WhatsApp y las “metidas de pata” que quedan para la historia

“Al WhatsApp lo carga el diablo”, dicen algunos expertos. Y las pruebas están a la vista con innumerables ejemplos de papelones memorables. ¿Qué hacer frente a lo irremediable? Opina una psicóloga.
  • WhatsApp y las “metidas de pata” que quedan para la historia
  • WhatsApp y las “metidas de pata” que quedan para la historia

¿A quién no le sucedió, en mayor o menor medida, haber enviado por error un mensaje de WhatsApp a un destinatario que no era el pensado?

Afortunadamente hoy existe la opción de eliminar aquello que mandamos equivocadamente a un chat. Sin embargo, muchas veces puede ser tarde y ya no hay manera de salvar una “metida de pata” de esas que pueden quedar para la historia.

Los propios expertos en tecnología, además de brindar algunas claves para evitar estos errores que pueden ser irreversibles, aseguran que hay que tener muchísimo cuidado, porque muchas veces “al WhatsApp lo carga el diablo”.

Desde que apareció la tecnología de mensajes instantáneos y en especial el WhatsApp, los ejemplos abundan y algunos errores no tienen vuelva atrás. Sobre todo, durante y después de la pandemia, cuando se multiplicó el mundo virtual en función de las restricciones y aparecieron, así, miles de millones de bloopers.

La Universidad Nacional del Sur (UNS) fue, tiempo atrás, testigo de un verdadero escándalo cuando en una clase de Economía se filtró un chat entre el profesor y su ayudante, alusivo a una estudiante.

Lo más embarazoso fue que esa conversación transcurría por escrito delante de otros alumnos. Allí, el profesor identificado como Daniel, se dirigió en un chat supuestamente privado hacia su ayudante Esteban respecto a una inquietud que la joven había consultado previamente.

PUBLICIDAD

“Que venga y se quede a dormir”, le menciona al auxiliar. Luego, el propio docente posteó una imagen de la estudiante de primer año y con un comentario debajo: “caramelitennn”.

Las capturas de pantalla corrieron como reguero de pólvora en toda la ciudad y de inmediato se repudió la actitud de los docentes: “Nefasto”; “No es ningún chiste sexualizar alumnas”; “Qué vergüenza”.

Efectivamente, los profesores argumentaron que se trató de un “chiste”, pero lo cierto es que intervino en el caso la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Universidad Nacional del Sur para aplicar el Protocolo contra la Violencia de Género.

Muchísimo más doméstico y acaso divertido –en su grupo de amigos todavía se acuerdan y se ríen a carcajadas– fue lo que le sucedió a Gastón, de 42 años, también bahiense, durante la segunda noche en que salió con una chica.

“Volví a casa y le quise escribir a un amigo: ‘Es más rápida que una liebre’, pero se lo envié a ella, que aparecía primera en mi lista de contactos. Lo peor que hice fue eliminar ese mensaje en lugar de meterle cualquier excusa. Igual –sostiene Gastón—no la vi nunca más… y tampoco respondió”.

Soledad tiene 51, es mamá de tres hijos y aunque está casada desde que tiene 28, nunca dejó de tener relaciones extramatrimoniales. Jamás su esposo la descubrió in fraganti, aunque ella supone que él, íntimamente, lo sabe.

“Un día me saqué fotos sola, con ropa interior muy sugerente y sin querer se la mandé a mi esposo, algo que jamás había hecho en toda mi vida. Lo más terrible fue su respuesta: ‘Te equivocaste’, disparó. Me quise morir”, recuerda.

Agregó: “Nunca más se habló del tema y yo no me di por aludida. Si algo me hubiese preguntado, seguramente le respondía que la foto era para él. En definitiva, es su palabra contra la mía”.

En un barrio privado local abundan los distintos grupos de WhatsApp: mascoteros, compra-venta, caminantes, etc. Y allí las “filtraciones” están a la orden del día.

Días atrás, para sorpresa de todos los miembros de “compra-venta”, apareció la imagen de Claudia, una vecina muy amorosa y conocida por todos, casada y madre de tres hijos, sonriente en el interior de un jacuzzi. Con turbante y el torso semi desnudo, aunque sin mostrar los pechos.

El alboroto en el grupo fue inmediato. Ella, que hoy lo cuenta con naturalidad, nunca eliminó esa imagen.

“Es el día de hoy que no puedo explicar qué sucedió ni cómo esa foto llegó al grupo. Creo que quise enviársela a mi esposo. Ojo, nunca la eliminé porque me parece que el papelón sería mayor”, fundamentó.

En el mismo grupo, tiempo antes, hubo otra situación mucho más comprometida que involucró a un vecino de ese barrio que se hacía llamar “El Teniente”.

Se trataba del grupo “Caminantes”, donde los integrantes suelen ponerse de acuerdo en el horario y lugar de encuentro para salir a caminar.

“El Teniente fue furor entre los vecinos durante mucho tiempo después de lo sucedido. Fue cuando, una tarde, llegó al grupo una foto suya muy explícita, en el baño, sosteniéndose el miembro. Fue tremendo. El tipo seguramente no se dio cuenta. Los vecinos estaban horrorizados, le dijeron de todo y finalmente lo sacaron del grupo”, relata Silvana, entre risas.

“Estábamos los defensores, los que decíamos que no estábamos de acuerdo con que se fuera del grupo, tal vez se había equivocado, todos tenemos errores. Esa cosa tan moralista me molesta. En fin, estuvo medio barrio involucrado en eso durante mucho tiempo. Se supo que tiempo después el vecino se justificó y dijo que la imagen iba dirigida a una novia que vivía en Cuba”, recuerda.

