El 20 de octubre de 1990, Jorge Mario Bergoglio vivía en la Residencia Mayor de los Jesuitas, en la ciudad de Córdoba. Había sido enviado por la Compañía de Jesús casi como castigo, luego de haber sido desplazado después de conducir a esa orden -como Provincial primero y Rector del Colegio Máximo de San Miguel más adelante- desde 1973 hasta 1985. Esa noche, antes de acostarse en la habitación número 5 -un espacio exiguo de tres por cuatro-, sintió la necesidad de no “procastinar” (SIC) más una promesa. Se cumplían 29 años de la muerte del Padre Enrique Pozzoli, el sacerdote que lo había bautizado el 25 de diciembre de 1936 en la parroquia de San Carlos. A la luz de una lámpara, en una vieja Olivetti que había comprado en liquidación durante su paso por Alemania, comenzó a escribir una larga carta, que alcanzó las 3099 palabras. En ellas plasmó su recuerdo de aquel hombre que marcó su vocación y lo llevó a decir: “Si en mi familia hoy se vive seriamente en cristiano es por él”. Pero también contó, como nunca antes o después, su propia vida, su infancia y su adolescencia.
Es a partir del tercer párrafo de la misiva, dirigida al Padre Cayetano Bruno (sacerdote e historiador salesiano), cuando empieza a narrar sobre la historia de su familia: “El P. Pozzoli estaba muy ligado a la familia Sívori, la familia de mamá (María Regina Sívori), que vivía en Quintino Bocayuva 556. Los hermanos de mamá, sobre todo el mayor, Vicente, le eran muy familiares (él también tenía el hobby de la fotografía). Los hermanos de mamá también actuaban en los Círculos Católicos de Obreros (creo que en la calle Belgrano)”. Luego detalla la llegada de su padre, Mario José Francisco Bergoglio, a la Argentina: “Papá llegó de Italia el 25 de enero de 1929. Era piamontés (nacido en Asti) y había vivido en Turín la mayor parte del tiempo (en via Garibaldi y Corso Valdocco). La cercanía con la Iglesia Salesiana hizo que frecuentara a los Padres de allá, de tal modo que cuando vino –era Raggionere (Nota: Contador de la Banca de Italia)- ya era de la “famiglia salesiana”. Llegaron en el Giulio Césare, pero debían haber viajado en una travesía anterior, con el Principessa Mafalda, que se fue a pique. ¡Usted no se imagina cuántas veces agradecí a la divina Providencia!”
También le dedica un párrafo muy especial a su abuela paterna, en quien reconoce una figura fuerte, que ejerció sobre él un gran magnetismo: “La abuela, Doña Rosa Margarita Vasallo de Bergoglio (la mujer que tuvo mayor influjo en mi vida) trabajaba en la naciente Acción Católica: daba conferencias por todas partes (hasta hace poco yo tenía una, publicada en un folletito, que había dado en S.Severo (?) de Asti sobre el tema: ‘San José en la vida de la soltera, la viuda y la casada’. Parece que mi abuela decía cosas que no caían bien a la política de entonces… Una vez le clausuraron el salón donde debía hablar, y entonces lo hizo en la calle, subida arriba de una mesa… Pero no creo que la situación política haya sido el detonante para la migración a la Argentina (tampoco tuvo que tomar aceite de ricino)”.
Luego relata las épocas de bonanza de su familia, cuando ”hacer la América” todavía parecía posible. “Un hermano de mi abuelo ya estaba radicado en Paraná y le iba bien. Vinieron a sumarse a esa empresa pavimentadora en la que trabajaban 4 de los 5 varones Bergoglio. Papá era el único hijo y pasó ser contador en la empresa, y se movía en la ciudad de Paraná, Santa Fe y Buenos Aires. Cuando llegó a Buenos Aires se hospedó con los Salesianos en la calle Solís, y fue allí donde conoció al P. Pozzoli, quien inmediatamente (era 1929) pasó a ser su confesor. Integró el grupo de muchachos que rodeaban al P. Pozzoli, donde conoció a los hermanos de mamá… y por ellos a mamá, con la que se casó el 12 de diciembre de 1935 en San Carlos”.
