El suicidio de Sergio Schulmeister impactó al fútbol argentino aquel 4 de febrero de 2003. El ambiente aún estaba en shock por la tragedia de Mirko Saric tres años antes y lo ocurrido con el arquero de la Primera de Huracán llamaba a hacerse una pregunta que no tiene respuesta: ¿Por qué?
La cuenta que se hacía era -erróneamente- lineal: por qué futbolistas que llegaron (solo el 3% del total de jugadores que lo intenta llegan a Primera), exitosos, con contrato, con futuro, se habían quitado la vida. Un sinsentido, como si algún factor garantizara el bienestar. Hay, claro, contextos. Y hay, sobre todo, construcciones humanas, emociones y situaciones que complejizan cuadros que antes se silenciaban, más aún en ámbitos deportivos.
Así, en el caso de Sergio Schulmeister, quien había tenido un intento de suidicio en 2001 y más tarde una internación en un centro de salud mental que le suplicó a su familia que ocultara “porque si no no juego más”, lo que ocurrió en 2003 fue la expresión cúlmine de un cuadro terrible que hoy existe tanto como ayer, con la sustancial diferencia de que en estos tiempos las instituciones deportivas atienden cada vez más y mejor entendiendo que los deportitas son, esencialmente, personas.
Schulmeister había nacido el 30 de abril de 1977 en Coronel Suárez. Su primer club fue Banco y Negro, de esa ciudad bonaerense, desde donde saltó a las inferiores de Boca, donde se formó, pero no pudo llegar a debutar. Lo hizo en Defensores de Belgrano para luego continuar su carrera en Atlético de Rafaela y San Miguel para, finalmente, cumplir su gran sueño de jugar en Primera: fue en Huracán, el 18 de agosto de 2002.
Seis meses después se quitó la vida. Hugo Schulmeister, su hermano, carga hasta hoy con lo que se pudo haber hecho y no se hizo. Y Darío Gigena, su excompañero en el “Globo”, fue el primero de los conocidos de Sergio en llegar al departamento de la calle Colombres al 800 por pedido de Carlos Babington, entonces presidente del club de Parque Patricios, preocupado porque el arquero no se había presentado a un partido amistoso ni contestaba el teléfono, lo que terminó de alertarlos. Ambos contaron la historia a TN.
Hugo y Sergio tuvieron una infancia muy difícil. Nacidos en Coronel Suárez, con un papá que falleció en muy poco tiempo luego ser diagnosticado con cáncer y una mamá sin instrucción ni herramientas para la vida que formó una pareja nueva con un hombre que no aceptó a los hermanos, quienes primero quedaron bajo la tutela de un primo que tenía problemas de adicción al alcohol, por lo que el destino final fue un hogar de niños de la ciudad donde nacieron.
¿Cómo es criarse en un hogar de niños?
-Fue un proceso bastante difícil y quizá desde que éramos chicos se empieza a desencadenar lo de Sergio, que estuvo ahí hasta los 16 y yo hasta los 18. Nosotros estábamos muy agradecidos a ese hogar porque si no, no sé que hubiese sido de nosotros. Además, a dos cuadras de ahí estaba el club Blanco y Negro, donde pasamos gran parte de esa etapa y donde Sergio jugó hasta la quinta división.
¿Y cómo pasa Sergio de un club que juega una liga regional, a Boca?
-Él tuvo la posibilidad de viajar a Rosario como ayudante de un profe de una esucelita en Newell’s, y ahí lo vieron Víctor Hugo Sivarelli y Jorge Griffa, le hicieron una prueba, quedaron encantados y le dijeron que no firmara porque en 10 días ellos se iban a Boca y así fue, lo llamaron y empezó. Hizo todas las inferiores, llegó hasta la cuarta, se entrenó con Diego Maradona, pero finalmente no firmó contrato con el club y se fue a Defensores de Belgrano, después a San Miguel, Atlético Rafaela en el Nacional B y ahí dio el salto a Primera con Huracán.
¿Cómo era Sergio?
-Siempre fue un tipo muy respetuoso, muy educado, un tipo del interior que sabía lo que era el trabajo y el sacrificio, eso lo representaba. Hasta hoy mucha gente que lo conoció me lo sigue diciendo y remarca la calidad de persona que era, y tenía mucha ilusión de poder triunfar como futbolista.
Antes del día en que se quitó la vida, había tenido un intento de suicidio. ¿Pudiste hablar con él en ese momento?
-Sí, fue en 2001, cuando él estaba en Rafaela. En ese momento él venía mal con su pareja, él estaba en santa fe y ella en Buenos Aires y decía que se sentía solo. Esa fue la primera alerta y lo internamos en una clínica de salud mental.
¿Cómo repercutieron ese episodio y esa internación en su vida profesional?
-Él pidió que no trascendiera porque pensó que podía afectar su carrera, que no iba a jugar más, pero lamentablemente salió a la luz. Mientras estuvo con ese tratamiento, Sergio era otra persona, lo notábamos. Pasó el tiempo, parecía estar bien y un tiempo antes de que muriera, él decía que ese iba a ser su año, que todo sería distinto, se notaba incluso otra energía en su voz cuando hablaba y fue cuando le llegó la chance de firmar con Huracán y jugar en Primera.
