La selección estrenará mañana en el país su título como campeón del mundo obtenido en Qatar 2022. La pasión que despertó esta selección no es nueva. Aquí se publican varios pasajes de la extensa crónica del partido en el que la Argentina le ganó a Uruguay por 1 a 0. Se trató del primer campeonato oficial de su historia y fue publicada en LA NACION el 31 de octubre de 1921.
Jamás despertó el Campeonato Sudamericano una expectativa mayor entre nuestro público. En años anteriores, cuando los representantes del sport argentino tuvieron que ir –poco hechos todavía y cohibidos por la dureza de un ambiente inevitablemente hosco- a disputar el título en tierra extraña, las esperanzas de victoria habíanse derrumbado en los primeros encuentros. No sobrevino nunca el fracaso sin los honores debidos del luchador leal, que sucumbe como sportman de buena cepa, y ello fue un consuelo. Pero esta vez las cosas se produjeron de muy distinta manera.
En todos lados, por fortuna, innumerables círculos en que las cosas del sport son seguidas de cerca, no se habló, puede decirse, de otra cosa a partir del domingo último, cuando el triunfo del Uruguay sobre el Brasil dio al primero una posibilidad de alcanzar el anhelado empate con los nuestros, que es decir la seguridad de definir posiciones en un encuentro suplementario. Se tenía fe el equipo argentino. Desde luego, se lamentó que la división del football local hubiese determinado la exclusión forzosa de algunos jugadores destacados que de otro modo habrían figurado, sin duda, en la representación nacional. Pero, así y todo, ¿no era el caso de tener confianza absoluta en esos animosos muchachos que tanta energía y tanta habilidad habían sabido desplegar en los matches ya realizados? ¿Acaso no había mostrado el conjunto, con todo y tratarse de “internacionales” nuevos en buena parte, esa cohesión y esa unidad de acción que constituyen en el field las tres cuartas partes de la victoria?
EL CONTEXTO
El fútbol a principios del siglo pasado
Los torneos: El primer título argentino llegó durante la disputa del quinto Campeonato Sudamericano. Uruguay había ganado los certámenes de 19916, 1917 y 1920, mientras que Brasil obtuvo el restante, en 1919 .
División: El fútbol argentino, en tiempos amateurs, estaba dividido en dos. Por un lado estaba la Asociación Argentina de Football, la que tuvo a su cargo la selección para el torneo; por el otro, la Asociación Amateur, en la que jugaban futbolistas como Raimundo Orsi y Manuel Seoane (Independiente) y Natalio Perinetti (Racing), que no participaron del certamen.
Equipos: En aquella selección no estuvieron las figuras de Racing, River, Independiente, San Lorenzo y Vélez, entre otros, porque jugaban en la Asociación Amateur; En la Asociación Argentina estaban afiliados, entre otros, Boca, Huracán, Estudiantes de La Plata y Nueva Chicago.
Así, por temible que fuese el adversario, seguros podía estar de que encontraría un rival digno de sus bien cimentados prestigios. Esta vez, al fin el campeonato estaba dentro de las posibilidades del team argentino. Esta vez, por fin, podía abrigarse la esperanza vehemente de ver triunfantes nuestros colores. Sin duda porque el éxito lo justifica todo, y el éxito nos había sonreído hasta ayer, ni siquiera se alzaron voces para señalar desaciertos en la composición del cuadro local. Cuantos en él figuraban tenían pleno derecho a lucir la camiseta azul y blanca, cuya supremacía en el football sudamericano sabrían defender, seguramente, con toda la energía de sus arrestos juveniles. Y he aquí cómo la visión de la victoria aumentó aún el entusiasmo y cómo se tuvo ayer, por lo que respecta al concurso del público, una jornada memorable.