La carta de Bergoglio se ensombrece apenas un año después de la boda de sus padres. A la recesión económica de la década infame se suma la muerte de su tío abuelo Juan Lorenzo, presidente de la empresa en Paraná, luego de enfermar de leucemia y linfosarcoma. Como curiosidad, cuenta que en sus últimos instantes lo atendió el Dr. Oscar Ivanisevich, quien luego fue ministro de Educación de Juan Perón en la década del ‘40 y de Isabel Perón en los ‘70. Las dos tragedias, combinadas, formaron la tormenta perfecta: la empresa se fundió. Escribe: “Tuvieron que vender todo, hasta la Bóveda del Cementerio (todavía se conserva en Paraná el ‘Palacio Bergoglio’ de 4 pisos, donde vivían los cuatro hermanos), y mis abuelos y papá quedaron en la calle. Menciono este acontecimiento porque fue el P. Pozzoli quien los presentó a una persona, quien les facilitó un préstamo 2.000 pesos, con los cuales mis abuelos compraron un almacén en el barrio de Flores… y papá hacía el reparto con la canasta. Esto muestra la preocupación del P. Pozzoli por ‘sus’ muchachos, cuando pasaban por alguna mala situación”.
Ese era el contexto familiar cuando nació Jorge Mario Bergoglio el 17 de diciembre de 1936 a las 21 horas, en la casa familiar de la calle Varela 268, en el barrio porteño de Flores. Por entonces, su padre tenía 28 años. Su madre, 25. Fue el mayor de cinco hermanos. Le siguieron Oscar Adrián, Marta Regina, Alberto Horacio y María Elena, la única de ellos que vive. El 25 de diciembre, Navidad, tres días antes de ser anotado en el Registro Civil, fue bautizado por el P. Pozzoli. Excepto al segundo de los hermanos Bergoglio, Oscar, y porque estaba de viaje en Ushuaia, bautizó a todos. Los padrinos de Jorge Mario fueron su abuelo materno, Francisco Sívori, y su abuela paterna, Rosa Vasallo.
A poco de acomodarse a la vida en Buenos Aires, la economía familiar comenzó a recomponerse. Se mudaron a una casa más grande, de dos plantas, a pocas cuadras de allí: Membrillar 531. Allí sucedió un hecho que pudo terminar mal y quedó como una anécdota que Bergoglio, ya como Papa, contó en una visita a un grupo de niños: “Jugábamos a los paracaidistas, fuimos a la terraza con un paraguas y uno de mis hermanos se tiró… ¡Salvó su vida por un pelo!”
Muy cerquita estaba la capilla del Colegio de la Misericordia, adonde toda la familia acudía a la misa dominical. Y allá fue el pequeño Jorgito para cursar su jardín de Infantes. Su primera maestra fue la hermana Rosa, a quien siguió viendo hasta que murió a los 101 años. A ella, dicen, le gustaba preguntarle como era de chico, y se reía cuando le respondía “un diablo, ¿mejoraste un poco?”. En el mismo ámbito tomó, el 8 de octubre de 1944 y a los 9 años, la Primera Comunión. Y el mismo día, por la tarde, la confirmación. Su catequista, la hermana Dolores, que falleció en 2011, también fue honrada con el amor y el recuerdo de Bergoglio, que también a un grupo de niños de una parroquia romana les contó que “durante un año me preparó una monja muy buena junto a dos catequistas. En esos tiempos, antes de misa no se podía tomar ni una gota de agua, fue Pío XII el que nos salvó de esa dictadura”.
Como en esa época el Colegio de la Misericordia no tenía Primaria, hizo los primeros grados en la escuela N° 8 Pedro Cerviño, de Varela 358. Alternaba entre el estudio, los juegos en la plaza Brumana con sus amigos y acompañar los domingos a su padre a ver los partidos de San Lorenzo de Almagro. En esa institución, Mario José jugaba al básquet. Desde entonces, se hizo ferviente hincha de los Cuervos, que en 2008 le entregaron su carnet de socio con el número 88235. Pero en 1948, año en que nació su hermana María Elena, la situación familiar cambió. En su carta a los salesianos, Bergoglio cuenta sobre el apoyo del Padre Pozzoli en los momentos de oscuridad: “Ayudó con su gestiones para que yo y mi hermano segundo pudiéramos ingresar –en 1949- como internos en el colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles en Ramos Mejía. Yo hice mi sexto grado allí, en 1949, y mi hermano el quinto y sexto en 1949-1950. Sucede que en febrero de 1948, mamá había tenido su último parto (mi hermana, la quinta y última), y había quedado seriamente postrada como consecuencia del evento. Hubo que ponernos internos a los tres mayores”.
