Una bebé apareció muerta en la puerta misma de la Casa Rosada. Vivía en la calle, con su familia. Sus padres avisaron a la policía. La pobreza mata y mata a los niños. La mitad de los chicos argentinos son pobres, un porcentaje inhumano de ellos vive en la indigencia.
Esa bebé caída en las puertas mismas del poder bastan para las lágrimas y para la iracundia.
¿Quién será llorando el hortelano para desenterrar la tierra parte a parte, para volver a esa niña a la vida, para gritar, y para reordenar algo muy profundo que está tan mal, tan mal..?
Tenía tres meses la bebé. Y ya no volverá a abrir los ojos.
Duerme para siempre expulsada de la vida por la injusticia.
Podría enunciarse: esa bebé ha muerto. Dios no existe.
Pero no es teológica esa tragedia.
Es más terrestre.
En fin, es una interpelación teológica también.
Lo peor ocurre con demasiada frecuencia. El mal existe en olas irrefrenables.
Hay responsables literales de esta y de tantas otras muertes de tantos inocentes de toda inocencia, y de tantos sufrientes por todo lo que falta, por todo lo que ha devorado la corrupción, y devuelto, vomitado en muerte.
Esta imagen es una plegaria hacia la mala política.
El duelo es tan profundo como la contraposición entre la voluntad de poder cruda, y la decapitación del derecho a la vida por el vértigo egomaníaco de quienes buscan solo salvarse a sí mismos.
Las jubilaciones descienden. La pobreza aumenta. La inflación avanza. La inseguridad agrega sangre.
En un libro desconsolado; “El Padre de la Niña Muerta”, su autor, Tiago Ferro, escribe: “Morir todos los días y todas las noches…” Es lo que le queda a un padre o a una madre después de la muerte de un hijo.
Pero es peor que eso, imagino lo inimaginable, es peor que morir a diario, es sentir la vida con sus puñales afilados raspando el alma. Y es aún peor que eso, no hay palabras para describirlo. No es posible imaginar lo inimaginable, que sin embargo ocurre.
¿Por qué esa familia vive en las calles? Esa familia y tantas otras familias ¿Por qué ven la muerte por pobreza tan incrustada en sus vidas alejadas de la desatenta mano de Dios?
En derredor de la Plaza de Mayo, lo saben quienes la transitan, habitan decenas de personas en las calles. Eso no ocurría en general antes del 2001. Se agrupan bajo la recova de Paseo Colón, o en las escalinatas de la Catedral, y así transcurren sus días y noches ante la mirada de todos, pero invisibles a la vez, porque la pobreza ya es una escena “normal”. Se suelen cubrir con celofanes negros, sobre colchones desechos o sobre el piso a secas.
La noticia está en desarrollo, no se sabe aún exactamente de qué murió la nenita, pero sí es cierto que murió en esa intemperie de la indigencia.
La miseria es la interpelación más urgente. La inflación produce más miseria cada día a cada instante. Y es así. Y ya no se puede traer a esa niña de vuelta a la vida.
Pero se podrían evitar otras muertes, otras ejecuciones al fin y al cabo, porque sea como sea, esa niña fue ejecutada por negligencias y dogmas y por retóricas demagógicas, y por ignorancias apabullantes.
El Presidente comparó a un candidato opositor con Hitler.
Es un dislate insólito. Y sí, tiene que ver con la miseria creciente. Quienes ignoran la historia, difícilmente puedan aportar para resolver los dramas del presente.
Una concatenación de la ironía del destino depositó esa muerte prematura allí ante los ojos del poder político vigente.
Ojos ciegos tantas veces.
No se trata de todos modos de apelar con simpleza a un sentimentalismo de obituario servido en bandeja para herir a la clase política en su totalidad. Pero sí de expresar que esa escena, la bebé yerta y muerta en la Casa Rosada es sin amarillismo y por la sola potencia de lo trágico un inmenso llamado de atención.
Una profunda campanada para que despierten quienes deben despertar.
Un aullido mudo de una criatura que ya no puede llorar.
Un sistema plagado de trampas y de usufructos perversos convoca a la nada y a cierto acostumbramiento a los horrores.
Pero no debe ser así.
No. Los niños no deben morir.
Y aquí sí se mueren por esta miseria imperdonable.