Bajo la plomiza luz que se filtraba a través del nublado inquietante, y que llenaba de gris los descampados que rodean el field del Sportivo Barracas como para destacar más netamente la línea exterior de su recinto vasto, la visión de “la plaza”, sugirió ayer poderosa ante nuestra retina. Fue un espectáculo curioso, único, extraordinario de animación, lleno de vida, y, como convenía a la solemnidad que iba a celebrarse, rico en color local. A partir de las 12.30, interminable cantidad de coches y automóviles desfilaba sin tregua para depositar frente a la cancha grupos de gente moza y entusiasta. A las calles próximas llegaban atestados los tranvías, vacíos antes de detenerse. Por todos lados, largas columnas nutridas que avanzaban presurosas, como en una concentración ingente y apremiante. A cada comento, aficionados a quienes acicateaba la impaciencia hasta hacerles correr sudorosas, incansables, reflejando en el semblante la inquietud angustiosa de que teme perder el tren… Y frente a las boleterías, reductos asaltados por el ansia de todos, sendas aglomeraciones en las cuales se luchaba por ganar terreno a fuerza de codos, tenazmente, despreciando al calor, como si cada cual le acicatease la posibilidad de que se agotaran las entradas.
Entre tanto, la concurrencia crecía. Al mediodía debían abrirse las puertas de la cancha: fue preciso anticipar la hora, pues que ya a las 11 había frente a ellas no menos de 2000 personas que, poseídas de una impaciencia ruidosa y apremiante, impusieron sus anhelos. Desde entonces, todo el perímetro del field comenzó a poblarse. Los incómodos taludes que hacen las veces de tribunas y en los cuales es preciso mantenerse de pie todo el tiempo, fueron negreando poco a poco; primeramente, por su base; después, hacía arriba, como una marea humana que había de alcanzar su nivel máximo mucho antes de que el gran match se iniciase. Así, a las 13.30 no era ya una muralla obscura la que ofrecía el denso contorno del campo de juego. Vistos a la distancia, los cuatro lados presentaban una tonalidad rosada de tantos millares de caras sobrepuestas en la perspectiva de la masa, nutrida hasta lo inconcebible. Por fortuna, el sol seguía ahorrando a la muchedumbre el agobio de su brillo.
Antes de las 14, la capacidad del field había sido colmada y fue preciso suspender el expendio de entradas. Frente a las boleterías se suscitaron enérgicas discusiones. Ante las puertas de acceso se agolparon grupos enormes de gente que, dinero en mano, deseaba entrar a todo trance, fuera como fuese; de gente que, aun llegando con una hora de anticipación, veía frustradas sus esperanzas y esterilizados los sacrificios de una larga pugna codo con codo, en la atmósfera pesada de la tarde. Y fue preciso que la policía interviniese, numerosa y terminante, para que una invasión incontrarrestable no se produjera al fin, con mengua del orden que en el campo de juego debía existir para la mejor realización de la lucha.
La aparición de los equipos
A medida que se acercaba la hora, advertíase claramente un aumento en la impaciencia colectiva con que se guardaba el instante de la prueba.
Ya desde temprano se comerciaba activamente con cajones vacíos, con cestos, con mesas, con bancos, con cuanto permitiese elevarse un poco sobre la densa masa que rodeaba la cancha en sus ángulos. Llegó a pagarse cinco y hasta diez pesos por un cajón susceptible de sostener a dos personas… Las paredes bajas, y aún aquellas protegidas por trozos de vidrio, dieron ubicación a compactas filas de espectadores. Y sin embargo, aún quedaron fuera de la cancha varios millares de personas que allí permanecieron en su desahucio definitivo, resignadas a seguir las peripecias de la lucha por los gritos con que la multitud habría de exteriorizar a cada instante sus impresiones. Varias de las altas farolas del alumbrado de la Avenida Vélez Sarsfield fueron observatorio lejano pero precioso en aquellas circunstancias, para algunos que desde arriba habían de ir informando al ingente grupo prontamente formado abajo.
Así, en ese ambiente, la presencia de un aeroplano tripulado por los señores Pedro A. Garré y Tomás Quesada, miembros de la Brigada de Aviadores de la Liga Patriótica Argentina, dio un motivo accidental para distraer a la honda expectativa que dominaba a todos. El aparato describió sobre el field algunos círculos, aproximándose al suelo, y luego, en medio de largos aplausos, dejó caer un ramo de flores.
Y por fin, minutos después de las 15, la aparición de Goglino, capitán del cuadro uruguayo, al frente de su equipo, hizo romper en un aplauso dilatado, resonante, que corrió a lo largo de las tribunas y que debió alentar a los huéspedes con su estímulo cordial.