Era tanta la adoración de la familia de Bergoglio por el Padre Pozzoli (“el padre espiritual”, le dice también Francisco), que una vez por año -”por lo general para San Enrique”, cuenta el Papa- lo invitaban a comer ravioles a la casa de sus abuelos maternos, Francisco Sívori y María Gogna de Sívori. Según explica el Santo Padre, el Padre Pozzoli no sólo se ocupaba de los asuntos espirituales, también ayudaba a la cohesión familiar en los sucesos más cotidianos. Y relata una anécdota que podría explicar -la interpretación es de quien escribe- por qué el Papa Francisco nunca viajó a la Argentina: “En la familia Sívori tuvo que arreglar entuertos difíciles, y lo hizo siempre con tacto…”. Cuenta en su carta sobre dos hechos puntuales en los que el Padre Pozzoli intervino, que no detalla por respeto a que dos protagonistas aún vivían cuando la escribió. Pero a un tercer asunto lo expresa con claridad, aunque esa vez, el sacerdote no pudo llevar la discusión a buen puerto: “Aquí el P. Pozzoli fracasó, y fue así. Muerto mi abuelo materno, Francisco, (a quien asistió el P. Pozzoli), se arma una tormenta entre los hermanos; una tormenta que incide en el trámite sucesorio (cuestión de dinero), pero la raíz eran viejos malentendidos que afloraron en la circunstancia. Un domingo el P. Pozzoli fue a almorzar a la casa de Quintino Bocayuva, y vio que no estaban todos los hermanos. Allí se enteró del lío… quiso hacer algo, pero le fue imposible. Entonces, y esto es lo que quiero subrayar, nunca más aceptó una invitación a almorzar allí. Atendía a todos, se preocupaba por todos, pero (poniendo excusas) se las arregló para no participar de una mesa dividida: ni con unos ni con otros. Esto lo pinta de cuerpo entero”. A pesar que en la entrevista que brindó a Infobae señaló que quiere “volver a la Argentina”, ¿estará ahí la clave de su ausencia en su propio país durante estos diez años? ¿Habrá tomado nota de la actitud del Padre Pozzoli (“no participar de una mesa dividida”) como un dogma de vida?
El paso por la educación salesiana en el colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles en Ramos Mejía, como pupilo, fue clave. En otra carta, fechada el mismo 20 de octubre y también dirigida al Padre Cayetano Bruno, Bergoglio señala: “Mi experiencia más fuerte con los Salesianos fue en el año 1949, cuando cursé como interno el sexto grado en Ramos Mejía. Era Director el P. Emilio Cantarutti”. Y recuerda, entre otros, dos episodios que lo marcaron: “Uno de los momentos claves en esto de aprender a buscar el sentido a las cosas eran las ‘Buenas Noches’ que habitualmente daba el P. Director. A veces lo hacía el P. Inspector, cuando pasaba por el colegio. Al respecto recuerdo una, como si fuera hoy, que dio Mons. Miguel Raspanti, Inspector en ese entonces. Sería a principios de octubre del 49. Había viajado a Córdoba porque su mamá había muerto el 29 de septiembre. A su regreso nos habló de la muerte. Ahora, a los casi 54 años, reconozco que esa platiquita nocturna fue el punto de referencia de toda mi vida posterior respecto al problema de la muerte. Esa noche, sin sustos, sentí que algún día yo iba a morir y eso me pareció lo más natural”.
