«Chicos, soy de Chile y vine a Argentina con un grupo de amigos pensando en conocer todo este hermoso país pero con el miedo de toparme con una gente orgullosa y creídos como escuchamos en muchas partes. Quedé sorprendido del recibimiento, su gente cálida muy amable (…) Estoy en otra Argentina, no la que te cuentan sino la que estoy viviendo. Se los recomiendo, vayan no se arrepentirán», escribía Huaso Fish hace un mes en las redes y de inmediato los comentarios cruzaban la cordillera de un lado al otro.
Unos días después del posteo, se juntaron en torno al celular a contar la aventura que vivieron. Son de Santiago, viajaron en sus motos, con carpas y buscaban campings donde dormir. Eligieron el país por el parecido y la historia compartida.
Se presentan: Víctor Zúñiga de 38 años hace dos años que anda en moto. Es sonidista y era la primera vez que venía a Argentina. Constanza Gonzáles también era la primera vez en el país, tiene 26 años y es manicurista, vino con su mochila y dice que la experiencia fue única. En la primera parte del viaje los acompañó otra amiga que volvió antes. Y Cristopher Díaz a quien todos conocen como Huaso Fish y es mecánico de motos.
“Partimos de Chile para poder hacer temprano el Paso de los Libertadores y la impresión fue súper asombrosa desde el minuto que cruzamos a Argentina. Llegamos a Uspallata, fuimos a comer y empezamos a llevarnos una grata impresión. El cambio, en cuanto a precios lo hacía conveniente y el tamaño de los platos. Es el doble de lo que consumimos en Chile, no los pudimos terminar”, dice Huaso.
De fondo, se escucha el coro de sus amigos que dicen “la milanesa”. Es que todos la van a recordar. Nunca habían comido y fue rico el primer contacto con un plato típico de acá. La primera impresión del país vecino era buena.
Argentina transitaba plena temporada de verano y llegaron a Mendoza. Las calles movidas los recibieron y para ellos fue como un golpe en la cara. “Veíamos a la gente abajo de los semáforos en los pasos de cebra. Nosotros damos preferencia al peatón y aquí no. Los mendocinos nos ayudaron, nos explicaron. Fue todo amable y de ahí nos fuimos a San Luis”, relató Víctor.
Tuvieron una impresión «bonita» del paisaje. Fueron al camping municipal, al despertar se pusieron la malla y se metieron al agua. Pasaron por Vicuña Mackenna y allí probaron los helados. «¡Eran las 23 y estaba abierto! Nos maravillamos con el dulce de leche y los sabores. La gente nos decía cuáles teníamos que probar», aseguran con una sorpresa grata, ya que en Chile este tipo de locales cierra temprano.
Al llegar a Buenos Aires, se sentaron en una plaza, pensaban en qué camping pararían. Les explicaron que no existían, que debían parar en un hostel. Fueron a uno en Palermo. «Conocimos la Casa Rosada, el Obelisco, Jardín Japonés, Puerto Madero. Caminito, La Bombonera, escuchamos tango y vimos a la gente bailar. Fue más cultural lo que vivimos y fue maravilloso», dice Constanza.
Los sorprendió el tamaño de Buenos Aires. Es muchas veces Santiago, sin Google Maps y las aplicaciones se perdían. De ahí se fueron a Mar del Plata. Camino a la costa descubrieron una costumbre argentina que les pareció especial.
“Al costado de la carretera la gente se sienta con sus sillas de playa a hacer picnics, a tomar mate en familia. En Chile no existe eso de compartir. Fue muy lindo, la gente es súper amorosa ”, contó Huaso.
Víctor dijo que, para variar, llegaron tarde, de noche a Mar del Plata. En pleno enero, todo estaba lleno y en un residencial le hicieron lugar para pasar la noche. Fueron al acuario, hicieron buceo con peces, manta rayas. Disfrutaron la playa “una de las cosas que nos encantó es el mar templado. Las costas de Chile, en el Pacífico, es muy helado. Eran las 9 de la noche y no queríamos salir del agua, éramos niños de 8 años”.
Y el clima templado era bueno, pero los asustó. Esa noche se encontraron con un sapo gigante que los hizo saltar, y de un salto siguieron viaje. Camino a Bahía Blanca, los agarró una tormenta eléctrica que les mostró la furia del cielo y los dejó impactados. “Fue una de las sensaciones más lindas que vivimos como viajeros de motocicletas, manejar con rayos, lluvia. Acá en Chile salir con lluvia es muy frío y allá era cálido”.
