Ocupen su localidad y presten todos atención / A punto está de levantarse el telón. Ese fragmento del tema Ocupen su localidad, que abría el disco Ruleta Rusa, casi cuatro décadas atrás, inauguró el show de Joaquín Sabina en Ferro, allá por octubre de 1993 y, un año después, encendería motores en el primer Gran Rex del cantautor andaluz.
Este podría ser el inicio de una crónica sabinera de los años ‘80 que se ajustó a la de este domingo por la noche en el Movistar Arena. ¿Por qué? Contra todo pronóstico (tal cual se intitula la gira que lo hizo aterrizar una vez más por Argentina y continúa el 15, 21, 23, 25 y 27 de marzo en el recinto de Villa Crespo, y el 18/3 en el Estadio Mario Alberto Kempes, de Córdoba, cerrando el recorrido nacional en Rosario el 29/3) fue una síntesis musical de la historia sabinera.
El concierto arrancó temporalmente en el año 1985 (vaya paradoja, parte del título de la película que anoche quedó en la antesala de la gloria de los Oscar) con la canción Cuando era más joven, de aquel primigenio Juez y Parte, grabado junto al grupo Viceversa, que eyectó a Sabina del modo solitario de trovador dyliano para meterlo de lleno en el contexto de frontman de una banda completa.
Imágenes de un barbado Sabina de mediados de los años ochenta, reproducidos en una tira de coloridos negativos fotográficos, junto a escenas animadas de estaciones de trenes y sus ferrocarriles enrojecidos (que adornaron una escueta puesta en escena de sillas, mesas y un taburete, en el cual Joaquín anidó su estampa qujotesca) sirvieron para que la nostalgia y el peso de la leyenda surta rápido efecto entre los presentes.
La locomotora de hits, que el Flaco de Úbeda reunió a sus 74 años (y con 45 como letrista y compositor) vibró en su voz por cada rincón el Movistar Arena, el recinto que técnicamente mejor responde a la exigencia sonora de recitales masivos. Pero como la voz de Joaquín -malgastada por décadas de excesos y el lógico paso del tiempo- necesitaba ser protagonista de la noche, se la amplificó a un volumen tal que opacó al resto de la banda. Debía ser “su” velada. Y la de nadie más.
El dueño del tono, más grueso y quebrado que nunca, enfundado en un saco a rayas blanco y negro junto al eterno sombrero bombín claro, declamó: “Qué ganas tenía de volver a mi Buenos Aires querido, porque las historias de amor no se explican con la cabeza, se sienten con el corazón”, comentó Sabina ante el rugido del público más fiel que tiene en el mundo.
Desde aquella caída al foso, de casi dos metros de profunidad (NdR: el 12 de febrero de 2020 en el WiZink Center de Madrid, que le provocó un traumatismo de hombro izquierdo, torácico y craneoencefálico, que lo obligó a ser intervenido quirúrgicamente) los shows de Sabina se volvieron estáticos.
Su voz tiene que resaltar, imponerse y así la nostalgia se apropia de aquella postura gallarda, guitarra en mano (que apenas rasguea) frente al micrófono, recorriendo lentamente el escenario.
Hoy, a Sabina, se lo ve en concierto, siempre sentado (se paró brevemente en no más de cinco oportunidades) y viaja del taburete a la “silla de bar”, para acodarse a la mesa y recitar sonetos entre temas o, mejor dicho, leerlos: su vista se clava, durante gran parte de la noche, en el teleprónter que colabora en recordarle la letra de su repertorio pero lo obliga a perder contacto visual con su público, un signo de los tiempos en donde la memoria necesita ser apuntalada por la tecnología.
Sus brazos en cruz dejan que su pecho se llene de aplausos mientras ese puño y dedo índice acusador, con el que señala a su gente, aguijonea para que quede claro que no es nada fácil bajarlo de las tablas. “A sus 74 años de vuelta de todo y curado de espantos por viejo y por diablo”, reza el programa de mano del show, para demostrar quién manda.