El otro, se refiere a su vocación: “Otro ‘Buenas Noches’ que hizo mella fue uno que dio el P. Cantarutti sobre la necesidad de pedir a la Santísima Virgen para acertar en la propia vocación. Recuerdo que esa noche fui rezando intensamente hasta el dormitorio (se debió notar algo porque dos días después el P. Avilés me hizo un comentario de paso)… y después de esa noche nunca me dormí si no rezando”.
Cuando comenzó el colegio Secundario, Bergoglio retornó a su casa de la casa Membrillar al 500. Y comenzó a frecuentar la Basílica de San José de Flores. De esa época son los recuerdos de una de sus amigas de la adolescencia, Arminda Esther Aragón, que hoy tiene 93 años. Cordobesa, oiunda de La Carlota, llegó a Buenos Aires junto a su familia cuando terminó la primaria y estudió en el Colegio de la Misericordia. Recibida en Trabajo Social, presidió la Acción Católica en Flores, y eso los vinculó: “Yo lo conocí porque estaba en la Acción Católica. Era muy amigo de un chico llamado Navarro Pizzurno. Entre los dos sacaban una mesita con libros en Flores y misionaban sobre Rivadavia. Era, se ve, de mucha fe. Él tenía un hermano más gordito, y las chicas, pícaras, les decíamos el Gordo y el Flaco, jaja… Cuando Marta, la hermana, cumplió 15 años, hizo la fiesta en la casa de la calle Membrillar y fuimos. Hubo baile, nos divertimos mucho. También sé que jugaba en la plaza Brumana, acá en Membrillar y Bilbao, porque ellos vivían a media cuadra. Lo último que recuerdo es que él siempre iba a la Misericordia, y una vez, más grande, me contaron que pasó por acá y dijo, por mi hermana y por mí: “¿estarán vivas las Aragón todavía?”
La mujer se ríe con ganas de su recuerdo, y de paso desmiente la leyenda sobre Bergoglio y una supuesta novia que apareció ante los medios cuando fue elegido Papa: “Que yo sepa no tenía novia. Había una chica joven, de una familia, que era muy amiga de él, pero novia no le conocí”.
Al regresar a Flores se anotó en el colegio Industrial Nacional de Educación Técnica N° 27 Hipólito Yrigoyen, que estaba en la calle Goya 351 del barrio vecino de Floresta. Hoy, el edificio ya no existe. En su promoción eran 60, divididos en dos cursos de 30. Allí hizo su verdadero grupo de amigos, esos que perduran hasta hoy. Algunos ya no están, dos de los que quedan viven en la provincia de Córdoba y los otros dos en la ciudad de Buenos Aires. Según alguien que los conoce bien, los cuatro hicieron un pacto para no hablar en estos diez años de pontificado de su amigo. Sin embargo, en una grabación hecha hace algunos años, dejaron su recuerdo sobre “Jorge”.
Oscar Crespo, uno de los que vive en Córdoba, cuenta cómo la vocación de Bergoglio se comenzaba a manifestar con fuerza. “En segundo año había Religión como materia. El profesor, de apellido Zambrano, ingresó al aula ese día y lo primero que dijo después de saludarnos es si nos podíamos poner de pie aquellos que no habíamos tomado la Comunión. De los 30 que estábamos nos levantamos 2 y el profesor dijo “¡caramba, como a esta edad no tomaron la Comunión! ¿pero sí están bautizados? Esto tiene solución: acá el compañero Bergoglio les ofrece, si ustedes lo aceptan, encontrarse con él el domingo en la iglesia de San José de Flores, donde los va a apadrinar para que tomen la comunión. Y como cierre, los va a invitar a su casa con un pequeño lunch. Esto ocurrió cuando tenía 14 años”.
Y aunque cuando egresó con el título de Técnico Químico trabajó un tiempo en el Laboratorio Hickerthier-Bachmann, su horizonte estaba trazado. En su misiva al Padre Bruno, Bergoglio lo cuenta así: “El 21 de septiembre de 1954 me voltearon del caballo. Conocí al P. Carlos B. Duarte Ibarra, en Flores (mi parroquia). Me confesé con él ‘de chiripa’ y allí –sin estar yo en el telonio (Nota: oficina) como el santo del día- me esperaba el Señor ‘miserando atque eligendo’ (Nota: curiosamente, esa frase, que significa ‘Lo miró con misericordia y lo eligió”, es el lema que eligió para su escudo papal). Allí no tuve dudas de que debía ser sacerdote. La vocación la había sentido por primera vez en Ramos Mejía, durante mi sexto grado, y la hablé con el famoso “pescador” de vocaciones, el P. Martínez, SDB (Nota: Salesianos de Don Bosco). Pero luego comencé el secundario, y “¡chau!!”.
