroso recuerdo.

“Fui a ver dónde guardaba el barco y estaba el registro que había salido… No se encontró nunca nada”, admite todavía consternada.

De Jorge, quien tenía por entonces 55 años, no se supo más y María Jesús quedó envuelta en la tristeza y en un estado civil indefinido.

“Fue tremendo. Durante mucho tiempo se convirtió en algo muy difícil de transitar. Estuve deprimida, nunca hubiera pensado que pudiera pasar una cosa así porque él era muy experimentado. La incertidumbre es lo peor de todo, porque la historia queda sin cerrar. Para mí y para mi hijo fue una situación terrible”. Continúa: “Soy naturalmente muy alegre, pero estuve encerrada un buen tiempo. Estaba mal y busqué ayuda. Me ayudaron a salir del pozo las amistades y varios meses de terapia. Tengo una amiga de diez que se instaló en casa mucho tiempo y me ayudaba atendiendo el teléfono”, revela.

Marcial, su padre, no se enteró de esta tragedia. Había muerto por un infarto, a los 87 años, el 14 de julio de 2014.

Reaparece el pasado

María Jesús y Santiago fueron superando como pudieron la desaparición de Jorge. Y así llegamos al año 2017 cuando ella recibe una solicitud de amistad en Facebook de Gustavo, aquel novio del último año de la secundaria con quien el noviazgo no había “prosperado”. La aceptó, pero no intercambiaron ni una palabra. Tuvieron que pasar dos años más hasta que, en enero de 2019, él se animó a mandarle un mensaje escrito. “Empezamos a charlar por las redes. Resultó que, coincidentemente, él tuvo que comenzar acompañar a Bahía Blanca a una hermana que tenía un problema médico”, cuenta María Jesús.

Fue la excusa fue perfecta: se empezaron a ver.

“Nos empezamos a encontrar cada vez más seguido. Cuando la hermana dejó de venir a Bahía Blanca, siguió viniendo él. Habían pasado 40 años, pero desde el principio pegamos onda, muy rápido. Nos pusimos a charlar, a recordar y fue lindísimo”, recuerda con emoción.

Gustavo se había casado, tenía dos hijas, pero estaba mal en su matrimonio.

“Después de un tiempo Gustavo se separó. Se fue a vivir a la casa de una de sus hermanas que era soltera. Ya estaba jubilado del banco, pero cuando venía a visitarme, era como que no se decidía… se quedaba 2 o 3 días y se iba. Mi hijo, en esa época, ya no vivía conmigo”, explica ella.

Contarle al hijo y la madre

Al principio, mientras la relación era más bien virtual, María Jesús no le dijo nada a nadie. Cuando la cosa avanzó y comenzaron los encuentros cotidianos supo que tenía que contarle a su hijo antes que a nadie.

“Un día me animé y le dije a Santiago y a su novia: Les tengo que contar algo, tengo un novio virtual. Fue gracioso porque él me contestó: ¡No mamá! ¡Estás loca viejita! Pero cuando le aclaré quién era, se quedó más tranquilo. Y al día siguiente vino especialmente a decirme que, si la relación me hacía feliz a mí, lo hacía feliz a él”.

Con el tiempo Gustavo y Santiago se conocieron y, María Jesús cuenta aliviada, “pegaron onda”.

La relación de ella con las hijas de Gustavo fue más compleja, pero con el tiempo las cosas se acomodaron.

“Conocí primero a la hija más chica y no tuvo problemas, pero la más grande no quería saber nada. Recién la conocí hace un mes. Por suerte, ahora, está todo bien”, se sincera.

La relación avanzó de a poco. Gustavo recorría periódicamente los 238 kilómetros que los separaban. Empezó quedándose por un día, luego un par de días hasta que, en mayo de 2022, decidió quedarse en Bahía Blanca y comenzó la convivencia.

Ahora tienen un noviazgo formal.

Contarle a su mamá Aurora (89) fue otro capítulo. “Se daba cuenta de que yo hablaba con alguien por teléfono y me decía: Vos tenés algo y no me querés contar. Al principio le mentí y le dije que tenía un amigo que se llamaba Luis. No quería decirle quién era porque lo conocía. Pero una de las veces que fui a Chaves, Gustavo me dijo que quería saludarla. Entonces le anuncié: Mamá, te voy a presentar a Luis… y entró Gustavo. Cuando lo vio, primero se quedó muda, después dijo: ¿Cómo Luis? ¡Vos sos Gustavo! ¿Por qué me estuvieron mintiendo todo este tiempo? ¡Estaba encantada de que fuera él!”.