Mariela participó durante muchos años de un grupo de chats de mamás de rugby por su hijo Felipe. Hoy ya no lo integra, porque su hijo es universitario en otra ciudad, pero aquel papelón quedó grabado a fuego.

“Mandé al grupo una foto de un sacerdote con sus manitos rezando y cuando tocabas la imagen para leer el texto salía sorpresivamente su miembro ¡enorme! En realidad, se lo quise enviar a una amiga atea y entonces, para bromear, le decía: ‘Mirá lo que te perdés por no pasarte al catolicismo’”, recuerda Mariela, que hoy se ríe a carcajadas. Pero en aquel momento no se rió: los mensajes por entonces no podían eliminarse.

Daniela (52) es abogada, divorciada y protagonista de dos grandes papelones, ambos en WhatsApp. Uno de ellos como profesional: “Divorcié a una pareja, pero primero vino a verme la mujer para contarme su versión. Finalmente decidieron hacerlo de mutuo acuerdo. Me pasó el contacto de su esposo, a quien agendé como Pablo, marido de Cecilia”.

Y continúa: “El tipo era insoportable y fue un perno bancarlo durante todo el proceso. Una tarde, cansada de recibir sus acotaciones, le escribí a Cecilia: ´Qué pedazo de pel… que es tu ex’”. Pero Daniela presionó enviar en el contacto de Pablo. “Me quise morir”, dice.

Hoy Daniela se defiende: “Tan equivocada no habré estado, porque nunca me dijo nada, ni respondió. Y el matrimonio se disolvió”, relata.

La otra anécdota que recuerda como inolvidable le sucedió en su vida personal una noche en que tenía una cita.

“Chateaba con el tipo para coordinar el horario, y a la vez con mi amiga. Y terminé enviándole a él un audio, que era para ella, en el que le decía que había aceptado salir, pero que me parecía horrible”, evoca.

“Lo borré automáticamente y nunca supe si lo escuchó. Soy la reina de las metidas de pata”, admitió.

“Bety”, mamá de Fabiana, tiene 78 y en el intento por hacer uso de la tecnología mete la pata cada dos por tres.

“No se banca a mi esposo, pero lo disimula. Y lo defenestró en el grupo de la familia que él también integra. Le mandé un privado para que eliminara esos mensajes y, en vez de arreglarla, la seguía embarrando. No se daba cuenta”, recuerda Fabiana.

También en el mismo grupo de familia el hermano de Fabiana subió una foto enfermo, “demacrado” junto a su esposa en la cama y en época del Covid.

“Mi hermano lo hizo frente a las recurrentes preguntas que le hacía mi mamá sobre cómo se encontraba de salud. Creo que incluso estaba tan enfermo que mostró la imagen para no responder por escrito. Y mi mamá no tuvo mejor idea que postearla en el Facebook”, relata Fabiana.

 

A tener en cuenta

 

De acuerdo con los especialistas, este tipo de errores sucede por varias razones. Un gran factor de riesgo aparece al tener abiertos chats grupales en simultánea, en tiempo real, en lugar de conversar con cada uno en exclusiva.

A esto se une la inmediatez y la falta de concentración, características de los usuarios que tienen en sus manos dispositivos móviles. Por eso, siempre hay que prevenir, y en este frente la regla de los tres segundos es infalible: tomarse ese tiempo para revisar el mensaje y cerciorarse del destinatario es crucial antes de enviar, porque obliga al usuario a enfocarse en lo que está haciendo y, además, puede ayudar a corregir otro problema: el que proviene de la herramienta de autocorrección de estas aplicaciones digitales.

 

La mirada de una psicóloga: “Una profunda sensación de desnudez”

 

“Creo que es interesante plantearnos qué sucede con el pudor, con la vergüenza, con las situaciones que son de índole privada y que se exponen frente a otro o, aún peor, frente a un grupo”, señala la licenciada Soledad Bermejo (Mat.2996), licenciada en Psicología y Psicoanalista.

¿Qué hacer con esto? ¿Cuáles son los diferentes modos de abordar una situación incómoda? ¿Se borra y se deja pasar? ¿Nos hacemos cargo?

“Eso dice también de cada quién”, alerta Bermejo, para agregar que existen diferencias respecto de si se trata de algo gracioso a mucho más comprometido o que pueda dañar el vínculo.

“Cuando lo privado se hace público, lo que acontece en el sujeto es una profunda sensación de desnudez que se traduce en vulnerabilidad frente al otro, precisamente por quedar expuesto al ser descubierto en un pensamiento que era de orden íntimo o dirigido a un destinatario específico”, aclara la especialista.

Frente a tal situación, completa, tomando un claro texto freudiano, es probable que en quien comete el equívoco se presente la “inhibición, síntoma y angustia” (Freud, 1926).

“Las respuestas nunca son unívocas, ya que responden a la diversidad de sujetos; habrá quienes prefieran dejar pasar la situación sin aclaración alguna y, por el contrario, quienes deciden hacerse cargo y resolverla mediando la palabra y el pedido de disculpas, si fuera necesario”, señala.

Cabe aclarar, agrega Bermejo, que el sentido del humor es un signo de salud mental, por lo que sería esperable que tales situaciones que no pasan de una “metida de pata” se conviertan en una simpática anécdota para atesorar.

Comentar esta nota
Más de Sociedad