No había indicios...
-No. Yo me acuerdo que la última vez que lo vi fue en un viaje que él hizo a Suárez, uno muy particular, y recuerdo que lo despedí y él estaba con todas las ganas e ilusión. Con el tiempo entendí que ese viaje que él hizo por ahí fue una despedida porque hizo cosas que nunca había hecho, como pedir de ir a ver a mi madre, compartir un asado, visitar a mucha gente de la que estaba alejado, pero uno en ese momento no supone que está planeando algo...
¿Qué momento deportivo atravesaba entonces?
-Era otra persona. Iba a arrancar la pretemporada con Huracán, tenía unas ganas tremendas. Me acuerdo que fuimos a la costa y salía a entrenar temprano todos los días, era muy exigente.
¿Cómo fue para vos ese 4 de febrero de 2003, el día del suicidio de tu hermano?
-Ese día yo estaba trabajando y vino a verme una de las personas que nos había cuidado en el hogar. Fue esa persona la que me contó que ‘un arquero de Huracán se suicidó y parece que es Sergio‘. Fue un momento muy difícil, incluso era todo confuso, entonces puse la tele y hablaban del arquero de Huracán. Yo esperaba que fuera otro y no él, y cuando se confirmó se me vino el mundo abajo. Pasaron 20 años ya y todos los 4 de febrero y los 30 de abril, que era su cumpleaños, son días muy difíciles.
¿Qué lugar tenía entonces el concepto de salud mental?
-No se hablaba de eso. Hoy, gracias a Dios la mayoría de las instituciones entendieron que es muy necesario. Yo, que soy presidente de club Blanco y Negro lo he implementado. Trabajamos con asistentes sociales, psicólogos y nutricionistas porque queremos contener a los chicos y detectar problemas a tiempo.
¿Te quedaron preguntas sin respuestas?
-Muchas. Por ahí hoy uno tiene la sabiduría de la experiencia, uno sabe lo que atravesó, lo que tuvimos que superar y creo que el gran agravante fue haberse ido desde tan chico a Buenos Aires. Era otra época, instalarse solo alla fue difícil y esas cosas condicionan a una persona que además traía un pasado muy pesado. Nosotros entendimos que Sergio tenía una enfermedad. Era una persona muy reservada e incluso me costaba hablar con él. Yo trataba de no chocar, pero cuando veía ciertas situaciones se las decía y él por ahi se enojaba y estaba un tiempo sin hablarte.
¿Cuál es la pregunta que más te pesa?
-Lo que se podría haber hecho y no se hizo. Yo tenía 20 años y era chico, pero hoy pienso que quiza se podría haber hecho algo más desde nosotros como familia, pero sobre todo del fútbol. No se trabajaba en lo psicológico y bueno, me pregunto qué hubiese pasado si hubiese tenido una contención.
Darío Gigena, el primero en llegar
Pasaron 20 años y a Darío Gigena aún le eriza la piel recordar aquel 5 de febrero de 2003, el día después del suicio de Sergio Schulmeister, cuando por pedido de Carlos Babington llegó al departamento del arquero y el policía que estaba de guardia en la zona ya cercada para el peritaje le dijo: “El pibe se ahorcó”.
¿Eras amigo de Sergio?
-No, no era amigo, pero sí compañero y lo pasaba a buscar casi todos los días porque su casa me quedaba de paso hacia el club. En Huracán nos sentábamos en la misma mesa que también compartíamos con Diego Cochas y con Pablo Andújar. Ese día que fui al departamento a buscarlo y el policía me dijo lo que había pasado, se me vino todo abajo, fue muy triste para todos.
¿Qué hiciste cuando el policía te contó lo que había pasado?
-Estaba helado, pero atiné a llamar al médico y al presidente de Huracán y les dije ‘vengan ya a la casa de Schumi porque me están diciendo que se ahorco’. Ellos demoraron nada en llegar y al rato estábamos todos los compañeros, había mucha gente.
¿Cómo era Sergio?
-Muy callado. En ese momento Huracán no estaba bien y el grupo se estaba armando, entonces tratábamos de ponerle buena onda. Yo lo veía normal, aunque no hablaba, por eso fue durísimo porque además jamás te esperás algo así porque además no tenés indicios de que podía pasar.
¿Cómo impactó en tu vida eso que viviste?
-Mal. Uno queda marcado.
¿Recurriste a algún tipo de ayuda?
-No. Nunca fui a un psicólogo por esa situación pero sí después, por una separación que tuve y ahí entendí lo importante de pedir ayuda. Yo hoy trabajo con chicos en formación y siempre les recomiendo hablar, pedir ayuda, contar lo que viven, lo que les pasa, lo que sienten porque la contención es todo. Antes no se hablaba de salud mental e incluso se escondía, pero hoy se sabe lo importante que es atender esa faceta porque no todos los chicos llegan y hay que estar preparado para eso.