El último amor y otras cuestiones

“La convivencia es perfecta, nos llevamos muy bien. Yo sigo trabajando, no me jubilé todavía, y él me ayuda con todo en la casa. Es re lindo todo. Salimos, nos divertimos, vamos a fiestas en el club universitario donde pasan música de los años 80, bailamos, salimos a comer. No nos quedamos nunca encerrados”, confiesa, “Este amor es diferente. A Jorge lo quise mucho, pero me torturaba con los celos. Eso fue muy difícil. Este es un amor más libre. O, quizá, también me agarra más libre a mí. Gustavo es súper cariñoso y nos gusta viajar. Uno de nuestros proyectos es viajar más seguido a dónde sea. Queremos recorrer la Argentina. En octubre pasado estuvimos en Bariloche y en un tiempo queremos ir al norte argentino. Como todavía no tenemos nietos y no estamos atados, hay que aprovechar”.

Y en el pueblo, ¿cómo tomaron el romance? María Jesús se ríe: “Le hicimos la diversión, todos hablaban del tema. ¡Nos conocen a las dos familias!”.

Poco tiempo después una amiga la llamó, tenía algo para darle. Le contó que su madre le había pedido que sacara unas cosas viejas de su casa y, antes de tirarlas, había ido a revisarlas. En una caja encontró una carta que le había enviado María Jesús, cuando tenía 17 años, en la que hablaba de su noviazgo con Gustavo. Contaba que lo había conocido y que la había invitado a salir.

Esa carta es un testimonio valioso del amor que hoy resucitaron. Allí María Jesús le escribió en letra redonda y prolija a su amiga: “(...) ahí me dice mi mamá ¡Mirá! Miré y venía el Gustavillo ¡¡churrísimo!! de vaqueritos, un pulóver beige y un gamulán, me agarró el ataque, saludó todo simpático y me llamó. Yo estaba tan nerviosa que no podía abrir la puerta del auto, se acercó y me invitó para ir a buscar el auto a la casa de los abuelos. Me dijo que justo iba a sacar el auto para ir a su casa y que era una tonta porque no lo había ido a acompañar a mirar el partido (lo había visto en la casa de los abuelos porque almorzó ahí), bueno fuimos nos atendió la abuela, me saludó simpatiquísima, y charlamos un ratito después salimos en el auto y Gustavo me invitó para ir a la casa. Me dice ¡Vas a ver lo contenta que se pondrá Nidia cuando nos vea entrar juntos! Yo tenía una vergüenza bárbara, vino Nidia y como de costumbre a los besos y abrazos, ¡¡qué papelón!! Fui al comedor con Gustavo y nos quedamos esperándolos a Blas y Gabriela. Me convidaron chocolate, torta, masitas, merengues y demás. Estuve charlando hasta las 7 y cuarto, también estaba uno de los primos de Gustavo. Me llevaron a casa porque tenía que terminar de preparar mis cosas. Preparé todo, Gustavo me ayudó a llevar el bolso y todas esas cargas hasta el auto. Dimos una vuelta y me llevaron a la terminal. Yo saltaba en una pata. El colectivo llegó enseguida (por desgracia) me prometió cartita. Veremos (...)”.


El sexo, es otra de las preguntas. Ella vuelve a reírse: “El sexo es tan importante como a los 30 y hay que ponerle onda y ¡le ponemos!, con las diferencias propias de esta edad”.

Inevitable preguntar por el futuro y ¿casamiento?: “No hemos pensado casarnos. No sé si tendría sentido. Él tendría que divorciarse y yo tendría que ver como se soluciona lo mío. No tengo ganas de revolver las heridas”.

María Jesús quiso compartir tu historia para que otros se atrevan a vivir las propias”. ¿Un consejo? Le diría a todos que se animen, que apuesten a lo que desean y al amor”.

Las tragedias no son fáciles de esquivar, suceden y provocan mares de lágrimas. Los milagros, también suelen ser inesperados. Increíblemente a María Jesús Aizpuru le ocurrieron ambos y pudo volver a sentirse plenamente feliz.

Infobae

* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas

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