El “olé, olé, oleee, Joaquín, Joaquín” retumba en el Movistar Arena y le da bríos a Sabina para entonar Sintiéndolo mucho, el flamante single que reza: “Siempre he querido envejecer sin dignidad / Aunque al fusil ya no le quede ni un cartucho / Si el corazón no rima con la realidad / Cambio de rumbo...” y continúa.. “Sintiendolo mucho”, una pieza que suena a balance y revisión de su carrera. ¿O el epitafio musical de quien soñaba ser un profesor de literatura y ejercer en institutos de provincias?
Desbordan las cuerdas vocales del guitarrista Jaime Asúa Abasolo (el más rockero del grupo que cantó una aguerrida versión de El caso de la rubia platino) como así también la performance de Montenegro Borja, con un perfil más bajo pero con una difícil misión: reemplazar a Pancho Varona, el viejo timonel de la nave sabinera, fiel ladero y compañero de andanzas de Joaquín, por casi cuatro décadas y 14 discos.
El conflicto comenzó cuando Varona negó dedicarle más tiempo a Las noches sabineras (los músicos de Sabina girando por el mundo interpretando el repertorio del ubetense) y se enfocó en su carrera en solitario: La banda del pirata cojo, autopromocionada por él como “la auténtica banda sabinera”.
Por su lado, el tecladista y guitarrista Antonio García de Diego -ante esta escisión- creó Benditos malditos junto al resto del staff musical de Joaquín. Esto generó inestabilidad y conflictos en el seno de la banda sabinera. Otra grieta. Así las cosas, Sabina tomó parte por García de Diego y decidió echar de la banda a Varona y que no forme parte de esta última gira.
Durante la noche del domingo -lógicamente- no se lo mencionó al histórico exmiembro ni se escucharon reproches al aire por parte del público ante tal decisión. Es más, a la hora de presentar a su banda (incluyendo en pantalla una imagen de la infancia o juventud del músico, según el caso) Sabina ungió a Borja como “la sangre fresca y nueva que necesitaba el grupo”, un sútil dardo hacia el examigo que aportaba voz y carisma con su look de eterno gangster. Y que en vivo se sintió su ausencia desde lo escénico.
Presente y pasado, temas que intitularon discos como Lo niego todo, o el efusivo Mentiras piadosas, fueron algunos de los picos de efervescencia de la noche con el público gritando a voz en cuello y de pie, para así comulgar en la “nocturnidad alevosa, amor febril y el desamor sin paliativos”, con el cual Sabina adjetiva su trayectoria. Mentiras piadosas, que volvió al repertorio en vivo luego de una década y que da nombre al álbum de 1990, le sirvió a Joaquín como último peldaño del trampolín que lo catapultó a la masividad y el éxito: el disco Física y Quimica (1992).
Los momentos de mayor intimidad y comunión entre el grupo y su líder ocurrieron en Tan joven y tan viejo -Sabina no la interpretaba desde 2001- y la sentimental A la orilla de la chimenea, desempolvada a escena desde 1992 que resultaron una caricia al oído. Esa paz se quebró, por momentos, cuando varios gritos desaforados y desubicados del público (incluidos los de un reconocido exconductor televisivo) junto a los cuchicheos e impaciencia por ir a comprar bebidas o comida, generó algunos cruces verbales o miradas desafiantes entre el público.
Un fanático subido en su butaca -cerveza en mano- era apuntado por un rayo láser verde al igual que hacia aquellos que se sentaban en los pasillos o bien obstruían las zonas de paso fueron algunos de los nubarrones del otro lado del escenario.
Joaquín, en su nueva biopic Sintiéndolo mucho (filmada a lo largo de los últimos 15 años), se resigna y cree “incapaz” de mejorar unas 10 canciones de su autoría, como Contigo o Y sin embargo, dos gemas sabineras que calaron hondo en Villa Crespo (Sabina dice “Palermo” y le falla el GPS en Contigo), no tanto por la madurez compositiva sino por la emoción que transmiten. Esto también sucedió con Peces de ciudad, quizás “la canción más hermosa del mundo” y “perfecta” en palabras de García de Diego y, por entonces, compartida por Varona en una entrevista conjunta.
