Ignacio, de 44 años recién cumplidos, participó de Los 8 Escalones del los 2 millones, el ciclo de preguntas de cultura general que conduce Guido Kaczka por la pantalla de El Trece. Se consagró ganador en cuatro emisiones consecutivas, y cuando estaba a punto de romper un récord quedó fuera de la competencia por una pregunta sobre el juego de mesa de la generala. Gracias a sus conocimientos acumuló como premio un total de ocho millones de pesos, y reveló que parte del dinero lo destinará a cumplir el sueño de casarse con Gabriela, su compañera de vida. En el programa también contó que fue cura hasta sus 41, cuando renunció a su función sacerdotal.
En una comunicación por Zoom la pareja habló con Infobae y revelaron los obstáculos que enfrentaron desde los comienzos de su vínculo en plena pandemia de coronavirus. Docente de profesión, ella toma la palabra para recordar que allá por el 2020 seguía las transmisiones de las misas por Facebook, y así fue que conoció a quien por ese entonces aún era sacerdote. “Siempre fui a misa, y cuando estábamos en cuarentena me conectaba especialmente temprano para después poder trabajar, y como hacía mis clases desde casa me venía bien que fuese de mañana antes de comenzar el día”, explica Gabriela.
Recuerda que vio la imagen de perfil de Ignacio junto a la Virgen de Luján, de la que es devota y ha ido varias veces a la histórica peregrinación para expresarle su gratitud. “Jamás se me cruzó por la mente nada de lo que iba a pasar, solo me llamó la atención que teníamos personas en común como amigos y había una foto donde estaba en la Iglesia San Patricio de Mercedes, que es la cuna de los Padres Palotinos, lugar que también conocía”, detalla. Él, por su parte, cuenta que también notó esas coincidencias y por eso aceptó su solicitud de amistad.
Vía Messenger comenzó la conversación, donde descubrieron que efectivamente conocían a un mismo cura que fue amigo de ambos en diferentes momentos de la vida. “Así arrancamos a hablar, nos hicimos amigos y yo le conté que trabajaba en un colegio católico como maestra y fuimos intercambiando opiniones, charlando cada vez más sobre la vida, hasta que yo empecé a sentir que me pasaba algo por dentro”, revela ella, que asegura que fue un momento de cuestionamiento interno por los valores religiosos con los que comulgaba, y lo que se repetía por dentro era “esto no me puede estar pasando”.
“Decidí planteárselo el día de mi cumpleaños, un 25 de mayo”, rememora sobre la fecha que ambos tienen guardadas en su memoria, porque su declaración de amor fue una pieza clave de su historia. La frase que usó Gaby -como le dice él cariñosamente- fue la que leyó Ignacio: “Yo te estoy queriendo, pero este querer ya excede la forma de querer a un amigo”. La respuesta cordial y distante que recibió fue: “Me parece que a veces pasa las personas confunden una simpatía o simplemente al buena onda con algo más”. Ella sintió que se había equivocado en decirle sus sentimientos, trató de volver el tiempo atrás como si nunca lo hubiese pronunciado, y él estuvo de acuerdo en hacer borrón y cuenta nueva para no perder la amistad que habían construido a la distancia.
Por ese entonces él vivía en Comodoro Rivadavia y ella en Temperley, en un contexto de aislamiento obligatorio lleno de incertidumbre. “Después de contestarle eso yo sentí re mal porque sabía que mí me estaba pasando lo mismo, pero tenía un conflicto existencial y espiritual muy fuerte; pero elegimos seguir hablando porque nos sentíamos felices de saber del otro”, explica Ignacio. A su vez, daba por hecho que la virtualidad era un factor a considerar, y que si se veían en persona podrían trascenderlo y quizá se había tratado de una conexión platónica por intereses en común, pero no fue así.