Nuevos aplausos poco más tarde, en el momento en que, reunido en uno de los costados de la cancha, el equipo del Uruguay dejó oír hurras por el adversario. Y la ovación aumentó en intensidad cuando, tras ese acto de gentil cortesía, aparecieron los argentinos con Calomino, su capitán, al frente. Retribuyeron los nuestros el saludo del adversario y tras algunos instantes de práctica en los arcos, el referí Pedro Santos, miembro de la delegación de Brasil, procedió al sorteo.
Plendibene puso en movimiento la pelota a las 15.20. La primera tentativa de los uruguayos no prosperó mucho. Dellavalle se interpuso a tiempo para anular un pase del centre forward a Romana, consiguiendo desviar la pelota.
Sólo habían transcurrido tres minutos desde el comienzo del match (…), pero había podido observarse ya entonces un detalle. Existía una nerviosidad colectiva en los hombres de ambos cuadros, nerviosidad lógica y explicable en los grandes matches, en aquellos, precisamente, que como el de ayer son de indudable responsabilidad para los que en él intervienen. (…)
Hubo abundantes ataques de una y otra parte y hubo, del mismo modo, muchas felices intervenciones de las defensas en salvadas muy meritorias. (…)
Como si el juego del primer período hubiera servido para que los cuadros se conociesen mejor y los jugadores actuaran con más solturas, se vio entonces que el match iba teniendo características distintas a las observadas hasta ese momento. Los ataques eran más decididos y mejor llevados.
Habían transcurrido doce minutos del segundo período. Salió de la cancha la pelota y, al ser devuelta al juego, González se posesionó de ella. Luego de esquivar al adversario más próximo, y relativamente libre ya el terreno a su frente, el forward mendocino arremetió decidido y veloz, y así llegó al ángulo derecho del campo uruguayo. Sin perder tiempo, con esa rapidez de concepción que tan decisivamente influye casi siempre en el football, enfiló desde allí el centro, que Saruppo, alerta en las inmediaciones del arco adverso, recibió. Midiendo en un instante el valor insuperable de aquella oportunidad, más sin lograr substraerse por completo de la emoción máxima que debió embargarle ante la visión del triunfo, tiró, pero su tiro, a ras del suelo, fue débil, y Belouta, siempre avizor, se arrojó de bruces sobre la pelota. No logró, empero, sino alejarla ligeramente. Y Libonatti, que avanzaba a plena carrera, consiguió alcanzarla y completar la obra. Prodújose entonces un espectáculo memorable.
Por sobre el field se elevó un enorme clamoreo de triunfo, ensordecedor, vibrante de júblio. Agitáronse sombreros y pañuelos. A lo largo del field, por sus cuatro costados, infinidad de banderitas argentinas, ocultas hasta entonces a la espera del gran instante anhelado, tremolaron sobre la multitud. Centenares de espectadores que se hallaban junto a la cancha la invadieron para felicitar de cerca a los representantes del sport argentino, y durante un par de minutos el entusiasmo fue realmente delirante.
Los instantes de delirio popular llegaron a su extremo volando los sombreros por el aire, agitándose pañuelos y vitoreándose a nuestro equipo con un digno entusiasmo. “¡Ya no nos ganan más!”, fue la exclamación que se escuchó en toda la extensión del gran estadio, explicable concepto porque eran necesarios dos goals para definir el campeonato en contra y nada hacía entrever la posibilidad de tal emergencia ingrata.
El comportamiento de los uruguayos después de obtenido el goal por los argentinos, cambió. Correspondió a estos avanzar de nuevo con más bríos que nunca, al reanudarse la lucha.
De las tribunas eleváronse voces de aliento para el cuadro argentino, que había cejado en la ofensiva, en tanto persistían en el ataque los uruguayos.
A falta de cinco minutos, el triunfo del equipo argentino estaba, puede decirse, asegurado. Pues aun cuando sobreviniese un empate en los últimos instantes, ello no quitaría el primer puesto a los footballers locales en su colocación final. Pero interesaba mantener la ventaja tan brillantemente conseguida. Parecieron comprenderlo así los forwards que, con el mismo derroche de energía, siguieron atacando. Así ya a los 42 minutos, Foglino cedió un corner, que Calomino tomó magníficamente. Recibió la pelota Libonatti, pero su tiro lo rechazó Benincasa.