Hoy, en la Basílica de San José de Flores hay una placa en ese confesionario, aunque curiosamente está fechada en 1953, un año antes del recuerdo que describía Bergoglio en su carta de 1990. El párroco de allí es Martín Bourdieu, y relata lo sucedido aquel día de primavera: “Se encontró con un grupo de amigos aquí afuera, en la avenida Rivadavia, para ir juntos a festejar el 21 de septiembre. Pero algo lo hizo entrar a la basílica. Era una basílica querida por él. Era un joven de la Acción Católica. Su familia venía aquí a misa, vivía unas cuadras, era un lugar muy conocido y querido de su infancia y adolescencia. Algo lo hizo entrar a rezar un rato y se encontró con este confesionario que estaba abierto y con la luz encendida, y un sacerdote mayor confesando. Cuando terminó se quedó un rato rezando, suspendió el picnic con sus amigos y se fue a su casa, porque evidentemente algo muy grande le había pasado”.
El último paso para comenzar el seminario lo hizo de la mano, una vez más, del Padre Pozzoli. En su escrito, señala cómo se resolvió el asunto: “No digo nada en casa hasta noviembre de 1955: ese año terminaba el Industrial (eran seis años) y me recibía de técnico químico. En casa no ven las cosas. Eran católicos prácticos… pero preferían que esperara algunos años estudiando en la Universidad. Como yo veía en qué iba a terminar el conflicto, lo fui a ver al P. Pozzoli y le conté todo. Examinó mi vocación. Me dijo que rezara y lo dejara en manos de Dios. Me dio la bendición de María Auxiliadora. Cada vez que rezo el ‘Sub tuum praesidium…’ me acuerdo de él. Por supuesto, en casa surge la idea: ¿por qué no consultamos al P. Pozzoli? Y yo, con mi mejor cara, dije que sí. Recuerdo todavía la escena. Fue el 12 de diciembre de 1955. Papá y mamá cumplían 20 años de casados. El festejo consistió en una misa (sólo mis padres y los cinco hijos) en la Parroquia San José de Flores. El celebrante sería el P. Pozzoli. Terminada la Misa, papá invita a tomar el desayuno en la Confitería “La Perla de Flores” (Rivera Indarte y Rivadavia, a media cuadra de la Basílica)… Papá pensaría que el P. Pozzoli no aceptaría porque le preguntó si podía (creo que si no iríamos a casa, distante 6 cuadras), pero el P. Pozzoli (que sabía el negocio que se iba a tratar) aceptó sin más. ¡Qué libertad de espíritu para ayudar en una vocación! Y en la mitad del desayuno se plantea el asunto. El P. Pozzoli dice que está bien lo de la Universidad, pero que las cosas hay que tomarlas cuando Dios quiere que se tomen… y empieza a contar historias diversas de vocaciones (sin tomar partido), y finalmente cuenta su vocación. Cuenta cómo le propone un sacerdote ser sacerdote, cómo en poquísimos años lo hacen subdiácono, luego diácono y sacerdote… cómo se le dio lo que no esperaba… Bueno, a esta altura “ya” mis padres habían aflojado el corazón”.
Un año después ingresó al seminario de Buenos Aires. En agosto de 1957, una pulmonía derivó en su operación del pulmón. Una vez curado, en noviembre, buscó la forma de entrar en la Compañía de Jesús, en ser Jesuita. Una vez más, cuenta, fue el Padre Pozzoli quien lo ayudó a ingresar. Así fueron los primeros pasos de Jorge Mario Bergoglio en el sacerdocio, por un camino que él quiso hacer con los pies en el barro de los más pobres. Un sendero que el 13 de marzo de 2013 lo encontró en Roma para, contra todos los pronósticos, convertirse en el Papa Francisco.