“Viajé a conocerla unos meses después, y sabía que yo no me iba a permitir tener una doble vida porque no era ni lo correcto ni lo que yo quería, así que fui a hablar con mi Obispo, di la cara y le conté lo que me estaba pasando y que tenía que dejar mi función sacerdotal”, relata. Y agrega: “Por supuesto no estuvieron de acuerdo, pero la realidad es que yo tenía en claro lo que estaba sintiendo”. En este sentido, realiza una aclaración sobre la vocación que afloró a sus 25 años cuando decidió entrar al Seminario: “Tenía una profesión, porque soy profesor de Historia, había trabajado como docente y sentí que Dios me llamaba a la vida sacerdotal, no es que entré obligado o porque me hayan llenado la cabeza, fue una decisión completamente libre”.
Cuenta que antes de ingresar a la vida religiosa, estuvo a punto de ponerse de novio, pero no se sentía atraído ni tenía el deseo de comenzar ese vínculo, y eligió ser fiel a su deseo de convertirse en cura. “Lo que me pasó con ella no me pasó nunca en la vida, y no es que yo vivía en una burbuja; fui un tipo común, como cualquier otro viví y tuve una hermosa infancia, una hermosa adolescencia en Mercedes, una linda juventud, pero realmente lo que me pasó con ella no me pasó nunca en la vida y me vino a pasar a los 41 años, cuando hacía ocho años que era sacerdote, más los otros ocho de sacerdote; y fue algo que nos cambió la vida a los dos”, expresa mientras intercambian miradas de comprensión mutua, luego de haber transitado un arduo camino desde el inicio y luego de hacer pública la relación.
La define con admiración como una “mujer trabajadora, madre de dos hijos, con capacidad de resiliencia”, y comenta que el mejor momento de su día es cuando se sientan a tomar mate juntos después de la jornada laboral. “Hubo una ruptura muy grande en mí, pero yo no quedé renegado contra la Iglesia ni la religión católica, pero decidí empezar una nueva vida en la cual tuve que reciclarme y rehacerme porque fue volver al mundo laico, en pandemia, con 41 años, a buscar un trabajo, y apostar a la convivencia”, comenta. Risueña, Gabriela acota: “Y con dos adolescentes que venían incluidos en mi combo, que lo adoran, y yo jamás pensé que iba a volver a querer casarme, porque me divorcié hace 12 años y siempre dije: ‘Con la misma piedra dos veces, no’; y desde mi separación nunca volví a formar pareja”.
“Tuve la la gracia de Dios de que conseguí trabajo al poco tiempo. A la semana de dejar el sacerdocio conseguí como preceptor y empleado administrativo en un colegio laico”, cuenta. Sin embargo, la desaprobación y el escrutinio que atravesaron siendo señalados ambos en el eje de la tormenta fue lo que siguió, y la única forma de transitarlo fue a la par y convencidos de que saldrían fortalecidos. “Fue una época bastante dura, porque hubo un montón de gente que me dejó de hablar, que me sacó el saludo, me sacó la palabra; amigas que vivían prácticamente dentro de mi casa o yo la llevaba siempre haciendo chofer, que se quedaban a dormir, a de repente dejarme de hablar completamente”, asegura Gabriela.
“Hasta la misma gente de la institución de Lomas de Zamora donde yo trabajaba hacía 13 años, también me quitó la palabra. Me dijeron que no era el ejemplo del colegio y me despidieron de forma discriminatoria”, se lamenta por el fin abrupto de una etapa en la que compartió más de una década de recuerdos en ese ámbito educativo. Aclara, además, que alguien de su círculo cercano dio a conocer el noviazgo y ni bien lo supieron en su trabajo, le informaron que no requerían más de sus servicios. “Uno se puede enamorar de quien sea, y a mí me parece este es un amor sano, en el que nos respetamos, nos acompañamos y todo aquello que se predica sobre la familia también hay que saber aplicarlo, y hoy por hoy en casa somos cuatro con mis hijos”, celebra.
