La mentira mapuche

En esta columna, la reconocida historiadora Luciana Sabina sostiene que "no se debe compensar a los mapuches por absolutamente nada".
Fernández con representantes mapuches, en Neuquén
Fernández con representantes mapuches, en Neuquén

El presidente Nicolás Avellaneda -junto a Julio Argentino Roca- prácticamente duplicó el territorio nacional y pacificó la frontera a través de la denostada "Conquista del Desierto", a nuestro entender, uno de los episodios más gloriosos de nuestro pasado.

Sobre esta etapa no ayudan los análisis "progres", que cons­tituyen verdaderos absurdos historiográficos, observando con ojos del presente acciones pretéritas y considerando a los aborígenes de manera infantil.

El motivo detrás del "relato" se va revelando a medida que se concede a grupos aborígenes tierras que -casualmente- poseen pozos petroleros. La realidad es que no se debe compensar a los mapuches por absolutamente nada, todo lo contrario.

"En primer lugar -especifica el especialista Isidoro J. Ruiz Moreno- conviene aclarar el hecho de que en la segunda mitad del siglo XIX, los indios que habitaban la República Argentina en su zona meridional no eran los originarios pobladores de la Pampa, pues la mayoría de ellos había llegado desde Chile, desalojando a aquéllos". Se trataba de mapuches que "expulsaron muchas veces sangrientamente a los primitivos aborígenes de las llanuras, los cuales pasaron a ser llamados ?pampas' por los argentinos -Catriel y Coliqueo-, e incluso masacraron a los vorogas, de su misma procedencia".

Causante de semejante atrocidad fue el mítico Calfucurá. Los mapuches dominaron a las tribus autóctonas y les im­pusieron sus costumbres, e incluso sus lenguas. "El núcleo más poderoso y temible de estos indios se constituyó cuando el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, facilitó el arribo y la radicación de un gran cacique para que, dominando a todos los demás, le permitiese tratar con uno solo y no con la diversidad de ellos. Los nativos originarios del suelo fueron aniquilados por los invasores 'chilenos' y así nació la peligrosa Confederación de Salinas Grandes, establecida en 1834", señala también Ruiz Moreno.

El mismo Calfucurá -en carta al general Emilio Conesa- en abril de 1861 lo reconoció: "Le diré que yo no estoy en es­tas tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, sino que fui llamado por don Juan Manuel, porque estaba en Chile y soy chileno; y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras".

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El principal motivo por el que las autoridades nacionales tomaron cartas en el asunto fueron los malones y la venta que los indios realizaban de lo obtenido en Chile. Llegaron a "vender" cautivas.

Las altas esferas trasandinas es­taban al tanto. El diputado Guillermo Puelma expresó ante el Congreso chileno en 1870: "En cuanto al comercio: veamos que el de los animales, que es el que más hacen los araucanos, pro­viene siempre de animales robados en la República Argentina. Es sabido que últimamente se han robado ahí 40.000 animales, más o menos, y que son llevados a la tierra; y nosotros, sa­biendo que son robados, los compramos sin escrúpulo alguno, y después decimos que los ladrones son los indios. ¿Nosotros qué seremos?".

Durante largos años las luchas internas y la guerra im­posibilitaron al Estado nacional ocuparse decididamente del asunto. En forma paliativa destinaron recursos a las tribus "comprando paz", como en tiempos de Rosas. Los jefes aboríge­nes recibían provisiones en cantidad -dinero, uniformes mili­tares, ropa en general y diversos artículos de uso cotidiano-, a cambio de no invadir. Calfucurá escribió:

"Hágame el favor de darle al cacique Antelef $1.000 porque es un pobre. Que se junten los ricos de ese pueblo y los pulperos y que hagan una suscripción. Además: un recado completo, un poncho de paño, un sombrero de paja fino, un par de botas, dos chiripás, dos mudas de ropa blanca, dos arrobas de yerba, dos de azúcar, una espada, una pieza de bramante, un rollo de tabaco bueno, dos pañuelos de seda, cuatro cuchillos, 200 panes".

Esto era tan común que, incluso, pedían cambios de botas en caso de no ser de su talle, también vendían a los cautivos a los familiares de los mismos o al Estado Argentino. En una misiva de Juan Calfucurá leemos:

"Señor tengo un cautivo que se llama Antonio pero este me ha costado cien vacas y un par de espuelas bien grandes y un par de riendas de plata y un sobre de todo así es que doy a saber que si le interesa ese cautivo me de diez mil pesos papel y dos pares de riendas Señor espero si arregla a este convenio le entregue a mi Capitán cuatro mil pesos para que me compre lo mismo".

Como vemos, los mapuches no son originarios de nuestro territorio. Además, el comportamiento que tuvieron durante el siglo XIX -momento en el que llegan a nuestros territorios- fue de hostigamiento continuo al ciudadano argentino.

Cada parcela de tierra que se les entrega es un insulto a todas sus víctimas, es un nuevo ultraje a las centenares de cautivas violadas por estas poblaciones y es una cachetada a la soberanía nacional.

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