Cuando aprieta el frío, a contramano de la sofocante sensación térmica en el país, Joaquín la dedicó al “excelente poeta quien metió letra a mi obra”, el novelista Benjamín Prado (quien coescribió con Sabina la mayoría de los temas de los discos Vinagre y rosas y Lo niego todo) para luego dejar lugar a otro tema con dedicatoria.
“Para Jorgela Argañaras”, destinó Con la frente marchita, en relación a la exesposa de Juan Carlos Baglietto (viejo amigo del músico) e histórica jefa de prensa de Fito Páez, otro amigo/ex-enemigo íntimo de Sabina. Esta actual artista plástica, a mediados de los años ´80, era de las pocas personas que conocía la carrera del español y apostó por el talento del ex La mandrágora y The Merry Youngs.
El artista andaluz tocó en plan promocional -ante un grupo de periodistas- en un reducto palermitano y, años después, aterrizó en el país para hacer su primer teatro, el Ópera en 1989.
Por el bulevar de los sueños rotos con un cierre, en pantallas, de fotos de Chavela Vargas con Joaquín y otra autografiada, fue de los momentos más emotivos de la noche. El blanco y negro en las imágenes, a lo largo del concierto le dio una pátina histórica, antológica y revisionista, en donde se echó luz en cada rincón del catalogo sabinero de los últimos 38 años.
Llueve sobre mojado, aquel histórico dueto junto a Fito Páez -que vuelve a la gloria vintage con El amor después del amor, 20 años después- tuvo su lugar en la velada dominical pero sin invitados especiales, por el momento.
Antonio García de Diego sorprendió con su vocalidad en La canción más hermosa del mundo y demostró lo bien que se aprecia a una banda cuando el sonido de la voz deja un democrático lugar al resto de los instrumentos, sobre todo, a los arreglos de teclado del guitarrista.
El saxo y percusión de Josemi Sagaste por momentos tomó un carácter noise al igual que la banda que (sin Joaquín en escena) y con las cuerdas, percusión y vientos, subiendo su volumen e intensidad, atronaron el recinto en forma inintelegible: un verdadero pastiche sonoro.
Párrafo aparte para las caras femeninas del grupo. Por un lado, la histórica corista Mara Barros quien durante el show “sufrió” el volumen de la voz de Joaquín y quedó algo eclipsada en su performance general. En los duetos (Y sin embargo, La magdalena) o la irrupción solitaria (Yo quiero ser una chica Almodóvar), demostró una envidiable firmeza y caudal vocal. Por el otro vértice, la bajista argentina Laura Gómez Palma (ex Man Ray, Loquillo, Amaral), desde 2017 en las filas sabineras, sostuvo la gravedad de las cuatro cuerdas sin estridencias y con corrección.
19 días y 500 noches, Noches de boda (siempre engarzada con) Y nos dieron las diez junto al cierre -Pastillas para no soñar- reverberó la eficaz fórmula de amores heridos-perdidos y corazones destrozados mientras se encienden las luces del Movistar Arena y la banda sigue tocando para luego despedirse en bloque. “El amor es una mierda, no es buena para escribir canciones”, diría Sabina en un pasaje de su documental, haciendo referencia -en broma- a su vínculo con Jimena Coronado (su manager y esposa), con quien lleva 27 años juntos y casi tres de casados.
La canción de los buenos borrachos va despidiendo uno a uno a todos los que se fueron marchando en esta primera noche sabinera en el Movistar Arena dentro de una gira que viajará a Uruguay, España, Inglaterra, Puerto Rico, México y Estados Unidos. Y un dato final: el cierre del tour será con un regreso de dos fechas al WiZink Center, sí, el de la caída, en búsqueda de una revancha, por partida doble, y salir bien parado.