En el caso de Ignacio, que siempre eligió el bajo perfil y actualmente no tiene redes sociales, también hubo personas que le manifestaron su total incomprensión. “Ahora porque mi vida la conoce el planeta prácticamente después de participar en lo de Guido (Kaczka), pero nunca me gustó la vidriera, y de hecho me anotó Gaby al programa y también mi suegra fue la que me insistió para que me anime; pero claro que anteriormente mucha gente que me tenía cierta simpatía preguntaba qué había pasado con el Padre Ignacio, pero yo solo le di explicaciones a mi entorno más cercano, como a mi madre, que nunca pensó que iba a tener una nuera y sin embargo sucedió, porque le tuve que presentar a Gaby, que es mi primera novia y la primera mujer con la yo di un beso de amor”, expresa.
Al fin y al cabo una madre quiere que sus hijos sean felices, y creo que mi mamá sintió lo mismo cuando me vio bien con ella. Sabe que soy feliz junto a ella y creo que Dios también nos quiere felices”, indica. En contraposición al luminoso presente que están viviendo, ella asume que fue muy movilizante quedarse sin trabajo al mismo tiempo que padecía el rechazo de personas que consideraba parte de su círculo más íntimo. “Ser señalados es doloroso, y ahora ya lo cuento y lo saben un montón personas, porque no tengo nada que ocultar ni me avergüenza. Los dos hicimos terapia cuando empezamos a estar juntos, y sé que soy menos cristiana, ni soy mala persona, ni pecadora, porque creo que el amor es lo mejor que hay, y para mí la felicidad en este momento es él y la familia que formamos”, sostiene, decidida a hacer caso omiso a quienes los critiquen.
Con total honestidad, Ignacio revela que no confiaba en el psicoanálisis, y menos al tratarse de un psicólogo ateo. “Me costaba abrir mi corazón fuera de la confesión, porque es muy diferente que sea alguien laico a quien le contás tus cosas, fuera de una dirección espiritual, pero con el tiempo creo que nos ayudó mucho”, considera. En cuanto a los sentimientos de culpa o remordimiento, algo que suelen preguntarle por su vida religiosa pasada, su respuesta es tajante: “No me arrepiento de haber tomado esta decisión, lo único que no me hubiera dejado vivir con la conciencia tranquila sería haber tenido una doble vida, algo que no hice y por eso elegí renunciar al sacerdocio”.
A pesar de todo, intentaron recomponer los vínculos con aquellos que les soltaron la mano, y construyeron una sólida base de confianza mutua para enfrentar cada batalla. “Sé que nuestra historia es fuerte y poco común, porque hay algunos casos de sacerdotes que han dejado los hábitos y se han enamorado y casado, pero quizá con la catequista de su parroquia o con alguna feligresa; en cambio lo nuestro puede parecer muy vertiginoso, pero nos encontramos después de los 40 años sintiendo como si nos conociéramos de toda la vida”, describe Ignacio. Una vez más, la elogia por la gran mujer que es, y la describe como “transparente, dulce, con un corazón enorme, y una motivación constante para seguir sus metas”.
“Ojalá siga así de enamorado el hombre”, lo interrumpe ella con una sonrisa, mientras vuelven a intercambiar una romántica mirada. También da a conocer otro detalle de su historia familiar, y aclara que luego de todo lo que vivió se siente libre de contarlo. “Mi abuela Ana era monja de las Hermanas Adoratrices; ella vino de Lituania y dejó los hábitos porque conoció a mi abuelo, que era ucraniano. Después se casaron y sin ellos yo no existiría”, revela.
Hace poco Gabriela se recibió como acompañante terapéutica, y está estudiando para complementar áreas que le interesan para enriquecer su formación, como psicomotricidad, fisioterapia y autismo. “Ella me enseña que nunca es tarde para seguir evolucionando como ser humano, y me incentiva a que si quiero por ejemplo hacer una Licenciatura en Historia, que es uno de mis sueños, lo haga”, agrega él.
“Nos acompañamos en nuestros proyectos independientes, cada uno tiene sus amistades, y disfrutamos de los planes en pareja. Siempre le digo que a mí me gusta estar con ella, porque lo mejor que me pasa cuando vuelvo de trabajar es que nos reencontramos, y está en nuestro planes poner nuestros papeles en orden y casarnos ante la ley”, dice. Y ratifica: “Toda la incomprensión que pasamos no es nada comparado con el amor que nos tenemos”.