Pasaron por Tres Arroyos, el viento los movía en las motos, pero pudieron controlarlo. “Una señora se nos acercó y nos ofreció el patio de la casa, porque no conseguíamos camping. Nos contaban su día a día y hablaban mucho de política, a los argentinos les gusta”, analizaban.
La llegada a la Patagonia
Cuando llegaron a la ciudad de Neuquén, la encontraron llena de turistas, en la oficina de turismo les contaron que había dinosaurios y volvieron a cobrar vida sus niños interiores. No querías seguir sin ver un dinosaurio.
Coni cuenta que fueron a Villa El Chocón, pararon en el camping las Huellas, probaron cervezas, licores. “Fuimos al museo, a ver las huellas en las piedras, a Los Gigantes. Nos dijeron que el camino no era bueno, salimos con dudas pero no estaba tan mal. Afortunadamente llegamos y fue precioso. Estuvimos una hora contemplando el lugar y vimos la puesta de sol”.
El paso por la tan recomendada: San Carlos de Bariloche.
Había un lugar que querían conocer porque todos el Chile hablan de él: San Carlos de Bariloche. “El camino es increíble, no tengo palabras para describir como pasamos de un lugar árido con fósiles, a un paisaje lleno de plantas verdes, las montañas, los lagos y surge la Patagonia en su esplendor. Te llenás de sentimientos hermosos», dijo Huaso.
Fueron a un camping, con todo, hasta jacuzzi. Se sorprendieron al encontrarse con tantos chilenos de este lado de la cordillera. Lo primero que consultaron fue donde estaban las chocolaterías. Recorrieron la calle Mitre, comieron chocolates y en los días que estuvieron no pudieron dejar de comerlos. Al partir, se llevaron la mitad de los locales.
Las pizzas gigantes, llenas de queso los enamoraron. En un patio de comida, se regodeaban con los sabores. “Eran las 22, 23 y todo estaba abierto, lleno de personas disfrutando. Podíamos recorrer tranquilos, las cosas estaban seguras en el camping”, recordaron con alegría.
Había tanto para hacer que se hizo tarde y seguían comprando chocolates y tomando cervezas artesanales. Llegaron casi de madrugada al camping y cuando amaneció había más para ellos. Los paisajes los maravillaron. Les recomendaron hacer le Circuito Chico. Vieron el Cerro Campanario, una vista panorámica, «de las más increíbles del mundo», acuerdan.
«Subimos en las sillas, con miedo, era como que íbamos volando prácticamente, diez minutos de subida por una ruta llena de árboles. Los árboles tenían sus nombres, me pareció un detalle bien bonito. Quedamos anonadados, filmábamos los colores, los pinos, como cambia todo, parecía una escenografía de película. Decíamos ‘wow, esto es verdad‘», relató Huaso.
Probaron las tortas, «una cosa de locos, las porciones son muy grandes, con mucho dulce de leche, mucha azúcar, encima te dan la posibilidad de comerla con esa vista. Ahí entendimos por que todos nos decían tienen que pasar por Bariloche. Claramente tienen razón, no lo vamos a olvidar”, relata Víctor.
De toda la pasada por el país, lo que más disfrutaron fue la Ruta de los Siete Lagos, en camino a San Martín de los Andes. Al llegar fueron a un camping, vivieron la fiesta de la cerveza, pasearon por el centro.
Al otro día temprano, el Paso Hua Hum, los llevaría a casa. “Llegamos con la nostalgia a la aduana de decir ‘yo me quiero quedar’. Fue una experiencia muy linda. Nos vinimos con un calorcito en el corazón», destaca Constanza.
«Ese sentimiento patriótico que tienen por la bandera, las Malvinas nos conmovió. En Chile cada vez pasa menos, cada vez se deja más de lado. No fue un viaje simplemente, sirvió para aprender cosas nuevas», aseguran y se despiden.
Antes de dar la última acelerada aseguran que «botaron» algunas lágrimas cuando dejaron el país del que les habían hablado. Estaban felices de haberlo conocido y comprobaron como buenos viajeros, que siempre es mejor ir «y no dejarse llevar».