Enseguida, sobre el arco del lado norte del juego, Plendibene aprovechó un pase de Romano para tirar, pero Tesorieri, alerta siempre, detuvo la pelota y la alejó.
Si la aspiración de un gran match no se cumplió ampliamente, cabe decir que el éxito suplió todo lo que pudo ahorrarle la calidad del juego, pues fue de aquellos que no admiten posibilidad de dudas. Categórico, amplio, concluyente, permitió el legítimo desbordamiento de entusiasmo que presenciáramos al producirse el goal y justificó la sencilla cuanto elocuente manifestación realizada al finalizar el partido, bien sentida porque era el alma popular vibrante de fe en los nuestros y de orgullo por una victoria del músculo.
Después de finalizado el encuentro, una muchedumbre, cuatro o cinco mil personas, esperó en la calle a los jugadores argentinos, a quiénes por vez primera los aficionados locales tributaban una manifestación de esta naturaleza, que fue, en todo sentido, una nueva prueba del entusiasmo que despiertan en el país las luchas deportivas.
Los manifestantes, que al principio seguían a los jugadores sin llevar un orden determinado, al pasar la vía del ferrocarril que cruza la avenida Vélez Sarsfield, formaron filas que ocupaban toda la calzada, dificultando el tráfico, intenso a esa hora.
Algunos pretendieron llevar en automóvil a los jugadores cuya fatiga era visible, pero la exigencia de los demás aficionados impidió la realización de ese anhelo y sólo Tesorieri y Solari pudieron instalarse en dos vehículos. El último, imperiosamente solicitado por los manifestantes, debió abandonar el automóvil, arrebatado por cinco muchachones que lo sacaron por sobre la capota antes de llegar a la calle Caseros.
LA FIGURA: JULIO LIBONATTI
Nació en Rosario el 5 de julio de 1901. Se inició en Gimnasia y Esgrima de esa ciudad, pero en 1917 pasó a Newell's, donde jugaba en el momento del Sudamericano de 1921. Cuatro años después se fue a Torino, de Italia. Se convirtió en el primer argentino transferido al exterior. En 1927 representó a la selección italiana.?
A medida que la columna iba pasando por las calles, de muchos balcones, donde se hallaban numerosas damas, fueron aplaudidos en forma entusiasta, lo que motivaba a cada momento retribuciones estruendosas del público que agradecía la galantería, vitorando al equipo argentino y, sobre todo, a Libonatti, que había obtenido el goal del triunfo.
Siguiendo la calle Vélez Sarsfield, los manifestantes tomaron por Entre Ríos, de cuyas casas y negocios salía gente a mirarlos, extrañada en sumo grado de una manifestación de esta naturaleza, que jamás habían visto anteriormente y que sólo la presencia de jugadores, con sus trajes de football aún, y las frecuentes y estruendosas vivas, alcanzaba a explicar.
Al llegar a la calle Venezuela, la lluvia que comenzó a caer hizo que muchos de los incorporados a la columna, ante el temor del aguacero que había venido preparándose desde la madrugada, se dispersaron, circunstancia que dejó reducida la manifestación a unas mil personas.
Poco después, en la Avenida de Mayo se resolvió organizar la columna, pero el empeño que pusieron en ello algunos aficionados fue malogrado por los restantes, quienes por estar cerca de los jugadores de sus simpatías marchaban en un desorden que daba al conjunto un aspecto raro.
La extrañeza de la gente se hizo mayor en la Avenida de Mayo, donde todavía era conocida por pocos la noticia del resultado final del encuentro, pero al saberse el motivo de la manifestación, los aplausos abundaron y fueron muchos los que se agregaron a la columna, la cual, con este nuevo contingente de aficionados, algunos de los cuales iban en automóviles particulares, dieron mayor relieve aun a la demostración. Lo que la hizo simpática, sobre todo, fue la cultura demostrada por los manifestantes, quienes dejaron en el ánimo de todos los que presenciaron su marcha una impresión inmejorable; ningún grito hostil turbó esa uniformidad de conducta.